—No manejó la situación demasiado bien anoche, señor O’Sullivan —me dijo Malina casi de inmediato.
—Ese tipo de enemigos no son mi especialidad —repuse, con cuidado de no decir la palabra «bacante» por teléfono, estuviera pinchado o no—. Y terminé con la mayoría.
—¿Qué quiere decir con «la mayoría»?
—Eran quince, no doce como había predicho en su adivinación, así que no manejó la situación demasiado bien, señorita Sokolowski. —Hablar de adivinaciones y hechizos por teléfono nunca me ha preocupado mucho. Si nos escuchaba alguien del gobierno nos tacharía de ser unos hippies pringados de la Nueva Era.
—¿Cuántas escaparon? —preguntó Malina.
—Sólo una.
—Ah, entonces volverá a Las Vegas. Pero puede traer a más la próxima vez.
—Bueno, yo no puedo ayudar la próxima vez. Si esa última enemiga hubiera querido luchar, no estoy seguro de haber podido acabar con ella. ¿Qué noticias hay de las
Hexen
?
—Hemos logrado librarnos de dos.
—¿Desde su piso?
—Sí, sin salir del piso. —Sonaba un poco petulante.
—¿Ya las conocían de antes?
—No, eran miembros más jóvenes, no estaban tan bien protegidas ni eran tan hábiles a la hora de ocultar su verdadera naturaleza.
Eso me indicaba que Malina no tenía por qué necesitar pelo o sangre para lanzar un ataque mortal a distancia. Y sabía cómo distinguir a los practicantes de magia entre una multitud. Bueno era saberlo.
—Bien hecho —le dije—. ¿Eso significa que saben dónde están las demás?
—Por desgracia, no. No obstante, estamos acercándonos. Hemos cerrado el círculo en torno a Gilbert. Pero necesitamos más aquilea.
—Ningún problema, enviaré a un mensajero con otro kilo y medio. Nadie preguntará por las dos de las que se han librado, ¿no?
—¿Se refiere a preguntas como las que se hace la gente sobre lo que hizo usted la otra noche? No, su marcha no tuvo nada de sospechoso.
—Ya. Entiendo.
A veces hay accidentes.
—Debería probar a ser más sutil de vez en cuando. Pero, mire, descubrirán que no han logrado cogernos en el primer intento, así que tendría que estar preparado para más ataques, como sea que usted se prepare.
—¿Ataques como el primero?
—No, supongo que intentarán algo distinto. Lo más probable es que no sea tan espectacular, pero el resultado le dejará igual de muerto si no se protege.
—Vale, gracias por advertirme.
Se oyó el frenazo de un coche en la calle.
Tu abogado hombre lobo está aquí
, anunció
Oberón
.
Te apuesto lo que quieras a que huele a ambientador de cítricos.
Yo digo que de vainilla.
Me despedí rápido de Malina y, al abrir la puerta principal, me encontré con Hal subiendo los escalones con paso airado, el ceño fruncido y un periódico en la mano.
—¡Buenas tardes, caballero! Vaya, lleva usted un traje de sastre impecable.
Hal se paró en seco y me miró con cautela.
—¿Qué coño te ha pasado? —dijo, al ver mi torso desnudo y cubierto de magulladuras y arañazos. Señaló mis heridas con un gesto y preguntó—: ¿Son de anoche?
—No, son del sexo salvaje de esta mañana.
—Qué listillo. Siento haber preguntado. Oye, ¿has recuperado la oreja?
—Sí. Sin duda, ésa ha sido la mejor parte del día hasta el momento.
Hal suspiró aliviado y meneó el periódico para decirme algo.
—Eres un mamón con suerte, así te lo digo. La policía está buscando a un tipo que encaja con tu descripción y al que le falta una oreja. Pensaba que con ese dato ya te habrían cogido.
Levanté las manos, asombrado.
—¿Cómo sabe la policía a quién deben buscar? Mataron a los dos únicos polis que me vieron.
—Unos cuantos de esos lechuguinos modernos que huyeron del club te vieron esposado en el suelo, vigilado por los policías ahora fallecidos, así que, como es lógico, los policías que siguen vivos están ansiosos por saber qué le ha pasado a ese sospechoso. Saben qué ropa llevabas y cuál es tu color de pelo, además de que te falta una oreja, para empezar, y en eso están. No hay descripciones de tu cara, porque estabas besando el asfalto.
—¿Alguna mención a mis tatuajes?
—Por suerte, no. Los tatuajes debían de quedar contra el suelo, por la forma en que estabas esposado, así que están buscando a un chico sin tatuajes y sin oreja. —Hal olfateó el aire con gesto interrogante y frunció el entrecejo—. ¿Está quemándose algo?
—Hace un momento, mi casa se quemaba, pero ahora ya no.
—Ah. —Y las llamas de su curiosidad se extinguieron, así sin más—. Pues el olor se percibe incluso aquí fuera y es molesto, así que ¿te importaría si nos sentamos en el porche?
