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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (14 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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"¡Qué hermosa noticia la del bebé delfín! Me imagino qué excitado habrá estado Chris cuando los orgullosos padres lo llevaron a nuestra casa. Deberías haber escuchado los ohs y ahs de mis compañeros cuando vieron el video en que nadan juntos, con Chris subido atrás. Sugieren que lo llamemos Sputnik, que significa tanto camarada como satélite.

"Lamento que haya pasado tanto tiempo desde mi último mensaje, pero los noticieros te habrán dado una idea de lo duro de nuestro trabajo. Inclusive la capitana Tanya ha abandonado toda pretensión de ajustarse a un programa regular; cada problema debe ser solucionado a medida que se presenta, por quien esté disponible. Dormimos cuando ya no podemos mantenernos en pie.

"Creo que podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho. Ambas naves están operables y ya hemos terminado la primera serie de tests a Hal. En un par de días sabremos si podemos conferirle el mando de Discovery cuando nos vayamos de aquí para nuestra cita final con el Hermano Mayor.

"No sé quién fue el primero en llamarlo así; inexplicablemente, los rusos no son muy afectos a él, y se burlan sarcásticamente de nuestra designación oficial, TMA-2, señalándome —muchas veces— que está a mil millones de kilómetros de Tycho. Además, que Bowman no informó de ninguna anomalía magnética, y que el único parecido con TMA-1 es la forma. Cuando les pregunté qué nombre proponían ellos, me salieron con Zagadka, que significa enigma. Por cierto que es un nombre excelente pero todos se sonríen cuando intento pronunciarlo, así que seguiré llamándolo Hermano Mayor.

"Como quiera que se lo llame, ahora está a sólo diez mil kilómetros de aquí, y el viaje no nos tomará más de unas horas. Pero no tengo inconveniente en confesarte que esta última etapa nos tiene muy nerviosos.

"Habíamos esperado encontrarnos con alguna información nueva en Discovery. Esa fue nuestra única desilusión, aunque deberíamos haberla previsto. Hal, por supuesto, fue desconectado mucho antes del encuentro, y no guarda memoria de lo que sucedió; Bowman se llevó consigo todos sus secretos. No hay nada en la bitácora de la nave ni en los sistemas de registro automático que no supiéramos anteriormente.

"El único indicio que descubrimos es puramente personal, un mensaje que Bowman había dejado para su madre. Me pregunto por qué nunca lo mandó; obviamente, tenía intenciones —o esperanzas— de regresar a la nave luego de la última EVA. Desde luego, lo hemos enviado a la señora Bowman; está en un hogar de descanso, en algún lugar de Florida, y su condición mental es precaria, así que tal vez no signifique nada para ella.

"Bueno, éstas son todas las noticias. No puedo decirte cuanto los extraño... a ti y a Chris y a los cielos azules y los verdes mares de la Tierra. Aquí son todos rojos y anaranjados y amarillos; muchas veces tan hermosos como el más fantástico atardecer, pero, después de un tiempo, se extrañan terriblemente los colores fríos y puros del otro extremo del espectro.

"Todo mi amor para ustedes dos... Volveré a llamar apenas pueda".

23. ENCUENTRO

Nikolai Ternovsky, experto en control y cibernética de Leonov, era el único hombre a bordo que podía hablar con Chandra en algo parecido a su propio idioma. A pesar de que el principal creador y mentor de Hal era reacio a admitir a nadie con absoluta confianza, el agotamiento físico le había obligado a aceptar ayuda. El ruso y el indonorteamericano habían formado una alianza temporal que funcionaba sorprendentemente bien. Eso se debía principalmente al bien dispuesto Nikolai, que de alguna manera comprendía cuándo Chandra lo necesitaba realmente, y cuándo prefería estar solo. El hecho de que el inglés de Nikolai fuera, de lejos, el peor de la nave, carecía por completo de importancia, ya que la mayor parte del tiempo hablaban un computés totalmente ininteligible para cualquier otra persona.

Después de una semana de reintegración lenta y cuidadosa, todas las funciones de rutina y supervisión de Hal operaban en forma confiable. Era como un hombre que puede caminar, ejecutar órdenes simples, realizar tareas no calificadas, y entablar una conversación de bajo nivel. En término humanos, su IQ era tal vez de 50; sólo habían aparecido los lineamientos más primarios de su personalidad.

Aún era un sonámbulo; no obstante ello, en la experta opinión de Chandra, era capaz de guiar a Discovery desde su órbita próxima a Ío hasta cerca del Hermano Mayor.

La perspectiva de alejarse otros siete mil kilómetros del infierno ardiente que había debajo fue bienvenida por todos. Aunque en términos astronómicos la distancia era trivial, significaba que el cielo ya no estaría dominado por un paisaje que podría haber sido imaginado por Dante o por Hieronymus Bosch. Y a pesar de que ni siquiera las más violentas erupciones habían dañado el material de las naves, siempre existía el temor de que Ío intentara batir su propio récord. Con el tiempo, la visibilidad de la cubierta de observación de Leonov había disminuido a causa de una delgada película de azufre y, más tarde o más temprano, alguien tendría que salir a limpiarla.

