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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (20 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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Por primera vez, agradecieron la lentitud de la velocidad de la luz, y la demora de dos horas que hacía imposibles los reportajes en vivo en el circuito Tierra-Júpiter. Aun así, Floyd había sido solicitado por tantos medios de comunicación, que finalmente se declaró en huelga. No quedaba nada por decir, y ya lo había dicho por lo menos una docena de veces.

Por otra parte, todavía quedaba mucho trabajo por hacer; Leonov debía ser preparada para el largo viaje de regreso a casa, de tal manera que pudiera estar lista apenas se abriera la ventana de lanzamiento. El margen no era crítico; aun errando por un mes, sólo prolongarían el trayecto. Chandra, Curnow y Floyd no lo notarían siquiera, durmiendo camino al Sol; pero el resto de la tripulación estaba firmemente dispuesto a partir tan pronto como lo permitieran las leyes de la mecánica celeste.

Discovery aún planteaba numerosos problemas. La nave apenas tenía propelente suficiente para volver a Tierra, aun partiendo mucho después que Leonov y volando en una órbita de energía mínima; lo que le llevaría tres años. Y eso sólo sería posible si Hal fuera programado en forma confiable para llevar a cabo la misión sin intervención humana, exceptuando los monitores de largo alcance. Sin su cooperación, Discovery debería ser abandonada otra vez.

Fue fascinante —en verdad, casi conmovedor— observar el firme resurgir de la personalidad de Hal, desde un chico disminuido, pasando por un confundido adolescente, hasta llegar a un adulto levemente condescendiente.

A Floyd le fue imposible evitar tales etiquetas antropomórficas, a pesar de saber que no eran pertinentes en absoluto.

Y había ocasiones en que sentía que toda la situación tenía una persistente familiaridad. ¡Cuántas veces había visto videogramas en los que adolescentes perturbados eran ayudados por geniales descendientes de Sigmund Freud! Esa era en esencia la obra que se estaba representando a la sombra de Júpiter.

El psicoanálisis electrónico había actuado a una velocidad que estaba totalmente fuera del alcance de la comprensión humana, con programas de cura y diagnóstico que pasaban por los circuitos de Hal a billones de bits por segundo, detectando posibles fallas y corrigiéndolas. Aunque la mayoría de esos programas habían sido probados con la gemela de Hal, SAL 9000, la imposibilidad de un diálogo en tiempo real entre ambos computadores era una seria desventaja. A veces había que esperar horas si se necesitaba verificar con Tierra antes de seguir adelante con la terapia.

Porque a pesar de todo el trabajo de Chandra, la rehabilitación del computador distaba mucho de estar terminada. Hal mostraba numerosas particularidades y tics: en algunas ocasiones, hasta llegaba a ignorar las palabras habladas, aunque siempre reconocía las entradas por teclado de cualquier persona. En sentido inverso, sus salidas eran aún más excéntricas.

Había veces en que daba respuestas verbales pero no las anotaba en la pantalla. Otras, hacía ambas cosas, pero se negaba a imprimir. No pedía excusas ni daba explicaciones; ni siquiera el obstinado e impenetrable "prefiero no hacerlo" de Bartelby, el notario autista de Melville.

Sin embargo, no era tan desobediente como reservado, y sólo acerca de ciertos temas. Siempre se podía lograr que cooperara finalmente: "hacerlo contar sus penas", como dijera Curnow.

No era sorprendente que Chandra comenzara a dar señales de tensión. En una famosa ocasión, cuando Max Brailovsky revivió inocentemente una vieja burla, casi perdió los estribos.

—¿Es cierto, doctor Chandra, que eligieron el nombre Hal para estar un paso adelante de IBM?

—¡Eso es ridículo! La mitad de nosotros proviene de IBM y hemos estado tratando durante años de desterrar esa historia. Yo pensaba que a esta altura toda persona inteligente sabría que H-A-L deriva de ALgoritmo Heurístico.

Max juró haber escuchado claramente las mayúsculas.

En la opinión de Floyd, las probabilidades de que Discovery volara sana y salva de regreso a Tierra eran de cincuenta contra una. Y entonces vino Chandra con una proposición extraordinaria.

—Doctor Floyd, ¿puedo tener una palabra con usted?

Después de tantas semanas de compartir experiencias, Chandra seguía siendo tan formal como siempre, no sólo con Floyd, sino con toda la tripulación. Ni siquiera se dirigía a Zenia, la mascota de la nave, sin anteponer "señorita".

—Desde luego, Chandra. ¿De qué se trata?

—He completado virtualmente el programa de las seis variaciones más probables de la órbita Hohmann de regreso. Corrí cinco de ellas en una simulación, y no hubo ningún problema.

—Excelente. Estoy convencido de que nadie en la Tierra... en el Sistema Solar, podría haberlo hecho.

