—Aquí no hay nada de valor. Pueden confiscarlo todo si les parece que tienen que proteger a la sociedad de mi herbario.
—Bien. Entonces, ¿dónde las escondemos?
Hal miraba el suelo en busca de posibles sitios donde enterrar las espadas, pero en la dirección equivocada.
—¿Ves el palo verde de mi vecino que cuelga hacia mi jardín? Vamos a esconderlas ahí.
—Vaaale. ¿Cómo?
El tronco estaba al otro lado de una valla de madera muy alta,por la que no resultaba fácil trepar para llegar a las ramas más altas.
—Utiliza esos músculos enormes de hombre lobo que dan miedo para lanzarme a las ramas y después me tiras las espadas. Primero las uniré a las ramas del árbol para que no se muevan y después las camuflaré.
—Las ramas son bastante largas y no parecen muy resistentes. ¿Estás seguro de que soportarán tu peso?
—Seguro. Este árbol me adora. Sus raíces pasan por debajo de la valla y de vez en cuando charlamos sobre partículas y nitrógeno y sobre la pesadilla de los escarabajos pulverizadores.
Hal me miró dudoso.
—Además, puedo hacer que las ramas sean más resistentes durante un rato.
—Entonces vale. Dejaré mi chaqueta aquí…
Terminamos en menos de cinco minutos y Hal ni siquiera se había despeinado al lanzarme a las ramas. Solía vestir de forma que disimulara su complexión musculosa, pues en los tribunales los músculos se asocian con los demandados más que con los abogados. Aun así, tenía un físico imponente, era un hombre muy varonil, con un hoyuelo en la barbilla y una gran sonrisa. Llevaba unas gafas falsas, pues aunque no tenía ningún problema de vista, pensaba que así los jurados lo verían más delicado e inteligente.
—Ese hechizo está muy bien —dijo Hal, mirando hacia las ramas donde había camuflado las espadas con los ojos entrecerrados—. Sé que están ahí, pero no puedo verlas.
—Permanecerán camufladas mientras yo tenga acceso a un poco de poder. Los amarres no se desharán hasta que yo no lo ordene.
—Perfecto. Y, entonces, ¿qué hacemos con el resto de tus armas?
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos?
Hal se encogió de hombros.
—Quizá dos horas, quizá dos minutos.
Atticus, bajan tres coches por la calle llenos de tipos vestidos como la Autoridad.
Gracias,
Oberón
. Ven al jardín.
—
Más bien serán dos segundos —le dije a Hal—. Ahora mismo están en la puerta.
—Supongo que tendremos que arreglárnoslas sobre la marcha.
—Sí. —Me encogí de hombros—. Seguro que es divertido.
—Ponte una camiseta, ¿quieres? Están buscando a alguien que mató a un montón de gente anoche y tú tienes toda la pinta de haberlo hecho.
—Ah, sí. —Me miré el torso, todavía magullado por Morrigan. Podría curarme bastante rápido si me dejaran tranquilo, pero la tranquilidad escaseaba ese día.
—Y no respondas a una sola pregunta sin que esté yo para acosarlos a cada paso que den.
—Entendido.
Al volver adentro, Hal para responder a la puerta y yo para ponerme una camiseta, le di a
Oberón
sus instrucciones.
Será mejor que te quedes fuera mientras nos ocupamos de esto
, le dije
. Finge que eres ultradócil y tonto. Si alguien se dirige a ti, menea la cola sin fuerza y no te muevas.
¿Tengo que dejar que la Autoridad me acaricie?
Bueno, puedes apartarte, pero lo que está claro es que no debes ladrar, ni gruñir ni morder a nadie.
Mientras revolvía el cajón, me llegó la inspiración y escogí una camiseta vieja de
anime
, con un montón de narices respingonas, ojos enormes y espadas gigantescas estampadas. Te las pones y ¡de inmediato te transformas en un
friki
!
Cuando salí de la habitación, mi salón estaba lleno de hombres con traje. Ninguno me había visto antes ni sabía cómo era yo, así que podía representar un papel y salir de aquélla.
—¡Colega! ¿Qué coño? ¿Quiénes sois vosotros, tíos? —dije, bajando de forma automática mi coeficiente intelectual para todos los reunidos.
—Atticus, son de la policía —contestó Hal.
—¿Atticus O’Sullivan? —Un hombre alto de pelo rubio rojizo, que llevaba camisa verde y corbata de seda, se adelantó mostrando su identificación—. Soy el agente Kyle Geffert, de la Policía de Tempe. Tenemos una orden para registrar su casa en busca de cualquier espada que pueda tener, así como cualquier otra arma de punta roma, como bates de béisbol.
Ese nombre me sonaba, pero no lograba recordar dónde lo había oído antes.
—Ah, guay —repuse—. Espero que encontréis mi espada, porque he estado buscándola.
—¿Ha perdido su espada?
—Eso parece, colega. —Me encogí de hombros—. No sé dónde está.
—Entonces, ¿admite que tiene una espada?
—Bueno, sí, si pudiera encontrarla. Estoy entrenándome para convertirme en
ninja
.
