616 Todo es infierno (23 page)

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Authors: David Zurdo & Ángel Gutiérrez

Tags: #Religion, Terror, Exorcismo

BOOK: 616 Todo es infierno
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Miró la pantalla y volvió a la realidad. Se dio cuenta de que tenía que especificar más la búsqueda. El estaba en Boston, y el exorcismo fue en Boston, por lo que parecía lógico agregar el nombre de la ciudad.

Volvió atrás en el navegador y añadió «BOSTON» a la expresión «POSADA DE LA VENDIMIA».

Ningún resultado.

Borró el nuevo término y lo reescribió delante de la expresión, y no detrás, como había hecho. Pulsó el botón de búsqueda.

Dos únicos resultados para «BOSTON VINTAGE INN» en algo menos de medio segundo. El primer enlace correspondía a una página de pornografía con todas las preferencias del mercado: mujeres, mujeres maduras, chicos, sexo anal, bisexuales, etcétera.

Volvió atrás y pinchó en el segundo enlace. Éste pertenecía a la página de una empresa de viajes, y concretamente daba información sobre un hotel en Canadá. No estaba sacando mucho en claro, pero eso no le alteraba. Las investigaciones complejas siempre son pausadas. Lo que le turbaba no era lo que estaba buscando, sino el modo en que le habían llegado los datos que daban inicio a la investigación. Y ahora ese mensaje tan específico, expresado por el grito del anciano deficiente a quien habían sometido al exorcismo…

Cloister prefería no seguir dando vueltas a lo mismo. No debía permitir que aquello anulara su capacidad analítica. Cerró la tapa de su portátil para que entrara en suspensión, se puso la chaqueta y salió de la habitación. Necesitaba respirar aire puro. Los pensamientos a menudo llegan cuando no se están buscando. Son como pajarillos huidizos, que sólo se acercan si nadie los mira. Ése es el instante en que hay que atraparlos. Por eso, Cloister siempre llevaba una grabadora consigo, y hasta dormía con ella a mano.

A pesar del frío, la calle mostraba el cálido tono anaranjado de la puesta de sol. Surcaban el cielo unas nubes alargadas y esponjosas, que reflejaban la luz cobriza sobre el fondo intensamente azul. El sacerdote empezó a caminar sin un rumbo determinado. Anduvo durante dos horas, deambulando y parándose, de cuando en cuando, a mirar un escaparate o el cartel de una función o una película. Empezaba a sentirse un poco más tranquilo. Necesitaba disminuir la tensión interior. Llevaba varios días demasiado tenso, y el estrés nunca es bueno para rendir en ninguna clase de trabajo. Torció por la calle Dartmouth y empezó a andar, despreocupado, por la avenida Commonwealth.

Entonces lo vio.

Era una gran moldura de escayola, antigua, con un letrero. Estaba en la fachada de un bello edificio de estilo entre neoclásico y Victoriano, que le llamó la atención.

Aquellas dos palabras hicieron que, de pronto, sus glándulas suprarrenales lanzaran al torrente sanguíneo un chorro de adrenalina. Se sintió repentinamente embriagado. Lo que veía, le maravillaba y le aterraba en una misma proporción: VENDANGE HOTEL
[2]

Aquel edificio era, sin duda, la
Posada de la Vendimia.

Capítulo 19

Connecticut.

El interior del local apestaba a sudor y cerveza. El silencio casi absoluto que había acompañado a Audrey desde hacía una hora, se quebró con el bullicio ensordecedor del bar de carretera. Indiferente a todo, se dirigió hacia el mostrador, aguantando sin rechistar las salpicaduras de cerveza y los golpes involuntarios de quienes bailaban a su alrededor alegremente.

–¿Sabe cómo puedo llegar a New London?

Audrey le hizo esa pregunta al dueño del bar, que atendía como camarero. El hombretón rondaba los cincuenta años. Era una de esas personas que siempre parecen de buen humor, pero se mostró preocupado al decir:

–¿Se encuentra usted bien, señorita?

El aire consternado y ausente de Audrey inspiraba preocupación, desde luego. Ella lo miró de un modo extraño, con una curiosidad injustificada, como si nadie le hubiera hecho nunca esa pregunta, o ella no fuera capaz de entenderla.

–No, no me encuentro bien.

El dueño del local se fijó entonces en la mirada turbia de Audrey y en sus ojos enrojecidos, y se le ocurrió que quizá estuviera drogada.

–Oiga, a los de por aquí no nos gusta esa porquería de la droga…

La preocupación del hombre fue sustituida por una mueca severa. Pero Audrey se limitó a observarle otra vez con su extrañada curiosidad.

–¿Sabe dónde está New London o no?

Al dueño le llevó unos segundos decidir si echaba de su bar a esa mujer o le decía lo que quería saber. Luego, cogió uno de los mapas de carreteras que estaban a la venta en un estante, y lo desplegó frente a Audrey, sobre la barra.

