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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (5 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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—Bienvenido a bordo, Heywood. ¿Cómo te sientes?

—Estupendo, si olvido que estoy agonizando de hambre.

Por un momento, Orlov pareció confundido; luego su rostro se abrió en una amplia sonrisa.

—¡Oh, lo había olvidado! Bien, no será por mucho tiempo. Dentro de diez meses, podrás comer todo lo que gustes.

Los hibernantes seguían una dieta baja en residuos toda la semana anterior al proceso; y en las últimas veinticuatro horas sólo tomaban líquido. Floyd estaba comenzando a preguntarse qué parte de su aturdimiento se debía al hambre, cuánto al champagne de Curnow y cuánto a la gravedad cero.

Para concentrar su mente, observó cuidadosamente la masa multicolor de tubos que los rodeaba.

—Así que éste es el famoso Propulsor Sakharov. Es la primera vez que veo uno en escala real.

—Sólo se han construido cuatro.

—Espero que funcione.

—Mejor que funcione. De otra manera, el Consejo Municipal de Gorky deberá rebautizar la Plaza a Sakharov.

Esto era una señal de que en esos tiempos un ruso podía bromear, aunque no abiertamente, acerca del tratamiento que su país había dispensado a su científico más grande. Floyd volvió a recordar el elocuente discurso de Sakharov en la Academia, cuando, tardíamente, fue condecorado Héroe de la Unión Soviética. La prisión y el destierro, había dicho, eran una magnífica ayuda para la creatividad; no pocas obras maestras habían sido concebidas entre los muros de una celda, lejos de las distracciones mundanas. Los mismos Principia, el mayor logro individual del intelecto humano, eran producto del autoimpuesto exilio de Newton, al irse de Londres, arrasada por la peste.

La comparación no era inmodesto; desde aquellos años en adelante, Gorky había aportado no sólo nuevas perspectivas al estudio de la estructura de la materia y el origen del Universo, sino también a los conceptos de control del plasma, lo que había llevado al aprovechamiento práctico de la energía termonuclear.

El propulsor mismo, a pesar de ser la consecuencia más conocida y mejor publicitaria del trabajo, era apenas una aplicación secundaria de aquella alucinante explosión intelectual. La tragedia estaba en que estos avances habían sido engendrados por la injusticia; algún día la humanidad encontraría una manera más civilizada para manejar estos asuntos.

Al abandonar la cámara, Floyd había aprendido acerca del Propulsor Sakharov más de lo que realmente quería saber, o esperaba recordar. Estaba bien informado sobre sus principios básicos, el uso de una reacción termonuclear pulsante que calentaba y expelía virtualmente cualquier material propelente. Los mejores resultados se obtenían usando hidrógeno puro como fluido impulsor, pero ocupaba demasiado espacio y era difícil de almacenar durante períodos prolongados. Metano y amoníaco eran alternativas aceptables; incluso se podía usar agua, aunque el rendimiento era considerablemente inferior.

Leonov tenía la palabra; los enormes tanques de hidrógeno líquido que proveían el impulso inicial serían descartados cuando la nave hubiese adquirido la velocidad necesaria para llegar a Júpiter. Llegando a destino, se utilizaría amoníaco para las maniobras de frenado y acople, y el eventual regreso a Tierra.

Esta era la teoría, comprobada y vuelta a comprobar en interminables simulaciones computadas. Pero, como tan bien lo había mostrado la desventurada Discovery, todos los proyectos humanos estaban sujetos a la insensible revisión de la Naturaleza, del Destino, o como se quisiera llamar al poder del Universo.

—¡Así que ahí estaba, doctor Floyd! —dijo una autoritaria voz femenina, interrumpiendo la entusiasta explicación de Vasili acerca de la retroalimentación magnética hidrodinámica —. ¿Por qué no se presentó ante mí?

