"Sabía que tendría mucho para aprender en este nuevo mundo", se dijo Poole, "pero exactamente cuánto, jamás me lo habría imaginado."
Poole se sintió a la vez atónito y encantado cuando llevaron el televisor a la habitación y lo colocaron a los pies de su cama. Encantado, porque padecía un caso leve de inanición informativa, y atónito porque se trataba de un modelo que ya era obsoleto en su propia época.
—Tuvimos que prometerle al museo que lo devolveríamos —le informó la jefa de enfermeras—, y espero que usted sepa cómo usar esto.
Mientras acariciaba el control remoto, Poole sintió que una ola de tremenda nostalgia lo inundaba. Como pocos aparatos más podrían hacerlo, ése le trajo recuerdos de su niñez y de los días en los que los televisores eran demasiado estúpidos como para entender órdenes verbales.
—Gracias, jefa. ¿Cuál es el mejor canal? La mujer pareció quedar perpleja por la pregunta, pero después se le iluminó la cara:
—Ah, ya entiendo lo que quiere decir. Pero el profesor Anderson cree que usted aún no está listo, así que Archivos reunió una colección que hará que se sienta como en su casa.
Poole se preguntó brevemente cuál sería el medio de almacenamiento en esos nuevos tiempos. Todavía podía recordar los discos compactos, y su excéntrico y querido tío George había sido el orgulloso poseedor de una anticuada colección de discos de vinilo. Pero no había duda alguna de que el torneo tecnológico debió de haber culminado hacía siglos según el usual estilo darwiniano, con la supervivencia del más apto.
Tuvo que admitir que la selección estaba bien hecha, por alguien (¿Indra?) familiarizado con los comienzos del siglo XXI. No había material perturbador : nada de guerras y violencia, y muy poco de negocios o política contemporáneos, todo lo cual ahora sería por completo improcedente. Había algunas comedias livianas, encuentros deportivos (¿cómo supieron que él había sido un entusiasta aficionado al tenis?), música clásica y popular, y documentales sobre la vida silvestre.
Y quienquiera que hubiese armado esa colección debió de haber tenido sentido del humor, pues de otro modo no habría incluido episodios de cada serie de
Viaje a las estrellas.
Cuando niño, Poole había conocido a Patrick Stewart y Leonard Nimoy: se preguntó qué habrían pensado, de haber podido saber el destino del pequeño que tímidamente les había pedido el autógrafo.
A su pensamiento lo asaltó una idea deprimente, poco después de empezar a explorar —mucho del tiempo en Avance Acelerado— esas reliquias de lo pasado: en alguna parte había leído que para fines de siglo, ¡de su siglo!, había aproximadamente cincuenta mil estaciones de televisión trasmitiendo simultáneamente. Si esa cifra se había conservado, y muy bien pudo haber aumentado, para esos momentos millones de millones de horas de programas de televisión debían de haber salido al aire. Así que aun el cínico más empedernido admitiría que era probable que hubiera, cuando menos, mil millones de horas de espectáculo que valía la pena ver... y millones que resultarían aprobados por las pautas más altas de excelencia: ¿cómo encontrar esas pocas agujas en un pajar tan gigantesco?
La idea era tan abrumadora —en verdad, tan deprimente— que, después de una semana de cada vez mayor navegación sin curso por los canales, Poole pidió que se llevaran el televisor. Quizá por suerte, cada vez tuvo menos tiempo para sí mismo durante las horas de vigilia, que continuamente se prolongaban más a medida que recobraba las fuerzas.
No había peligro de aburrirse, gracias al desfile incesante de no sólo los investigadores más serios, sino también de ciudadanos inquisitivos y, es de suponer, influyentes, que se las habían amañado para filtrarse a través de la guardia pretoriana impuesta por la jefa de enfermeras y el profesor Anderson. De todos modos se alegró cuando, un día, reapareció el televisor: estaba empezando a padecer síntomas de abstinencia y, esta vez, decidió ser más selectivo en lo que veía.
La venerable antigüedad llegó acompañada por Indra Wallace, que tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—Hemos encontrado algo que usted debe ver, Frank. Creemos que lo ayudará a adaptarse... sea como fuere, estamos seguros de que lo disfrutará.
Poole siempre había pensado que esa observación era la receta para obtener aburrimiento garantizado, y se preparó para lo peor. Pero el comienzo lo atrapó instantáneamente, retrotrayéndolo a su antigua vida como muy pocas cosas pudieron haberlo hecho. Reconoció de inmediato una de las voces más famosas de su época, y recordó que había visto ese mismo programa antes:
—Atlanta, 31 de diciembre de 2000...
"Ésta es CNN International, a cinco minutos del amanecer del nuevo milenio, con todos sus desconocidos peligros y promesas...
"Pero antes de que intentemos explorar el futuro, echemos un vistazo mil años atrás y preguntémonos: ¿Alguien que viviera en el año 1000 de la era común pudo haber imaginado, siquiera remotamente, nuestro mundo, o entenderlo, si se lo transportara en forma mágica a través de los siglos?