–Nosotros estamos aquí -dijo el hombre. Uno de sus gruesos dedos señaló una zona boscosa que rodeaba varios lagos-. Lo que tiene que hacer es seguir por la carretera que la ha traído hasta el bar y luego coger esta otra -se la indicó también con el dedo-, que la llevará hasta la Interestatal Noventa y Cinco. Por ella, es todo recto hasta New London.

La risotada de un borracho apagó el «gracias» de Audrey, que ésta no repitió. Lo que dijo en su lugar fue:

–¿Cuánto cuesta el mapa?

–Cinco con setenta y tres.

En la cartera de Audrey sólo había tarjetas de crédito, que no le servirían para pagar en ese tugurio. Empezó entonces a rebuscar en el fondo del bolso, en busca de monedas olvidadas.

–Tome -dijo el dueño, claramente malhumorado y cada vez más convencido de que la mujer estaba drogada-. Le regalo el mapa. Pero vayase de una vez.

De nuevo con su andar taciturno, Audrey se encaminó a la salida del bar. A un metro de la puerta, oyó que le preguntaban:

–¿Quieres bailar, encanto? Acabo de poner una canción dedicada especialmente a ti.

Le hablaba un hombre joven, de aspecto pueblerino. Su sincronización fue perfecta, pues en ese preciso instante empezó en la máquina tocadiscos Wurlitzer la canción que él había elegido. Era «La rosa», de Bette Midler. Ante su silencio indeciso, el hombre se marchó al otro extremo del bar para decirle a cualquier otra mujer lo mismo que le había dicho a Audrey: que acababa de poner una canción especialmente dedicada a ella. Sólo que esa canción, «La rosa», era en verdad para Audrey. Para ella y nadie más. Porque Audrey conocía'a un jardinero dueño de una flor muerta a la que llamaba
su rosa.
Y porque hubo un tiempo en que ella cantaba a menudo esa canción, de la que le gustaba sobre todo la última estrofa:

En el invierno, recuerda,
bajo las nieves profundas yace la semilla,
que el amor del sol en primavera convertirá en rosa.

Con aquella canción y con esas palabras, Audrey terminaba de adormecer cada noche a su hijo Eugene.

–«… Bajo las nieves profundas yace la semilla, que el amor del sol en primavera convertirá en rosa…» -canturreó ella en voz baja.

Capítulo 20

Boston.

«BOSTON VENDANGE.» 49 resultados en 0.17 segundos. El primero de los enlaces que mostraba Google en la pantalla, correspondía al monumento en memoria del incendio del edificio Vendange, que en otro tiempo fuera uno de los hoteles más elegantes de Estados Unidos y que ahora albergaba diversas empresas entre sus muros centenarios. En aquel incendio murieron nueve heroicos bomberos en el año 1972. Fue el peor de la historia de la ciudad. La página mostraba algunas fotos del edificio y del monumento, y narraba la historia del suceso.

El 17 de junio de 1972, un gran incendio asoló el edificio Vendange -localizado entre la calle Dartmouth y laavenida Commonwealth, y en el registro de edificios históricos de Boston-. Se necesitaron tres horas para extinguirlo. Las operaciones de extinción se sucedieron segúnel procedimiento habitual, pero sin previo aviso, la zonasureste del edificio se vino abajo. Nueve bomberos de Boston murieron, y ocho fueron heridos. El heroísmo yla entrega de estos hombres deberán siempre ser honrados y recordados.

El monumento conmemorativo fue inaugurado en suhonor el día 17 de junio de 1997, veinticinco años despuésde la catástrofe. El memorial es un pequeño muro de granito negro, cubierto con un casco y una chaqueta debombero, en el que están grabados los nombres de todoslos bomberos fallecidos. Desde el monumento puedeverse, al otro lado de la calle, el edificio Vendange. Los nueve bomberos hicieron un último sacrificio por la comunidad, y dejaron ocho viudas y veinticinco hijos huérfanos.

El edificio Vendange fue definido en los tiempos de sufundación como un lujoso palacio. La construcción original data de 1871, al que se fueron realizando varias ampliaciones posteriores. Muchas personalidades lo han visitado a lo largo del tiempo, como los presidentes de Estados Unidos Benjamín Harrison y Glover Cleveland, o los célebres industriales Andrew Carnegie y John Rockefeller.

Un pavoroso incendio había devorado el edificio. El fuego: algo que tradicionalmente se asocia con el Infierno. Dolor y muerte. Una gran tragedia. Todos eran datos
curiosos,
aunque a Cloister le llamó la atención, sobre todo, la fecha del incendio, que anotó en su cuaderno: 17 de junio de 1972. Decimoséptimo día del sexto mes del año 1972… Eso le daba una idea, pero tenía que comprobarla. ¿A qué hora se habían desatado las llamas? Tenía que averiguar con exactitud ese dato. Lo buscó en Google y, después de muchas páginas consultadas sin éxito, por fin lo encontró. Las investigaciones posteriores del incendio habían determinado que éste se produjo a consecuencia de una combustión lenta, iniciada en la noche del día anterior, posiblemente al filo de la medianoche.

Esas primeras llamas, por lo tanto, surgieron el 16 de junio, es decir, el día decimosexto del sexto mes. ¡Lo que daba la cifra 616
[3]
, el número de Lucifer encarnado en el Apocalipsis de san Juan!

