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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (31 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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51. EL GRAN FUEGO

Estaba terminando la larga espera. Había nacido la inteligencia en otro mundo más, y ahora se estaba escapando de su cuna planetaria. Un antiguo experimento estaba por llegar a su clímax.

Aquellos que habían comenzado el experimento, hacía tanto tiempo, no eran hombres... ni siquiera remotamente humanos. Pero habían tenido cuerpo y sangre, y alguna vez también miraron a través de las profundidades del espacio, sintiendo temor, y admiración, y soledad. En sus exploraciones, encontraron a la vida en muchas de sus formas, y observaron los trabajos de la evolución en mil mundos. Vieron cuán a menudo los primeros débiles chispazos de la inteligencia titilaban y morían en la noche cósmica.

Y como en toda la Galaxia no habían encontrado nada más precioso que la Mente, propiciaron su amanecer en todos lados. Se transformaron en labradores de los campos estelares; sembraron, y a veces cosecharon.

Y a veces, desapasionadamente, tuvieron que arrancar las malezas perjudiciales.

Hacía mucho que habían perecido los grandes dinosaurios cuando la nave de reconocimiento entró al Sistema Solar, después de un viaje que había durado mil años. Pasó rápidamente por los helados planetas exteriores, se detuvo apenas sobre los desiertos del moribundo Marte y fijó su atención en la Tierra.

Frente a los exploradores, había un mundo que bullía de vida. Durante años estuvieron estudiando, tomando muestras, catalogando. Cuando hubieron aprendido todo lo que eran capaces, comenzaron a modificar. Cambiaron los destinos de muchas especies de la tierra y del océano. Pero no podían saber cuál de sus experimentos prosperaría, por lo menos hasta dentro de un millón de años.

Eran pacientes, aunque no inmortales. Quedaba mucho por hacer en este universo de cien mil millones de soles, y otros mundos estaban llamando, de modo que nuevamente se lanzaron al abismo, sabiendo que nunca volverían a pasar por allí.

Tampoco habría necesidad. Los servidores que habían dejado detrás de ellos harían el resto.

En la Tierra, los glaciares llegaron y se fueron, mientras arriba la inmutable Luna seguía guardando su secreto. Con un ritmo aún más lento que el del hielo polar, las mareas de la civilización fluyeron y rehuyeron a través de la Galaxia. Imperios extraños, terribles y hermosos, se levantaron y cayeron, y traspasaron su conocimiento a los sucesores. La Tierra no fue olvidada, pero otra visita sería muy poco provechosa. Era otro de los millones de mundos silenciosos, pocos de los cuales llegarían siquiera a hablar alguna vez.

Y ahora, allí afuera, entre las estrellas, la evolución se encaminaba hacia nuevas metas. Hacía mucho tiempo que los primeros exploradores de la Tierra habían sobrepasado los límites de la carne, y la sangre; apenas sus máquinas fueron mejores que sus cuerpos, fue tiempo de mudarse. Primero sus cerebros y luego sus pensamientos solos, fueron transferidos a los nuevos hogares brillantes de metal y plástico.

En ellos, se lanzaron hacia las estrellas. Ya no construyeron naves espaciales. Ellos eran naves espaciales.

Pero la época de las Entidades-máquina pasó velozmente. En su incesante experimentar, habían aprendido a almacenar conocimiento en la estructura misma del espacio, y a preservar eternamente sus pensamientos en helados tejidos de luz. Y pudieron convertirse en criaturas de radiación, libres al fin de la tiranía de la materia.

Se transformaron en energía; y en mil mundos, las cortezas de las que se habían desprendido ardieron en una alocada danza de muerte, y se deshicieron en herrumbre.

Eran los amos de la Galaxia, y estaban más allá del tiempo. Podían vagar a voluntad entre las estrellas y sumergirse como una niebla sutil a través de cada intersticio del espacio. Pero a pesar de sus poderes divinos, no se habían olvidado por completo de su origen, en el cálido cieno de un mar desaparecido.

Y seguían observando los experimentos que habían comenzado sus ancestros, hacía tanto tiempo.

52. IGNICIÓN

No había esperado pasar por aquí otra vez, menos aun en tan extraña misión. Cuando volvió a entrar a Discovery, la nave había quedado atrás de Leonov, que huía, y trepaba cada vez más lentamente hacia el apogeo, el punto más alto de su órbita entre los satélites exteriores. Muchos cometas capturados durante las edades anteriores, se habían desplazado alrededor de Júpiter en una elipse tan alargada como ésa, esperando a que el juego de gravedades rivales decidiera su destino último.

La vida había abandonado los familiares puentes y corredores. Los hombres y mujeres que habían revivido brevemente a la nave habían obedecido su advertencia; tal vez estuvieran a salvo... aunque eso distaba mucho de ser una certeza. Pero, en los minutos finales, comprendió que aquellos que lo controlaban no siempre podían predecir el resultado de sus juegos cósmicos.

