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Authors: Francis Scott Fitzgerald

Tags: #Clásico, #Relato

A este lado del paraíso (23 page)

BOOK: A este lado del paraíso
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(Baila alrededor del cuarto al compás de una música que viene de abajo, abrazada a un imaginario acompañante, balanceando el cigarrillo en la mano.)

Unas horas más tarde

(El rincón de un saloncillo de la planta baja, con un cómodo diván de cuero. A cada lado, en la pared, una pequeña lámpara; en el centro cuelga un cuadro muy antiguo, de un distinguido caballero de hacia 1860. Fuera se oye la música de un fox-trot. Rosalind está sentada en el diván, a la derecha de Howard Gillespie, un joven anodino de unos veinticuatro años. Se comprende que él se sienta muy desgraciado y que ella se aburra mucho.)

G
ILLESPIE
(Tímidamente.)
: ¿Qué significa que he cambiado? Yo siento lo mismo hacia ti.

R
OSALIND
: Pero a mí no me pareces lo mismo.

G
ILLESPIE
: Hace tres semanas decías que yo te gustaba porque parecía tan
blasé
, tan indiferente. Y sigo siéndolo.

R
OSALIND
: Pero no hacia mí. Me gustabas porque tenías los ojos castaños y las piernas delgadas.

G
ILLESPIE
(Desalentado.)
: Siguen siendo castaños y delgadas. Tú eres un vampiro, eso es todo.

R
OSALIND
: Todo lo que sé acerca del vampirismo es lo que está en la partitura. Lo que confunde a los hombres es que soy perfectamente natural. Creía que nunca ibas a estar celoso, y ahora me sigues con los ojos a todas partes.

G
ILLESPIE
: Te quiero.

R
OSALIND
(Fríamente.)
: Ya lo sé.

G
ILLESPIE
: Y no me has besado en dos semanas. Yo tenía la idea de que cuando una mujer se dejaba besar estaba… vencida.

R
OSALIND
: Esos tiempos ya pasaron. A mí me tienes que vencer cada día que me veas.

G
ILLESPIE
: ¿Hablas en serio?

R
OSALIND
: Como siempre. Antes había dos clases de besos: la primera, cuando se besaba a las chicas y se las abandonaba; y la segunda, cuando quedaban comprometidos. Ahora una tercera clase, cuando el hombre es besado y abandonado. Si Mr. Jones de 1900 presumía de haber besado a una mujer, todo el mundo sabía que la había conquistado. Si ese Mr. Jones de 1919 presume de lo mismo, todo el mundo sabe que es porque no la puede besar otra vez. Con una salida decente, cualquier mujer puede vencer al hombre hoy en día.

G
ILLESPIE
: Y entonces, ¿para qué juegas con los hombres?

R
OSALIND
(Inclinándose hacia él confidencialmente.)
: Sólo por ese primer momento, cuando él está muy interesado. Es sólo un momento, ah, justo antes del primer beso, un susurro… A veces vale la pena.

G
ILLESPIE
: ¿Y después?

R
OSALIND
: Después hay que obligarle a hablar de sí mismo. Muy pronto lo único que quiere es estar a solas, se enfada, no quiere luchar ni jugar… ¡Victoria!

(Entra Dawson Ryder, veintiséis años, guapo, lleno de salud, con gran confianza en sí mismo, un poco aburrido quizás, pero tranquilo y seguro del éxito.)

R
YDER
: Creo que éste es mi baile, Rosalind.

R
OSALIND
: Vaya, Dawson, me has reconocido. Me parece que no me he pintado lo suficiente. Mr. Ryder, le presento a Mr. Gillespie.

(Se dan la mano y Gillespie se retira, muy abatido.)

R
YDER
: Tu fiesta es un éxito.

R
OSALIND
: Ya lo creo, pero no he estado en ella hace rato. Estoy cansada, ¿te importa sentarte un minuto?

R
YDER
: ¿Me importa? ¡Encantado! Ya sabes cómo me molesta todo este vértigo. Una mujer ayer, otra hoy, otra mañana.

R
OSALIND
: ¡Dawson!

R
YDER
: ¿Qué?

R
OSALIND
: No sé si sabes que me quieres.

R
YDER
(Asombrado.)
: ¿Qué…? ¡Qué notable eres!

R
OSALIND
: Porque sabes que es un paso terrible. El hombre que se case conmigo va listo. Soy mala, muy mala.

R
YDER
: Yo no diría eso.

R
OSALIND
: Sí que lo soy, especialmente con la gente que me rodea.
(Se levanta.)
Vamos, he cambiado de idea y quiero bailar. Seguro que mamá está sufriendo un ataque.