—En absoluto. —Señalé una silla y Hal me tendió el periódico, mientras la cogía.
Oberón
golpeó la cola contra la silla y metió la cabeza debajo de la mano de Hal.
—Hola, chucho —saludó Hal a
Oberón
y le rascó amablemente la cabeza.
Gano yo. Huele a cítrico por encima del olor a perro mojado.
¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que tal vez esté intentando disimular el olor a perro mojado con el de cítrico?
Eso no tiene ningún sentido, Atticus. El olor a perro mojado es un aroma que no tiene nada de malo en un hombre lobo. Creo que más bien debe de ser al revés.
«MASACRE EN SATYRN», me gritó el periódico. «Veinticinco muertos, incluyendo dos agentes, en una pesadilla en la discoteca.» En la foto se veía una hilera de bolsas de cadáveres, alineadas delante del club.
«SCOTTSDALE: La policía sigue buscando sospechosos tras la peor masacre sufrida en la ciudad, que tuvo lugar anoche en la discoteca Satyrn, situada en Scottsdale Road. Los testigos no saben con exactitud cómo se desató la matanza, que terminó con la muerte de los dos agentes de Scottsdale.»
Leí en diagonal el resto del artículo.
—Ajá. Mencionan los bates rotos, pero no dicen nada de mi espada —comenté.
—¿Andabas meneando la espada delante de todos esos testigos?
—No, no —repuse. Le expliqué lo que había pasado la noche anterior y la coartada que había preparado con Granuaile a través del código de los empalagosos—. Todavía tengo el recibo de Target —añadí— y, a nada que sean un poco buenos haciendo su trabajo, las probabilidades de que encuentren la cinta de seguridad es alta. Así que diremos que los bates que tiene Granuaile son mis bates, un poco arañados y estropeados después de pasar la noche lanzando pelotas de béisbol a mi perro.
Eso significa que tengo que morder unos bates, ¿no?
Eso es. Pero si eres bueno, primero los untaré con un poco de grasa.
—
¿Huellas en los bates? —preguntó Hal.
—Ya me he ocupado.
—Así que es imposible que fueras el hombre de la discoteca, porque tienes dos orejas y tus bates están intactos. Entiendo. —Hal asintió—. Eso podría confundir un poco las cosas si llegáramos a los tribunales, sobre todo porque le están dando mucha importancia al detalle de una sola oreja. Ahí está tu duda razonable. Pero de todos modos tendrás muchos problemas si alguno de los testigos declara que ha visto la espada. Las últimas semanas has estado paseándote con esa cosa a la espalda, todos los que pasaban por Mill te han visto llevándola, y puede que también se hayan fijado en que te faltaba una oreja.
—¿Y qué? La espada nunca salió de su funda. Nadie murió por heridas hechas con una espada.
—Utilizarán la espada para situarte en la escena del crimen, Atticus. Mira, ¿todavía la tienes por aquí?
—Claro que sí. No una, ahora tengo dos espadas molonas. —La segunda había pertenecido a Aenghus Óg. Su espada se llamaba Moralltach, «furia intensa», y había acabado en mis manos por derecho al haberlo batido en duelo.
—Te sugiero que escondas las dos ahora mismo, y que las escondas bien. Sin perder un segundo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Creo que Tempe va a colaborar con Scottsdale en este caso para asegurarse de que hacen bien las cosas, para compensar haberla cagado cuando fueron a tu tienda —dijo Hal, refiriéndose a un registro que había salido increíblemente mal y en el que acabaron disparándonos a mí y a un policía de Tempe—. Eso significa que van a presentarse con una orden de registro en tu casa. Lo harán todo siguiendo el libro y, si encuentran una espada, te llevarán a comisaría para tener una buena charla.
—¿Qué me dices de arcos y flechas y otras armas de artes marciales, como
sai
, cuchillos voladores y cosas así?
—¿Qué? ¿Tienes cosas así por aquí?
—El garaje está lleno.
Hal maldijo un rato en noruego antiguo y después volvió al inglés.
—Joder, Atticus, tienes que conseguirte una
batcueva
o algo así para todas esas mierdas tuyas.
—¿Por qué? Pensaba que era todo legal.
—Lo es, pero, en situaciones como ésta, no quieres que huelan humo y se imaginen que hay fuego. Una metáfora que, en este caso, resulta tener un sentido literal. —Olfateó y arrugó la nariz—. Por cierto, ¿qué fue lo que provocó el fuego?
—Una diosa que estaba de visita.
—¿En serio o tomas la mano?
—Hablo en serio. —No le dije que la expresión correcta era «tomar el pelo», porque todo lo demás estaba haciéndolo muy bien.
Hal era bastante más joven que Leif y ponía mucha más voluntad en utilizar la lengua vernácula de Estados Unidos de forma correcta. En general me agradecía cuando lo corregía, pero en ese momento no quería distraerlo.
