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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (17 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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—Sasha es... ¿cómo le dicen ustedes? ... sí, la oveja negra de la familia por haberse dedicado a las ciencias exactas. Su padre era profesor de inglés en Novosibrisk.

En su casa se permitía el ruso sólo de lunes a miércoles; de jueves a sábado se hablaba inglés.

—¿Y los domingos?

—Oh, francés o alemán, una semana cada uno.

—Ahora entiendo perfectamente qué quieres decir con nekulturny; me encaja como anillo al dedo. ¿Sasha se siente culpable por su... traición? Y con un entorno así, ¿como se convirtió en ingeniero?

—En Novosibrisk, en seguida se aprende quiénes son los siervos y quiénes los aristócratas. Sasha era un joven muy ambicioso, además de ser brillante.

—Igual que tú, Vasili.

Et tu, Brute! Ya ves, yo también puedo citar a Shakespeare. Bozhe moi! ¿Qué fue eso?

Floyd no tuvo suerte; estaba flotando de espaldas a la portilla de observación, y no vio nada. Cuando se dio vuelta, segundos más tarde, sólo se observaba la figura familiar de Hermano Mayor, bisectriz del disco gigante de Júpiter, como desde su llegada. Pero para Vasili, por un momento que quedaría grabado para siempre en su memoria, aquella silueta perfectamente recortada dio lugar a una escena diferente por completo, y absolutamente imposible. Fue como si repentinamente se hubiera abierto una ventana a otro universo.

La visión duró menos de un segundo, antes de que el involuntario reflejo de un parpadeo la cortara. Estaba mirando un campo, no de estrellas, sino de soles, como si fuera el abigarrado corazón de una galaxia, o el centro de una formación globular. En ese momento, Vasili Orlov perdió para siempre los cielos de la Tierra. De ahora en adelante le parecerían intolerablemente vacíos; inclusive la poderosa Orión y el glorioso Escorpio le parecerían miserables conjuntos de débiles chispas, que no valdrían una segunda ojeada.

Cuando se atrevió a abrir los ojos otra vez, todo se había acabado. No... no todo. Exactamente en el centro del restaurado rectángulo de ébano, seguía brillando una estrella diminuta.

Pero una estrella no se mueve cuando uno la mira. Orlov volvió a parpadear, para limpiar sus ojos húmedos. Sí, el movimiento era real; no lo estaba imaginando.

¿Un meteorito? El hecho de que pasaran varios segundos antes de que el científico en jefe Vasili Orlov recordara que un meteorito era imposible en un espacio sin atmósfera, era indicativo de su estado de shock.

En ese momento, la supuesta estrella se encendió repentinamente en una explosión de luz, y en pocos latidos del corazón se desvaneció detrás del borde de Júpiter. Para ese momento, Vasili ya había recobrado el control de sí mismo, y volvió a ser el observador frío, desapasionado.

Ya tenía una buena estimación de la trayectoria del objeto. No había duda posible; apuntaba directamente a la Tierra.

V — UN HIJO DE LAS ESTRELLAS
30. REGRESO A CASA

Fue como si despertara de un sueño, o de un sueño dentro de otro sueño. La puerta de las estrellas lo había devuelto al mundo de los hombres, pero ya no como hombre.

¿Cuánto tiempo había estado afuera? Toda una vida... no, dos vidas; una hacia adelante, otra hacia atrás.

Como David Bowman, comandante y último sobreviviente de la nave espacial Discovery de los Estados Unidos de América, había caído en una trampa gigantesca, preparada hacía tres millones de años, y diseñada para responder sólo en el momento apropiado, y ante el estímulo preciso. Había pasado, a través de ella, de un universo a otro, encontrando algunas maravillas que ahora entendía, y otras que no podría comprender jamás.

Había viajado con velocidad siempre creciente, a través de infinitos corredores de luz, hasta superar a la luz misma. Eso, lo sabía, era imposible; pero ahora sabía también cómo podía hacerse. Como dijera correctamente Einstein, el Buen Señor era sutil, pero nunca malicioso.

Había pasado por un sistema cósmico de transbordos —una especie de Gran Estación Central de las Galaxias— emergido, protegido de su furia por fuerzas desconocidas, cerca de la superficie de una estrella gigante roja.

Allí había sido testigo de la paradoja de un amanecer en la cara de un sol, cuando la blanca compañera enana del sol agonizante trepaba por su cielo: una aparición ardiente que arrastraba una marea de fuego tras de sí. No había sentido miedo, sólo admiración, incluso cuando su cápsula espacial lo había conducido hacia el infierno de allí abajo...

... Para llegar, más allá de toda lógica, a una suite de hotel magníficamente arreglada, que no contenía nada que no fuera familiar. Sin embargo, casi todo era simulado; los libros de los estantes eran ficticios, las cajas de cereal y las latas de cerveza del refrigerador, aunque tenían etiquetas conocidas, contenían todas el mismo alimento, de una textura como la del pan, y un gusto que podía ser casi cualquier cosa que él quisiera imaginar.

