Y las palabras del agonizante fueron oídas por aquellos que nos encontrábamos por encima del tumulto, y eran un presagio de las cosas venideras, tan negras como el final del decimotercer ciclo
.
Chel se sentó. La Cuenta Larga de más de cinco mil años estaba dividida en períodos de unos 395 años cada uno, y el 21/12/12 era el final del importantísimo «decimotercer ciclo», en cuyo momento se suponía que la Cuenta Larga llegaría al final. Tan sólo una breve inscripción en las ruinas de Tortuguero, México («
FINALIZARÁ EN EL DECIMOTERCER CICLO
»), había dado nacimiento a una industria artesanal y una devoción de culto al calendario, y los partidarios del 2012, ya crecidos por el VIF, perderían los papeles si averiguaban que aparecía una mención al decimotercer ciclo en el libro cuya aparición estaba inextricablemente relacionada con la epidemia.
Chel echó un vistazo a la puerta del laboratorio, junto a la cual colgaba un intercomunicador de la pared. Podía utilizarse para llamar al destacamento de seguridad apostado al pie de la colina. Confiaba en no tener que utilizarlo jamás.
—Podría estar hablando sobre un ciclo de Tzolk’in de trece días, por lo que nosotros sabemos —dijo a Rolando por fin—. Tal vez no tenga nada que ver con la Cuenta Larga.
Chel no estaba segura de creer en sus palabras, pero no podía permitir que el 2012 la distrajera en estos momentos, ni conceder nada a los creyentes del 2012 a lo que pudieran aferrarse.
Uno de los creyentes en los que estaba pensando entró en el laboratorio y escuchó el final de su conversación. El pelo cano y corto de Victor estaba peinado hacia atrás y mojado, como si acabara de ducharse. Esta vez, su polo perpetuo era verde.
—Por mí no te cortes.
Incluso en los momentos más bajos de Victor, Chel siempre se había maravillado de su energía de setenta años y pico. Cuando ella estudiaba en la universidad, él se dedicaba al trabajo de descifrado durante períodos de doce horas, sin comer ni ir al baño, y ahora había sido fundamental para conducirlos hasta este momento.
De todos modos, por agradecida que se sintiera, no tenía ganas de mencionar 2012 cuando él estaba presente.
—La referencia al decimotercer ciclo está abierta a todo tipo de interpretaciones —dijo Victor sin más dilación.
—Supongo —respondió ella con cautela.
—Echaré un vistazo a los ordenadores —dijo Rolando.
Victor tosió.
—Pero muchas cosas estarán abiertas a diversas interpretaciones en función de los prejuicios personales de la gente. Y creo que hemos de concentrarnos en
otras
cosas más importantes. ¿No te parece?
Chel se sintió aliviada.
—Sí, Victor. Gracias.
El hombre alzó su copia de la traducción.
—Bien, pues pongamos manos a la obra —dijo. Apoyó una mano con delicadeza sobre el hombro de Chel, y ella la tocó un momento—. Creo que lo primero que deberíamos comentar son las implicaciones del colapso de la civilización maya, ¿no?
—¿Qué implicaciones?
—La posibilidad de que este libro pueda revelarnos algo sobre el colapso para lo cual no estemos preparados. ¿Qué deduces de la descripción que hace Paktul de la ciudad en decadencia?
—Veo una comunidad asolada por una megasequía, y que intenta sobrevivir. Paktul dice que hay mercados vacíos y niños famélicos. La sequía se habrá prolongado unos dieciocho meses, como mínimo, basándonos en las probables reservas de agua.
—Sabemos que hubo sequías —dijo Victor—, pero ¿qué me dices de la referencia a las técnicas de conservación de la comida que utilizan?
Nuestro ejército ha descubierto una nueva forma de conservar la comida, salando las provisiones más que antes, de modo que somos capaces de lanzar guerras contra países todavía más lejanos
.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Chel.
—La salazón es una innovación fundamental en la guerra. Ya sabes que la guerra entre los estados se veía dificultada con frecuencia por el suministro de provisiones. Descubrir técnicas de salazón mejores permitiría que lucharan con más eficacia.
—¿Qué estás insinuando?
—Sólo estoy diciendo que, a la larga, la capacidad de prolongar sus guerras los hacía más vulnerables.
—¿A qué?
—A todo.