Floyd giró con lentitud sobre su eje empujándose grácilmente con una mano. Vio una enorme, maternal figura enfundada en un curioso uniforme adornado con docenas de bolsillos y faltriqueras; el efecto no distaba mucho del de un jinete cosaco rodeado de sus cananas de cartuchos.

—Un placer volver a encontrarla, doctora. Todavía estoy explorando; espero que haya recibido el informe médico sobre mí desde Houston.

—¡Esos veterinarios de Teague! ¡No confío en que puedan detectar una fiebre aftosa!

Floyd conocía perfectamente bien el mutuo respeto que existía entre Katerina Rudenko y el Centro Médico de Teague, aun cuando el gruñido de la doctora no había desmentido sus palabras. Ella notó su mirada de franca curiosidad y señaló orgullosamente las correas que rodeaban su amplia cintura.

—La valijita convencional no es muy práctica en gravedad cero; las cosas flotan fuera de ella y nunca están donde una las necesita. Yo misma diseñé esto; es un miniquirófano completo. Con él podría extirpar un apéndice... o ayudar a nacer un bebé.

—Confío en que ese problema en particular no se presentará.

—Ja! Un buen doctor debe estar preparado para todo.

Floyd pensó en el contraste entre la capitana Orlova y la doctora, ¿o debería llamarla por su grado de Comandante Cirujano Rudenko? La capitana tenía la gracia e intensidad de una prima ballerina; la doctora podría haber sido el prototipo de la Madre Rusia; de complexión maciza y regordete cara de campesina, sólo faltaba un pañuelo sobre su cabeza para completar el cuadro. "No te dejes engañar", se dijo Floyd. "Esta es la mujer que salvó por lo menos doce vidas en el accidentado regreso del Komarov. Y, en su tiempo libre, se las ingenia para editar los Anales de Medicina Espacial. Considérate muy afortunado de tenerla a bordo."

—Y entonces, doctor Floyd, ya tendrá mucho tiempo para explorar nuestra pequeña lancha. Mis colegas son demasiado gentiles para decirlo, pero tienen mucho trabajo que hacer y usted los estorba. Me gustaría que estuvieran, ustedes tres, dulces y en paz tan pronto como sea posible. Así tendremos menos de qué preocuparnos.

—Me lo temía, pero comprendo su punto de vista. Estaré listo cuando usted lo esté.

—Yo siempre estoy lista. Sígame, por favor.

El hospital de la nave era lo bastante amplio como para contener una mesa de operaciones, dos bicicletas fijas, algunos armarios con equipos, y una máquina de rayos X. Mientras la doctora hacía un rápido pero exhaustivo examen de Floyd, preguntó inesperadamente:

—¿Qué es ese pequeño cilindro de oro que el doctor Chandra lleva en la cadena alrededor del cuello, algún aparato comunicador? No quiso sacárselo; en realidad, tuvo demasiada vergüenza para sacarse cualquier cosa.

Floyd no pudo evitar una sonrisa. Era fácil imaginarse la reacción del pequeño Indio ante aquella dama dominante.

—Es un lingam.

—¿Un qué?

—Usted es la doctora, debería reconocerlo. El símbolo de la fertilidad masculina.

—Desde luego, ¡qué estúpida! ¿Es hindú practicante? Es un poco tarde para disponer una dieta vegetariana estricta.

—No se preocupe, no habríamos dejado de avisarle. Aunque no prueba el alcohol, Chandra no es fanático de nada, excepto de las computadoras. Una vez me dijo que su abuelo era sacerdote en Benarés, y le había dado ese lingam; ha pertenecido a la familia por generaciones.

Para sorpresa de Floyd, la doctora Rudenko no mostró la reacción negativa que él había estado esperando; en realidad, su expresión se tomó extrañamente pensativa.

—Lo entiendo. Mi abuela me regaló un hermoso icono del siglo XVI. Quería traerlo conmigo, pero pesa cinco kilos.

