Read 2010. Odisea dos Online

Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (28 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
5.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

No duró mucho, porque inmediatamente Tanya ordenó a todos aquellos que no tuvieran una tarea específica, que intentaran descansar —y en lo posible dormir— para la maniobra con Júpiter, que sería en apenas nueve horas. Como los aludidos tardaban en moverse, Sasha despejó el puente, gritando: "¡Serán colgados por esto, perros amotinados!" Hacía dos noches, como rara distracción, todos habían visto la cuarta versión de Motín a bordo, en la cual, según decían los historiadores de cine, aparecía el mejor capitán Bligh desde el legendario Charles Laughton. Se tenía la impresión general de que Tanya no debería haberla visto, porque podría copiar algunas ideas.

Después de dos inquietas horas en el capullo, Floyd abandonó la persecución del sueño y vagó hasta la cubierta de observación. Júpiter era mucho más grande y crecía lentamente a medida que las naves se precipitaban hacia su perigeo sobre el lado nocturno. Aquel disco glorioso presentaba tal profusión de detalles —cinturones de nubes, puntos que iban desde un blanco deslumbrante hasta un rojo ladrillo, remolinos oscuros de las desconocidas profundidades, el óvalo ciclónico del Gran Punto Rojo— que el ojo humano no tenía manera de abarcarlas. En ese momento pasaba la redonda sombra negra de una luna; Floyd suponía que podría ser Europa. Estaba viendo este paisaje increíble por última vez; aunque tendría que rendir con el máximo de eficiencia dentro de seis horas, hubiera sido un crimen desperdiciar durmiendo aquellos preciosos momentos.

¿Dónde estaba aquella mancha que Control de Misión les había pedido que observaran? Ya debería estar a la vista, pero Floyd no estaba seguro de que fuera visible a simple vista. Vasili estaría muy ocupado para preocuparse por eso; tal vez, él pudiera ayudar practicando un poco de astronomía amateur. Después de todo, había habido una corta época, hacía treinta años apenas, en que se había ganado la vida como profesional.

Activó los controles del telescopio principal de cincuenta centímetros —afortunadamente el bulto adyacente de Discovery no había bloqueado el campo de visión— y recorrió la línea del ecuador a potencia media. Y ahí estaba, saliendo desde el borde del disco.

Por fuerza de las circunstancias, Floyd era ahora uno de los diez expertos más grandes en Júpiter del Sistema Solar; los otros nueve estaban trabajando o durmiendo en las cercanías. De inmediato notó algo muy extraño en esa mancha; era tan negra que parecía un agujero practicado a través de las nubes. Desde su perspectiva se veía como una elipse perfectamente recortada; Floyd calculó que vista directamente desde arriba sería un círculo perfecto. Grabó unas pocas imágenes y luego aumentó la potencia al máximo. La veloz rotación de Júpiter había colocado aquella formación en una posición más accesible; y cuanto más observaba Floyd más se asombraba.

—Vasili —llamó por el intercomunicador —, si tienes un minuto para perder, echa una mirada al monitor de cincuenta centímetros.

—¿Qué estás observando? ¿Es importante? Estoy controlando la órbita.

—Toma tu tiempo, desde luego. Pero he encontrado la mancha que informó Control de Misión. Es muy peculiar.

—¡Demonios! Me había olvidado de eso. Buenos observadores seremos para que esos tipos de Tierra tengan que decirnos dónde mirar. Dame otros cinco minutos; no se escapará.

Bastante cierto, pensó Floyd; en realidad, se volverá más nítida. Y no había nada de malo en perderse algo que los astrónomos terrestres, o lunares, habían detectado. Júpiter era muy grande, habían estado muy ocupados, y los telescopios de la Luna y la Tierra eran cien veces más poderosos que el instrumento que estaba utilizando ahora.

Pero la mancha se hacía más y más peculiar. Por primera vez, Floyd comenzó a tener una clara sensación de incomodidad. Hasta ese momento, nunca se le había ocurrido que esa mancha pudiera ser otra cosa que una formación natural, algún truco de la increíblemente compleja meteorología de Júpiter. Ahora empezaba a dudar.