Ella comprendió. Victor siempre había defendido la misma teoría, incluso antes de su obsesión por el 2012: creía que los antepasados de Chel estaban mejor adaptados a vidas más sencillas y rurales, y que las ciudades, pese a toda su gloria, fomentaban los excesos autodestructivos de reyes despóticos.
—Los antiguos podrían haber gobernado durante un milenio de no ser por las sequías —dijo—. Utilizaron su tecnología con suma eficacia.
Victor no estaba de acuerdo.
—No olvidemos que los mayas soportaron sequías mucho más largas cuando vivían en los bosques que cuando vivían en las ciudades. En cuanto se trasladaron a la selva después del clásico, y dejaron de construir templos, guerrear y quemar toda su leña para fabricar yeso, sobrevivieron sin problemas a los períodos de sequía.
—¿Así que los nobles salvajes sólo podían sobrevivir en las selvas? ¿No soportaban las presiones de la civilización?
Antes de que Victor pudiera responder, Rolando asomó la cabeza en el laboratorio.
—Siento interrumpir, pero hay algo que debéis ver los dos.
En la parte posterior del laboratorio, había cuatro ordenadores que utilizaban programas de «visión» de última generación para descifrar glifos desconocidos y reconstruir espacios en blanco del texto. Debido al estilo único de cada escriba, hasta palabras familiares podían pintarse de una forma que las hacía irreconocibles. La visión por ordenador utilizaba sofisticados algoritmos para calcular las distancias entre pinceladas, y después intentaba compararlas con glifos conocidos de formas similares, con mucha más precisión que el ojo humano.
Rolando señaló una serie de líneas garabateadas del códice.
—¿Veis este glifo? El ordenador cree que es bastante similar a una de las representaciones de Escorpio visto en Copal para que sea una coincidencia. Creo que es una referencia zodiacal.
El Sol y las estrellas determinaban todos los acontecimientos de la vida antigua: el culto a los dioses, los nombres que ponían a los niños, los rituales que se celebraban, los alimentos que tomaban, los sacrificios ofrecidos. El pueblo antiguo estudiaba y rendía culto a muchas de las mismas constelaciones veneradas por los griegos y los chinos. Nadie sabía si el Zodíaco maya era autóctono o había sido traído a través del estrecho de Bering desde Asia, pero, en cualquier caso, los paralelismos eran sorprendentes.
—Por tanto, si sustituimos esa interpretación del texto —continuó Rolando—, la frase sería así:
La gran estrella de la mañana había atravesado la parte más roja del gran escorpión del cielo
.
Chel lo comprendió al instante.
—Podríamos intentar recrear la posición de Venus en el cielo en el momento en que Paktul estaba escribiendo.
—Debo suponer que hay más referencias zodiacales en el texto —dijo Rolando—. He pedido al ordenador que busque cualquier otra cosa que recuerde a constelaciones.
—Necesitamos un experto en arqueoastronomía —intervino Victor—. ¿Patrick no trabaja a veces con el Zodíaco?
Chel sintió un nudo en el estómago.
—¿Sabemos si anda por aquí? —preguntó Rolando.
Ella sí lo sabía, por supuesto. Patrick le había enviado un correo electrónico cuando empezó la cuarentena para saber si se encontraba bien. Para informarle de que estaba en la ciudad en caso de que necesitara algo. Ella ni siquiera le había contestado.
Mis plumas escarlata tienen franjas azules y amarillas. Cuando llegué aquí, me moría de hambre y habría podido morir si él no me hubiera salvado. Era la época de migración y perdí a mi bandada cuando atravesábamos Kanuataba, y sólo el escriba me dio vida. Comí gusanos de tierra que sacó del suelo. Ha pasado tanto tiempo desde las lluvias que hasta los gusanos de tierra están marchitos y resecos, pero nos dimos mutuo consuelo.
Yo, Paktul, escriba real de Kanuataba, me siento animado por la presencia de un guacamayo escarlata, que ha entrado volando en mi cueva. La forma espiritual que recibí al nacer era la de un guacamayo, y el pájaro siempre ha significado un gran presagio cuando me lo he encontrado por casualidad. La noche del asesinato de Auxila, llegó herido. Le di gusanos porque no podía ofrecerle semillas de fruta, y después dejé caer gotas de sangre de mi lengua para darle la bienvenida. De esta forma nos convertimos en uno. Yo encarno el espíritu del ave en mis sueños. Ahora estoy tan agradecido por su presencia como él por la mía. No suele suceder que un espíritu animal encuentre a su hombre en carne y hueso, y ésta es la única felicidad que conozco ahora.
