Read Acorralado Online

Authors: Kevin Hearne

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

Acorralado (33 page)

BOOK: Acorralado
4.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Scheisse! —
Berta soltó la palabrota en alemán—. ¿Qué hicieron entonces?

—Un momento, Atticus —nos interrumpió Hal—. Yo no sé alemán. ¿Qué acabas de decir?

—«¿No eran seis? Sólo cuento cinco cuerpos.»

—Oh, mierda —dijo Hal, y le quitó a Bogumila un cuenco de palomitas que tenía en el regazo. Ésta abrió mucho los ojos de una forma muy graciosa, pero ése fue su único signo de protesta—. ¿Qué pasó después? —preguntó Hal, llevándose a la boca un puñado de palomitas.

—Escogieron a una de las brujas para que se quedase allí y vigilara que el cabalista muerto no iniciara una curación milagrosa, mientras las otras cinco se separaban para buscarme. Pero no podían ver a través de mi camuflaje, así que no tardaron en pasar de largo por donde yo estaba y se internaron en el bosque.

—¿Es que no tenían infrarrojos o un sentido del olfato medio decente? —preguntó Hal.

Klaudia negó con la cabeza y fue quien le respondió.

—Tal como Berta dijo antes, en el campo de batalla apenas valen para nada si no las acompaña un demonio. Si hubieran tenido a uno con ellas, lo habrían descubierto muy fácilmente. Es probable que contaran con algún tipo de ayuda para mejorar su visión nocturna, pero nada que lograra traspasar el tipo de capa que él llevaba.

El camuflaje no es un hechizo de manto —es un camuflaje—, pero no me molesté en corregirla y seguí contando la historia.

—Eso me dejaba solo con una bruja y me brindaba la oportunidad de vengarme en cierta manera en nombre de la familia, antes de huir. La chaqueta del traje del hombre estaba hecha con fibras naturales, así que hice un amarre entre la manga izquierda y el costado, lo que provocó que de repente el brazo se moviera. Como podrán imaginar, ese movimiento del cuerpo
über
-muerto sobresaltó mucho a la bruja, y empezó a chillar y vació otro cargador sobre el pobre hombre. Aproveché todo el ruido que estaba haciendo para descubrirme, desenvainé la espada, corrí diez metros y le corté la cabeza.

Eso arrancó una ronda de vítores de las brujas polacas, y hubo un brindis colectivo y se sirvieron más chupitos antes de que pudiera continuar.

—Se desplomó junto a la familia y yo me lancé montaña abajo en dirección a Pau, mientras las otras brujas volvían para averiguar qué eran todos esos gritos. Cuando descubrieron el cuerpo y se imaginaron lo que habría pasado, yo ya estaba muy lejos de allí. Me persiguieron un rato, pero nunca llegaron a acercarse. Durante un año, dejé de utilizar el paso de Somport y nunca volví a verlas ni supe por qué nos habían atacado, hasta este momento, cuando me han dado la información que me faltaba.

—Entonces, ¿qué pasó cuando le atacaron hoy? —preguntó Kazimiera—. ¿Mató a otra? —Su voz estaba cargada de esperanza.

—No, el lugar en el que nos encontramos no era el apropiado —contesté, decepcionando al aquelarre al completo—. Pero sí que me hice con una cosita —añadí, y metí la mano en el bolsillo para sacar el mechón de pelo de la bruja rubia—. Con esto, encontrarlas debería resultarnos un poco más fácil.

—¿Es de ellas? —preguntó Malina incrédula, sin quitar los ojos del pelo que yo sostenía entre el pulgar y el índice.

—Sólo es de una de ellas, pero sí. ¿Pueden descubrir dónde han estado todo este tiempo con la ayuda de esto?

Las brujas asintieron al mismo tiempo y contestaron a coro:

—Sin duda.

Capítulo 22

—¿Has cambiado de idea respecto a Thor? —preguntó Leif.

—¡Sí, sí, sí! —dije tan rápido como pude, pero de todos modos me colgó.