El agente parpadeó y miró hacia Hal, para ver si estaba tomándole el pelo. Hal no movió ni un músculo de la cara, e incluso asintió levemente para apoyar mi historia.
—¿Cuánto hace que perdió la espada?
—Bueno, me parece que fue anoche.
—Interesante. Veo que tiene usted las dos orejas —observó Geffert.
Paseé la mirada inseguro entre el policía y Hal.
—Eeeh… ¿Gracias? Y… ¿usted también?
—Nos han llegado informes sobre un hombre al que le falta la oreja derecha y va por Tempe con una espada.
—¿En serio? Guau. Me parece que ese tío tendría que tener más cuidado con la espada, ¿eh? —Solté un par de risitas por el chiste malo que había hecho, pero bajé la vista sumiso al ver que nadie reía—. Lo siento. Nunca le hago gracia a nadie.
Los hombres trajeados estaban mirando debajo de los muebles y detrás de los marcos de los cuadros, para ver si había alguna espada escondida allí. Uno de ellos avisó de que había encontrado muchas armas de punta afilada y roma en mi garaje.
—¿Alguna espada? —preguntó Geffert.
—Todavía no, sólo cuchillos.
—Mantenme informado. —Se volvió hacia mí y me preguntó—: Señor O’Sullivan, ¿le importaría decirme dónde estuvo anoche?
—No tienes por qué responder a eso —intervino Hal.
—No, está bien —le dije a Hal, y después me dirigí a Geffert—: Estuve en plan tranquilo con mi chica y con mi perro, lanzando pelotas de béisbol en el parque. Me quité la espada para poder darle efecto a la pelota, ¿sabe? Pero algún gilipollas vino y me la mangó cuando no estaba mirando. Me jodió mucho, colega, todavía estoy cabreado. Si alguna vez pillo al que lo hizo, tendrá que vérselas con mi Kung Fu.
—Creía que había dicho que perdió su espada. ¿Ahora dice que alguien se la robó?
—A lo mejor me acuerdo mal. A veces me pasa. Pierdo la noción del tiempo cuando estoy en un trance
ninja
y no recuerdo las cosas que he hecho.
El agente abrió un poco la boca y se quedó mirándome como si le hablara de cosas raras. Bajé la vista y arrastré un poco los pies.
—O a lo mejor fueron todas esas drogas que me metí cuando era más joven. A veces me quedo en blanco.
Geffert asintió despacio y miró a Hal. Entonces, de repente, entrecerró los ojos y preguntó:
—Señor O’Sullivan, ¿qué hace para vivir?
—Entrenamientos
ninja
.
—¿Ésa es su fuente de ingresos?
—Ah. No, tengo una librería.
Aquel tipo ya debía saber quién era yo. Dado que Hal y yo habíamos demandado al Departamento de Policía de Tempe por haberme disparado el mes anterior —un episodio muy desagradable y del que tenía toda la culpa Aenghus Óg—, era imposible que consiguieran una orden para ir a mi casa sin que antes hubieran revisado con mucha atención todo lo que tenían contra mí.
—¿Diría que su librería es un negocio próspero?
No le hice caso y me quedé mirando a algún punto por encima de su hombro derecho.
—¿Señor O’ Sullivan?
—¿Eh? ¿Qué, colega? Lo siento, ésa no la pillé.
Geffert habló despacio para asegurarse de que lo entendía.
—¿Gana mucho dinero con su librería?
—Ah. Está hablando de pasta. Sí, colega, tengo mucha.
—¿La suficiente para pagar abogados muy caros?
—Está aquí plantado, ¿no? —repuse, señalando a Hal.
—¿Por qué el propietario de una librería necesita abogados como Magnusson y Hauk?
—Porque a los polis de Tempe les da por dispararme sin motivo y registrar mi casa en busca de una mierda que no tengo y se sorprenden mucho porque tengo dos orejas de verdad.
Esas palabras hicieron que el agente apretara un poco la mandíbula, pero en su favor hay que decir que no respondió. En vez de eso, planteó otra pregunta.
—Ha mencionado que jugaba al béisbol con su perro. ¿Se tratará quizá de un lebrel irlandés?
—Sí, pero no es el que tenía antes. Sigue perdido, o escapado o lo que sea. Es uno nuevo. Éste lo conseguí hace un par de semanas, y está registrado y tiene las vacunas y todo en regla.
Había hecho todo eso justo para que pareciera que mi antiguo perro era en realidad un perro nuevo. Una vez más, gracias a Aenghus Óg, buscaban a
Oberón
por un crimen que tendrían que haber achacado a Aenghus. Por suerte, es mucho más fácil conseguir una nueva identidad para un perro que para una persona. Los burócratas del Control Animal no sospechan que nadie pueda estar sacando una identificación falsa para su mascota. Cogen el formulario y el cheque y te dan unas bonitas etiquetas para el collar, eso es todo.
—¿Dónde está? —preguntó Geffert.
—En el jardín trasero.
—¿Puedo verlo?
—Claro, como quieras, colega.
