Authors: Kerstin Gier
Nadie se tomó la molestia de presentar al acompañante vestido de negro de lord Alastair, y nadie pareció enterarse cuando me gruñó, mirándome fijamente por encima del hombro del lord:
—¡Tú! ¡Demonio de ojos de zafiro! ¡No tardarás en viajar al infierno!
¿Cómo? ¿De verdad había dicho eso? Realmente aquello ya era demasiado.
Buscando ayuda, miré a Gideon, que tenía una sonrisa un poco tensa, pero no pronunció ni una palabra hasta que lord Brompton sugirió ir a buscar a su mujer y unos vasos de ponche.
—Por favor, lord Brompton, no os molestéis —dijo entonces—. De todos modos, tenemos que despedirnos enseguida. Mi hermana aún se encuentra un poco débil después de su larga enfermedad y no está acostumbrada a acostarse tan tarde. —Volvió a pasarme un brazo por la cintura y con el otro me sujetó el antebrazo—. Como podéis ver, se siente un poco insegura.
¡Cuánta razón tenía! El suelo se movía de una forma muy desagradable bajo mis pies. Agradecida, me apoyé en Gideon.
—¡Oh, enseguida estaré de vuelta! —exclamó el lord—. Seguro que mi mujer aún podrá convenceros de que os quedéis.
El conde de Saint Germain le miró sonriendo mientras se marchaba.
—Es un alma de Dios. Su ansia de armonía es tan grande que no soportaría que discutiéramos entre nosotros.
Lord Alastair examinó a Gideon con marcada hostilidad.
—En otra época viajaba bajo el nombre de un tal marqués de Welldone, si no recuerdo mal, y hoy parece que es el hijo de un vizconde. Diría que, como vos, vuestro
protégé
tiene cierta tendencia a la impostura. Es realmente deplorable.
—Se le conoce con el nombre de seudónimo diplomático —dijo el conde sin dejar de sonreír—. Pero vos no entendéis nada de eso. En cualquier caso, he oído que disfrutasteis mucho con el pequeño combate a espada de vuestro último encuentro, hace once años.
—Yo disfruto con cualquier combate —replicó lord Alastair, y como si no hubiera oído a su acompañante, que había susurrado «Aniquilad a los enemigos de Dios con las espadas del ángel y el arcángel», prosiguió sin inmutarse—: Y desde entonces he aprendido algunos trucos. Vuestro
protegé
, en cambio, parece haber envejecido solo unos pocos días en estos once años, y, como yo mismo he tenido ocasión de comprobar, no ha dispuesto de tiempo para mejorar su técnica.
Gideon le dirigió una mirada despectiva.
—¿Que vos mismo habéis podido comprobarlo? —dijo riendo—. Para eso deberíais haber estado presente, pero en realidad únicamente enviasteis a vuestros hombres, y para ellos mi técnica resultó más que suficiente. Con lo que de nuevo queda demostrado que es preferible ocuparse de estas cosas en persona —¿No habréis...? —Lord Alastair entrecerró los ojos—. Ah, habláis del incidente en Hyde Park del pasado lunes. Cierto, debería haberme encargado yo mismo. Pero solo fue una idea repentina. Sin embargo, sin la ayuda de la magia negra y de una... muchacha, difícilmente hubierais sobrevivido.
—Me alegra que planteéis las cosas con tanta franqueza —dijo el conde—, porque desde que vuestros hombres quisieron atentar contra la vida de mis jóvenes amigos, estoy algo disgustado... Pensaba que yo era la persona en la que concentrabais vuestras agresiones. Estoy seguro de que comprenderéis que no puedo permitir que vuelva a ocurrir nada semejante.
—Haced lo que creáis que debéis hacer, que yo, por mi parte, haré lo mismo —replicó lord Alastair, y su acompañante gruñó roncamente: «¡Muerte! ¡Muerte al demonio!», con un tono tan peculiar que no excluí la posibilidad de que llevara una espada láser oculta bajo la capa. En todo caso estaba claro que a aquel hombre le faltaba un tornillo. Encontré que no podía seguir ignorando su extraña conducta.