Sólo Curnow y Chandra estaban a bordo de Discovery cuando fue dado a Hal el control de la nave. Era un control muy limitado; apenas repetía el programa con que habían alimentado su memoria, y controlaba su ejecución. Y la tripulación humana lo controlaba a él. Si advirtieran alguna disfunción, tomarían el mando inmediatamente.

El primer impulso duró diez minutos, y, a continuación, Hal informó que Discovery había entrado en órbita de transferencia. Apenas el radar y el rastreador óptico de Leonov confirmaron la información, la otra nave se impulsó hacia la misma trayectoria. Se hicieron dos correcciones menores de rumbo; luego, tres horas y quince minutos más tarde, ambas llegaron sin novedad al primer punto de Lagrange, L1, ubicado diez mil quinientos kilómetros más arriba, sobre la línea invisible que conectaba los centros de Ío y Júpiter.

Hal se había portado impecablemente, y Chandra mostraba inconfundibles vestigios de emociones humanas, como satisfacción y hasta alegría. Sin embargo, en ese momento, la mente de todos estaba en otra parte: el Hermano Mayor, alias Zagadka, se encontraba a sólo cien kilómetros de allí.

Incluso desde tal distancia, parecía más grande que la Luna vista desde la Tierra, y la visión de su perfección geométrica era impactante, sobrenatural. Contra el fondo del espacio hubiera sido totalmente invisible, pero las vaporosas nubes jovianas, a trescientos cincuenta mil kilómetros a sus espaldas, lo hacían resaltar en dramático relieve. El conjunto producía una ilusión que, una vez experimentada, la mente no podía refutar. Como no había forma de que el ojo humano apreciara su verdadera perspectiva, Hermano Mayor a menudo parecía una bostezante puerta vaivén que se abría en el rostro de Júpiter.

No había razón para suponer que cien kilómetros serían más seguros que diez, o más peligrosos que mil; sólo que resultaban psicológicamente adecuados para un primer reconocimiento. Desde esta distancia, los telescopios de la nave podrían haber revelado detalles de pocos centímetros... pero no había ninguno. Hermano Mayor aparecía completamente uniforme, y esto, para un objeto que presumiblemente había sobrevivido a millones de años de bombardeo espacial, era increíble.

Cuando Floyd miró con sus binoculares, le pareció que podría extender la mano y tocar esa suave superficie de ébano, tal como había hecho en la Luna, años atrás. Aquella primera vez, había sido con la mano enguantada de su traje espacial. Sólo cuando el monolito de Tycho fue encerrado en una cúpula presurizada, pudo usar su mano desnuda.

Pero no había diferencia; nunca sintió que realmente había tocado a TMA-1. Las yemas de sus dedos parecían rebotar contra una barrera invisible, y cuanto más fuerte empujaba, más crecía la fuerza de repulsión. Se preguntaba ahora si Hermano Mayor produciría el mismo efecto.

Sin embargo, antes de aproximarse tanto, debían realizar todas las pruebas posibles, e informar de sus observaciones a Tierra. Estaban en la misma situación de unos expertos en explosivos que intentaran desconectar un nuevo tipo de bomba, que podría detonar al menor movimiento en falso. Por lo que sabían, la más delicada señal de radar podría desencadenar alguna catástrofe inimaginable.

Durante las primeras veinticuatro horas, no hicieron nada excepto observar con instrumentos pasivos: telescopios, cámaras, sensores en todas las longitudes de ondas. Vasili Orlov aprovechó la oportunidad para medir las dimensiones de la figura con la mayor precisión posible y confirmó la famosa proporción 1:4:9 hasta seis decimales. Hermano Mayor tenía exactamente la misma forma que TMA-1, pero como medía más de dos kilómetros de largo, era 718 veces más grande que su pequeño hermano.

Y había un segundo misterio matemático. Años enteros los hombres habían estado discutiendo acerca de la proporción 1:4:9, los cuadrados de los tres primeros números enteros. No podía ser mera coincidencia; ahora había otro número con el cual realizar conjeturas.

En la Tierra, estadísticos, matemáticos y físicos, de inmediato comenzaron a jugar alegremente con sus computadoras, tratando de relacionar esta proporción con las constantes fundamentales de la naturaleza: la velocidad de la luz, el cociente entre las masas del protón y el electrón, la constante de la estructura atómica. Rápidamente se les unió una muchedumbre de numerólogos, astrólogos y místicos, que atacaron con la altura de la Gran Pirámide, el diámetro de Stonehenge, las orientaciones azimutales de las líneas de Nazca, la latitud de las islas de Pascua y una multitud de otros factores, de los cuales eran capaces de deducir las conclusiones más sorprendentes sobre el futuro. No se sintieron afectados en lo más mínimo cuando un celebrado humorista de Washington proclamó que según sus propios cálculos, el mundo se había acabado el 31 de diciembre de 1999, pero que todos habían estado demasiado ocupados para darse cuenta.

