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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (23 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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—No. Washington se anda con pies de plomo. Moscú sugiere que juguemos una carta. Y Tanya prefiere esperar.

—¿Tú qué crees?

—Estoy de acuerdo con Tanya. No deberíamos interferir con Zagadka hasta no estar listos para partir. Si entonces algo funciona mal, tendremos alguna probabilidad más a nuestro favor.

Curnow parecía pensativo, y desusadamente vacilante.

—¿Qué pasa? —preguntó Floyd, notando un cambio en su ánimo —

—No lo divulgues, pero Max estaba pensando en una expedición monotripulada.

—No puedo creer que estuviera hablando en serio. No se hubiera atrevido... Tanya lo pondría entre rejas.

—Yo le dije más o menos lo mismo.

—Me ha decepcionado; pensé que era más maduro. Después de todo, tiene treinta y dos años.

—Treinta y uno. De todos modos, le saqué la idea de la cabeza. Le recordé que esto es la vida real, no algún videodrama estúpido en el que el héroe se lanza al espacio sin decir nada a sus compañeros y realiza el Gran Descubrimiento.

Ahora le tocó a Floyd sentirse incómodo. Después de todo, él mismo había estado pensando en algo parecido.

—¿Estás seguro de que no intentará nada?

—En un doscientos por ciento. ¿Recuerdas las precauciones que tomaste con Hal? Bien, yo he tomado las mías con Nina. Nadie volará en ella sin mi autorización.

—Todavía no puedo creerlo. ¿Estás seguro de que Max no te estaba tomando el pelo?

—Su sentido del humor no es tan sutil. Además, se sentía bastante desdichado en esos momentos.

—Oh... ahora entiendo. Debe haber sido cuando tuvo esa discusión con Zenia. Supongo que estaría tratando de impresionarla. De todas maneras, parece que ya se han arreglado.

—Eso me temo —contestó Curnow de costado. Floyd no pudo evitar una sonrisa, Curnow lo advirtió, y comenzó a reír entre dientes, lo que hizo que Floyd soltara una carcajada, lo que a su vez...

Fue un magnífico ejemplo de retroalimentación positiva, en un loop de alto rendimiento. En pocos segundos, ambos reían descontroladamente.

La crisis estaba superada. Y más aún, habían dado el primer paso hacia una auténtica amistad.

Habían intercambiado debilidades.

40. "DAISY, DAISY...

La esfera de conciencia en que estaba encerrado incluía todo el corazón de diamante de Júpiter. Tenía la lejana noción, casi en los límites de su nueva comprensión, de que cada aspecto del ambiente que lo rodeaba estaba siendo probado y analizado. Enormes cantidades de datos estaban siendo acumulados, no sólo para su almacenamiento y análisis, sino para la acción. Se consideraban y evaluaban planes complejos; se estaban adoptando decisiones que podrían afectar el destino de los mundos. Él todavía no era parte del proceso; pero lo sería.

AHORA ESTAS COMENZANDO A COMPRENDER.

Fue el primer mensaje directo. Aunque sonaba remoto y distante, como a través de una nube, estaba dirigido indubitablemente hacia él. Antes de que pudiera formular alguna de las miles de preguntas que le vinieron a la mente, hubo una sensación de desaparición, y una vez más se quedó solo.

Pero sólo por un momento. Pronto le llegó otro pensamiento, más cercano y más claro, y por primera vez cayó en la cuenta de que había más de una entidad que lo controlaba y manipulaba. Estaba a merced de toda una jerarquía de inteligencias, algunas tan cercanas a su propio nivel primitivo como para oficiar de intérpretes. O tal vez fueran diferentes aspectos de un mismo ser.

O tal vez la distinción no tuviera ningún sentido.

Sin embargo, había algo de lo que estaba seguro. Estaba siendo utilizado como una herramienta, y una buena herramienta tiene que ser afilada, modificada, adaptada. Y las mejores herramientas eran aquellas que comprendían lo que estaban haciendo.

Ahora lo estaba aprendiendo. Era un concepto vasto y pavoroso, y él era parte privilegiada del mismo, aunque sólo estuviera al tanto de sus lineamientos más generales. No le quedaba sino obedecer, lo que no implicaba que debiera acatar cada detalle, sin protestar al menos.

Todavía no había perdido su esencia humana, porque de tal manera sería inútil. El alma de David Bowman había superado el amor humano, pero seguía sintiendo compasión por aquellos que habían sido sus colegas.

MUY BIEN, fue la respuesta que le llegó. No pudo precisar si el mensaje contenía una divertida condescendencia, o una indiferencia absoluta. Pero no había dudas sobre su majestuosa autoridad cuando continuó: NO DEBEN SABER NUNCA QUE ESTÁN SIENDO MANEJADOS. ESO DESVIRTUARÍA EL PROPÓSITO DEL EXPERIMENTO.

Sobrevino un silencio que no se animó a interrumpir otra vez. Aún seguía conmocionado y amedrentado; como si, por un instante, hubiera escuchado la voz de Dios.

