Zafiro (31 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Zafiro
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—Eso es bueno —dijo Gideon—. Significa que el efecto del alcohol va cediendo poco a poco. Pero aún tengo otra pregunta que hacerte: ¿para qué necesitabas un cepillo del pelo?

—Para que me hiciera de micro —murmuré entre los dedos—. ¡Oh, Dios mío!

Soy terrible.

—Pero tienes una voz bonita —dijo Gideon—. Incluso a mí, que odio los musicales, me ha gustado.

—¿Cómo puedes tocar tan bien si lo odias? —Apoyé las manos sobre la falda y le miré—. ¡Has estado increíble! ¿Hay algo que no sepas hacer? —Dios mío, sonaba como una groupie.

—iNo! Puedes tomarme tranquilamente por un Dios —dijo, sonriendo con ironía—. De alguna manera, es un detalle por tu parte. Ven, casi es la hora.

Tenemos que colocarnos en nuestra posición.

Me levanté y traté de mantenerme bien erguida.

—Aquí encima —me dirigió Gideon—. Vamos, no pongas esa cara de pena, por favor. En el fondo la velada ha sido un éxito. Tal vez haya sido un poco distinto a lo que podía imaginarse, pero en realidad todo ha transcurrido conforme al plan. Eh, sin moverse. —Me rodeó la cintura con las dos manos y me atrajo hacia sí, hasta que mi espalda descansó en su pecho—. Puedes apoyarte contra mí si quieres. —Calló un momento—. Y siento haber sido tan desagradable hace un momento.

—Ya está olvidado.

No era del todo verdad, pero era la primera vez que Gideon se disculpaba por su conducta, y no sé si por el alcohol o porque dejaba de hacerme efecto, aquello me emocionó mucho.

Durante un rato permanecimos callados mirando la luz oscilante de la vela, que brillaba lejos ante el altar. Las sombras entre las columnas parecían moverse también, y dibujaban motivos oscuros sobre el suelo y el techo.

—Ese Alastair, ¿por qué odia tanto al conde? ¿Es algo personal?

Gideon empezó a jugar con uno de los rizos que me caían sobre los hombros.

—Según cómo se mire. Lo que tan pomposamente se conoce como Alianza Florentina es en realidad desde hace siglos una especie de empresa familiar. En sus viajes en el tiempo al siglo XVI, el conde se vio envuelto sin querer en un conflicto con la familia del conté di Madrone en Florencia. O digamos que sus capacidades fueron interpretadas por esa gente de un modo totalmente equivocado. Los viajes en el tiempo no encajaban con la mentalidad religiosa del conte y además parece que hubo un malentendido con su hija; en cualquier caso, se convenció de que se encontraba frente a un demonio y creyó que Dios le había llamado a aniquilar a ese engendro de los infiernos. —De pronto su voz sonó muy cerca de mi oído, v antes de seguir hablando me rozó el cuello con los labios—. Cuando el Conte di Madrone murió, su hijo recogió el testigo, y luego el hijo de su hijo, y así sucesivamente. Asi que se podría decir que lord Alastair es el último de un linaje de arrogantes fanáticos cazadores de demonios.

—Comprendo —dije, lo que no era exactamente cierto, pero algún modo encajaba con lo que había visto y oído antes—. Oye, ¿me estás besando?

—No, solo un poco —murmuró Gideon, con los labios pegados a mi piel—.

De ninguna manera me gustaría aprovecharme de que estás borracha y ahora me tomas por un Dios. Pero de algún modo me resulta difícil...

Cerré los ojos y apoyé la nuca en su hombro, y él me apretó con más fuerza.

—Como he dicho, realmente no me lo pones fácil. Contigo en las iglesias siempre se me ocurren ideas tontas...

—Hay algo que no sabes sobre mí —dije con los ojos cerrados—. A veces veo... puedo... en fin, que veo a personas que hace tiempo que murieron... A veces puedo verlas y oír lo que dicen. Como antes. Creo que el hombre que he visto junto a lord Alastair podría ser ese conde italiano.