—Muy agradecido. Sin embargo, usted sabrá tan bien como yo que es imposible programar todas las eventualidades. Hal puede funcionar, funcionará, perfectamente y será capaz de manejar cualquier emergencia razonable. Pero hay toda una serie de accidentes triviales —fallas en el equipo periférico que se arreglarían con apenas un destornillador, cables cortados, botones trabados— que podrían dejarlo inerme y abortarían la misión.

—Por supuesto, está absolutamente en lo cierto, y eso me ha estado preocupando. ¿Pero qué podemos hacer al respecto?

—En realidad es muy simple. Querría quedarme en Discovery.

La primera reacción de Floyd fue pensar que Chandra se había vuelto loco. En segunda instancia, tal vez sólo estuviera medio loco. En verdad, tener un ser humano —aquel fabuloso arregla-problemas multiuso— a bordo de Discovery durante todo el viaje a Tierra podía significar la diferencia entre el éxito o el fracaso. Pero las objeciones eran terminantes.

—Es una idea interesante —contestó Floyd con extrema cautela —y ciertamente aprecio su entusiasmo. Pero, ¿pensó usted en todos los problemas?

Esa era una pregunta inocente; Chandra ya habría archivado todas las respuestas para una contestación inmediata.

—¡Estará solo durante más de tres años! ¿Qué haría en caso de accidente, o de una urgencia médica?

—Estoy preparado para correr ese riesgo.

—¿Y qué hay de la comida, el agua? Leonov no tiene suficiente para prestarle.

—He verificado el sistema de reciclado de Discovery; puede volver a hacerse operable sin mucha dificultad. Además, nosotros los hindúes nos arreglamos con poco.

No era común que Chandra aludiera a su origen, o que hiciera comentarios personales; el único caso que recordaba Floyd era su "corazón abierto". Pero no dudó de su afirmación; Curnow había señalado una vez que Chandra poseía ese tipo de psique que sólo podía lograrse después de siglos de abstinencia. Aunque sonaba como otra de las ácidas bromas del ingeniero, había sido dicho sin malicia; en verdad, casi con simpatía; y por supuesto, cuando Chandra no escuchaba.

—Bueno, todavía nos quedan varias semanas para decidirlo. Lo pensaré, y lo consultaré con Washington.

—Muchas gracias; ¿le importa que empiece los preparativos?

—Eh... no, en absoluto; siempre y cuando no interfieran con los planes existentes. Y recuerde: Control de Misión tendrá la decisión final.

Y ya sabía lo que diría Control de Misión. Era demente esperar que un hombre sobreviviera tres años en el espacio, solo.

Pero, desde luego, Chandra siempre había estado solo.

36. FUEGO EN LAS PROFUNDIDADES

La Tierra ya había quedado atrás, y las inquietantes maravillas del sistema joviano se expandían suavemente delante de él, cuando tuvo su revelación.

¡Cómo podía haber sido tan ciego; tan estúpido! Era como si hubiera estado caminando dormido; recién ahora se estaba despertando.

"¿Quién eres?" gritó. "¿Qué quieres? ¿Por qué me has hecho esto?"

No hubo respuesta, aunque tuvo la certeza de haber sido oído. Sentía una... presencia; como cuando un hombre, aun con los ojos cerrados, sabe que está en una habitación cerrada, y no en un espacio vacío, abierto. Lo rodeaba el eco débil de una mentalidad vasta, de una voluntad implacable.

Volvió a llamar en el silencio reverberante, y otra vez no hubo respuesta; sólo esa sensación de un compañero omnipresente. Muy bien: encontraría las respuestas por sí solo.

Algunas eran obvias; no importaba quién o qué fueran, estaban interesados en la Humanidad. Habían clasificado y almacenado sus recuerdos para sus propios e inescrutables propósitos. Y ahora habían hecho lo mismo con sus emociones más profundas, a veces con su cooperación, otras sin ella.

No estaba resentido por eso; en verdad, el mismo proceso que había vivido hacía que tales infantiles reacciones fueran imposibles. Estaba más allá del amor y el odio y el miedo; pero no los había olvidado y aun podía entender de qué manera regían ese mundo del cual alguna vez había formado parte. ¿Sería ése el propósito del ejercicio? Si lo fuera ¿con qué objetivo último?

Se había transformado en Jugador de un deporte de dioses, y debía aprender las reglas mientras avanzaba.

Las rocas recortadas de las cuatro pequeñas lunas exteriores, Sínope, Paslphae, Carme y Ananke pasaron rápidamente a través del campo de su conciencia; luego Elara, Lysithea, Himalia y Leda a la mitad de su distancia de Júpiter. Las ignoró a todas; ahí adelante quedaba la superficie picada de Calisto.

Una vez, dos veces orbitó el castigado globo, más grande que la propia Luna de la Tierra, mientras que sentidos de los cuales no había sido consciente, sondeaban sus capas exteriores de hielo y polvo. Su curiosidad fue rápidamente satisfecha; el mundo era un fósil congelado que aún mostraba las cicatrices de colisiones que debían de haber estado a punto de destrozarlo hacía eones. Uno de los hemisferios era un ojo de buey gigante, una serie de anillos concéntricos en que la roca sólida se había diluido en olas de varios kilómetros de altura, bajo el golpe de algún antiguo martillazo espacial.