Tampoco Hermano Mayor parecía advertir a las dos naves que habían llegado hasta él, aun cuando lo sondeaban con señales de radar y lo bombardeaban con pulsos de radio que, esperaban, animarían a cualquier receptor inteligente a contestar de la misma manera.

Después de dos días frustrantes, con la aprobación de Control de Misión, las naves acortaron su distancia a la mitad. Desde cincuenta kilómetros, la cara más grande de la cosa parecía de unas cuatro veces el tamaño de la Luna en el cielo terrestre; impresionante, pero no tan grande como para ser sobrecogedora. No podía competir con Júpiter, todavía diez veces más grande; y ya el ánimo de la expedición estaba cambiando de una alerta temerosa a una tangible impaciencia.

Walter Curnow habló por todos: "Quizás Hermano Mayor quiera esperar unos pocos millones de años más, pero nosotros querríamos irnos de aquí un poco antes".

24. RECONOCIMIENTO

Discovery había dejado Tierra con tres pequeñas cápsulas espaciales que permitían a un astronauta realizar actividades extravehiculares sin otra vestimenta que una cómoda camiseta deportiva. Una se había perdido en el accidente (si es que fue un accidente) que había matado a Frank Poole. Otra había llevado a Dave Bowman a su encuentro final con Hermano Mayor, y compartido su destino. Una tercera estaba aún en el garaje de la nave, el Hangar de las Arvejas.

Le faltaba un componente importante: la escotilla, arrancada por el comandante Bowman al efectuar su azaroso cruce del vacío, entrando a la nave por la esclusa de emergencia, después que Hal se hubiera negado a abrir la puerta del Hangar. La ráfaga de aire resultante había expulsado a la cápsula a varios cientos de kilómetros antes de que Bowman, ocupado con cuestiones más importantes, la recuperara con el control remoto. No era extraño que nunca se hubiera molestado en reemplazar la puerta faltante.

Ahora la Cápsula Nº 3 (a la que Max, rehusando cualquier explicación, había pintado el nombre de Nina) estaba siendo preparada para otra EVA. Aún seguía sin puerta, pero no tenía importancia. No habría nadie adentro.

La devoción al deber de Bowman fue una ración inesperada de buena suerte, y hubiera sido tonto no aprovecharla. Usando a Nina como una sonda-robot, Hermano Mayor podía ser examinado de cerca sin arriesgar vidas humanas. Esa era la teoría, al menos; nadie podía descartar la posibilidad de un contraataque que destruyera la nave. Después de todo, con las distancias cósmicas que se manejaban, cincuenta kilómetros no eran ni el grosor de un cabello.

Después de años de descuido, Nina tenía un aspecto muy desaliñado. El polvo que siempre había flotado en gravedad cero se había posado sobre su superficie exterior, y el otrora inmaculado casco blanco se había tornado de un gris opaco. A medida que se alejaba de la nave acelerando suavemente, con los manipuladores externos plegados con esmero y su escotilla oval mirando fijamente al espacio, como un gigantesco ojo sin vida, la cápsula no resultaba totalmente apropiada como embajador de la Humanidad. Pero tenía una clara ventaja; un emisario tan humilde sería tolerado, y su pequeño tamaño y baja velocidad pondrían el acento en lo amistoso de sus intenciones. Se había sugerido que se acercara a Hermano Mayor con los brazos abiertos, pero la idea se desechó de inmediato cuando todos convinieron en que si ellos vieran que Nina se les acercaba con sus garras mecánicas extendidas, escaparían para salvar la vida.

Después de un descansado paseo de dos horas, Nina se detuvo a cien metros de uno de los vértices de la enorme losa rectangular. Desde tan cerca, no se tenía la sensación de su forma real; las cámaras de televisión parecían observar el borde de un tetraedro negro de tamaño indefinido. Los instrumentos de a bordo no mostraban signos de radioactividad o campo magnético; no se captaba nada proveniente de Hermano Mayor, excepto el débil rayo de sol que aquél se dignaba reflejar.

Transcurridos cinco minutos —que se suponía el equivalente a: "¡Hola, aquí estoy!"—Nina comenzó un cruce en diagonal de la cara mas pequeña, luego recorrió la siguiente, más larga, y finalmente la más grande, guardando una distancia de cincuenta metros, que a veces se reducía hasta cinco. Cualquiera que fuese la separación, Hermano Mayor aparecía exactamente igual, indiferente, y sin rasgo alguno. Mucho antes de que la misión se completara se había vuelto aburrida, y los espectadores de ambas naves habían regresado a sus diferentes tareas, espiando apenas los monitores de vez en cuando.

—Ya está —dijo Walter Curnow al fin, cuando Nina volvió al punto de partida —. Podríamos pasarnos con esto el resto de la vida, sin aprender nada nuevo. ¿Qué hago con Nina? ¿La hago regresar a casa?

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