—Aunque no hemos sido presentados y sé que también tengo mis problemas con las normas de cortesía actuales —dije mirándole a los ojos—, creo que esos comentarios sobre muertes y demonios son absolutamente inaceptables.
—¡No hables conmigo, demonio! —replicó Darth Vader con malos modos—. ¡Soy invisible para tus ojos de zafiro! Y tus oídos no pueden escucharme.
—Ya me gustaría —dije, y de pronto desee estar en casa.O al menos en el sofá, por incómodo que fuera el respaldo. Toda la habitación se balanceaba en torno a mí como si estuviera en un barco en alta mar.
Gideon, el conde y lord Alastair parecían haber perdido momentáneamente el hilo de la conversación. Los tres se habían olvidado por completo de lanzarse comentarios crípticos y me miraban con cara de sorpresa.
—Las espadas de mis descendientes hendirán vuestra carne la Alianza Florentina se vengará del daño causado a mi estirpe y borrará de la faz de la Tierra lo que no es querido por Dios —dijo Darth Vader sin dirigirse a nadie en particular.
—¿Con quién estás hablando? —me susurró Gideon.
—Con ese de ahí —contesté, y me apreté un poco más contra él mientras señalaba a Darth Vader—. Alguien debería decirle que su capa parece...
que no va precisamente a la última moda. Y que yo, si no le importa, no soy ningún demonio, y que tampoco quiero ser perforada por las espadas de sus descendientes ni ser borrada de la faz de la Tierra. Ay.
La mano de Gideon me había apretado el antebrazo.
—¿Qué significa esta comedia, conde? —preguntó lord Alastair mientras se ajustaba el ostentoso prendedor del pañuelo que llevaba en el cuello.
El conde no le prestó atención. Bajo las espesas cejas, sus ojos apuntaban hacia mí.
—Esto es interesante —dijo en voz baja—. Por lo que se ve, esta muchacha puede ver directamente vuestra negra y confundida alma, mi querido Alastair.
—Ha bebido tanto ponche que me temo que esta delirando —repuso Gideon, y me susurró al oído—: ¡Cierra la boca!
De repente se me contrajo el estómago, porque por fin comprendí con espanto que los otros no podían ver ni oír a Darth Vader, ¡y no podían verlo ni oírlo justamente porque era un maldito fantasma! Si no hubiera estado tan borracha, lo habría deducido mucho antes. ¿Cómo se podía ser tan idiota? Ni sus ropas ni su peinado encajaban con ese siglo, y a más tardar cuando había empezado con esa patética ronquera debería haberme dado cuenta de quién o qué tenía ante mí.
Lord Alastair echó la cabeza hacia atrás y dijo:
—Los dos sabemos qué alma pertenece aquí al demonio, conde. ¡Con la ayuda de Dios impediré que esas... «criaturas» lleguen siquiera a nacer!
—Hendidas por las espadas de la santa Alianza Florentina —completó Darth Vader con un tono lleno de unción.
El conde rió.
—Seguís sin comprender las leyes del tiempo, Alastair. Ya solo el hecho de que estos dos jóvenes estén hoy aquí ante vos demuestra que vuestra empresa no tendrá éxito. Por eso tal vez sería mejor que no contarais demasiado con la ayuda de Dios en este asunto. Y tampoco, en adelante, con mi paciencia.
Un aire gélido impregnaba ahora su mirada y su voz, y pude ve que el lord se estremecía. Por un breve instante de su rostro desapareció toda señal de arrogancia, y un miedo cerval se reflejó en sus rasgos.
—Por haber cambiado las reglas del juego, merecéis la muerte —dijo el conde exactamente con la misma voz con la que me había dado un susto mortal en nuestro último encuentro, y de golpe volví a ser consciente de que ese hombre era muy capaz de cortarle la garganta a alguien con sus propias manos.