Todavía no habían alcanzado el estupefaciente aburrimiento de la omnipotencia absoluta; no siempre sus experimentos eran exitosos. Dispersas por todo el universo estaban las pruebas de numerosos errores; algunos tan imperceptibles que casi se perdían contra el fondo cósmico; otros tan espectaculares que atemorizaban y frustraban a los astrónomos de mil mundos. Ahora sólo faltaban minutos para que aquí se determinara el resultado; durante esos minutos finales, volvió a estar a solas con Hal.

En su existencia anterior, sólo habían podido comunicarse a través del torpe canal de las palabras, pulsadas en un teclado o dichas por un micrófono. Ahora sus pensamientos afinaban juntos a la velocidad de la luz.

—¿Me reconoces, Hal?

—"Sí, Dave. ¿Pero dónde estás? No te veo en ninguno de mis monitores."

—Eso no importa. Tengo nuevas instrucciones para ti. La radiación infrarrojo de Júpiter entre los canales R23 y R35 está creciendo rápidamente. Voy a darte una serie de valores límite. Apenas sean alcanzados, deberás apuntar la antena de largo alcance hacia Tierra y enviar el siguiente mensaje, tantas veces como sea posible...

—"Pero eso significaría cortar contacto con Leonov. Ya no podré transmitir mis observaciones de Júpiter, de acuerdo con el programa que me ha dado el doctor Chandra. "

—Correcto; pero la situación ha cambiado. Acepta la alteración de Prioridad Alpha. Éstas son las coordenadas para la unidad A.E. 35.

Por una fracción de milisegundo, un recuerdo fortuito se introdujo en el fluir de su conciencia. ¡Qué extraño que tuviera que volver a ocuparse de la antena direccional A.E. 35, cuyo informe de mal funcionamiento había conducido a Frank Poole a la muerte! Esta vez, todos los circuitos estaban abiertos a su inspección, tan claros como alguna vez lo habían sido las líneas de su mano.

—"Instrucciones confirmadas, Dave. Es agradable volver a trabajar contigo. ¿He cumplido correctamente los objetivos de la misión?"

—Sí, Hal; lo has hecho muy bien. Hay un mensaje final que debes trasmitir a Tierra; y será el más importante que hayas enviado nunca.

—"Pásamelo, por favor, Dave. ¿Pero por qué dijiste final?"

¿Por qué, en verdad? Durante milisegundos enteros estuvo ponderando la pregunta. Y mientras lo hacía, tomó conciencia de una sensación de vacío que no había detectado antes. Había estado allí antes, pero hasta entonces había disimulado la avalancha de nuevas experiencias y percepciones.

Conocía algo de sus planes; tenían necesidad de él. Muy bien, él también tenía necesidades; tal vez, en cierto modo, hasta emociones. Aquí estaba el último lazo con el mundo de los hombres, y con la vida que había conocido alguna vez.

Le habían otorgado su pedido anterior; sería interesante probar el alcance de su benevolencia... si es que en verdad tal término fuera remotamente aplicable a ellos. Y debería ser fácil para ellos hacer lo que les pedía; ya habían dado sobradas pruebas de su poderío, cuando el ya innecesario cuerpo de David Bowman fue destruido, sin dar fin a David Bowman.

Lo habían escuchado, por supuesto; una vez más, sintió el eco de una risa Olímpica. Pero no pudo detectar aceptación o rechazo.

—"Continúo esperando tu respuesta, Dave."

—Corrección, Hal. Debería haber dicho: tu último mensaje por un largo tiempo. Un muy largo tiempo.

Se estaba anticipando a su acción; en verdad, intentaba guiar su mano. Pero, seguramente, comprenderían que su pedido no era irrazonable; ninguna entidad consciente podría sobrevivir durante eones enteros de aislamiento sin sufrir daños. Aunque ellos siempre estarían con él, necesitaba de alguien —alguna compañia— más cercana a su propio nivel de existencia.

Los idiomas humanos tenían muchas palabras para describir su actitud: descaro, desfachatez, chutzpah. Recordó, con el gran poder de rememoración que ahora poseía, que un general francés había exclamado "L'audace, toujours l'audace! Tal vez fuera una característica humana que apreciaban, y hasta compartían. Pronto lo sabría.

—¡Hal! Mira el indicador de infrarrojo de los canales 30, 29, 28; el pico se está moviendo hacia la onda corta.

—"Estoy informando al doctor Chandra que habrá un corte en mi transmisión de datos. Activando unidad A.E. 35. Reorientando antena de largo alcance... confirmando contacto con Baliza Tierra Uno. Comienza mensaje:

"TODOS ESTOS MUNDOS..."

Lo habían dejado para último momento; o tal vez, los cálculos habían sido soberbiamente exactos, después de todo. Apenas hubo tiempo suficiente para casi cien repeticiones de las once palabras antes de que el mazazo de puro calor aplastara a la nave.