¡Aquí está la sabiduría! El que tenga inteligencia, quecalcule el número de la Bestia. Es número de hombre, ysu número es 616.

Aunque la mayoría de la gente creía que el número de la Bestia es el 666, eso no es correcto. Se trata de un error basado en una alteración neotestamentaria realizada en los tiempos del emperador romano Nerón. Éste -al que se atribuía también equivocadamente el incendio de Roma- persiguió a los cristianos con cruenta ferocidad. Por eso, su cifra numerológica, el 666, fue introducida por los primeros cristianos, sustituyendo al original 616 en el Apocalipsis. Ese cambio quedó fijado por el tiempo y llegó hasta nuestros días. La literatura y el cine se encargaron de hacer el resto. Pero un teólogo como Cloister conocía perfectamente la verdad. Lo cual, por cierto, en aquel momento no le hacía sentirse ni mucho menos feliz.

Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar: «TODO ES INFIERNO», los ojos diabólicos dentro del fuego, el número 616… Si no fuera por los testimonios de personas en la frontera de la muerte, Cloister tendría ya una teoría clara sobre lo que estaba sucediendo. Salvo por ese «pequeño detalle», el caso podría explicarse como una tentación diabólica. Los malos espíritus tientan a los seres humanos para que éstos desesperen, se hagan malos, cometan inmoralidades y perversiones, y así ganar sus almas. El Demonio pugna con Dios por quedarse con las almas de los hombres y mujeres que pueblan la Tierra, y así convertirlos en moradores del Averno.

Cloister nunca había creído en ese Infierno físico, real, en un espacio-tiempo concreto o una dimensión desconocida aunque auténtica. El mal, en su forma de pensar, era la tentación y la caída, una más de las pruebas del Creador para preparar a sus hijos. La humanidad estaba destinada a unirse con Dios después de la vida en el mundo, tras el paso por este valle de lágrimas. El motivo, en el plan divino, debía de ser que los seres humanos conocieran el dolor para comprender el placer, cayeran en la desesperanza para apreciar la gloria y la salvación. Éste era el modelo teológico de la Creación en que Cloister creía.

Pero aquellos testimonios terroríficos en los últimos momentos de la existencia física, cuando el espíritu se separa del cuerpo, y sobre todo los casos del cura español y la anciana francesa… Algo escapaba de la interpretación de Cloister. Y él lo sabía.

El jesuita siguió navegando entre los resultados que le ofrecía el buscador de internet, hasta que llegó a un enlace que llamó poderosamente su atención. Pinchó en él y es-peró a que la página se mostrara. Se trataba de una relación de antiguas iglesias de Boston. Algunas aún existían y otras no. Entre las segundas se mencionaba una, originalmente católica, cuyo terreno fue desacralizado cuando se utilizó su solar para construir un edificio civil. Eso ocurrió en el siglo XIX. El edificio que ocupó el solar fue el antiguo hotel Vendange.

Todo apuntaba hacia una dirección cada vez con más claridad. Aunque el propósito de aquel macabro juego se mantenía, por el contrario, más confuso e inexplicable. ¿Cuál sería su finalidad? Cloister se veía a sí mismo como un autómata que sigue un programa prefijado. Y, una vez más, el desasosiego lo invadió.

A la mañana siguiente, Cloister estaba saliendo de la ducha cuando el timbre del teléfono de la habitación sonó con su ritmo desagradable. Eran las ocho en punto.

–Albert Cloister -dijo el jesuita.

–Buenos días, padre -contestó una dulce voz femenina-. Le paso con la madre Victoria.

–Gracias.

El sacerdote se sentó en una esquina de la cama y esperó a que la religiosa se pusiera al teléfono.

–¿Padre Cloister?

–Sí, soy yo, madre Victoria.

–Buenos días nos dé Dios. Ayer me llamó usted, ¿verdad? Como no repitió su llamada, he decidido devolvérsela.

–Ah, sí, no era urgente. Sólo preguntarle si tiene alguna novedad sobre la doctora Barrett y su paradero.

–Nada, de momento. ¿Y usted? ¿Hay novedades en su investigación?

–Poca cosa -mintió Cloister-. También querría saber cómo se encuentra Daniel.

–El médico lo visitó ayer y dijo que está muy mal. Es ya mayor, y sus pulmones se resintieron con el humo del incendio. Hay que esperar, pero no nos dio muchas esperanzas. Sigue con sus pesadillas. Anoche tuvo otra. Antes de que me lo pregunte, le diré que no ha querido contárnosla. Se ha cerrado en sí mismo, el pobrecillo. Sólo pido a Dios que le reduzca el sufrimiento.

–Ojalá sea así. En fin, madre Victoria, espero que Daniel se recupere y todo vaya bien. No quiero robarle a usted más tiempo. Gracias por haberme llamado. Si hay algún cambio al respecto de la desaparición de la doctora Barrett, por favor, hágamelo saber.

–Lo haré. Que Dios le proteja y le guarde.

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