Era tan negra como la misma noche. ¡Y tan simétrica! A medida que se hacía más nítida se veía que obviamente era un círculo perfecto. Sin embargo sus contornos no estaban netamente definidos; el perímetro tenía una extraña irregularidad, como si estuviera ligeramente desenfocado.

¿Era su imaginación, o había crecido, inclusive mientras lo miraba? Hizo una rápida estimación y decidió que el objeto tendría unos dos mil kilómetros de diámetro. Era apenas más pequeño que la todavía visible sombra de Europa, pero tanto más oscuro que no había riesgo de confusión.

—Echemos un vistazo —dijo Vasili, en un tono casi condescendiente —. ¿Qué crees que has encontrado? ¡Oh ... —Su voz se perdió en el silencio.

47. RECONOCIMIENTO FINAL

Pero una vez que se hubo apagado la estupefacción inicial, reflexionando sobre ello, era difícil entender cómo una mancha negra que se expandía sobre la superficie de Júpiter podía constituir un peligro. Era algo extraordinario —inexplicable—; pero no tan importante como los críticos sucesos que vendrían dentro de apenas siete horas. Todo lo que importaba ahora era una impulsión exitosa en el perijoveo; tendrían mucho tiempo para estudiar puntos negros y misteriosos en el viaje de regreso.

También para dormir; Floyd había abandonado todo intento de hacerlo. Aunque la sensación de peligro —al menos, de peligro conocido— era mucho menor que en su primer acercamiento a Júpiter, sentía una mezcla de excitación y aprensión que lo mantenía despierto. La excitación era natural y comprensible; las causas de la aprensión más complejas. Floyd tenía como regla no preocuparse nunca por aquello sobre lo cual no tuviera ningún control; cualquier amenaza externa se revelaría a su debido tiempo, y sería enfrentada. Pero no podía evitar preguntarse si habían hecho todo lo posible para salvaguardar sus naves.

Además de las fallas mecánicas de a bordo, había dos aspectos principales de que ocuparse. Aunque las cintas que mantenían unidas a Leonov y Discovery no habían mostrado tendencia a resbalar, todavía debían pasar su prueba más severa. Casi igualmente crítico sería el momento de la separación, cuando la más pequeña de las cargas explosivas, que una vez se había pensado usar para sacudir a Hermano Mayor, fuera detonada a una distancia incómodamente cercana. Y, desde luego, estaba Hal...

Había conducido la maniobra de salida de órbita con precisión exquisita. Había corrido sin comentarios ni objeciones la simulación del acercamiento a Júpiter, hasta la última gota de combustible de Discovery. Pero, a pesar de que Chandra le había explicado, cuidadosamente, como se había convenido, qué era lo que intentaban hacer, ¿entendería Hal verdaderamente qué estaba sucediendo?

Floyd tenía una preocupación dominante, que en los últimos días se había transformado casi en obsesión. Se imaginaba que todo funcionaba perfectamente, las naves estaban a mitad de camino de la maniobra final, el disco enorme de Júpiter llenaba el cielo a pocos kilómetros abajo de ellos, ... y entonces Hal, carraspeando electrónicamente decía: "Doctor Chandra, ¿le importaría que le hiciese una pregunta?"

No sucedió exactamente así.

El Gran Punto Negro, como había sido inevitablemente bautizado, estaba siendo arrastrado fuera del campo de visión por la veloz rotación de Júpiter. En pocas horas, las naves —que seguían acelerando —lo volverían a encontrar en el lado nocturno del planeta; pero ésta era la última oportunidad de observarlo de cerca a plena luz del sol.

Seguía creciendo a una velocidad extraordinaria; en las últimas dos horas, había doblado su área. De no ser por el hecho de que mantenía su negrura al expandirse, hubiera podido ser una mancha de tinta extendiéndose en el agua. Su contorno —que ahora se ampliaba a una velocidad cercana a la del sonido en la atmósfera joviana —seguía apareciendo borroso y desenfocado; finalmente se comprendió la causa de ello, dando la máxima potencia al telescopio de la nave.