Gideon guardó silencio. Probablemente en ese momento estaba pensando cómo recomendarme un buen psiquiatra con el máximo tacto posible.

Suspiré. Debería habérmelo guardado ahora. Solo faltaba que, además, me tomara por loca.

—Ya empieza, Gwendolyn —dijo. Me apartó un poco y me giró de modo que pudiera verle. Estaba demasiado oscuro para interpretar su expresión, pero vi que no estaba sonriendo. Estaría bien que en los segundos en que esté fuera te estuvieras quieta. ¿Preparada?

Sacudí la cabeza.

—En realidad, no.

—Ahora te soltaré —dijo, y en el mismo instante había desaparecido.

Me encontré sola en la iglesia con todas esas sombras oscuras. Pero solo unos segundos más tarde noté una sensación de vértigo en el vientre y las sombras empezaron a girar.

—Ya está aquí —dijo la voz de mister George.

Parpadeé deslumbrada. La iglesia estaba muy iluminada y, comparada con el resplandor dorado de las velas del salón de lady Brompton, la luz de los focos halógenos resultaba francamente molesta.

—Todo está en orden —dijo Gideon dirigiéndome una mirada escrutadora—. Ya puede guardar su maletín de médico, doctor White.

El doctor White gruñó algo ininteligible. De hecho, el altar estaba cubierto de instrumentos que uno habría esperado encontrar más bien en una mesa de operaciones.

—Por todos los cielos, doctor White, ¿eso son fórceps? —rió Gideon—. Su idea de una
soirée
en el siglo XVIII es realmente curiosa.

—Quería estar preparado para cualquier eventual —replicó el doctor White mientras volvía a guardar sus instrumentos.

—Estamos ansiosos por escuchar vuestro informe —dijo Falk de Villiers.

—Uf, es un alivio poder quitarse por fin toda esta ropa.

Gideon se desanudó el pañuelo del cuello.

—¿Todo ha... ido bien, entonces? —preguntó mister George inquieto, mirándome de reojo.

—Sí —dijo Gideon arrojando el pañuelo a un lado—. Todo ha transcurrido exactamente como estaba planeado. Aunque lord Alastair se ha retrasado un poco, ha llegado a tiempo para vernos. —Me dirigió una sonrisa irónica —. Y Gwendolyn ha cumplido magníficamente con su misión. La auténtica pupila del vizconde de Batten no lo habría hecho mejor.

No pude evitar sonrojarme.

—Para mí será una satisfacción informar de ello a Giordano —dijo mister George muy orgulloso, y añadió ofreciéndome el brazo—: No hubiera esperado otra cosa...

—No, claro que no —murmuré yo.

✿✿✿

Caroline me despertó con un susurro:

—¡Gwenny, deja de cantar! ¡Es patético! ¡Tienes que ir a la escuela!

Me incorporé de golpe y la miré:

—¿He cantado?

—¿Qué?

—Has dicho que deje de cantar, ¿verdad?

—¡He dicho que tienes que levantarte!

—¿De modo que no cantaba?

—Dormías —dijo Caroline sacudiendo la cabeza—. Date prisa, ya llegas tarde otra vez. ¡Y mamá me ha dicho que te diga que hagas el favor de no usar su gel de baño!

Bajo la ducha traté de mantener apartados de mi mente los recuerdos del día anterior; pero no acabé de conseguirlo, y por eso perdí unos cuantos minutos murmurando con la frente apoyada contra la cabina de la ducha: «Solo ha sido un sueño, solo ha sido un sueño». El dolor de cabeza tampoco contribuía a mejorar las cosas.

Cuando por fin llegué al comedor, el desayuno, por suerte, prácticamente había terminado. Xemerius estaba colgado de la lámpara y balanceaba la cabeza.

