El presidente ha hecho un mohín delicioso y un amplio y vano gesto que traducía exactamente el
laissez faire, laissez passer
.
Sólo he presenciado una fiesta de gala en el Palacio de las Siete Galaxias, pero jamás la olvidaré. Las siete esferas de cristal resplandecían con una luminosidad percibióle desde el Potomac, cada esfera adoptaba una tonalidad diferente, que no correspondía con los colores tradicionales. Jacqueline me dijo que los colores luminosos del palacio eran:
indoor, kegisem, duluen, corís, salial, paudá
y
balisem
. El kegisem es el color del palacio de las recepciones. Se prepara con polvo de ala de libélula y zumo de lilas en estado de buena esperanza. Es indispensable que el mezclador de color sea un alquimista indio que sólo viaja de noche y se alimenta de incienso muy relavado. El alquimista debe ponerse casulla de obispo y braguitas de doncella quinceañera. Ha de rodear siete veces el crisol del Bulu Domenián y ha de decir:
Dolisadalei dondia siminem
daleidosiá uliante cosima
.
Los colores del palacio están estudiados para hacer frente a la infiltración de Bacterioon. Las partículas de Bacterioon forman un polvillo en torno a las esferas, se agitan exasperadas bajo la lente de un gran microscopio colocado en un satélite artificial. A simple vista no se perciben y los viejos del lugar señalan que las oleadas invasoras han remitido considerablemente desde el inicio del cerco en 1956. Entonces Kennedy sólo era senador, pero ya las brujas del Egeo propagaban las nuevas de las sibilas y hasta en las charcuterías de Mac Arthur Street se sabía que Kennedy llegaría a la presidencia más tarde o más temprano.
A medida que los invitados llegan, penetran en el gran zaguán de cristal donde la familia Kennedy les recibe bajo un arco iris artificial. John Kennedy se mueve dinámico, estrecha manos, pero todo el mundo sabe que su ligero encorvamiento se debe al trono semiinvisible que ha diseñado para él Charles Eames. Cuando Kennedy se cansa, adopta la postura de sentado y el trono se revela bajo su cuatro anatómico, lleno de pedrería del plástico más caro de este mundo incrustado en hojalata selecta.
Cuando los invitados están distribuidos, brotan por doquier jardines colgantes, ascendientes, trepadores y daniásicos. Sólo entonces Kennedy adopta una pose solírica y los kerosoles del pativien se dejan querer por las artas satisfechas. Entonces, los introductores de embajadores tocan clarines electrónicos y comienza la cabalgata de los nuncios. Aparecen lenguas de fuego con sus colores nacionales sobre sus cabezas y una voz en
off
, profunda como el firmamento, va diciendo sus nombres y la naturaleza del obsequio que ofrecen al presidente.
España: Miel y arrope, un borreguito de Ocaña y un cántaro negro de Cangas de Narcea.
Portugal: Requesón de Évora, elaborado por las diez manos más cortas de las doncellas más delgadas del lugar.
URSS: Una tonelada métrica de siemprevivas azules, cultivadas junto a una laguna sin nombre del Ural.
Francia: Una botella de oro llena de Beaujolais, cosecha 345 a. C.
Gran Bretaña: Una gaita que no suena. Había pertenecido a un mariscal que nunca existió, vencedor en cien batallas y pariente lejano de un vencedor en Wimbledon.
Siam: Una virgen de pechos pequeños y trasero salido, que ya nació con pose de bailarina, con las palmas de las manos hacia arriba y media sonrisa nacarina.
Italia: Un cuadro sinóptico creado por un grupo de sacerdotes progresistas especializados en lenguas semíticas y campeones del mundo de
ciclo-cross
:Tosquedad
Aliento
Dioptría
Esquina
te voglio bene
dolmen
Adriana
Checoslovaquia: Un pan dormido, de color amarillo, realizado por una campesina eslovena que estuvo a punto de ser madre de un cosmonauta soviético, pero abortó.
Alemania: Un caracol de acero oxidable.
Segovia: Un perro canelo mal llamado El Rubio, refugiado en una vieja iglesia románica del Temple.
Grecia: Una sirena congelada, de ojos sin pupilas, escamada en tornasol.