A diferencia del Gran Punto Rojo, el Gran Punto Negro no era una estructura continua; estaba compuesto de una multitud de pequeños puntos, como un reticulado gráfico con un cristal de gran aumento. En casi toda su área, los puntos estaban tan cercanos que casi se tocaban, pero en el borde se espaciaban más y más, de tal manera que el punto terminaba en una gris penumbra, en lugar de un contorno definido.

Debía haber casi un millón de aquellos puntos misteriosos, claramente ovalados; más que círculos, elipses. Katerina, la persona menos imaginativa de a bordo, sorprendió a todos diciendo que se veían como si alguien hubiera tomado una bolsa de arroz, la hubiera pintado de negro y la hubiese volcado sobre la superficie de Júpiter.

Ahora el sol se estaba escondiendo detrás del enorme arco del lado diurno —que se estrechaba rápidamente— y por segunda vez, Leonov se precipitaba hacia la noche joviana para una cita con el destino. En menos de treinta minutos se iniciaría la impulsión final, y todo comenzaría a suceder en forma vertiginosa.

Floyd se preguntaba si debería haberse unido a Chandra y a Curnow, que montaban guardia en Discovery. Pero él no podía hacer nada; en una emergencia, sólo sería un estorbo. El interruptor estaba en el bolsillo de Curnow, y Floyd sabía que las reacciones del joven eran mucho más veloces que las suyas. Si Hal mostraba el menor signo de indisciplina, podía ser desconectado en menos de un segundo; pero Floyd tenía la certeza de que no sería necesario tomar una medida tan extrema. Al haber sido autorizado para hacer las cosas a su manera, Chandra había cooperado sin reticencias en aprontar los procedimientos para el comando manual, de presentarse tan desafortunada necesidad. Floyd tenía confianza en que cumpliría con su deber, por más que no estuviera de acuerdo.

Curnow no se hallaba tan seguro. Estaría más conforme, había dicho a Floyd, si dispusiera de un dispositivo de seguridad múltiple, bajo la forma de un segundo interruptor... para Chandra. Entretanto, nadie podía hacer otra cosa que esperar y observar el cada vez más cercano paisaje nuboso del lado nocturno, tenuemente iluminado per la luz que reflejaban los satélites, el brillo de las reacciones fotoquímicas, y los frecuentes relámpagos titánicos, causados por tormentas de mayor superficie que la Tierra.

El sol se escondió detrás de ellos, eclipsado en pocos segundos por el globo al que se aproximaban tan velozmente. Cuando lo volvieran a ver, deberían estar rumbo al hogar.

"Veinte minutos para la ignición. Todos los sistemas nominales".

—Gracias, Hal.

Me pregunto si Chandra era totalmente sincero, pensaba Curnow, cuando dijo que Hal se confundiría si alguien más le hablaba. Yo mismo he hablado bastante con él, cuando no había nadie cerca, y siempre me comprendió perfectamente. Pero ya no queda mucho tiempo para una conversación amistosa, aunque ayudaría a reducir la tensión.

¿Qué pensaría realmente Hal —si es que pensaba— acerca de la misión? Toda su vida, Curnow se había mantenido alejado de las cuestiones filosóficas o abstractas: "Yo soy una persona de tuercas y tornillos", había proclamado siempre, aunque no había mucho de eso en una nave espacial. En otra época se hubiera reído de la idea, pero ahora comenzaba a preguntarse: ¿Presentiría Hal que pronto sería abandonado?, y en ese caso, ¿estaría resentido? Curnow casi llevó la mano al interruptor que tenía en el bolsillo, pero se controló. Había hecho eso tantas veces que Chandra podría sospechar.