(Exeunt, Entran Alec y Cecelia.)

C
ECELIA
: Qué suerte la mía: tener un intermedio con mi hermano.

A
LEC
(Sombrío.)
: Si quieres me voy.

C
ECELIA
: No, por Dios. ¿Con quién voy a empezar el próximo baile?
(Suspira.)
No hay color en estos bailes desde que se fueron los oficiales franceses.

A
LEC
(Pensativo.)
: No quiero que Amory se enamore de Rosalind.

C
ECELIA
: Vaya, yo creía que era lo que tú querías.

A
LEC
: Lo era, pero desde que he visto a esas chicas, no lo sé. Me siento muy unido a Amory. Es muy sensible y no quiero que se rompa el corazón por una persona que no se preocupa de él.

C
ECELIA
: Tiene muy buen aire.

A
LEC
(Sigue pensativo.)
: Ya sé que no se casará con él; pero una mujer no necesita casarse con un hombre para destrozarle el corazón.

C
ECELIA
: ¿Y cómo se hace? Me gustaría conocer el secreto.

A
LEC
: Para qué, desalmada. Es una suerte para alguien que el Señor te diera esa naricilla respingada.

(Entra la señora Connage.)

L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: ¿Dónde demonio está Rosalind?

A
LEC
: Tiene que estar entre lo mejor de la gente; debería estar con nosotros.

L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Su padre tiene reunidos a ocho millonarios solteros para presentársela.

A
LEC
: Podrían formar una escuadra y desfilar por el salón.

L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Estoy hablando en serio; no me extrañaría que estuviese la noche de su debut en el Cocoanut Grove con un jugador de fútbol. Buscad por la izquierda mientras yo…

A
LEC
(Presuntuoso.)
: ¿No sería mejor enviar al mayordomo a la bodega?

L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
(Perfectamente seria.)
: ¿Crees que estará allí?

C
ECELIA
: Te está tomando el pelo, madre.

A
LEC
: Madre tenía una fotografía de ella vaciando un barril de cerveza en compañía de un cargador.

L
A
S
EÑORA
C
ONNAGE
: Vamos a buscar por la derecha.
(Salen. Entra Rosalind con Gillespie.)

G
ILLESPIE
: Rosalind, te lo pido una vez más. ¿No te importa nada?

(Entra Amory precipitadamente.)

A
MORY
: Mi baile.

R
OSALIND
: Mr. Gillespie, le presento a Mr. Blaine.

G
ILLESPIE
: Ya hemos sido presentados. Mr. Blaine de Lake Geneva, ¿no es así?

A
MORY
: Sí.

G
ILLESPIE
(Desesperadamente.)
: Yo he estado allí, está en el Middle West, ¿no es así?

A
MORY
(Picante.)
: Aproximadamente. Yo siempre he preferido una buena sopa de pueblo a un caldo de ciudad insulso.

G
ILLESPIE
: ¿Qué?

A
MORY
: Oh, no hay la menor ofensa en ello.
(Gillespie saluda y se va.)

R
OSALIND
: Es demasiado vulgar.

A
MORY
: Una vez estuve enamorado de una persona vulgar.

R
OSALIND
: ¿Ah, Sí?

A
MORY
: Sí; se llamaba Isabelle. No tenía nada de particular, excepto lo que yo creí ver en ella.

R
OSALIND
: ¿Qué ocurrió?

A
MORY
: La convencí de que era mucho más inteligente que yo y me abandonó. Decía que yo era demasiado crítico y poco práctico.

R
OSALIND
: ¿Por qué poco práctico?

A
MORY
: Sé conducir un coche pero no cambiar una rueda.

R
OSALIND
: ¿Qué piensas hacer?

A
MORY
: No lo sé… Presentarme a presidente, escribir…

R
OSALIND
: ¿Greenwich Village?

A
MORY
: No, mujer. He dicho escribir, no beber.

R
OSALIND
: A mí me gustan los hombres de negocios. Casi todos los hombres inteligentes son muy caseros.

A
MORY
: Me parece que te conozco desde hace mil años.

R
OSALIND
: ¿Vas a empezar con las Pirámides?

A
MORY
: No, pensaba empezar con Francia. Yo era Luis XIV y tú una de mis…
(Cambiando de tono.)
Supongamos que… nos enamoramos.

R
OSALIND
: Te dije antes que tendríamos que engañarnos.

A
MORY
: Sería demasiado engaño.

R
OSALIND
: ¿Por qué?