Sin embargo, resultó que había sido un error: ya tenía el móvil a medio cerrar porque daba por hecho que mi respuesta sería negativa, cuando oyó un hilito de voz que le respondía que sí, justo antes de que se cortara la llamada. Volvió a llamarme al instante.

—Ruego que me disculpes —me dijo—, pero ¿has dicho que has cambiado de idea?

—Sí, eso es lo que he dicho —le confirmé—, pero sólo si eres supermegaencantador conmigo.

—¿Qué tengo que hacer a cambio de que me ayudes? —me preguntó, receloso.

—Ayudarme a matar a unas brujas en Gilbert.

—¿Eso es todo?

—Son bastante malvadas y puede ser que vayan vestidas como The Go-Go’s. Me refiero a la laca y a esas camisetas que dejan un hombro al aire y todo lo demás.

—Parece algo atroz, Atticus, espeluznante hasta la enésima potencia, pero no tengo ni idea de a qué te refieres.

—Te explico: podríamos meternos en un infierno en el sentido más literal, porque están gestando bebés de demonio. Y quizá nos esperen más sorpresas, quién sabe.

—Bien, bien. ¿Cuándo hay que hacerlo?

—Esta noche. Ahora mismo. Llama a tus amigos necrófagos; cuando terminemos, habrá comida de sobra.

—¿Y cuándo matamos a Thor?

—Antes de Año Nuevo, iré a Asgard en misión de reconocimiento —contesté, sin mencionar la parte en que iba a robar una de las manzanas de Idun para Laksha—. Cuando vuelva, y debería estar de regreso también antes de Año Nuevo, planeamos nuestro ataque y ponemos nuestros asuntos en orden. Tú reúnes a tu Equipo A, con los mierdas de contactos que tengas, y yo os meteré a todos en Asgard.

—¿Me das tu palabra de que lo harás? —quiso saber Leif.

—Colega, te hago el juramento del escupitajo si quieres.

—¿Disculpa?

—Te doy mi palabra. Tú ven a buscarme en tu
batmóvil
.

Leif resopló al otro lado del teléfono, en señal de protesta.

—Ni yo ni ningún otro vampiro se ha convertido jamás en murciélago, y esa leyenda en concreto del señor Stoker ya resulta un poco cansina.

—Si salimos con vida de todo esto, Leif, juro que voy a obligarte a leer unos cuantos cómics.

Capítulo 23

Leif se presentó en mi casa luciendo un peto de acero y una gran sonrisa.

—No he llegado hasta aquí para luego dejar que un puñado de brujas me claven una estaca esta noche —dijo, apoyándose en su Jaguar con aire despreocupado.

Bajo el peto llevaba una de esas camisas blancas de lino de hace mil años, con las mangas abombadas. Pero no se había puesto renacentista del todo, con bombachos y coquilla. En vez de eso, vestía unos Levi’s y unas botas doctor Martens con un exceso de hebillas.

—Yo creo que te queda otro punto débil —le dije—. Y tenemos que ocuparnos de él.

Su sonrisa desapareció.

—¿Tienen luz solar en una botella o algo así?

—No, pero es probable que dispongan de fuego del infierno. Ocho de ellas llevan un demonio en sus entrañas. Tú eres bastante inflamable, ¿verdad?

—Pues ahora que lo mencionas, sí.

—Yo tengo la solución, te lo presto sólo esta noche.

—De acuerdo. —Le di el talismán de
Oberón
y lo activé para que le protegiera. Me miró con expresión dudosa, toqueteando el amuleto que le colgaba del cuello—. ¿Este trozo de metal va a evitar que quede reducido a cenizas?

—Sentirás el calor, pero no deberías quemarte.

Enarcó las cejas y puso los ojos en blanco, como si quisiera expresar con la cara lo mismo que uno expresa al encogerse de hombros.

—Está bien. ¿Estamos listos para irnos? —me dijo.