La doctora volvió abruptamente a su actitud profesional, administró a Floyd una inyección indolora con una hipodérmica neumática y le ordenó regresar apenas se sintiera con sueño. Eso, le aseguró, sucederá en menos de dos horas.

—Entretanto, relájese totalmente —dijo —. Hay un puesto de observación en este nivel; Estación D.6. ¿Por qué no da una vuelta por allí?

Parecía una buena idea, y Floyd se retiró con una docilidad que hubiera sorprendido a sus amigos. La doctora Rudenko miró su reloj, dictó una pequeña entrada en su computador personal, y conectó la alarma para treinta minutos después.

Cuando llegó a D.6., Floyd vio que Chandra y Curnow ya estaban allí. Lo miraron sin dar el más leve signo de reconocimiento, y se volvieron a enfrascar en el pavoroso espectáculo de afuera. A Floyd se le ocurrió, y se felicitó de tan brillante observación, que Chandra no podía estar disfrutando el panorama. Sus ojos se hallaban fuertemente cerrados.

Un planeta totalmente desconocido colgaba allí afuera brillante de gloriosos azules y blancos deslumbrantes. "¡Qué extraño!", se dijo Floyd. ¿Qué había pasado con la Tierra? Pero, por supuesto, no era extraño que no la hubiera reconocido... ¡estaba al revés! "Qué desastre", se lamentaba. "Toda esa pobre gente cayéndose en el espacio".

Apenas percibió a los dos miembros de la tripulación que se llevaron a la figura fofa de Chandra. Cuando volvieron por Curnow, los ojos de Floyd estaban cerrados, pero aun respiraba. Y al regresar por él, hasta su respiración había cesado.

II — TSIEN
6. DESPERTAR

"Y nos habían dicho que no soñaríamos", pensó Heywood Floyd, con más sorpresa que disgusto. El glorioso resplandor rosado que lo rodeaba era muy acogedor; le recordaba las parrilladas y los maderos chisporroteantes de los hogares de Navidad. Pero no hacía calor; en realidad, sentía un frío persistente, aunque no desagradable.

Murmuraban voces, demasiado bajas para que él pudiera comprender lo que decían. Aumentaron el volumen, aunque siguió sin entender.

"¡Desde luego!", reaccionó repentinamente, "¡no puedo estar soñando en ruso!".

—No, Heywood —contestó una voz femenina —. No está soñando. Es hora de que se levante.

El agradable resplandor se desvaneció, abrió los ojos, y tuvo la sensación imprecisa de una luz que se apagaba. Estaba en una camilla, asegurado con ligaduras elásticas; había algunas siluetas alrededor, pero demasiado desenfocadas como para identificarlas.

Unos dedos suaves cerraron sus párpados y masajearon sus sienes.

—No se agite. Respire profundamente... otra vez... eso es... ¿cómo se siente ahora?

—No sé... raro... muy liviano... y hambriento.

—Es una buena señal. ¿Sabe dónde se encuentra? Ya puede abrir los ojos.

Las siluetas entraron en foco, primero la doctora Rudenko, luego la capitana Orlova. Pero algo había sucedido con Tanya desde que la había visto, sólo una hora antes. Cuando Floyd logró precisar qué era, fue como un shock.

—¡Te ha vuelto a crecer el cabello!

—Espero que lo consideres un progreso. No puedo decir lo mismo de tu barba.

Floyd llevó su mano a la cabeza, y descubrió que debía realizar un esfuerzo consciente para planear cada etapa de movimiento. Su mentón estaba cubierto de una suave pelusa, como de dos o tres días. En hibernación, el crecimiento capilar era cien veces más lento que lo normal...

—Así que lo logré —dijo —. Hemos llegado a Júpiter.

Tanya lo miró sombríamente, luego espió a la doctora, que asintió apenas con la cabeza.