En seguida se había dado cuenta de que era un espécimen en un zoológico cósmico, y su jaula había sido copiada de las imágenes de viejos programas de televisión. Se preguntó si sus guardianes aparecerían, y con qué forma física.

¡Qué ingenua había sido esa idea!, ahora sabía que había sido igual que esperar ver al viento, o especular acerca de la verdadera forma del fuego.

Finalmente, el agotamiento del cuerpo y la mente lo vencieron. Por última vez, Bowman se durmió.

Fue un sueño extraño, ya que no estuvo del todo inconsciente; como un incendio en el bosque, algo invadió su mente. Lo sintió en forma muy suave, ya que el impacto total lo hubiera destruido tan rápida y seguramente como las hogueras que rugían alrededor. Desde su posición desapasionada, no sintió esperanza ni temor.

En algunas ocasiones, durante aquel interminable sueño, soñaba con que estaba despierto. Los años habían desaparecido; de pronto se encontró mirando en el espejo a una cara arrugada que apenas reconoció como la suya. Su cuerpo corría a la disolución, las manecillas del reloj biológico giraban locamente hacia una medianoche que nunca alcanzarían. Porque en el último instante, el tiempo se detuvo... y comenzó a retroceder.

Los resortes de su memoria estaban siendo manipulados; por medio de una reminiscencia controlada, sus conocimientos y experiencias eran drenados de su cerebro, mientras retrocedía hasta su infancia. Pero nada se perdía; todo aquello que había sido alguna vez, en cada instante de su vida, estaba siendo transferido a un lugar más seguro. Y cuando un Dave Bowman cesó de existir, apareció otro, inmortal, más allá de las necesidades de la materia.

Era un Dios embrionario, que no estaba listo para nacer aún. Durante eternidades flotó en el limbo, sabiendo lo que había sido, pero no en qué se había convertido. Todavía se encontraba en un estado intermedio, en alguna fase entre crisálida y mariposa, tal vez entre gusano y crisálida...

Y entonces, la estasis fue quebrantada: el tiempo volvió a penetrar en su pequeño mundo. La losa negra y rectangular que apareció repentinamente frente a él fue como un viejo amigo.

La había visto en la Luna; la había encontrado en órbita alrededor de Júpiter; y sabía, de algún modo, que sus ancestros la habían conocido hacía mucho tiempo. Aunque aún conservaba secretos insondables, ya no era un absoluto misterio, ahora entendía algunos de sus poderes.

Comprendió que no era una, sino millones; y que pese a lo que dijeran los instrumentos de medición, siempre tenía el mismo tamaño... el necesario.

¡Qué obvia era, ahora, la relación matemática de sus lados, la secuencia cuadrática 1:4:9! ¡Y qué inocente había sido imaginar que la serie terminaba ahí, en tres dimensiones solamente!

Inclusive mientras su mente se centraba sobre estas nimiedades geométricas, el rectángulo vacío se llenó de estrellas. La suite del hotel —si es que en realidad había existido— se disolvió en la mente de su creador, y delante de él estaba el luminoso remolino de la Galaxia.

Podía haber sido una hermosa y detallada maqueta, vaciada en un bloque de plástico. Pero era la realidad, ahora percibido por él como un todo, con sentidos más sutiles que la vista. Si quisiera, podría localizar su atención en cualquiera de su billón de estrellas.

Ahí estaba, un madero en el enorme río de soles, a mitad de camino entre los fuegos del corazón de la galaxia y los solitarios y desperdigados centinelas de la periferia. Y allí estaba su origen, en el lado más lejano de aquel abismo celeste, esa serpeante banda de oscuridad, completamente vacía de estrellas. Sabía que ese caos informe, visible sólo por la luminosidad proveniente de las nubes ígneas del fondo que dibujaba sus bordes, era el material aún virgen de la creación, la materia prima de evoluciones por venir. Aquí, el tiempo no había comenzado aún, y hasta que los soles que ahora brillaban no estuvieran muertos desde mucho antes, la luz y la vida no volverían a modelar aquel vacío.

Una vez lo había cruzado, desprevenido; ahora, mucho más preparado, aunque totalmente ignorante del impulso que lo conducía, debía volver a cruzarlo...

La galaxia se zafó de la estructura mental en que la había encerrado; estrellas y nebulosas se desvanecieron con una ilusión de infinita velocidad. Soles fantasmas explotaron y cayeron detrás de él mientras se deslizaba como una sombra entre sus mismos núcleos.

Las estrellas se apagaban, el brillo de la Vía Láctea se transformaba en un fantasma pálido de la gloria que había conocido alguna vez, y que podría volver a conocer. Estaba de regreso en el mundo que los hombres llamaban real, en el mismo punto en que lo había abandonado, segundos o siglos atrás.

Tenía plena conciencia de lo que lo rodeaba; mucho mayor que en esa existencia anterior de montones de estímulos sensoriales provenientes del mundo exterior. Podía concentrarse en cada uno de ellos, clasificarlos en detalles virtualmente sin límites, hasta confrontar la estructura elemental de tiempo y espacio, detrás de la cual sólo existía el caos.