Porque sólo ha caído lluvia en nuestros sueños, y la gente de Kanuataba padece cada día más hambre. Maíz, frijoles y pimientos escasean casi tanto como la carne, y la gente se alimenta de arbustos. He dado mis raciones a los hijos de mis amigos porque estoy acostumbrado a la alimentación de subsistencia cuando entro en comunión con los dioses, y mi apetito ha disminuido.
La muerte de Auxila, hace sólo doce soles, todavía me atormenta. Auxila era un buen hombre, un hombre santo, cuyo padre me adoptó cuando yo era pequeño y no tenía padres. Sólo conocí a mi padre, pues mi madre había muerto cuando me expulsó del útero. Mi padre no podía encargarse por sí solo de un niño, pero el rey, el padre de Imix Jaguar, no le permitió tomar otra esposa de Kanuataba. Así que huyó solo al gran lago que hay junto al mar, el país de nuestros antepasados, para reunirse con ellos, como el ave que vuelve con su bandada. Nunca regresó, y el padre de Auxila me adoptó como huérfano y convirtió a Auxila en mi hermano. Ahora mi hermano ha sido asesinado por el rey al que sirvo.
Me dirigí a palacio con mi guacamayo, un día en que la luna estaba mediada, y la estrella del anochecer iba a atravesar Xibalba. Me tragué mi tristeza por la muerte de Auxila, pues expresar descontento por un decreto real es imprudente. El rey me había convocado por motivos que desconocía.
El guacamayo y yo pasamos ante otros nobles que estaban en el patio central cuando nos encaminábamos hacia el palacio. Maruva, miembro del consejo que jamás tenía una idea propia, se encontraba apoyado contra una de las grandes columnas que rodeaban el patio, empequeñecido por la piedra que alcanzaba una altura de siete hombres. Habló al embajador de un rey, famoso por proporcionar alucinógenos al mercado negro de las Afueras. Ambos me miraron con suspicacia y susurraron cuando pasé de largo.
Llegué al palacio y uno de los guardias me condujo a los aposentos reales. El rey y sus lacayos acababan de comer, otro ritual secreto al que sólo tenían acceso él y sus aduladores. Los hombres estaban finalizando un festín real. El olor a incienso invadió mi nariz y se impuso al olor de carne animal. El incienso era inconfundible. Ya había llegado en otras ocasiones al final de estas fiestas reales, y siempre perdura un olor amargo en el aire procedente del fuego que arde para santificar su comida. La mezcla secreta de plantas quemadas es una fuente de poder para los reyes, y el aroma del incienso es una gran fuente de orgullo para Imix Jaguar. Cuando dejé en el suelo al guacamayo y besé la abyecta piedra caliza, el aroma había cambiado, y ya no pude notarlo en el fondo de mi lengua como antes.
Imix Jaguar me ordenó entrar en los recovecos de sus aposentos, y sentarme en el suelo debajo de su trono real, donde el sol brilla en el solsticio y la luna brilla cuando llega la cosecha. El rostro de Imix Jaguar es afilado, y siempre ha cosechado poder de su distinción. Su nariz es puntiaguda como la de un ave, y su frente chata se presenta como prueba de su poder divino. Se viste de algodón, hecho en telares reales y teñido de verde real, y casi nunca se le ve sin su tocado de cabeza de jaguar.
Imix Jaguar, el santo gobernante, habló. Su voz resonó de forma que todos pudieran oírle:
—Honraremos al gran dios Akabalam y los muchos dones que ha derramado sobre mi reino soberano. ¡Alabado sea! A ti, Akabalam, dedicaremos una fiesta santa, y te hacemos esta insignificante ofrenda para que puedas bendecirnos con tus numerosos dones. Prepararemos un festín de carne como jamás se haya visto en esta ciudad, para todos los habitantes de Kanuataba. Se celebrará en honor de Akabalam con el fin de santificar la iniciación de la nueva pirámide…
Yo estaba confuso. ¿De qué fiesta hablaba? ¿Y de dónde sacaría comida para tal festejo, cuando nuestra ciudad se está muriendo de hambre?
Hablé:
—Perdonad, alteza, pero ¿se va a celebrar una fiesta santa?
—Como no ha visto esta ciudad en cien vueltas de la Rueda Calendárica.
—¿Qué clase de fiesta?