Kennedy acogía todos los regalos con una inclinación de cabeza y Jacqueline daba una palmada cariñosa en las cabecitas de los niños que los entregaban.
Finalizadas las ofrendas, todos nos sentamos y por los altavoces se dijo que T. W. Adorno iba a pronunciar una lección magistral sobre el twist. Después, del centro del salón ha emergido una gran tarima con la Orquesta Filarmónica de Viena dirigida por Von Karajan. Adorno actuaba de solista y sólo hablaba cuando Karajan le daba la entrada. Ha formulado una severa condena del twist y ha lanzado una advertencia a los adolescentes del mundo entero. Como no dejen de bailar ritmos castrantes, él, T. W. Adorno, dejará de pronunciar conferencias radiofónicas sobre la correspondencia entre George y Hoffmannsthal. Al acabar la conferencia varios adolescentes cultos (entre ellos el hijo mayor de Bob Kennedy) han acudido al lado del maestro para disuadirle de su decisión. Tras largo forcejeo lo han conseguido y Adorno ha aplazado su decisión hasta el próximo año lunar.
Toynbee iba por los salones diciendo en voz alta, para quien quisiera escucharle, que bajo el reinado de Kennedy los historiadores dirán que «florecieron las artes y las letras». Kennedy (lo he leído en sus ojos) ha vacilado entre arrojarle a los perros o sonreír modestamente. Después le ha arrojado a los perros. Algunas voces de protesta fueron ahogadas por las impertinentes estridencias del arco de Casáis, con el que el maestro reclamaba silencio.
Después se ha iniciado el baile y Jacqueline ha llenado en seguida su carnet con los nombres de jóvenes húsares de Alejandra. En el centro del salón ha brotado un surtidor de martini seco y algunos jóvenes diplomáticos han intentado lanzarse vestidos al pequeño mar interior que Kennedy ha dispuesto en la segunda galaxia. El viejo Joe Kennedy les ha echado a bastonazos.
Hace unos días estuve a punto de contraer un compromiso formal con Nancy Flower, una puericultora de la institución Ann Mary Moix. La recogí a ocho kilómetros de Washington, calada por la lluvia, con el pelo rubio convertido en ramo de pasamanos colgantes sobre los hombros. Nancy se quitó las medias nada más sentarse a mi lado y de refilón pude ver la exacta curva de su pantorrilla mientras la media abandonaba poco a poco la carne, como una piel que se resiste a la soledad. La muchacha se frotó las piernas repetidas veces y con la boca pegada a las rodillas intentaba calentarlas con el aliento. A veces perdía su ojo izquierdo sobre mis manos al volante o en el recorrido de mi perfil enfrentado a la autopista. Después practicó un largo desperezo con la espalda contra el asiento y los brazos cruzados tras la nuca: entonces comprobé que el pecho de Nancy era escaso, que su talle era alto y delgadísimo y que la línea que se iniciaba en la punta de la barbilla y terminaba en la punta de sus pies, tras el recorrido por el cuerpo sentado, era un espacio geométrico abierto y perfecto, que pedía la admiración de una mano curiosa y educada. Nancy, experta en gestos adecuados, ha dejado caer después la cabeza sobre el hombro izquierdo y así he podido ver su rostro de frente, unos segundos, porque Nancy, con un delicioso vuelo de cuello, ha dado un giro de 180° (aproximadamente) y su rostro se ha enfrentado al paisaje tránsfuga y hervido bajo la lluvia. Desde su precario mirador me ha hablado con una voz espesa, como la mermelada de frambuesa. Sí, yo era extranjero. ¿Cómo lo había notado? ¿Tan malo era el escaso americano que había utilizado en nuestro breve diálogo? Mi americano no es muy bueno, pero por otra parte mi forma de conducir es reveladora. Un americano no conduce con las manos sobre los radios del volante, tampoco mira con ese escepticismo los reclamos publicitarios de los márgenes ni empieza el examen visual de una muchacha mirándole las pantorrillas. Tres sofismas evidentes, pero que di por lógica de la buena e incluso me admiré facialmente con la más encantadora de las muecas.