Por centésima vez, revisó la secuencia de hechos que deberían desarrollarse durante la próxima hora. Apenas se agotara el combustible de Discovery, cortarían todos los sistemas, excepto los esenciales, y regresarían rápidamente a Leonov a través del tubo conector. Éste sería desacoplado, explotarían las cargas, las naves se separarían... y comenzarían a funcionar los motores de la propia Leonov. El alejamiento se produciría, si todo funcionaba de acuerdo con lo previsto, justo cuando estuvieran en el punto más cercano a Júpiter; ello permitiría sacar el máximo provecho del campo gravitacional del planeta.

"Quince minutos para la ignición. Todos los sistemas nominales".

—Gracias, Hal.

—A propósito —dijo Vasili, desde la otra nave —. Ahí viene otra vez el Gran Punto Negro. Tal vez podamos ver algo nuevo.

"Preferiría que no", pensó Curnow, "ya tenemos las manos bastante ocupadas". No obstante, dirigió una breve mirada a la imagen que Vasili transmitía en el monitor del telescopio.

Al principio sólo veía la suave fosforescencia del lado nocturno del planeta; en seguida avistó en el horizonte, un deformado círculo de oscuridad más profunda. Se estaban acercando a él a una velocidad increíble.

Vasili aumentó la entrada de luz, y la imagen se iluminó mágicamente. Al fin, el Gran Punto Negro se resolvió en sus millones de elementos idénticos...

"Dios mío!", pensó Curnow, "¡no puedo creerlo!"

Escuchó exclamaciones de sorpresa desde Leonov: los demás habían compartido aquella misma revelación, al mismo tiempo que él.

"Doctor Chandra", dijo Hal, "detecto estructuras vocales de gran tensión. ¿Hay algún problema?"

—No, Hal —contestó Chandra rápidamente —. La misión progresa con normalidad. Sólo hemos recibido una sorpresa; eso es todo. ¿Qué piensas tú de la imagen del monitor en el circuito 16?

—Veo el lado nocturno de Júpiter. Hay un área circular, 3250 kilómetros de diámetro, cubierta casi por completo de objetos rectangulares.

—¿Cuántos?

Después de la menor de las pausas, Hal hizo brillar la cifra en la pantalla:

1.355.000 con un error probable de mas o menos 1.000

—¿Y los reconoces?

—Sí. Son idénticos en tamaño y forma al objeto al que ustedes se refieren como Hermano Mayor. Diez minutos para la ignición. Todos los sistemas nominales.

"No los míos", pensó Curnow. Así que la maldita cosa había bajado a Júpiter, y se había multiplicado. Había algo cómico y siniestro a la vez acerca de esa plaga de monolitos negros; y para su sorpresa, la increíble imagen de la pantalla-monitor tenía una cierta familiaridad sobrenatural.

¡Desde luego: era eso! Aquellos rectángulos negros idénticos le recordaban las piezas del dominó. Años atrás, había visto un documental que mostraba cómo un equipo de japoneses medio locos habían colocado pacientemente un millón de piezas de dominó paradas sobre sus extremos, una a continuación de la otra, de tal manera que cuando se golpeara la primera, las demás caerían inevitablemente. Las habían ordenado en complejas estructuras, algunas bajo del agua, o en pequeñas escalerillas, otras a lo largo de múltiples dibujos, de forma que produjeran nuevas figuras y estructuras al caer. Había llevado semanas prepararlas; Curnow recordaba que los temblores habían arruinado muchas veces el evento, y la caída final, desde la primera ficha hasta la última, había tardado más de una hora.

BOOK: 2010. Odisea dos
5.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Promise Box by Tricia Goyer
Peter Benchley's Creature by Peter Benchley
The Child Goddess by Louise Marley
Mystery in the Cave by Charles Tang, Charles Tang
The Wishing Tide by Barbara Davis
Caged by Carolyn Faulkner
Woman Hollering Creek by Sandra Cisneros
The Cassandra Conspiracy by Rick Bajackson
The Two Kinds of Decay by Sarah Manguso
American Appetites by Joyce Carol Oates