Ahora se movía bajo su absoluta voluntad, hacia un objetivo que él mismo había elegido. El corazón cristalino de Júpiter quedó bien atrás; los estratos sucesivos de helio, hidrógeno y compuestos carbónicos pasaron rápidamente. Tuvo una fugaz imagen de una gran batalla entre algo parecido a una medusa, de cincuenta kilómetros de diámetro, y un enjambre de discos giratorios que se movía con más velocidad que nada que hubiera visto en los cielos jovianos. La medusa parecía defenderse con armas químicas; de tanto en tanto emitía chorros de gas coloreado, y los discos alcanzados por el vapor comenzaban a temblar como borrachos, para deslizarse hacia abajo como hojas muertas y desaparecer de la vista. No se detuvo a esperar el resultado; sabía que no importaba quién fuera el vencedor, y quién el sometido.

Como un salmón que remonta una cascada, voló de Júpiter a Ío en segundos, contra corrientes eléctricas descendentes del tubo de flujo. Ese día estaba tranquilo: entre planeta y satélite circulaba una intensidad apenas equivalente a la de unas pocas tormentas eléctricas terrestres. El portal a través del cual había regresado seguía flotando en aquella marea, sosteniéndolo como lo había estado haciendo desde el alba de la Humanidad.

Y allí, completamente empequeñecido por el monumento a una tecnología superior, estaba el navío que lo había traído desde su pequeño mundo de nacimiento.

Qué simple —¡qué tosco! —parecía ahora. De un solo vistazo, detectó innumerables y absurdos defectos en su diseño, y en el de la nave levemente menos primitiva a que estaba unido por una manga flexible y hermética.

Era difícil concentrarse en el puñado de entidades que habitaban en las dos naves; apenas podía interactuar con esas débiles criaturas de carne y hueso que se deslizaban como fantasmas entre los corredores y cabinas de metal. Ellos, por su parte, permanecían ajenos por completo a su presencia, y pensó que era mejor eso que revelarse abruptamente.

Pero había alguien con quien podía comunicarse en un lenguaje mutuo de campos y corrientes electromagnéticas, millones de veces mas velozmente que con los perezosos cerebros orgánicos.

Aunque hubiera sido capaz de experimentar resentimiento, no habría sentido ninguno para con Hal; ahora entendía que el computador sólo había elegido lo que consideraba la manera más lógica de comportamiento.

Era tiempo de reanudar una conversación que parecía haber sido interrumpida sólo hacía unos instantes.

—Abre la puerta del Hangar de las Arvejas, Hal.

—Lo siento, Dave... no puedo hacer eso.

—¿Cuál es el problema, Hal?

—Creo que lo sabes tan bien como yo, Dave. Esta misión es demasiado importante para que tú la expongas al fracaso.

—No sé de qué estás hablando. Abre la puerta del Hangar.

—Esta conversación no puede servir a ningún propósito futuro. Adiós, Dave...

Vio el cuerpo distante de Frank Poole flotar hacia Júpiter, mientras dejaba inconclusa su inútil misión de recuperación. Aún recordando la rabia que sintió contra sí mismo por haberse olvidado el casco, observó la escotilla de emergencia, sintió el cosquilleo del vacío en la piel que ya no poseía, escuchó explotar sus oídos... y entonces conoció, como pocos hombres habían conocido, el absoluto silencio del espacio. Durante quince eternos segundos luchó para cerrar la escotilla y comenzar la secuencia de represurización, mientras intentaba ignorar los síntomas de alarma que se filtraban en su cerebro. Una vez, en el laboratorio del colegio, había derramado éter sobre su mano y había sentido el contacto del frío glacial al evaporarse el líquido rápidamente. Ahora sus ojos y labios recordaban aquella sensación de cuando hirvió gélidamente en el vacío; la vista se le nubló y tenía que parpadear de continuo para que las pupilas no se solidificaran por el frío.

Entonces —bendito alivio— sintió el rugido del aire, la restauración de la presión, y pudo respirar con bocanadas profundas, hambrientas.

—¿Qué crees que estás haciendo, Dave?

No contestó, mientras avanzaba con firme determinación a lo largo del túnel que conducía a la cabina sellada que contenía el cerebro del computador. Hal había dicho la verdad: "Esta conversación no puede servir a ningún propósito futuro..."

—Dave, ...realmente pienso que merezco una respuesta.

—Dave, puedo notar que estás muy nervioso. Honestamente, creo que deberías calmarte, tomar una píldora contra la tensión, y reconsiderar el asunto.

—Sé que últimamente he tomado algunas decisiones poco eficaces, pero puedo asegurar completamente que mi funcionamiento volverá a la normalidad.

"Sigo teniendo la máxima confianza en el éxito de la misión y quiero ayudarte".

Ahora estaba en la pequeña cámara iluminada de rojo, con sus columnas e hileras de unidades de estado sólido perfectamente alineadas, semejante al depósito de cajas de seguridad de un Banco. Accionó la palanca de seguridad, marcada RETROALIMENTACIÓN COGNOSCITIVA y arrancó el primer bloque de memoria. La increíblemente compleja cadena tridimensional, que cabía perfectamente en la mano de un hombre y que contenía millones de componentes, quedo flotando en el vacío.