Hice un gesto hacia la puerta de atrás y Geffert fue para allá para ver a ese perro nuevo que tenía.
La Autoridad va para allá. Recuerda, eres un perrito dócil, supertranquilo.
Ya lo veo. Tiene pinta de vendedor de camiones. No confío en él desde ya. Pero voy a hacer una interpretación de docilidad digna de un Oscar.
Miré por la ventana de la cocina y vi a Geffert acercándose a
Oberón
, que era un perro de palabra. Movió la cola con esperanza, barriendo el suelo, agachó la cabeza y se puso bocarriba. Dejó la barriga y el cuello al descubierto, con las patas delanteras a la altura del pecho, sin fuerza. Era imposible que aquél fuera el perro devora hombres que estaba buscando la policía por haber matado a un guarda del parque.
¡Oye, menuda actuación! ¿Dónde has aprendido eso?
Oberón
solía revolverse cuando le rascaba la barriga y a veces me mordía suavemente el brazo. Nunca se quedaba así de quieto y pasivo, pues creía que la actividad de rascar la barriga era una experiencia interactiva.
Esto es lo que hacen todos los perritos en el parque cuando me ven llegar.
Geffert no rascó ni una vez a
Oberón
en la barriga. Sólo se puso en cuclillas para mirar las etiquetas del collar y comprobar que eran recientes. Se levantó y miró alrededor con aire pensativo.
Supongo que la Autoridad es más de gatos. Tendríamos que gastarle una bromita.
Geffert empezó a caminar alrededor de donde tenía plantadas las hierbas, fijándose bien en la tierra para ver si alguien la había removido hacía poco.
¿Cómo qué? No creo que pueda superar tu actuación de Oscar.
Seguro que se te ocurrirá algo.
Hal se me acercó con noticias sobre el registro.
—Esta vez están siendo mucho más educados y lo vuelven a poner todo en su sitio después de cogerlo. Todavía nadie ha dicho nada de llevarte a algún sitio para interrogarte, así que no creo que lo hagan a no ser que encuentren una espada.
Oí un estrépito que provenía del salón y fui a investigar. Una agente había conseguido desparramar toda mi colección de DVD por el suelo. Parecía la oportunidad perfecta para subrayar mi personaje de un pobre tipo que se había quedado atrapado para siempre en un mundo de la fantasía adolescente.
—Vaya —dije, poniendo los ojos como platos, para después apartar la mirada con expresión culpable, escondiendo las manos en los bolsillos—, si encuentras pelis porno por ahí… No son mías. —Me dirigió una mirada compuesta por tres quintas partes de asco y otras dos de repugnancia—. Lo juro.
Me alejé un poco y tuve cuidado de no sonreír hasta estar de nuevo en la cocina. Hal se rió quedamente.
—Eres un mentiroso de mierda —susurró.
—Oye, el cuidado y mantenimiento de un álter ego es una forma de arte —respondí también en voz baja—. Aquí viene el oficial. Ya verás cómo pregunta por las marcas de quemaduras.
Geffert entró en la cocina a grandes zancadas, arrugando la frente con expresión decepcionada, y se fijó en las marcas negras de los armarios, parecía que por primera vez.
—¿Qué le ha pasado a su cocina, señor O’Sullivan?
—Ah, eso. —Puse los ojos en blanco—. ¿Conoce esos sopletes de cocina pequeños que se utilizan para hacer natillas? Bueno, pues hace unas cuantas noches estaba usando uno para mi postre y empecé a mover la cabeza como los tipos de esos grupos de metal de la vieja escuela, ¿entiende? El soplete seguía encendido mientras agitaba los puños y hacía esas cosas y no me di cuenta.
Geffert se burló sin disimulos.
—¿Provocó todos estos daños sin darse cuenta, con un minisoplete de acetileno?
—Es que cuando estás dándolo todo con los Crüe es como una experiencia religiosa, colega. Tenía los ojos cerrados. ¿Nunca has entrado en comunión con los dioses del sonido así? Sientes la música hasta en los huesos.
Geffert se limitó a menear la cabeza y abrió un cuaderno. Quería el nombre y la dirección de Granuaile para confirmar mi coartada de la noche anterior. Le conté que ella tendría los bates en el maletero de su coche, pero no le dije que en ese momento la encontraría en mi tienda. Se acercó otro agente y dijo que todavía no habían encontrado ninguna espada y que las armas de punta roma del garaje estaban cubiertas de polvo y no mostraban signos de haber sido usadas hacía poco. Lo revolvieron todo durante una hora más, pero no descubrieron nada que pudiera implicarme en la Masacre del Satyrn de la noche anterior. Yo pasé el rato fuera, regando las hierbas y rascando a
Oberón
en la barriga como era debido, mientras Hal los observaba con cautela. También hundí los dedos de los pies en la hierba y por fin pude ocuparme de curar los cortes y arañazos que me había hecho Morrigan. Para cuando se fueron de una vez, después de pedirme con mucha educación que permaneciera en la ciudad mientras llevaran a cabo la investigación, me sentía como nuevo y con las pilas recargadas.