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Authors: Kevin Hearne

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

Acorralado (37 page)

BOOK: Acorralado
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—No —le dije en voz baja, consciente de que no podía oírme—, eso es con tierra compacta.

Saltó a la calle desde el tercer piso, envuelto en llamas, seguido de su aullido. Buscaba una zona con tierra para sofocar el fuego. Esperaba que encontrase algún sitio entre el edificio y la acera; se suponía que la pelea no tenía que empujarlo a medidas tan desesperadas. Para apagar esas llamas necesitaba revolcarse sobre tierra seca y arcillosa, y, según recordaba, no tenía muchas posibilidades de conseguirlo.

Y yo tampoco. Ahí estaba yo, un druida con la mandíbula probablemente rota, con una sola oreja, una herida en el muslo y muy poca magia a la que recurrir; enfrentado a cuatro
Hexen
que se alimentaban de la fuerza de los demonios. Se volvieron como si fueran una sola y me bufaron, pues comprendían que, de alguna forma, había eliminado a una de sus hermanas. Parecían mucho más fuertes y veloces de lo que yo me sentía.

«Bueno —pensé con ironía, mientras levantaba Fragarach y me preparaba para el ataque—, por lo menos cuento con mi espada enorme y poderosa.»

Dejaron escapar unos gritos inarticulados, a la vez que se lanzaban a la carrera desde unos treinta metros de distancia. Klaudia eligió justo ese momento para aparecer por la puerta que llevaba a la escalera, empuñando una daga de plata en la mano izquierda y con pinta de haber pegado el polvo del siglo mientras subía. Levantó el brazo derecho por encima de la cabeza —en un gesto que parecía preceder a la mayoría de hechizos que su aquelarre conjuraba en combate— y dijo: «
Zorya Vechernyaya chroń mnie od zła.
» Inmediatamente apareció un cono de luz púrpura que la envolvió, muy similar al de Bogumila, aunque quizá tuviera un aspecto un poco más sólido. Las
Hexen
detuvieron su carrera y desviaron su atención hacia Klaudia, en la que reconocieron a una de sus viejas enemigas. Dos de ellas soltaron el fuego del infierno que les crecía en los brazos como si fueran flores abriéndose a cámara rápida, pero Klaudia ni se inmutó cuando las llamas chocaron contra la luz púrpura sin encontrar la forma de atravesarla. Las otras dos optaron por insistir en el ataque físico y en ésas fue en las que se concentró.

Sus gestos lánguidos desaparecieron y de repente se movía con agilidad líquida. Se agachó y después giró sobre su pie derecho, mientras le pasaba la daga por los ojos a la primera bruja. Cruzó la pierna izquierda por delante de la derecha, giró y pegó un salto en redondo al estilo de Chun-Li, y la siguiente bruja recibió en toda la cabeza el impacto de una bota primero y el de la otra después. Las dos
Hexen
acabaron derribadas en cuestión de dos segundos, pero dudaba mucho que estuvieran muertas. El engendro de demonio las curaría en un abrir y cerrar de ojos.

De todos modos, tengo que admitir que me sorprendió; me quedé boquiabierto, incluso. Malina me había dicho que su aquelarre no estaba entrenado para combatir, pero Klaudia acababa de dar una muestra clara de lo contrario. Aunque después pensé que quizá ella fuera la excepción a la regla. Si el lado oscuro de su aquelarre hubiese peleado así de bien en la Cabaña de Tony, aquella noche habrían muerto más de dos hombres lobo.

Sacudiéndome el asombro de encima, me acerqué a ayudar, en el momento en que las dos
Hexen
caídas se incorporaban y las lanzallamas por fin se daban cuenta de que dentro del cono púrpura no se quemaba nada.

La solución para los enemigos que tienen la molesta costumbre de curarse demasiado rápido es siempre, siempre la decapitación. Ésa es la razón por la que las espadas nunca pasarán de moda. Fragarach se hundió en la garganta de una de las lanzallamas y le propiné también una estocada en el vientre para el pequeño, antes de que se desplomara. Eso hizo recordar a las otras tres que yo todavía andaba por ahí. Además de un tornillo, se les aflojó la mandíbula, pues empezaron a escupir rugidos abrasadores y pestilentes y se abalanzaron todas contra mí, olvidándose por completo de Klaudia. Al fin y al cabo, ella todavía no había matado a ninguna, mientras que yo ya era responsable de la muerte de unas cuantas.

Las últimas tres apenas mostraban signos de haber sido personas. Eran brujas muy, muy viejas y llevaban tanto tiempo vendiendo paquetitos de su alma al infierno que ya no les quedaba más que una sola caja de humanidad, a pesar de que en algún momento debieron tener un almacén lleno. Ahora su cuerpo lo ocupaba otra cosa, algo que les encendía la mirada y hacía crecer garras negras en sus dedos.