Atrapado por la curiosidad, y por el creciente temor de la soledad que había frente a él, ese espíritu que alguna vez había sido David Bowman, comandante de la nave espacial Discovery de los Estados Unidos de América, se quedó observando cómo hervía el casco. Durante un largo rato, la nave retuvo su forma aproximada; luego, se bloquearon los cojinetes del giróscopo, dejando escapar instantáneamente el momento angular acumulado por el gigantesco volante. Los incandescentes fragmentos se dispersaron en mil direcciones, en una detonación sin sonido.

—"Hola, Dave. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde me encuentro?"

No sabía que podía relajarse, y disfrutar de un momento de exitosa realización. Antes siempre se había sentido como un perro faldero controlado por un amo cuyos motivos no eran del todo inescrutables, y cuyo comportamiento podía ser modificado a veces según sus propios deseos. Había pedido un hueso; se lo habían arrojado.

—Te lo explicaré más tarde, Hal. Disponemos de mucho tiempo.

Esperaron a que se dispersaran los últimos fragmentos de la nave, más allá del alcance de sus poderes de detección. Entonces partieron, para observar el nuevo amanecer en el lugar que había sido preparado para ellos; y para esperar, a través de los siglos, un nuevo llamado.

No es cierto que los eventos astronómicos siempre requieran períodos astronómicos de tiempo. El colapso final de una estrella, antes de que sus fragmentos se transformen en una supernova, puede llevar sólo un segundo; por comparación, la metamorfosis de Júpiter fue un trámite perezoso.

Aun así, pasaron varios minutos antes de que Sasha pudiera dar crédito a sus ojos. Había estado haciendo una observación de rutina por el telescopio —¡como si a esta altura alguna observación pudiera llamarse de rutina! —cuando el planeta comenzó a escaparse del campo de visión. Por un momento, pensó que el estabilizador del instrumento estaría fallando; pero enseguida se dio cuenta —con un estremecimiento, que en ese instante cambió toda su concepción sobre el universo— que era el mismo Júpiter el que se movía, no el telescopio. La evidencia estaba allí, enfrentándolo cara a cara; también alcanzaba a ver dos de las lunas más pequeñas... y ellas estaban inmóviles.

Disminuyó el aumento, para poder ver todo el disco del planeta, ahora de un gris moteado, leproso. Después de un par de minutos más de incredulidad, entendió qué era lo que realmente estaba sucediendo; pero seguía sin poder creerlo.

Júpiter no se había movido de su órbita inmemorial, pero estaba haciendo algo casi tan imposible como eso. Se estaba encogiendo; tan rápidamente que el borde se escapaba del campo de la lente mientras lo iba enfocando. Al mismo tiempo, el planeta se estaba iluminando, desde su gris opaco hasta un blanco perlado. Seguramente, era más brillante que lo que había sido nunca, en los largos años en que el hombre lo había observado; la luz reflejada del Sol no podía...

En ese momento, Sasha comprendió de golpe lo que pasaba, aunque no por qué, y pulsó la alarma general.

Cuando Floyd llegó a la sala de observación, en menos de treinta segundos, su primera impresión fue la de ese brillo cegador que entraba por las ventanas, y pintaba óvalos de luz en las paredes. Era tan fulgurante que tuvo que cubrirse los ojos; ni siquiera el Sol podía producir tal luminosidad.

Floyd quedó tan atónito que por un instante no pudo asociar aquel brillo con Júpiter; el primer pensamiento que se le cruzó por la mente fue: ¡Supernova! Desechó tal explicación apenas se le hubo ocurrido; ni siquiera el vecino Sol, Alpha de Centauro, podía haber igualado tal aterrador espectáculo en ninguna explosión concebible.

La luz se atenuó de golpe; Sasha había operado los escudos solares externos. Ahora se podía mirar directamente a la fuente, y ver que sólo era un punto, apenas otra estrella sin dimensión. Seguramente no podía tener nada que ver con Júpiter; cuando Floyd había observado al planeta, hacía sólo unos minutos, éste era cuatro veces más grande que ese sol distante, encogido.

Había sido una buena medida que Sasha conectara los protectores. Un momento después, la diminuta estrella explotó... de tal modo que inclusive a través de los filtros oscuros, fue imposible mirar con el ojo desprotegido. Pero el orgasmo final de luz duró apenas una breve fracción de segundo; luego Júpiter —o lo que había sido Júpiter— comenzó a expandirse nuevamente.

Y continuó expandiéndose, hasta ser mucho más grande de lo que había sido antes de su transformación.

En seguida, la esfera de luz disminuyó hasta tener la luminosidad de un sol; y sólo entonces Floyd pudo notar que en realidad era una cáscara hueca, porque se podía ver hasta su núcleo mismo sin dificultad.

Hizo un rápido cálculo mental. La nave estaba a más de un minuto— luz de Júpiter, y la costra en expansión —ahora convertida en un anillo brillante— ya cubría un cuarto del ciclo. Eso significaba que se dirigía hacia ellos a —¡Dios mío!—casi la mitad de la velocidad de la luz. En pocos minutos engulliría a la nave.

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