—Antes tenemos que hacer un par de cosas más —contesté, e hice un gesto significativo con la cabeza, hacia la casa que había al otro lado de la calle—. ¿Te acuerdas de mi vecino curioso?

—Por supuesto.

—El otro día dejó caer que en su garaje tiene una granada impulsada por cohete. Me gustaría comprobar si decía la verdad y, si fuera así, liberarle de esa carga por el bien del valle oriental.

Leif no movió la cabeza, pero se le abrieron las fosas nasales.

—Ahora mismo está en casa.

—Ah, sí, y está mirándonos a través de las persianas.

—¿Qué propones que hagamos?

—Tú lo hechizas y haces que me abra el garaje. Yo entro con todo descaro y cojo lo que necesitemos, después le dices que lo olvide todo.

—Si tiene armas militares, deberíamos informar al departamento de armamento.

Suspiré, desesperado, y me pellizqué el puente nasal. ¿Quién iba a creer que un abogado chupasangres de verdad se preocupara por la ley?

—Vale, pero después de que hayamos cogido unas cuantas con las que divertirnos.

Más tranquilo, Leif preguntó:

—¿Ahora mismo nos está mirando? ¿Por la ventana?

Miré por el rabillo del ojo para comprobar si los listones de la persiana seguían separados.

—Sí.

Sin previo aviso, Leif volvió la cabeza y se quedó mirando fijamente al otro lado de la calle, hacia las persianas. Un par de segundos después, se cerraron del todo.

—Lo tenemos —anunció Leif—. Procedamos. La puerta del garaje debería abrirse en unos segundos.

Cruzamos la calle a grandes zancadas y la pesada puerta empezó a abrirse con mucho ruido. Pensé que nunca la había visto abierta. El señor Semerdjian tenía un Honda CR-V, pero siempre lo aparcaba en la entrada.

Allí estaba la granada impulsada por cohete, una de las muchas que había, junto con una caja de granadas de fragmentación normales, varias cajas de armas automáticas y misiles superficie-aire portátiles. En la pared también había colgados unos cuantos chalecos antibalas.

—Guau. Es igual que mi garaje, pero mucho más exagerado —dije.

—Es evidente que todas estas armas no son para su defensa personal —añadió Leif desde el umbral. El señor Semerdjian estaba bajo su control, pero todavía no le había invitado a pasar por su propia voluntad. El tipo estaba ahí de pie, con la mandíbula un poco caída, junto a la puerta que daba a su casa. Leif se dirigió a él—: Señor Semerdjian, por favor, explíqueme por qué tiene todas estas armas aquí.

—Son para los coyotes —contestó.

Levanté la vista de golpe.

—¿Qué acaba de decir? ¿Qué coyotes?

Leif repitió la pregunta, porque Semerdjian no contestaría a nadie que no fuera él.

—Los coyotes. Las personas que pasan a la gente por la frontera mexicana.

—Ah, esos coyotes —dije yo—. Vale.

—Abastezco a dos bandas —continuó Semerdjian—. En estos tiempos, siempre necesitan algo extra para escapar de las patrullas de la frontera.

Leif le sacó más información sobre sus proveedores y sus clientes, mientras yo cargaba. Cogí un chaleco antibalas, al acordarme de que a
die Töchter des dritten Hauses
les gustaba llevar pistolas, después agarré un par de lanzamisiles antitanque de mano y me metí en los bolsillos cinco granadas. Los lanzamisiles los dejé en el maletero del Jaguar de Leif y después le llamé desde el otro lado de la calle para avisarle de que estaba listo para partir.

Granuaile y
Oberón
estaban en casa, entreteniendo a tres hombres lobo con la versión extendida de
La Comunidad del Anillo
. Uno de ellos era el doctor Snorri Jodursson y le pedí que me acompañara un momento al jardín trasero. Se interesó por mi salud, me dio las gracias por haber tardado tan poco en pagar su factura astronómica y después me subió a la rama del palo verde de mi vecino. De allí desaté a Fragarach y Moralltach, pero no les quité el camuflaje. Aquélla era toda la ayuda que podía esperar de la manada de Tempe, bajo las órdenes de Magnusson.