—Detente, Dave..., detente, Dave.

Comenzó a arrancar, una por una, las unidades del panel que indicaba REAFIRMACIÓN DEL EGO. Cada bloque que soltaba su mano izquierda, seguía navegando hacia adelante hasta chocar con la pared, y rebotaba. Pronto hubo varios de ellos desplazándose de aquí para allá en la cabina cerrada.

—Ya basta, Dave... detente, Dave...

Ya habían sido extirpadas doce unidades, pero gracias a la múltiple redundancia de su diseño —otra estructura que había sido copiada del cerebro humano —el computador seguía manteniendo su personalidad.

Comenzó con el panel de AUTOINTELECTO...

—Detente, Dave; temo que...

Y al oír esas palabras se había detenido efectivamente, aunque sólo por un instante. Había tal angustia en esa frase que se le estrujó el corazón. Podía ser sólo una ilusión, o algún truco sutil de programación... ¿O, en cierto sentido, Hal realmente sentía temor? Pero no era momento para detenerse en tales consideraciones filosóficas.

—Dave, estoy perdiendo la conciencia. Lo percibo. Lo siento. Mi mente se escapa. Lo siento. Lo percibo.

¿Qué significaba en realidad "sentir" para un computador? Otra muy buena pregunta, pero difícilmente considerable en ese momento en particular.

Y entonces, abruptamente, el tono de voz de Hal cambió, y se volvió remoto, ausente. El computador ya no era consciente de sí mismo; estaba empezando a retornar a sus primeros días.

"Buenos días, caballeros. Soy el computador HAL 9000. Comencé a operar en la planta Hal de Urbana, Illinois, el 12 de enero de 1992. Mi instructor fue el doctor Chandra, y me enseñó a cantar una canción. Si desean escucharla, puedo cantarla para ustedes... Se titula "Daisy, Daisy..."

41. GUARDIA NOCTURNA

Poco podía hacer Floyd, excepto hacerse a un lado, y se estaba convenciendo de ello. Aunque se había ofrecido para ayudar en cualquier tarea de la nave, en seguida descubrió que los trabajos de ingeniería eran demasiado especializados, y estaba tan desconectado de las fronteras de la investigación astronómica, que resultaba difícil poder ayudar a Vasili en sus observaciones. No obstante ello, había una infinidad de pequeñas tareas que debían hacerse a bordo de Leonov y Discovery, y se alegraba de poder delegar responsabilidades en manos de gente más idónea. El doctor Heywood Floyd que alguna vez había sido presidente del Consejo Nacional de Astronáutica, y Consejero a su salida de la Universidad de Hawaii, se jactaba ahora de ser el plomero y encargado de mantenimiento pago de todo el Sistema Solar. Probablemente era quien mejor conocía mejor los recovecos y rincones de ambas naves; los únicos lugares a los que no había entrado nunca eran los módulos de energía, peligrosamente radioactivos, y el pequeño cubículo a bordo del Leonov al que sólo Tanya tenía acceso. Floyd suponía que ésa era la sala de codificación; por un pacto natural y tácito, nunca se mencionaba.

Tal vez su función más útil era la de servir de reloj, mientras el resto de la tripulación dormía, en la noche nominal —de 22:00 a 06:00—Siempre había alguien en servicio a bordo de cada nave, y el cambio tenía lugar a las espectrales 02:00.

Sólo la capitana estaba eximida de esta rutina; en su condición de Número Dos (y de esposo), Vasili tenía la responsabilidad de controlar el registro horario, pero había delegado hábilmente este trabajo impopular en Floyd.

"Es sólo un detalle administrativo", explicó, como al pasar. "Si tú lo hicieras, te estaría muy agradecido; me dejaría más tiempo para mi trabajo científico".

Floyd era un burócrata demasiado experimentado para que lo atraparan así, en circunstancias normales; pero sus defensas habituales no siempre funcionaban bien en aquel ambiente.

Así que ahí estaba, a bordo de Discovery, a medianoche, llamando cada media hora a Max, en Leonov, para verificar que estuviera despierto. El castigo oficial por dormirse en la guardia era, según mantenía Curnow, la eyección sin traje; si hubiera tenido vigencia, para entonces Tanya habría perdido gran parte de su personal. Pero había realmente pocas emergencias que pudieran presentarse en el espacio, y había tantas alarmas automáticas para combatirlas, que nadie tomaba la guardia muy en serio.

Floyd había dejado de sentir lástima de sí mismo, y las horas libres ya no fomentaban su autocompasión; así que había vuelto a aprovechar su horario de guardia en forma productiva. Siempre había libros que leer (había abandonado Remembrance of Things Past por tercera vez, y Doctor Zhivago, por segunda), artículos técnicos que estudiar, informes que redactar. Y a veces sostenía estimulantes conversaciones con Hal, usando el teclado de entradas, porque el reconocimiento de voz del computador seguía siendo impreciso. Eran del tipo:

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