Segundos más tarde, estaba girando alrededor de Ganimedes. Ahora había allí un mundo mucho más complejo e interesante; aunque estaba tan cercano a Calisto y tenía casi su mismo tamaño, su apariencia era completamente diferente. Es verdad que había numerosos cráteres, pero la mayoría de ellos parecían haber sido literalmente vueltos a cubrir. La formación más extraordinaria del paisaje ganimedano era la presencia de unas líneas sinuosas, que partían de unos grupos de surcos paralelos separados por pocos kilómetros. Estas marcas en el terreno parecían haber sido hechas por ejércitos de labradores borrachos que hubieran recorrido la superficie del satélite de aquí para allá.

En pocas revoluciones, vio más de Ganimedes que todas las sondas espaciales enviadas desde Tierra, y archivó el conocimiento para su uso futuro. Algún día sería importante, estaba seguro de ello, a pesar de que no sabía por qué; y de que tampoco entendía el impulso que lo estaba conduciendo con tanta decisión de mundo en mundo.

Y que ahora lo había conducido hasta Europa. Aunque seguía siendo un espectador pasivo, empezaba a ser consciente de un creciente interés, una atención focalizada, una concentración de la voluntad. Aun cuando fuera juguete de un amo invisible y no comunicativo, algunos de los pensamientos de aquella influencia que lo controlaba se filtraban en su propia mente.

El bruñido globo que se levantaba hacia él guardaba poca semejanza con Ganimedes o Calisto. Parecía orgánico; el reticulado de líneas que se bifurcaban e intersectaban por toda la superficie era similar a la representación gráfica de un sistema de arterias y venas.

Los infinitos campos de hielo de intenso frío, mucho más que en el Antártico, se desplegaban delante de él. Entonces con súbita sorpresa, vio que estaba pasando sobre los restos de una nave espacial. La reconoció instantáneamente como la desgraciada Tsien, que tantas veces habían pasado los video-informativos. Ahora no, ahora no... ya habría oportunidad, más adelante.

Atravesó el hielo, y penetró en un mundo tan desconocido para él como para sus conductores.

Era un mundo oceánico, con sus aguas ocultas protegidas del vacío del espacio por una costra de hielo. En casi todos lados el hielo tenía kilómetros de espesor, pero en sectores débiles se había quebrado y separado. Allí se había desarrollado una breve batalla entre dos enemigos implacables que no entraban en contacto en ningún otro sitio del Sistema Solar. La guerra entre el Mar y el Espacio terminaba en tablas; el agua expuesta hervía y se congelaba a la vez, restaurando la armadura de hielo.

Los mares de Europa se hubieran helado completamente sin la influencia del cercano Júpiter. Su gravedad amasaba continuamente el corazón del pequeño mundo; allí estaban trabajando las fuerzas que convulsionaban a Ío, aunque con una ferocidad mucho menor. Mientras se deslizaba entre las profundidades, observaba en todas partes evidencias de aquella lucha entre planeta y satélite.

Y la escuchaba y sentía, en el continuo rugir y tronar de los movimientos submarinos, en el silbido de los escapes de gas del interior, en las avalanchas de ondas de presión infrasónicas que barrían las planicies abisales. Comparándolos con los tumultuosos océanos que cubrían a Europa, hasta los ruidosos mares de la Tierra eran silenciosos.

No había perdido aún su capacidad de asombro, y el primer oasis le proporcionó una deliciosa sorpresa. Se extendía casi un kilómetro alrededor de una confusa masa de tubos y chimeneas formados por vetas de minerales que surgían desde el interior. Saliendo de aquella parodia natural de castillo gótico, líquidos oscuros e hirvientes pulsaban a un ritmo lento, como conducidos por el latir de un corazón poderoso. Y como la sangre, eran la auténtica señal de la vida misma.

Los fluidos volvían a recorrer el mortalmente frío trayecto en sentido inverso, y formaban una isla cálida en el lecho del mar. En el mismo orden de importancia, traían desde el interior de Europa todos los elementos químicos vitales. Allí, en un entorno en el que nadie lo hubiera esperado, había energía y alimento en abundancia.

En realidad debería haberlo esperado: él recordaba que, hacía apenas una generación, se habían descubierto oasis tan fértiles como ése en las profundidades oceánicas terrestres. Aquí existían en una escala inmensamente más grande y en una variedad infinitamente mayor.

En la zona tropical cercana a las contorsionadas paredes del "castillo" había unas delicadas estructuras en forma de araña, que parecían ser la analogía de las plantas, aunque casi todas eran capaces de moverse. Arrastrándose entre ellas había extraños caracoles y gusanos, algunos alimentándose de las plantas, otros obteniendo el sustento directamente de las aguas minerales que los rodeaban. Un poco más lejos de la fuente de calor —aquel fuego submarino alrededor del cual se calentaban las criaturas— había organismos más robustos, semejantes a cangrejos o arañas.

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