Era mi día libre. Cenamos en Gilber's House un excelente
goulash
. Después, Nancy se dejó desabrochar la blusa a tres manzanas de su casa. Mi mano derecha ya conocía la notable consistencia de sus senitos cuando aparqué el coche ante la puerta de su casa. Después, Nancy tuvo el buen gusto de mantener su mano agarrotada en torno al conmutador de la luz mientras descendíamos al eufemístico abismo del placer. Poco después, descendimos por segunda vez y Nancy volvió a asirse al conmutador, detalle que me agradó sobremanera.
Al día siguiente nos encontramos en un snack de Monroe Street y paseamos bajo las farolas encendidas de Hudson Square. Nancy dio de súbito unos pasos de ballet, asió un farol con una mano y giró a su alrededor. Se detuvo ante mí y sin apartar sus ojos de los míos cantó:
Esta noche parece
más estrellada que las restantes
,
hasta las azoteas
parecen al alcance de mi mano
,
mi corazón dice
que me enamoré de un rey extranjero
,
pero mis labios
desconocen el lenguaje del amor
.
Yo di unos taconazos de claque y con los brazos ora en cruz, ora unidos por las manos sobre mi regazo, di unas vueltas en torno a Nancy, que volvía a girar alrededor del farol. También canté:
El amor no necesita palabras
,
necesita besos, caricias y el tacto limpio
de sábanas desnudas, como el deseo
que permite decirse a los amantes
:
todo es felicidad lo que yo veo
.
Nancy insistía:
Esta noche parece
más estrellada que las restantes
…
Yo no cejaba:
El amor no necesita palabras
,
necesita besos, caricias y el tacto limpio
…
Nuestro duelo canoro duró un cuarto de hora. Finalmente nos sentamos, cansados, con los pies metidos en el redondel de un alcorque y la espalda enfrentada al tráfico nocturno. Nancy dijo en un tono desenfadado:
I love you
. Recordé a Muriel. Recordé aquel pequeño piso sobre descampados en el que iniciamos nuestra vida en común, que empezamos a llenar con los primeros objetos de nuestra propiedad, que pronto estuvo continuamente ocupado por las voces de nuestras discusiones. Muriel tenía la cara pequeña. A veces, cuando dormía, bastaba un hoyo en la almohada para que su rostro desapareciera de mi visión. Tenía los ojos algo redondos, pero muy incisivos y cuando sonreía, uno siempre quedaba con la sensación de que aquella sonrisa merecía algo a cambio. Muriel y yo estuvimos caminando con las manos unidas hasta el minuto antes de nuestra separación.
Yo quedé con la vista fija en su largo cuello por si volvía la cabeza. Preparé mentalmente una frase ingeniosa para reparar la cadena de nuestros días y nuestros deseos. Tal vez eligiera un mal paisaje para aquella despedida: la calle más comercial de la ciudad, la de más sabrosos escaparates, la más repleta de promesas. La cuestión es que Muriel no regresó sus ojos a mi inmóvil esperanza y tal vez nunca la volveré a ver.
Sarro, piojo, piorrea, caspa, lechuga, orinal, mierda, mastuerzo, cojones, por cojones, de cojones, mis cojones, gargajo, correoso, padre, madre, colgajo, cascajo, cojo, manco, lisiado, tarado, mamón, capullo, tierra, yermo, bierzo, cierzo, pipí, pis, meaos, cagarro, pulga, arador de la sarna, sarna, sarpullido, sinvergüenza, pendón, entraña, mis entrañas, hijo de mis entrañas, hijo, culo, nalga, cogolludo, cojonudo, paja, manirroto, ojete, mostrenco, capar, capador, orgánico, órganos, huevos, gallinejas, mollejas, pendejo… Mi lengua se frota de esta manera por la cueva de mi boca, las jotas me arrancan la fina piel de la campanilla y hasta los residuos más escondidos de todas las leches que he mamado salen tras las palabras de mi idioma.
A veces es imprescindible realizar estos ejercicios, con un cigarrillo entre los dedos, a medio consumir. Atardecido, Washington se oculta tras los cristales, bajo la neblina. La losa del mundo pesa sobre el centro del propio cerebro. Nuestra sinfonía de jotas apenas si puede cosquillear el relajado horizonte anglosajón, siempre a medio pronunciar, siempre ambiguos los sonidos, como si las palabras no se tomaran en serio.