—¿Qué, ya vuelves a estar sobria, pequeña borrachína?

Lady Arista me repasó con la mirada.

—¿Lo de pintarte solo un ojo es intencionado?

—Eh... no.

Quise volver arriba, pero mi madre dijo:

—¡Lo primero es desayunar!

Puedes ponerte el rímel después.

—El desayuno es la comida más importante del día —completó la tía Glenda.

—¡Tonterías! —dijo la tía Maddy, que estaba sentada en batín en el sillón reclinable ante la chimenea y se sujetaba las rodillas con los brazos como una niña pequeña—. También te puedes saltar el desayuno; así se ahorran un montón de calorías que se pueden invertir por la noche en un vasito de vino. O en dos o tres.

—Parece que el gusto por las bebidas alcohólicas viene de familia —dijo Xemerius.

—Sí, como puede comprobarse muy bien en tu figura —susurró la tía Glenda.

—Me gusta estar un poco gordita, pero no que me tomen por sorda, Glenda —dijo la tía Maddy.

—Hubiera sido mejor que te quedaras en la cama —dijo lady Arista—. El desayuno es más relajado para todos cuando te duermes.

—¡Es que por desgracia no he podido elegir! —exclamó la tía Maddy.

—Ha vuelto a tener una visión esta noche —me explicó Caroline.

—Sí, ya lo creo —dijo la tía Maddy—. Y ha sido horroroso. Tan triste. Me ha dejado destrozada. Había ese precioso corazón de rubí pulimentado que resplandecía al sol... Estaba arriba de todo, en un saliente de la roca.

No estaba segura de querer oír lo que seguiría.

Mamá me sonrió.

—Come algo, cariño. Al menos un poco de fruta. Y no hagas caso. —Y entonces pasó ese león... —La tía Maddy suspiró—. Con su magnífico pelaje dorado...

—Uuuh —soltó Xemerius—. Apuesto a que también tenía unos ojos verdes resplandecientes.

—Tienes rotulador en la cara —le dije a Nick.

—Chissst, calla —replicó—, ahora es cuando se pone emocionante.

—Y cuando el león vio el corazón ahí en la roca, le dio un golpe con su zarpa y el corazón cayó al precipicio, a muchos, muchos metros de profundidad —dijo la tía Maddy llevándose dramáticamente la mano al pecho—. Al chocar contra el fondo, se rompió en cientos de pedacitos, y cuando miré mejor, vi que eran gotas de sangre...

Tragué saliva. De repente me sentía mareada.

—Ups —dijo Xemerius.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Charlotte.

—Nada más —dijo la tía Maddy—. Ya fue bastante terrible.

—Oh —dijo Nick decepcionado—. Había empezado tan bien...

La tía Maddy le fulminó con la mirada.

—¡Yo no me dedico a escribir guíones, muchacho! —le espetó enfadada.

—Gracias a Dios —murmuró la tía Glenda. Luego se volvió hacia mí, abrió la boca y volvió a cerrarla.

En su lugar habló Charlotte.

—Gideon me ha explicado que superaste bien lo de la soireé. La verdad es que me sentí muy aliviada al saberlo. Creo que todos lo hicieron.

La ignoré y dirigí una mirada cargada de reproche a la araña del techo.

—Bueno... ayer por la noche quería contarte que la metomentodo se quedó a cenar en casa de Gideon; pero... ¿Cómo podría expresarlo?... Tú estabas, de algún modo, un poco... indispuesta —dijo Xemerius.

Solté un resoplido.

—¿Qué quieres que haga si tu preciosa joya la invita a cenar? —Xemerius se descolgó y voló, cruzando sobre la mesa, hasta el asiento vacío de la tía Maddy, donde se sentó bien erguido y enroscó cuidadosamente su cola de lagarto en torno a sus pies—. Quiero decir que yo también lo habría hecho en su lugar. Por un lado, ella se pasó todo el día haciendo de niñera de su hermano, y, por si fuera poco, luego además le ordenó todo el piso y le planchó las camisas.