A
MORY
: Porque las personas egoístas son a veces capaces de tener grandes amores.

R
OSALIND
(Volviendo sus labios hacia él.)
: Engáñame. (Se besan deliberadamente.)

A
MORY
: No sé decir nada dulce. Pero eres muy bonita.

R
OSALIND
: No tanto.

A
MORY
: Entonces, ¿qué?

R
OSALIND
(Tristemente.)
: Oh, nada… Sólo quiero sentimiento. Un sentimiento sincero… nunca lo he tenido.

A
MORY
: No he tenido otra cosa y lo aborrezco.

R
OSALIND
: Es tan difícil encontrar un hombre que satisfaga el gusto artístico…

(Alguien ha abierto la puerta, y la habitación se llena con la música de un vals. Rosalind se levanta.)

R
OSALIND
: ¡Escucha! Están tocando
Kiss me again
.

(Él la contempla.)

A
MORY
: ¿Sí?

R
OSALIND
: ¡Sí!

A
MORY
(Dulcemente, la batalla perdida.)
: Te quiero.

R
OSALIND
: Te quiero… ahora.
(Se besan.)

A
MORY
: ¿Dios mío, qué he hecho yo?

R
OSALIND
: Nada. No digas nada. Bésame otra vez.

A
MORY
: No sé ni cómo ni por qué, pero te quiero… desde el primer momento en que te vi.

R
OSALIND
: Yo también… Yo…, yo…, esta noche; es esta noche.

(Entra su hermano, los mira y en voz alta dice:
«Oh, perdón»
, y luego sale.)

R
OSALIND
:
(Sus labios apenas tiemblan.)
: No me dejes… No me importa que lo sepan.

A
MORY
: ¡Dímelo!

R
OSALIND
: Te quiero… ahora…
(Se separan.)
Oh, gracias a Dios soy muy joven, gracias a Dios, bastante guapa y… feliz, gracias a Dios…
(Se detiene y, con un extraño arranque profético, añade.)
: ¡Pobre Amory!

(Él la besa de nuevo.)

Kismet

En el término de dos semanas, Amory y Rosalind quedaron profunda y apasionadamente enamorados. Aquellas cualidades críticas que, en cada uno de ellos, habían echado a perder una docena de romances, fueron ahogadas por la gran ola de emoción que les arrastró.

—Puede que sea una historia de amor insensata —dijo ella a su inquieta madre—, pero no es vacía.

La ola depositó a Amory en una agencia de publicidad a principios de marzo, donde alternaba entre asombrosos arranques de mucho trabajo y sueños delirantes de convertirse en un hombre rico y viajar por Italia con Rosalind.

Estaban constantemente juntos, para comer, para cenar, y casi todas las noches, en una suerte de jadeante silencio, como si temieran que en cualquier minuto podría romperse el hechizo para ser arrojados de aquel paraíso de rosas y fuego. Pero el hechizo se convirtió en un trance más sublime cada día; empezaron a hablar de casarse en julio…, en junio. Toda la vida se reducía a los términos de su amor; todas sus experiencias, deseos y ambiciones quedaron cancelados, y sus respectivos sentidos del humor se fueron a dormir a un rincón. Sus anteriores aventuras amorosas les parecían cosa de risa, y a duras penas añoraban su juvenalia.

Por segunda vez en su vida Amory sufrió tan completo trastorno que tuvo que correr para alcanzar a su generación.

Un breve intermedio

Amory caminaba lentamente por la avenida pensando que la noche era inevitablemente suya… Las procesiones y el carnaval de un rico atardecer en las calles oscuras… Le parecía haber cerrado al fin el libro de las pálidas armonías para echar a andar por los sensuales y vibrantes caminos de la vida. Por todas partes, las luces innumerables, la promesa de una noche de calles y canciones, le empujaban a través de la muchedumbre como a través de un sueño, esperando encontrarse con Rosalind que, desde cada esquina, corría hacia él con pies ligeros… Cómo las caras inolvidables del atardecer se fundirían con las suyas, y aquella miríada de pasos, las mil oberturas, se fundirían con sus pasos; y en la dulzura de sus ojos puestos en él habría más embriaguez que en el vino. Sus sueños eran débiles ecos de violines, desvanecidos como los sonidos del verano en el aire estival.

Toda la habitación se hallaba completamente a oscuras; sólo brillaba la lumbre del cigarrillo de Tom recostado junto a la ventana abierta. Al cerrar la puerta, Amory permaneció un momento con la espalda apoyada en ella.

—Hola, Benvenuto Blaine, ¿cómo te ha ido en el negocio de la publicidad?

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