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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (6 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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"Tal vez te preguntes cómo me llevo con la capitana Orlova. Bien, me simpatiza mucho, pero me aterra hacerla enojar. No caben dudas sobre quién dirige la nave.

"Y la cirujana comandante Rudenko: la conociste en la Convención Aeroespacial de Honolulu hace dos años, y estoy seguro de que no habrás olvidado la última fiesta. Comprenderás por qué la llamamos Catalina la Grande... a sus anchas espaldas, desde luego.

"Pero basta de charla. Me estoy pasando del tiempo, odio pensar en el recargo. Y a propósito, se supone que estos llamados son estrictamente privados. Pero hay muchos eslabones en la cadena de comunicación, así pues, no te sorprendas si, ocasionalmente, recibes algún mensaje por, digamos, otras vías.

"Estaré esperando noticias tuyas; di a las niñas que ya hablaré con ellas. Cariños para todos ustedes; los extraño mucho a Chris y a ti. Y cuando regrese, prometo que nunca volveré a irme".

Hubo un silbido de pausa; luego una voz obviamente sintética dijo: "Esto concluye la transmisión Cuatrocientos treinta y dos desde la Nave Espacial Leonov". Mientras Caroline Floyd desconectaba el receptor, los dos delfines se deslizaron bajo la superficie de la piscina y se alejaron hacia el Pacífico, dejando una estela en el agua.

Al darse cuenta de que sus amigos se habían ido, Christopher comenzó a llorar. Su madre lo tomó en sus brazos y trató de consolarlo, pero pasó mucho tiempo antes de que lo consiguiera.

8. TRANSITO POR JÚPITER

La imagen de Júpiter, con sus franjas de nubes blancas, sus bandas moteadas de rosa salmón, y el Gran Punto Rojo mirando hacia la inmensidad como una pupila maléfica, flotaba firme en la pantalla de proyección del puente de mando. Estaba en tres cuartos creciente, pero nadie miraba el disco iluminado; todos los ojos se hallaban enfocados sobre la curvada terminal de su borde. Allí, en el lado oscuro del planeta, la nave china se aproximaba al momento de la verdad.

"Esto es absurdo", pensó Floyd. "No podemos ver nada a catorce millones de kilómetros de distancia. Y no importa; la radio nos dirá lo que queremos saber". Tsien había cerrado todos los circuitos de audio, video y datos hacía dos horas, ya que las antenas de alto rango estaban reflejadas en la sombra protectora del escudo térmico. Sólo el radiofaro omnidireccional seguía transmitiendo, señalando con precisión la posición de la nave china mientras ésta avanzaba en pos de aquel océano de nubes del tamaño de un continente. El agudo bip... bip... bip... era el único sonido en el cuarto de control de Leonov. Cada uno de esos pulsos había dejado Júpiter hacía más de dos minutos; ahora, su fuente podía ser una nube de gas incandescente dispersándose en la estratosfera joviana.

La señal se diluía, volviéndose más confusa. Los bips se distorsionaban, casi se apagaban completamente, luego seguía la secuencia. Se estaba formando una cubierta de plasma alrededor de Tsien, que pronto interrumpiría toda comunicación hasta que la nave reemergiera. Si es que lo hacía.

—¡Posmotri! —gritó Max —. ¡Ahí está!

Al principio Floyd no pudo ver nada. En seguida, justo en el borde del disco iluminado, distinguió una estrella diminuta que brillaba donde no podía haber ninguna estrella, contra la cara oscurecida de Júpiter.

Parecía totalmente detenida, aunque él sabía que debía estar moviéndose a cien kilómetros por segundo. Lentamente aumentó su brillo; y ya no era más un punto sin dimensión; iba tomando forma alargada. Un cometa artificial estaba surcando el cielo nocturno de Júpiter, dejando una estela de miles de kilómetros incandescentes tras de sí.

Sonó un último bip curiosamente distorsionado, proveniente del radiofaro de rastreo; luego, sólo los silbidos sin significado de la propia radiación de Júpiter; una de las muchas voces cósmicas que no tenían nada que ver con el Hombre o su obra.

Tsien era inaudible, pero no invisible todavía. Podían ver que la pequeña chispa alargada se había alejado considerablemente de la cara iluminada del planeta y desaparecería en el lado oscuro en poco tiempo. Para entonces, si todo salía como estaba planeado, Júpiter habría capturado a la nave, reduciendo su velocidad excedente. Cuando Tsien emergiera desde atrás del gigantesco mundo, sería otro satélite joviano.

La chispa se desvaneció. Tsien había doblado la curva del planeta y avanzaba en el lado oscuro. Ahora ya no habría nada que ver ni escuchar hasta que emergiera de las sombras. Si todo iba bien, alrededor de una hora. Sería una hora muy larga para los chinos.