Después de dejar las armas en el maletero del Jaguar, ya estaba preparado de verdad para empezar a pelear. Aunque más bien debería decir para terminar con la pelea que
die Töchter des dritten Hauses
habían decidido tener conmigo.

—Vamos, Leif —lo llamé desde el otro lado de la calle—. Termina de una vez y ya le echarás el gancho más tarde con la policía. Vamos a buscar a las brujas buenas para ir a matar a las brujas malas.

Capítulo 24

Las Hermanas de las Tres Auroras no tardaron en bajar de su edificio y se reunieron con nosotros en el aparcamiento subterráneo. Se dirigieron con brío a una fila de elegantes deportivos biplaza, todas calzadas con sus botas puntiagudas. Malina y Klaudia se metieron rápido en un Audi TT Roadster; Bogumila y Roksana hicieron los propio en un Mercedes SLR McLaren; y Kazimiera y Berta, una pareja un tanto discordante, parecía que no fueran a caber en un Pontiac Solstice. A diferencia de las
Hexen
, ellas sí eran conscientes de la década en que vivían y sabían cómo vestir de negro. De hecho, Bogumila se había recogido el pelo en una cola de caballo más práctica, y en parte me quedé decepcionado al ver que no había ningún problema con la otra mitad de su cara. No tenía ninguna cicatriz horrenda, no le faltaban trozos de carne ni me miraba con la cuenca vacía del ojo, en la que se retorcía un gusano.

—El tiempo es crucial —explicó Malina, mientras el sistema de seguridad de su coche pitaba—. Creo que nos hemos protegido a nosotras mismas de los rituales de adivinación, pero si consiguieran vernos de alguna forma y se enteraran de que estamos indefensas, podrían repetir el maleficio que mató a Waclawa y aniquilarnos a todas de golpe. Estoy segura de que tienen a demonios preparados y dispuestos para ayudarlas.

—El tiempo apremia, ¿eh? ¿De cuánto disponemos?

A mí no me preocupaba que me encontrasen a través de la adivinación, pues gracias a mi amuleto la única que podía conseguirlo era Morrigan. Y Leif tampoco tenía de qué preocuparse, porque es muy difícil descubrir a los muertos con ese método y además tendrían que saber que él también estaba involucrado antes de intentarlo.

—Una vez que empiecen el ritual, es probable que de no más de veinte minutos. Seguidnos y vamos hablando por teléfono.

Leif sintió algo de envidia al comprobar que las brujas salían antes que él.

—Tienen unos juguetes muy bonitos. ¿Cómo se ganan la vida?

—Consultoría.

—¿En serio? ¿De qué tipo?

—Mágica, me imagino, en el sentido de que por arte de magia reciben un salario, sin que nadie les consulte nada en realidad.

—Qué inteligentes. Aunque supongo que no es tan diferente a lo que hacen los consultores de verdad.

—Malina hizo la misma observación —repuse, mientras girábamos a la izquierda por Río Salado y nos dirigíamos hacia la 202 este por Rural Road. Empezó a sonar
Witchy Woman
y dije—: Y hablando de ella, seguro que quiere consultar conmigo nuestro plan de ataque. —Abrí el móvil y contesté, con mi voz alzándose al final en tono de pregunta—: Hooooola.

—No parece que este enfrentamiento le preocupe demasiado —me dijo Malina, con el acento polaco más marcado. Ya empezaba a ponerse de mal humor.

BOOK: Acorralado
4.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Best S&M, Volume 3 by M. Christian
The Chop Shop by Heffernan, Christopher
The Search for Justice by Robert L Shapiro
Shield's Submissive by Trina Lane
A Portal to Leya by Elizabeth Brown
Wedding Favors by Sheri Whitefeather
The May Day Murders by Scott Wittenburg
Snapped by Kendra Little
Daddy-Long-Legs by Jean Webster