—No, Heywood —dijo —. Todavía estamos a un mes de camino. No te alarmes, la nave está bien, y todo funciona normalmente. Pero tus amigos de Washington nos pidieron que te despertáramos antes de lo previsto. Sucedió algo inesperado. Estamos en una carrera para alcanzar Discovery... y me temo que la perderemos.

7. TSIEN

Cuando la voz de Heywood Floyd emergió del parlante, los dos delfines cesaron instantáneamente de vagar en la piscina y nadaron hasta el borde. Apoyaron la cabeza sobre él y miraron fijamente hacia la fuente de sonido.

"Así que ellos reconocen a Floyd", pensó Caroline, con un resquemor amargo. Entretanto, Christopher ni siquiera dejó de jugar con el control de colores de su libro de imágenes mientras la voz de su padre surgía alta y clara a través de quinientos millones de kilómetros de espacio.

—...cariño, no te sorprenderá escucharme, un mes antes de lo previsto; sabrás desde hace semanas que tenemos compañía ahí afuera.

"Aún me cuesta creerlo; en cierta forma, esto no tiene sentido. No es posible que tengan combustible, suficiente para un regreso seguro a Tierra; ni siquiera sabemos cómo pueden llegar a efectuar el acople.

"Nunca los vimos, por supuesto. En el punto más cercano, Tsien estuvo a más de cincuenta millones de kilómetros de distancia. Tuvieron mucho tiempo para contestarnos, de haberlo deseado, pero nos ignoraron completamente. Ahora estarán muy ocupados para una charla informal. En pocas horas penetrarán en la atmósfera de Júpiter; y veremos lo bien que funciona su sistema de desaceleración aerodinámico. Si hacen bien su trabajo, será bueno para nuestra moral. Pero si falla... no hablemos de ello.

"Los rusos lo están tomando notablemente bien, dentro de todo. Están enojados y desilusionados, por supuesto, pero he escuchado varias expresiones de franca admiración. Fue una jugada brillante, construir esa nave a la vista de todo el mundo y hacer creer a todos que era una estación espacial hasta que le adosaron esos impulsores.

"Bueno, no hay nada que podamos hacer, sino mirar. Y desde aquí no tendremos una vista mucho más clara que la del mejor telescopio en Tierra. No puedo evitar desearles suerte, aunque, desde luego, espero que dejarán a Discovery en paz. Es nuestra propiedad, y apuesto a que el Departamento de Estado se lo está recordando cada hora.

"Es mala suerte; si nuestros amigos chinos no nos hubieran ganado la delantera, no habrías escuchado hablar de mí hasta dentro de un mes. Pero, ahora que la doctora Rudenko me ha despertado, hablaré contigo cada dos días.

"Pasado el golpe inicial, me estoy adaptando muy bien; conociendo la nave y a su tripulación, aprendiendo el andar espacial. Y puliendo mi ruso (bastante pobre), aunque no tengo mucha oportunidad de usarlo, ya que todos insisten en hablar en inglés. ¡Qué increíbles lingüistas somos los norteamericanos!. A veces me siento avergonzado de nuestro chauvinismo... o nuestra indolencia.

"El nivel de inglés a bordo arranca desde perfecto (el ingeniero en jefe Sasha Kovalev podría ganarse la vida como locutor de la BBC) hasta el tipo "no-importan-tus-errores-si-hablas-rápido". La única que se traba es Zenia Marchenko, que reemplazó a Irina Yakunina a último momento. A propósito, qué bueno saber que Irina se recuperó bien. ¡Qué desilusión para ella!; me pregunto si habrá vuelto a volar en alas-delta.

"Y hablando de accidentes, es obvio que Zenia debe de haber tenido uno muy serio. Aunque los cirujanos plásticos han hecho un buen trabajo, se ve que debe de haber sufrido graves quemaduras hace algún tiempo. Es la mascota de la tripulación y los demás la tratan, iba a decir con lástima, pero es muy condescendiente. Digamos. mejor con una gentileza especial.

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