Para el científico en jefe Vasili Orlov y el ingeniero en comunicaciones Sasha Kovalev, la hora pasó extremadamente rápido. Tenían mucho para aprender observando a la pequeña estrella; sus tiempos de aparición y desaparición, y, sobre todo, el desplazamiento Doppler en el radiofaro proporcionaban información vital sobre la nueva órbita de Tsien. Las computadoras de Leonov ya estaban digiriendo cifras, y escupiendo tiempos de reemergencia estimativos, basados en diversas suposiciones sobre los rangos de desaceleración en la atmósfera joviana.

Vasili apagó el visor de la computadora, hizo girar su sillón, aflojó el cinturón de seguridad, y se dirigió a la audiencia, que esperaba pacientemente.

—La próxima aparición será dentro de cuarenta y dos minutos. ¿Por qué no se van a dar un paseo, así podemos concentrarnos en poner todo esto en orden? Los veré en treinta y cinco minutos. Shoo Nu-ukhodi.

Con desgano, los cuerpos non grata dejaron el puente; pero, para disgusto de Vasili, todo el mundo volvió poco después de los treinta minutos. Aún estaba reprendiéndolos por la falta de fe en sus cálculos cuando el familiar bip... bip... bip.. del radiofaro de Tsien surgió de los altoparlantes.

Vasili parecía sorprendido y mortificado, pero enseguida se unió a la espontánea salva de aplausos; Floyd no pudo ver quién fue el que comenzó a aplaudir. Podrían ser rivales, pero eran todos astronautas, tan lejos del hogar como nunca lo había estado ningún hombre; "Embajadores de la Humanidad", en las nobles palabras del Primer Tratado Espacial de la ONU. Aun cuando no quisieran que triunfaran los chinos, tampoco deseaban que se enfrentaran al desastre.

Floyd no pudo evitar pensar que también había un elemento importante de interés propio. Ahora las apuestas a favor de Leonov habían aumentado considerablemente; Tsien había demostrado que la maniobra de frenado aerodinámico era posible. Los datos sobre Júpiter eran correctos; su atmósfera no contenía sorpresas inesperadas, y tal vez fatales.

—¡Bien! —dijo Tanya —. Supongo que deberíamos enviarles un mensaje de felicitación. Pero aunque lo hiciéramos no se darían por enterados.

Algunos de sus colegas seguían burlándose de Vasili, que miraba las salidas de su computadora con franco descreimiento.

—¡No lo puedo entender! —exclamó —. ¡Aún deberían estar detrás de Júpiter! Sasha, ¡léeme la velocidad del radiofaro!

Se mantuvo otro diálogo silencioso con la computadora; luego Vasili soltó un silbido largo, suave.

—Algo anda mal. Están en órbita de captura, de acuerdo, pero no les permitirá realizar un acople con Discovery. Su órbita actual los llevará más allá de Ío; dispondré de datos más precisos cuando los hayamos seguido otros cinco minutos.

—De todos modos, deben estar en una órbita segura —dijo Tanya —. Siempre podrán hacer correcciones más adelante.

—Tal vez. Pero les podría costar días, aun teniendo el combustible. Algo que dudo.

—Entonces todavía podemos ganarles.

—No seas tan optimista. Aún estamos a tres semanas de Júpiter. Pueden probar doce órbitas antes de que lleguemos, y elegir la más favorable para su acople.

—De nuevo; suponiendo que tengan combustible. —Desde ya. Y sobre eso sólo podemos arriesgar conjeturas más o menos exactas.

Toda esta conversación tuvo lugar en un ruso tan rápido y nervioso que Floyd fue dejado por el camino. Cuando Tanya se compadeció de él y le explicó que Tsien había apuntado muy alto y se dirigía hacia los satélites exteriores, su primera reacción fue:

—Entonces pueden estar en problemas. ¿Qué harán ustedes si llaman pidiendo ayuda?

—Debes de estar bromeando. ¿Puedes imaginarlos haciendo algo así? Son demasiado orgullosos. De cualquier manera, sería imposible. Como tú sabes perfectamente, no podemos cambiar el esquema de nuestra misión. Aun cuando tuviéramos el combustible...

—¡Tienes razón, por supuesto!, pero podría ser difícil de explicar esto al noventa y nueve por ciento de la raza humana que no conoce la mecánica orbital. Deberíamos comenzar a pensar en las complicaciones políticas; estaría muy mal visto que no ayudáramos. Vasili, ¿me darías su órbita final, apenas la hayan resuelto? Me voy a mi cabina a trabajar un poco.

La cabina de Floyd, o mejor un tercio de cabina, estaba todavía ocupada parcialmente con provisiones, muchas de ellas aseguradas en las literas que ocuparían Chandra y Curnow cuando emergieran de su larga siesta. Había logrado despejar un pequeño espacio para sus efectos personales, y se le había prometido el lujo de otros dos metros cúbicos completos, apenas se pudiera distraer a alguien para ayudar en el traslado de los muebles.

Floyd abrió su pequeña consola de comunicaciones, pulsó las teclas de decodificación y pidió la información sobre Tsien que le había sido transmitida desde Washington. Se preguntaba si sus anfitriones habrían logrado descifrarla; la clave estaba basada en el producto de dos números primos de cien dígitos y la Agencia Nacional de Seguridad había apostado su reputación a que la computadora más rápida de la actualidad no podría solucionarla antes del gran estallido del fin del Universo.