—Todo se sabrá a su tiempo, escriba.
Imix Jaguar hizo un ademán a una concubina que había venido a reunirse con nosotros, y la mujer introdujo la mano en un pequeño cuenco que tenía al lado y sacó una piel de árbol. La colocó entre los dientes de su amo, y él masticó mientras hablaba de nuevo:
—Paktul, sirviente, mientras me encontraba en trance, me comentaron los dioses que desaprobabas el nuevo templo. El que cuestiones la fiesta ordenada por Akabalam confirma lo que los dioses me dijeron. Ya sabes que yo lo veo todo, escriba. ¿Es cierto lo que dicen los dioses? ¿Que pones en duda que yo sea su portavoz?
Estas palabras equivalían a una sentencia de muerte, y experimenté más miedo que nunca. Los ojos de la corte estaban clavados en mí, preparados para el derramamiento de sangre. Habían sacrificado a Auxila por menos. ¡Me arrancarían el corazón en el altar! Miré a Jacomo el enano, que bebía de una taza de chocolate con canela y chile. Supe entonces que ningún dios era responsable de esto, tan sólo un enano malicioso.
Con miedo en el corazón, hablé:
—Imix Jaguar, santísimo gobernante, exaltado. Hablé en la reunión del consejo sólo para preguntar si era el momento propicio para la construcción de una nueva pirámide. Deseo que la pirámide se yerga durante diez ciclos grandes para que tu nombre sea recordado por siempre jamás como el más santo. Espero adornar la fachada con mil glifos que te representen, pero no deseo pintar sobre piedra caliza pobre, porque no tenemos hombres ni materiales para construirla.
Incliné la cabeza en señal de penitencia, y en ese momento Imix Jaguar escupió la piel de árbol en el suelo y mostró los dientes. Exhibió el conjunto de empastes de jade y perlas más hermoso jamás creado en Kanuataba. A Imix Jaguar le encanta sonreír y recordar a todos los que se encuentran por debajo de él su tesoro. La lealtad es lo que más exige Imix Jaguar a su pueblo, y muchas veces le he visto complacerse en la humillación de un hombre, sólo para ordenar ejecutarle antes de otro giro de la gran estrella del cielo.
Cerré los ojos y esperé la llegada de los verdugos. Me conducirían a lo alto de la pirámide y me sacrificarían como hicieron con Auxila.
Pero entonces el rey habló con palabras que yo no esperaba:
—Paktul, sirviente, estás perdonado. Perdono tu indiscreción y confío en que te redimirás mediante los preparativos de la santa fiesta en honor de Akabalam.
Abrí los ojos sin dar crédito a sus palabras. Y el rey continuó:
—Mi hijo, el príncipe, siente afecto por ti, y por ello te será perdonado tu pecado en esta ocasión, para que puedas enseñar a Canción de Humo a seguir el linaje de su destino. Le enseñarás el poder de Akabalam, el más reverenciado dios que se me ha revelado. Enseñarás a Canción de Humo las virtudes de la fiesta inminente.
Temblando, tartamudeé mis palabras:
—Alteza, he buscado en los grandes libros, y no he encontrado a este tal Akabalam. He buscado por todas partes, y no hay descripciones de él en los grandes ciclos de tiempo. Deseo enseñar al príncipe, pero ¿qué voy a enseñarle?
—Continuarás impartiendo lecciones al príncipe tal como estaba planeado, humilde escriba, con los grandes libros que conoces tan bien. Y cuando la fiesta en honor de Akabalam esté preparada, te lo revelaré todo para que puedas dejar constancia de ello en los nuevos libros sagrados, y así Canción de Humo y los divinos reyes que le seguirán lo sabrán por siempre jamás.
Salí de los aposentos reales, embriagado de la nueva vida que el rey me había instilado.
Las lecciones del santo príncipe son más importantes que cualquier otro deber, y han salvado mi vida del sacrificio. Intenté sepultar mis preocupaciones cuando fui a la biblioteca de palacio para reunirme con el príncipe, con sólo el pájaro enjaulado, encarnación de mi espíritu, con quien compartir mis temores.
La biblioteca real, donde imparto clase al príncipe, es el lugar más prodigioso de toda nuestra gran ciudad terraplenada. En ella me he parado debajo del árbol del conocimiento que los hombres sabios han reunido a lo largo de diez vueltas de la Rueda Calendárica. Hay libros de toda descripción, que se leen a causa de su santa sabiduría. Estos libros enseñan los conocimientos religiosos de los astrónomos, quienes se referían al mundo celestial como la serpiente de dos cabezas.