—Vuestra amenaza no me impresiona —susurró lord Alastair pero su rostro desmentía sus palabras. Pálido como un muerto se llevó la mano a la nuez.
—¿No querréis marcharos ya, queridos?
Lady Brompton se acercó rápidamente a nosotros entre un susurro de faldas y nos miró con aire risueño.
Los rasgos del conde de Saint Germain volvieron a relajarse. Ahora era todo amabilidad.
—Ah, aquí está nuestra encantadora anfitriona. Debo decir que hacéis honor a vuestra fama, milady. Hacía tiempo que no me divertía tanto.
Lord Alastair se frotó el cuello. Poco a poco el color volvió a sus mejillas.
—¡Satanás! ¡Satanás! —exclamó Darth Vader exaltado—. Te aniquilaremos, te arrancaremos esa lengua viperina con nuestras propias manos...
—Mis jóvenes amigos lamentan tanto como yo que tengamos que irnos ya —continuó el conde sonriendo—. Pero pronto volveréis a verlos, en el baile de lord y lady Pimplebottom.
—Una reunión siempre es tan interesante como lo son sus invitados —dijo lady Brompton—. Por eso me alegraría poder volver a recibiros aquí muy pronto. Así como a vuestros encantadores jóvenes amigos. Ha sido un gran placer para todos nosotros.
—El placer es nuestro —repuso Gideon, y me soltó con cuidado, como si no estuviera seguro de que fuera a mantenerme en pie por mí misma.
Aunque la sala seguía balanceándose como un barco y los pensamientos en mi cabeza parecían flotar entre brumas (para seguir con la imagen), al despedirme saqué fuerzas de flaquza y conseguí hacer honor a las enseñanzas de Giordano y sobre todo de James.
Solo ignoré deliberadamente a lord Alastair y a su fantasma, que seguía lanzando amenazas salvajes. Me incliné ante lord y lady Brompton y les di las gracias por esa hermosa velada, y no moví ni una ceja cuando lord Brompton dejó la huella húmeda de un beso en mi mano.
Ante el conde ejecuté una profunda reverencia, pero no me atreví a volver a mirarle a la cara. Cuando dijo en voz baja: «Nos veremos ayer por la tarde, pues», me limité a asentir con la cabeza y esperé con la cabeza gacha a que Gideon volviera a mi lado y me sujetara del brazo. Luego, agradecida, dejé que me acompañara fuera del salón.
✿✿✿
—¡Maldita sea, Gwendolyn, esto no es ninguna fiesta con tus amigos de la escuela! ¿Cómo has podido hacerlo?
Gideon me colocó con brusquedad el chal sobre los hombros. Parecía como si tuviera ganas de sacudirme.
—Lo siento —dije por enésima vez.
—Lord Alastair ha venido acompañado solo de un paje y de su cochero —murmuró Rakoczy, que había surgido detrás de Gideon como una aparición —. El camino y la iglesia están asegurados. Todas las entradas de la iglesia están vigiladas.
—Vamos, pues —dijo Gideon, y me cogió de la mano.
—También podría llevar a la joven dama en brazos —propuso Rakoczy—.
Parece un poco inestable sobre sus piernas.
—Una idea seductora, pero no, gracias —dijo Gideon— Podrá caminar unos metros sola, ¿no es verdad?
Asentí sin dudarlo.
La lluvia caía con más fuerza ahora, y después de haber estado en el bien iluminado salón de los Brompton, el camino de vuelta a la iglesia en la oscuridad resultaba aún más siniestro que el de ida. De nuevo tuve la sensación de que las sombras cobraban vida a nuestro paso y me pareció ver una figura acechando en cada esquina, preparada para abalanzarse sobre nosotros. «... Y borrará de la faz de la Tierra lo que no es querido por Dios», parecían susurrar las sombras.