—¿Qué?

—Como he dicho, yo no puedo hacer nada ante eso. En todo caso, él se sentía tan agradecido que tuvo que enseñar enseguida lo rápido que es capaz de hacer aparecer un plato de espaguetis para tres personas... El muchacho estaba tan eufórico que me vi tentado de pensar que se había tomado algo. Y ahora vuelve a cerrar la boca, todos te están mirando.

En efecto lo hacían.

—Voy a pintarme el otro ojo —dije.

—También podrías ponerte un poco de lápiz de labios —dijo Charlotte—. Es solo una sugerencia.

✿✿✿

—¡La odio! —exclamé—. La odio. ¡La odio!

—¡Eh, venga! ¿Solo porque le plancha las camisas? —Leslie me miró sacudiendo la cabeza—. Pero eso es... ¡una estupidez!

—Ha cocinado para ella —gemí—. ¡Estuvo todo el día en su piso!

—Sí, pero en cambio en la iglesia estuvo haciendo manitas contigo y te besó —dijo Leslie, y lanzó un suspiro—. No lo hizo.

—Bueno, pero le hubiera gustado.

—¡También besó a Charlotte!

—Pero solo para despedirse, ¡en la mejilla! —me chilló al oído Xemerius—.

Creo que, si tengo que repetirlo otra vez, reviento. Me largo. Estos cotilleos de chicas me ponen malo.

En un aleteo, se subió al tejado de la escuela y allí se puso cómodo.

—No quiero oír ni una palabra más sobre esto —espetó Leslie—. Ahora es mucho más importante que recuerdes todo lo que se dijo ayer. Y me refiero a cosas que importen realmente, ¡ya sabes cuestiones de vida o muerte!

—Te he explicado todo lo que sé —le aseguré y me dí un masaje en la frente.

Gracias a las tres aspirinas que me había tomado, el dolor de cabeza había desaparecido, pero aún sentía una molestia difusa alrededor de las sienes.

—Hum... —Leslie se inclinó sobre sus notas—. ¿Por qué no le preguntaste a Gideon en qué circunstancias encontró a ese lord Alastair hace once años y de qué combate a espada hablaban?

—¡Créeme, hay muchas cosas que no le he preguntado aparte de eso!

Leslie volvió a suspirar.

—Te haré una lista. Así podrás dejar caer una pregunta de vez en cuando, en el momento apropiado y cuando tus hormonas te lo permitan. —Guardó el bloc de notas y miró hacia la puerta de la escuela—. Tenemos que subir; si no, llegaremos tarde. No quiero perderme el momento en que Raphael Bertelin entre por primera vez en la clase. Pobre chico, probablemente al ponerse el uniforme de la escuela se habrá sentido como si se vistiera con un uniforme de presidiario.

Aún dimos un pequeño rodeo para pasar ante el nicho de James. En medio del alboroto de la entrada a clase no llamaba especialmente la atención que hablara con él, sobre todo porque Leslie se colocaba de modo que pareciera que hablaba con ella.

James se llevó a la nariz su pañuelo de bolsillo perfumado y miró alrededor como si buscara algo.

—Veo que esta vez no has traído a ese gato maleducado.

—Imagínate, James, he estado en una
soirée
en casa de lady Bromton —le conté—. Y he hecho las reverencias exactamente como me habías enseñado.

—Vaya, vaya, lady Brompton —dijo James—. No tiene fama de ser una compañía muy recomendable. Parece que sus veladas son algo turbulentas.

—Sí, es verdad. Pero pensé que tal vez eso era lo normal entonces.

—¡A Dios gracias, no! —replicó James molesto, y frunció los labios.

—Bueno, sea como sea, creo que el próximo sábado o así estoy invitada a un baile que se celebrará en casa de tus padres. Lord y lady Pimplebottom.

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