"A casi toda la tecnología que aceptamos como algo natural se la inventó cerca del final mismo de nuestro milenio; la mayor parte de ella, en los últimos doscientos años: la máquina de vapor, la electricidad, los teléfonos, la radio, la televisión, el cine, la aviación, la electrónica y, en el transcurso de una sola generación, la energía nuclear y los viajes espaciales... ¿qué habrían pensado de esto las más grandes mentes del pasado? ¿Cuánto tiempo un Arquímedes o un Leonardo habrían podido conservar la cordura, si se los hubiera trasladado abruptamente a nuestro mundo?
"Resulta tentador creer que a nosotros nos iría mejor si se nos trasladara mil años hacia el futuro. Seguramente ya se habrían hecho los descubrimientos científicos fundamentales. Si bien habrá grandes perfeccionamientos en la tecnología, ¿habrá algún artefacto, alguna cosa, que resulte tan mágico e incomprensible para nosotros como una calculadora de bolsillo o una cámara de televisión lo habrían sido para Isaac Newton?
"Quizá nuestra era realmente esté escindida de todas aquellas que se fueron antes. Las telecomunicaciones, la capacidad de registrar imágenes y sonidos otrora irremediablemente perdidos, la conquista del aire y del espacio... todo esto ha creado una civilización que está más allá de las fantasías más extravagantes del pasado. Y, lo que es igualmente importante, Copérnico, Newton, Darwin y Einstein modificaron de tal manera nuestra manera de pensar y nuestra perspectiva del universo, que para los más brillantes de nuestros predecesores casi podríamos dar la impresión de ser una nueva especie.
"¿Y nuestros sucesores, dentro de mil años, nos mirarán con la misma piedad con la que contemplamos a nuestros ignorantes y supersticiosos ancestros, plagados de enfermedades y condenados a una vida breve? Estamos convencidos de que conocemos las respuestas para las preguntas que ellos podrían habernos hecho pero... ¿qué sorpresas guarda para nosotros el Tercer Milenio?
"Bueno, aquí viene...
Una gran campana empezó a dar los tañidos de la medianoche. La última vibración siguió latiendo en el silencio...
—Y así es como fueron las cosas... adiós, maravilloso y terrible siglo XX...
Después, la imagen se deshizo en infinita cantidad de fragmentos, y un nuevo locutor se hizo cargo, hablando con el acento que ahora Poole podía entender con facilidad, y que de inmediato lo trasladó al presente:
—Ahora, en los primeros minutos del año 3001, podemos responder a esa pregunta del pasado.
"Ciertamente, la gente del 2001 a la que ustedes acaban de observar no se sentiría tan completamente abrumada en nuestra época como alguien del 1001 se habría sentido en la de ellos. Muchos de nuestros progresos tecnológicos habrían sido previstos por ellos; en verdad, habrían esperado ciudades en satélites, y colonias en la Luna y los planetas. Hasta se podrían haber desilusionado, porque todavía no somos inmortales y sólo hemos enviado sondas a las estrellas más próximas...
Bruscamente, Indra apagó la grabación.
—Vea el resto después, Frank: se está cansando. Pero sí espero que lo ayude a adaptarse.
—Gracias, Indra. Tendré que conversarlo con la almohada. Pero en verdad me demostró algo.
—¿Qué?
—Que debo estar agradecido por no ser alguien del 1001 que hubiera caído en el 2001. Eso representaría un salto cuántico demasiado grande: no creo que alguien se pudiera adaptar a eso. Yo, por lo menos, conozco la electricidad y no me muero de miedo si una imagen empieza a hablarme.
"Espero", se dijo Poole, "que mi confianza esté justificada. Alguien dijo una vez que la tecnología suficientemente avanzada no puede distinguirse de la magia. ¿Me encontraré con la magia en este nuevo mundo... y sabré manejarla?"
—Temo que tendrá que tomar una decisión dolorosa —dijo el profesor Anderson, con una sonrisa que neutralizaba la exagerada gravedad de sus palabras.
—Puedo tomarla, doctor. Pero dígame las cosas sin vueltas.
—Antes que se le pueda colocar su casquete cerebral, tiene que estar completamente calvo. Así que ésta es su opción: a la velocidad que crece su cabello, habría que afeitarlo una vez por mes, como mínimo. O puede quedarlo en forma permanente.
—¿Cómo se hace eso?
—Tratamiento del cuero cabelludo con láser: mata la raíz de los folículos.
—Hmmm... ¿es reversible?
—Sí, pero eso es complicado y doloroso, y tarda semanas.
—Entonces veré si me gusta quedar sin cabello, antes de tomar una decisión definitiva. No puedo olvidar lo que le pasó a Sansón.
—¿A quién?
—El personaje de un famoso libro antiguo. La novia le cortó el cabello mientras él dormía. Cuando despertó, toda su fuerza había desaparecido.