—¿Algo por lo que debería preocuparme?
—No, no es más que política irlandesa.
Hal me miró con severidad y agitó el dedo delante de mi cara.
—Es muy peligroso meterse en este tipo de asuntos. Ten cuidado.
Lo miré asombrado.
—No puedo creer que acabes de decirme eso.
Claro, porque tú siempre tienes cuidado. Es casi enfermizo.
—¿Qué pasa? —preguntó Hal, encogiéndose de hombros con aire ofendido.
—Ayer llamé a Gunnar para pedirle ayuda con las bacantes y me cortó. Nada de desearme suerte, ni rogarme que tuviera cuidado; nada. Y ahora que estamos ocupándonos de las consecuencias de lo que pasa cuando intento apañármelas solo, ¿me dices que tenga cuidado con la política irlandesa?
¿Me das una golosina por haber utilizado «enfermizo» en una frase?
—
Sé a qué se debe la reacción de Gunnar. Mantener la paz en la comunidad mágica no es nuestra obligación.
—Tampoco la mía.
Es muy difícil de pronunciar. Si no te concentras, puedes acabar diciendo «enfermizos» y te sientes como un cachorro que se olvidó de levantar la pata, ya me entiendes.
—Vale, y entonces, ¿cómo acabaste implicado? —preguntó Hal.
Pensé en explicarle que necesitaba un sitio seguro donde vivir y trabajar, para poder reparar la tierra alrededor de la Cabaña de Tony, pero parecía demasiado incomprensible y podía no entender por qué estaba tan impaciente por iniciar un proyecto que tardaría años en terminarse. Así que, en vez de eso, me encogí de hombros y respondí:
—Política irlandesa.
—Ahí está. Muy peligroso. Nuestra obligación es que no acabes en la cárcel cuando te metes en problemas, no ayudarte a que no te metas en problemas en primera instancia. Vamos. —Se levantó e hizo un gesto hacia dentro—. Te ayudo a guardarlo todo.
Me parece que Hal también se merecería una golosina, si te libra de la cárcel,
dijo
Oberón
mientras entrábamos.
A los hombres lobo no se les ofrecen golosinas, si quieres conservar todas las extremidades. Piensan que es indigno y degradante que les ofrezcan una.
Bueno, la luna debe de haberles hecho un lío en la cabeza si piensan eso, porque yo no le veo ningún inconveniente a las golosinas. La verdad, Atticus, es como si no tuvieran mucho aprecio por el Código Canino.
¿Perdona?
El Código. ¿Es que nadie se ha tomado la molestia de explicarles que las golosinas son, por definición, un refrigerio sabroso, adecuadas en cualquier momento y ocasión, salvo, tal vez, los funerales?
Te lo acabas de inventar.
¡Exacto! Soy un perro tan creativo que me merezco una golosina.
Sin duda.
Me paré en la cocina para coger, de un armario un poco chamuscado, un puñado de golosinas para
Oberón
.
Cuando las termines, quiero que hagas guardia en el porche delantero y me avises si llega algún coche, por favor.
¡Vale! Tío, estas golosinas son guays. Los hombres lobo no saben lo que se pierden.
Cogí a Moralltach del garaje, más otro par de espadas para entrenar, y un rollo de hule (del de verdad, no ese material sintético que hoy en día llaman hule, porque yo soy un tipo amante de las fibras naturales). Como no tenía una
batcueva
, tuve que esconderlo todo utilizando la magia. Saqué unas tijeras y empecé a cortar tiras de hule, después le dije a Hal que envolviera las espadas con ellas, de forma que no quedara ni un milímetro al descubierto.
—¿Tienes cinta adhesiva o algo para sujetarlo?
Dejé de cortar hule y levanté la vista hacia mi abogado.
—¿Hal? Soy un druida. De los de verdad.
Hal enrojeció y murmuró una disculpa.
—Vale. Puedes unirlo tú, ¿no?
—Sí. ¿Ése ya está listo?
—Sí.
—Sujeta los bordes, y entonces —le indiqué, y esperé a que lo hiciera—…
Dún
—pronuncié en irlandés.
Las fibras de los bordes se entrelazaron hasta formar una misma tela, en una especie de tira de Möbius en la que el tejido no tuviera ni principio ni fin, con la diferencia de que yo sí podía verlo. Para Hal, era como si el borde acabara de desaparecer y se hubiera alisado, un trozo de tejido intacto.
Hal sacudió la cabeza.
—Qué pena que no celebres las Navidades. Tus regalos iban a ser los mejor envueltos.
Repetimos el proceso tres veces más y después cogí todas las espadas y las saqué al jardín. Hal me siguió, con las fosas nasales abiertas por todas las hierbas que cultivaba allí.
—No estarás cultivando nada parecido a la marihuana, ¿no?
Resoplé.
—Sólo un idiota pensaría eso.
—A veces los polis son idiotas.