Uno de los divertimentos de lady Bird consiste en atravesar a su marido con agujas de hacer punto. Son agujas de pasta y metal plateado, muy finas. El matrimonio alega que se trata de una variante kiowa, antropológicamente inexplicable, de la acupuntura. Pero hasta los más lerdos saben que es un continuo intento de asesinato prolongado por toda su historia matrimonial y especialmente sañudo ahora que llegan a la flor de la vejez.
Cuando Johnson era un niño, el médico de cabecera dijo a sus padres que tenía el corazón en la punta de la nariz y por eso la tenía tan gorda. Nadie le creyó. Lo interpretaron como una broma suscitada por el niño, algo narizotas. Pero es sabido que Johnson no tiene el corazón en su sitio y lady Bird le clava las agujas por si alguna vez lo encuentra. La señora Truman le aconsejaba que probara traspasarle la punta de la nariz.
Lady Bird tiene miedo a que sea verdad, a que allí tenga el corazón y el juego termine con un éxito de su paciencia que pondría fin al placer de ejercerla.
Bacterioon sólo es visible bajo la potente lente del microscopio Davy Crocket, instalado en el satélite artificial Moonstar. Con todo, la visión es insuficiente para aclarar todos los misterios que plantea esta sustancia bactericida, que sólo ofrece el aspecto de una difusa pulverización, cada vez más presente, en abierta competencia con el mismo aire, infiltrándose por todas las ventanas abiertas de la materia viva y de la materia muerta, enturbiando los canales sanguíneos del hombre y cubriendo poco a poco, como una suave tela, hasta sus más pequeños rincones. Nada se sabe sobre la real naturaleza de Bacterioon. Se la supone presente en todo tiempo y lugar, autogestante y autolúcida. Más misteriosa es la mutación que le permite entrar en relación inteligente con los seres humanos y formar, entre otras asociaciones, la de los cuerpos especiales de agentes secretos que van activando en todo el mundo la lenta pero segura conquista de Bacterioon. Quien ha tratado de defender a la humanidad de este peligro sólo ha conseguido aplicarle vagas palabras que se aproximan apenas a algunos de los efectos de Bacterioon. Esas palabras son relativismo, asepsia, escepticismo…, pero todo lo quieren decir y nada dicen. La palabra destrucción es la que más traduce la complejidad de significados de esta potencia misteriosa. El astrólogo Niemeyer sostiene que se trata de una sustancia bioquímica que se crió en la epidermis de los clochards de París y se extendió por todo el mundo. En cambio, Nosdratus, gran alquimista y hechicero del Labour Party, jura y perjura que Bacterioon nace con la misma humanidad y sólo se desarrolla cuando se dan las condiciones óptimas para su crecimiento. Los historiadores partidarios de las explicaciones menstruales, dicen que la acción de Bacterioon se renueva cíclicamente cada trescientos años. Según parece todo empezó para ellos en el paraíso terrenal. Fue el bacterionismo lo que impulsó a Eva a jugarse el destino del género humano por una manzana. Fijar la aparición de las siguientes apariciones cíclicas es muy difícil hasta la caída del Imperio romano. Después, ya todo cuadra perfectamente: la invasión árabe; las discordias unitarias europeas en cuanto a política y religión se refiere; la putrefacción moral del Renacimiento; la funesta revolución liberal que hundió los principios de la familia, el sindicato y el municipio. Trescientos años después, es decir a fines del siglo XX, Bacterioon volverá a hacer una sonada. Se aprecian gérmenes de relajamiento moral a escala universal. Bacterioon actúa a través de las formas más impensadas y en general mina ante todo la moral y las costumbres. Así, De Foe, Addison, Steele, Swift, Rousseau, Diderot, Voltaire… los grandes agentes intelectuales de Bacterioon en el siglo XVIII, se aplicaron ante todo a destruir toda clase de normativas, cualquier forma de constancia de la lógica del comportamiento del
ancien régime
. En la actualidad, los profetas del nuevo anarquismo y del libertinaje son agentes de Bacterioon. Y de no mediar una enérgica acción por parte de la URSS y Estados Unidos para resucitar el pionerismo, el escultismo y los juegos educativos y olímpicos, es muy probable que las próximas generaciones abran de par en par las puertas de Troya y los chinos se aprovechen de una situación que ni les va ni les viene.