Una vez más echó una mirada a las excelentes fotografías de la nave china, tomadas cuando había revelado sus verdaderas intenciones y estaban a punto de dejar la órbita de la Tierra. Había tomas posteriores (no tan claras, porque para entonces Tsien ya se había alejado de las cámaras espías) de la etapa final, mientras se precipitaba hacia Júpiter. Éstas eran las que más le interesaban, pero más valiosos aún resultaban los cortes esquemáticos y las estimaciones de rendimiento confirmando las hipótesis más optimistas, era difícil entender qué querían hacer los chinos. Habían consumido por lo menos el noventa por ciento del propulsor en esa loca carrera a través del Sistema Solar a menos que fuera literalmente una misión suicida, algo que no podía ser descartado, sólo podía tener sentido un plan que involucrara hibernación y un posterior rescate. Inteligencia no creía que la tecnología china de hibernación estuviera lo suficientemente adelantada como para tal opción.

Pero muchas veces Inteligencia estaba equivocada, y más veces aún, confundida por la avalancha de datos confusos que debía evaluar; el "ruido" en sus circuitos de información. Había hecho un notable trabajo sobre Tsien considerando la escasez de tiempo, pero Floyd habría preferido que el material que le fue enviado hubiera sido más cuidadosamente depurado. Parte del mismo era chatarra, sin conexión posible con la misión.

De todos modos, al no saber qué se buscaba, era importante evitar todo tipo de prejuicios y preconceptos algo que a primera vista parecía irrelevante, o incluso sin sentido, podía volverse de vital importancia.

Con un suspiro Floyd comenzó una vez más a hojear las quinientas páginas de datos, dejando su mente en blanco, lo más receptiva posible, mientras diagramas, tablas, fotografías (algunas tan borrosas que podían representar casi cualquier cosa) informes periodísticos, listas de delegados a conferencias científicas, publicaciones técnicas, y hasta documentos comerciales fluían rápidamente por la pantalla de alta resolución. Obviamente, un sistema de espionaje industrial muy eficiente había estado en juego. ¿Quién habría pensado que tantos módulos de holomemoria japoneses, microcontroles suizos de combustible, o detectores de radiación alemanes estaban destinados al lecho seco del lago Lop Nor, primer mojón de su viaje a Júpiter?

Algunos de los ítems debían de haber sido incluidos por accidente; de ninguna manera podían tener relación con la misión. Si los chinos habían tramitado una orden secreta por mil sensores infrarrojos a través de una falsa compañía en Singapur, eso concernía sólo a los militares; parecía improbable que Tsien esperara ser perseguida por misiles termo-sensibles. Y esto otro era realmente gracioso: equipos especializados de agrimensura y prospección minera, adquiridos a Glacier Geophysics, Inc. de Anchorage, Alaska. ¿Quién habría sido el tonto que imaginó que una expedición al espacio profundo tendría necesidad de ...?

La sonrisa se heló en los labios de Floyd; sintió que la piel se arrugaba detrás de su cuello. ¡Dios mío; no se atreverían! Pero ya se habían atrevido, y mucho, y ahora, al fin, todo encajaba.

Volvió a pensar en las fotos y en los planes conjeturados acerca de la nave china. Sí, era muy lógico; esas ranuras en la base, a lo largo de los electrodos de deflexión, serían del tamaño aproximado...

Floyd llamó al puente.

—Vasili —dijo —, ¿has logrado resolver su órbita?

—Sí, ya lo hice —contestó el navegante, con una voz curiosamente sosegada. Floyd comprendió al punto que algo había sucedido. Jugó una carta arriesgada.

—Van a tomar contacto con Europa, ¿no es así?

Se escuchó un explosivo jadeo de incredulidad desde el otro extremo.

—Chyoil voz mi! ¿Cómo lo sabías?

—No lo sabía; sólo lo adiviné.

—No puede haber ningún error; comprobé las cifras hasta el sexto decimal. La maniobra de frenado funcionó exactamente como se lo proponían. Están en camino directo a Europa; no puede haber ocurrido por casualidad. Estarán allí en diecisiete horas.

—Y entrarán en órbita.

—Tal vez; no se necesitaría mucho propelente. Pero, ¿con qué objeto?

—Arriesgaré una vez más. Harán un rápido reconocimiento... y aterrizarán.

—Estás loco, ¿o sabes algo que nosotros ignoramos?

—No, sólo es cuestión de deducir, simplemente. Te darás de cara contra la pared por no haber visto lo que era obvio.

—De acuerdo, Sherlock, ¿por qué querría alguien aterrizar en Europa? ¿Qué hay allí, por el amor de Dios?

Floyd estaba disfrutando su fugaz momento de triunfo. Desde luego, podía estar completamente errado.

—¿Qué hay en Europa? Apenas la sustancia más preciosa del Universo.

Se había excedido; Vasili no era tonto, y dejó caer la respuesta de sus labios.

—¡Por supuesto, agua!

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