Tampoco Gideon daba la impresión de sentirse muy tranquilo. Caminaba tan deprisa que tenía que esforzarme para mantener el paso, y no decía ni una palabra. Por desgracia, el agua de la lluvia no contribuía a aclararme la cabeza ni tampoco a que el suelo dejara de balancearse. Por eso me sentí infinitamente aliviada cuando llegamos a la iglesia y Gideon me hizo sentar en uno de los bancos ante el altar. Mientras él y Rakoczy intercambiaban unas palabras, cerré los ojos y maldije mi falta de juicio.
Desde luego ese ponche también había tenido efectos positivos, pero en conjunto habría sido mejor que me hubiera atenido a mi pacto antialcohol con Leslie. Retrospectivamente, uno siempre es más listo.
Como a nuestra llegada, ante el altar ardía una única vela, y aparte de esa isla de luz pequeña y vacilante, la iglesia se hallaba totalmente a oscuras.
Cuando Rakoczy se retiró —«Todas las puertas y ventanas estarán vigiladas por mi gente hasta que saltéis de vuelta»—, me dominó el miedo. Levanté la cabeza para mirar a Gideon, que se había acercado al banco.
—Esto es tan terrorífico como lo de fuera. ¿Por qué no se queda con nosotros?
—Por cortesía. —Cruzó los brazos—. No quiere oír cómo te grito. Pero no te preocupes, estamos solos. La gente de Rakoczy ha registrado todos los rincones de la iglesia.
—¿Cuánto tiempo queda para que volvamos a saltar?
—Ya no falta mucho. Gwendolyn, supongo que tienes claro que prácticamente has hecho todo lo contrario de lo que debías hacer, ¿no?
Como siempre, en realidad.
—No deberías haberme dejado sola; ¡apuesto a que eso también era todo lo contrario de lo que debías hacer!
—¡Muy bien, ahora échame la culpa a mí! ¡Primero te emborrachas, luego cantas canciones de películas y para acabar te comportas como una loca precisamente ante lord Alastair! ¿De qué demonios iba esa charla sobre espadas y demonios?
—No he sido yo la que ha empezado. Ha sido ese oscuro y siniestro fan... — Me mordí el labio. Sencillamente no podía explicárselo, ya me sentía bastante rara sin necesidad de eso.
Gideon interpretó de una forma totalmente equivocada mi repentino silencio.
—¡Oh, no, por favor, ahora no vomites! Y si tienes que hacerlo que sea lejos de mí. —Me miró un poco asqueado—. Por Dios, Gwendolyn, entiendo que pueda tener cierta gracia emborracharse en una fiesta, ¡pero no precisamente en esta!
—No voy a vomitar. —Al menos de momento—. Y nunca bebo en las fiestas, aunque Charlotte te haya dicho lo contrario.
—No me ha dicho nada de eso —dijo Gideon.
Me eché a reír.
—Si, claro. Tampoco te ha dicho que Leslie y yo estábamos ligadas con todos los chicos de la clase y además con prácticamente todo el curso siguiente, ¿no?
—¿Por qué iba a decir algo así?
«Déjame que piense, ¿tal vez porque es una traicionera bruja lirroja?» Traté de rascarme en la coronilla, pero mis dedos no pudieron atravesar la montaña de rizos. Por eso saqué un alfiler y lo usé como rascador.
—¡Lo siento! ¡De verdad! Se podrá decir lo que se quiera de Charlotte, pero lo que es seguro es que ella ni siquiera hubiera olido ese ponche.
—Sí, eso es cierto —dijo Gideon, y de pronto sonrió—. De todos modos, en ese caso toda esa gente tampoco habría podido oír a Andrew Lloyd Webber doscientos años antes de tiempo, lo que habría sido una verdadera lástima.
—Tienes razón... aunque seguramente mañana querré que se me trague la tierra de vergüenza por lo que he hecho. —Hundí la cabeza entre las manos —. En realidad hoy mismo, ahora que lo pienso.