—Ahora lo recuerdo... ¡un simbolismo médico bastante obvio!
—No obstante, no me molestaría quedarme sin barba: me haría feliz dejar de afeitarme de una vez por todas.
—Haré los arreglos. ¿Y qué clase de peluca le gustaría? Poole rió:
—No soy particularmente vanidoso: creo que sería una molestia, y probablemente no me voy a preocupar. Es algo más que puedo decidir más adelante.
El que toda la gente en esa era fuese artificialmente calva fue un hecho sorprendente que Poole había sido bastante lerdo para descubrir. La primera revelación la tuvo cuando sus dos enfermeras se quitaron la frondosa cabellera, sin la más mínima señal de vergüenza, justo antes de que varios especialistas, igualmente calvos, vinieran para hacerle una serie de controles microbiológicos. Nunca había estado rodeado por tanta gente sin cabello, y su presunción inicial fue que ése era el último paso en la incesante guerra que la profesión médica libraba contra los gérmenes.
Al igual que muchas de sus conjeturas, ésta era por completo errónea y, cuando descubrió el verdadero motivo, se divirtió al ver qué a menudo habría estado seguro, de no haberlo sabido de antemano, que el cabello de sus visitantes no era de ellos. La respuesta fue: "Raramente con hombres; nunca con mujeres". Era, evidentemente, la gran época de los fabricantes de pelucas.
El profesor Anderson no perdió tiempo: esa tarde, las enfermeras aplicaron una especie de crema maloliente sobre la cabeza de Poole y, cuando éste se miró en el espejo una hora después, no se reconoció. "Bueno", pensó, "quizás una peluca sería una buena idea, después de todo..."
La colocación del casquete cerebral tomó algo más de tiempo. Primero hubo que hacer un molde, lo que requirió que Poole se sentara inmóvil durante algunos minutos, hasta que el yeso se endureciera. Daba por descontado que se le iba a decir que la cabeza no tenía la forma adecuada, cuando las enfermeras, con risitas sumamente carentes de profesionalismo, se las vieron en figurillas para zafarlo del molde.
—¡Auch, me duele! —se quejó. Acto seguido, el casquete en sí: un casco de metal que le cubría con precisión la cabeza, llegando casi hasta las orejas, y que generó un pensamiento nostálgico: "¡Ojalá pudieran verme ahora mis amigos judíos!" Después de unos minutos quedó tan cómodo, que ni advertía que lo tenía puesto.
Poole ya estaba listo para la instalación, proceso que —ahora se daba cuenta, con una sensación próxima al asombro reverencial— había sido el Rito de Transición para casi toda la especie humana durante más de medio milenio.
—No es necesario que cierre los ojos: —dijo el técnico, al que habían presentado con el pretensioso título de "Ingeniero en Cerebros", casi siempre convertido en "Hombre de los Sesos" en la conversación cotidiana—. Cuando comience la colocación, todos los ingresos de información quedarán dominados: aun si mantuviera los ojos abiertos, no vería cosa alguna.
"Me gustaría saber si todos se sienten así de nerviosos", se preguntó Poole. "¿Es éste el último momento en el que tendré el control de mi propia mente? Así y todo, aprendí a confiar en la tecnología de esta época. Hasta ahora no me defraudó... claro que, como dice el antiguo proverbio, siempre hay una primera vez..."
Tal como se le prometió, no sintió nada, salvo un suave cosquilleo cuando la incontable cantidad de nanocables se abrió camino a través del cuero cabelludo. Todos los sentidos seguían estando perfectamente normales; cuando recorrió la habitación con la mirada, todo se hallaba exactamente donde debía estar.
El Hombre de los Sesos (que llevaba su propio casquete conectado, como el de Poole, a un equipo que fácilmente se podría haber confundido con una computadora portátil del siglo XX), le sonrió con gesto tranquilizador:
—¿Listo? —preguntó.
Había ocasiones en las que las antiguas frases hechas eran las más adecuadas:
—Como nunca antes lo estuve —respondió Poole.
Con lentitud, la luz se atenuó... o pareció hacerlo. Se hizo un gran silencio y hasta la suave gravedad de la Torre dejó de retener a Poole: era un embrión flotando en un vacío carente de formas, aunque no en una completa oscuridad. Había conocido una tenebrosidad así, apenas visible, próxima al ultravioleta y en el borde mismo de la noche, sólo una vez en la vida: cuando descendió más de lo que aconsejaba la inteligencia, por la ladera de un precipicio que caía a pico en el borde exterior de la Gran Barrera de Coral. Al mirar hacia abajo, a los centenares de metros de vacuidad cristalina, había sentido tal sensación de desorientación, que experimentó un breve momento de pánico y casi dispara su unidad de fuerza ascendente, antes de recuperar el control de sí mismo. Es innecesario decir que nunca mencionó el incidente a los médicos de la NASA...