Y se podía mover, aunque no sabía cómo. ¿Pero realmente lo había sabido alguna vez, cuando aún poseía un cuerpo? La cadena de órdenes entre el cerebro y los miembros era un misterio al que nunca había dedicado un solo pensamiento.

Un esfuerzo de la voluntad, y el espectro de aquella estrella cercana se diluyó en el azul, precisamente en la frecuencia deseada. Estaba cayendo hacia ella con una velocidad cercana a la de la luz; aunque podía ser más rápido si lo deseara, no tenía apuro. Todavía quedaba mucha información por procesar, muchas cosas por considerar... y mucho más por conquistar. Esa, lo sabía, su meta presente; pero también sabía que sólo era parte de algún plan más amplio, que sería revelado en el momento oportuno.

No prestó atención al umbral que separaba ambos universos, y que quedó flotando suavemente detrás de él; ni a las ansiosas entidades reunidas a su alrededor en su primitiva nave espacial. Formaban parte de sus recuerdos; pero otros más fuertes lo estaban llamando, pidiéndole regresar al mundo que nunca había creído volver a ver.

Podía escuchar las voces, más y más altas, mientras iba creciendo, desde ser una estrella casi perdida contra la corona del Sol, pasando por un tenue cuarto creciente, hasta convertirse en un glorioso disco celeste.

Sabían que estaba llegando. Ahí abajo, en aquel globo abarrotado, brillaron las alarmas en las pantallas de radar, los grandes telescopios rastreadores buscaron en el cielo... y la historia, tal como la habían conocido los hombres, estaba llegando a su fin.

Notó que mil kilómetros más abajo se había despertado un somnoliento cargamento de muerte, y estaba moviéndose perezosamente en su órbita. Las débiles energías que contenía no eran una posible amenaza contra él; lo que es más: podría aprovecharla.

Penetró el laberinto de circuitos, y siguió rápidamente el camino hacia su núcleo letal. La mayoría de las bifurcaciones podían ignorarse; eran callejones sin salida, diseñados para protección. Desde su perspectiva, su propósito era puerilmente simple; resultó sumamente fácil superarlas.

Todavía quedaba una última barrera: un tosco pero efectivo relay mecánico, que separaba dos contactos. Hasta que no fueran unidos, no habría energía para activar la secuencia final.

Puso en juego toda su voluntad, y, por primera vez, conoció el fracaso y la frustración. Los pocos gramos del micro-interruptor no se movieron. Seguía siendo una criatura de energía pura; por ahora, el mundo de la materia inerte estaba más allá de su alcance. Bien, había una respuesta sencilla para eso.

Aún tenía mucho que aprender. La corriente que indujo en el relay fue tan poderosa que casi fundió la bobina, antes que la misma pudiera operar el mecanismo de disparo.

Los microsegundos pasaron lentamente. Resultó interesante observar cómo las partículas explosivas concentraban su energía, como el fósforo que enciende el reguero de pólvora, que a su vez...

Los megatones florecieron en una silenciosa detonación, que creó una breve y falsa aurora en la mitad dormida del globo. Como un fénix que se levantaba entre las llamas, asimiló lo que necesitaba y desechó el resto. Más abajo, el escudo atmosférico, que protegía al planeta de tantos peligros, absorbió lo más peligroso de la radiación. Pero hubo unos pocos hombres y animales desafortunados que nunca volverían a ver.

Como consecuencia de la explosión, pareció que la Tierra hubiera quedado muda. El parloteo de ondas cortas y medias fue completamente silenciado, reflejado por la súbitamente enriquecida ionosfera. Sólo las microondas siguieron atravesando el espejo invisible que rodeaba planeta, y la mayoría de ellas poseía un espectro demasiado estrecho como para que él pudiera captarlas. Unos pocos radares de alto poder seguían enfocándole, pero no tenía importancia. Ni se ocupó de neutralizarlos, como podría haberlo hecho fácilmente. Y si siguieran llegando bombas, las trataría con igual indiferencia. Por el momento, tenía toda la energía que necesitaba.

Y estaba descendiendo, en gráciles y amplias espirales, hacia el perdido escenario de su niñez.

31. DISNEYVILLE

Un filósofo de fines de siglo había señalado —y había sido condenado por sus opiniones— que Walter Elías Disney había contribuido más a la genuina alegría humana que todos los maestros religiosos de la historia. Ahora, medio siglo después de la muerte del artista, sus sueños seguían proliferando en el paisaje de Florida.

Cuando se inauguró en los primeros años de la década del '80, su Comunidad Experimental Prototipo del Mañana, había sido una exposición de nuevas tecnologías y formas de vida. Pero, como su fundador había anticipado, CEPMA sólo completaría su propósito cuando parte de aquella vasta extensión se hubiera convertido en un pueblo auténtico, viviente, ocupado por gente que lo llamaría su hogar. Este proceso había llevado lo que quedaba del siglo; ahora el área residencial contaba con veinte mil habitantes que la habían llamado, inevitablemente, Disneyville.

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