Entré en la biblioteca, una sala de piedra cubierta de telas teñidas con el azul marino más intenso. La ventana cuadrada abierta en la piedra arroja luz blanca sobre la tela. El día del solsticio de verano, al amanecer, el sol la baña directamente para simbolizar el nacimiento de la pasión por el conocimiento que nuestros antepasados trajeron al mundo. Hay estanterías sobre las que descansan grandes libros, pilas de ellos, algunos desplegados, de una época en que el papel amate abundaba y nunca un escriba se veía obligado a robar para pintar este libro.
Más de mil soles antes, el rey me confió enseñar al príncipe real la sabiduría de nuestros antepasados, además de enseñarle a comprender el tiempo, el bucle interminable que se dobla sobre sí mismo. Sólo estudiando nuestro pasado podremos soñar el futuro.
Canción de Humo, el príncipe, es un muchacho fuerte de doce vueltas de la Rueda Calendárica, con los ojos y la nariz del rey, su padre. Pero no es vengativo, y cuando entré en la biblioteca cargado con el pájaro, Canción de Humo estaba preocupado.
Habló:
—He visto el sacrificio de Auxila, maestro. Y en la plaza vi a su hija, Pluma Ardiente, por quien siento afecto, llorando a su padre. ¿Puedes decirme dónde está ahora?
Miré a Kawil, el criado del príncipe Canción de Humo, quien se quedaba esperando de pie al príncipe hasta que terminábamos la clase. Kawil es un buen criado y muy alto. Guardó silencio, con la vista clavada al frente.
Era demasiado doloroso explicar lo que sería de las chicas, las hijas de Auxila, de modo que me limité a decir:
—Sí, príncipe, ha sobrevivido, pero has de borrar de tu mente a Pluma Ardiente, porque para ti es intocable. Has de concentrarte en tus estudios…
El chico parecía triste, pero señaló el guacamayo y habló:
—¿Qué es eso, maestro? ¿Qué me has traído?
Mi espíritu animal es de lo más sociable, de modo que le dejé salir de la jaula para enseñárselo al príncipe. Mientras repasábamos sus conocimientos sobre espíritus animales, expliqué que el mío me había llegado en la forma de este guacamayo, y que me había convertido en uno con el ave mediante unas gotas de mi sangre. Después, el ave, mi forma animal, voló alrededor de la sala, lo cual pareció complacer al muchacho. Volamos hasta el techo y descendimos. Dimos vueltas a su alrededor y nos posamos sobre su hombro.
Le dije al príncipe que mi espíritu animal se había detenido en Kanuataba en el gran sendero de la migración que siguen todos los guacamayos con su bandada. Le conté que, al cabo de pocas semanas, continuaríamos nuestro viaje en busca del país al que nuestras aves antepasadas han regresado durante la estación de la cosecha durante miles de años.
Dije al príncipe:
—Todo ser humano ha de trascender el mundo humano cotidiano, y el yo animal es la encarnación de ese ideal.
El espíritu animal de Canción de Humo es un jaguar, como corresponde a todos los futuros reyes. Le vi examinar al animal, reflexionar sobre cómo el guacamayo podía ser mi puente al otro mundo. Lamento que Canción de Humo nunca vuelva a ver a su espíritu animal. Ya quedan pocos jaguares que vaguen por el país.
Cuando dejamos de hablar de espíritus animales, el muchacho habló:
—Sabio maestro, mi padre el rey me ha dicho que quizá pueda acompañar al ejército para combatir en nombre del pueblo de Kanuataba. Que tal vez vayamos hasta Sakamil, Ixtachal y Laranam para hacerles la guerra, tal como ha decretado la estrella de la mañana que se hunde en la oscuridad. Será una gran guerra de la estrella del anochecer. ¿No estás orgulloso, sabio maestro?
La ira creció en mi interior, y escupí palabras que habrían podido costarme la vida.
—¿Has ido a las calles y los mercados vacíos, asolados por la sequía? Es difícil contemplarlo, príncipe, pero ves el sufrimiento de la gente con tus propios ojos. Incluso el ejército se está muriendo de hambre, por más técnicas de salazón nuevas que utilicen ahora. ¡No podemos permitirnos librar guerras en tierras lejanas!