Cedí un poco de terreno antes de la carga, balanceando la espada delante de mí en estocadas defensivas. Una y después dos de esas caras malditas desaparecieron de mi vista, seguro que a consecuencia de las tácticas de guerrilla de Klaudia; pero todavía quedaba la última y era más rápida que yo.

Quizá yo me había vuelto más lento. El dolor de todas las heridas se intensificaba, pues no había llevado a cabo ninguna curación; había seguido luchando y era probable que eso hubiera empeorado mi estado. La bruja perdió la mano izquierda, víctima de Fragarach, por intentar atraparme con la derecha. Las garras destrozaron el chaleco a la altura de mi hombro izquierdo y no sólo arrancaron el material, sino que me llegaron a los músculos del pecho. Me caí hacia atrás y ella se aferró a mí para intentar hundir más las garras, girarlas por debajo de las costillas y provocarme daños serios en los órganos. Pero había dejado su costado izquierdo desprotegido y vulnerable. Le hundí Fragarach de lado, a la altura del vientre, aprovechando que la tenía sentada a horcajadas, y di vueltas a la hoja como un loco para asegurarme de que el demonio sentía el metal. La bruja se convulsionó y vomitó sangre antes de que sus ojos se apagaran y su cuerpo se desplomara, inerte. Encima de mí.

El brazo izquierdo no me respondía. Intenté moverlo y un dolor terrible cayó sobre mí. Utilicé la última magia que me quedaba para bloquearlo; era incapaz de pensar, embotado por aquel martirio. Arranqué a Fragarach del cuerpo de la bruja —algo bastante asqueroso— y la dejé en el suelo para poder zafarme de la bruja con la mano derecha. Me senté y miré si quedaba alguna de las
Hexen
.

Ninguna. Klaudia había destripado a las dos últimas, matando primero al engendro de demonio y cortándoles después el cuello, por si acaso. Ahora que había terminado la batalla, sus conjuros púrpura habían desaparecido y había recuperado sus maneras lánguidas. Éramos los únicos seres vivos en un piso salpicado de cadáveres y, sin embargo, ella lograba que todo pareciera un poco más
cool
, por el simple hecho de estar ahí. Incluso cubierta de sangre, tenía esa expresión soñadora y abandonada de las modelos de ropa interior.

—Gracias por ayudarme —dije—. ¿Dónde has aprendido a pelear así?

Se encogió de hombros.

—Vietnam.

—Estás de coña.

Sonrió y en sus ojos se iluminó una chispa de picardía.

—Sí.

Me estremecí, pues la adrenalina ya me estaba bajando y se apoderaba de mí el agotamiento. Pero cuando oímos un grito lejano y de repente el resplandor color lavanda que se veía por las ventanas del nordeste empezó a parpadear, echamos a correr hacia la escalera con la esperanza de no llegar demasiado tarde.

Capítulo 25

Fuera, la situación era triste y desoladora. Primero rodeé el edificio por el norte, porque Klaudia había ido corriendo a buscar a Berta, Roksana y Kazimiera. No vi ni rastro de Leif. Bogumila yacía muerta en el asfalto y se la veía vieja y aterrorizada ante la muerte. Malina estaba furiosa, con toda razón. Mis primeros recelos respecto a la barba del rabino parecían justificados, porque presentaba todos los rasgos que uno podría asociar con un pariente lejano de Cthulhu, con cuatro tentáculos largos y peludos saliéndole de la mandíbula, dos a cada lado de la barbilla. Los dos de la izquierda apretaban con fuerza la garganta de Bogumila y en ese momento estaban intentando desenredarse de la mujer a la que habían asfixiado. Los otros dos trataban de atrapar a Malina, pero al tiempo que yo me acercaba, ella estaba levantando algún tipo de protección resistente.

Entonó cuatro versos en polaco y, como ya estaba lo suficientemente cerca como para oírla, los escuché con mucha atención para estudiarlos en el futuro. Cada vez que llegaba al final de uno de los versos, en su mano retumbaba una palmada acompañada de una espiral de destellos violetas, azules, rojos y blancos, que giraba alrededor de ella como las cintas de una gimnasta que ejecuta sus ejercicios en el suelo:

«
Jej miłość minie ochrania,

Jej odwaga czyni mnie nieustraszona,

Jej potęga dodaje mi sił,

Dzięki jej miłosierdziu Z–yę!»

Más tarde, Malina me los tradujo y me explicó que cada verso era un hechizo en sí mismo que le concedía «ciertas fuerzas y protecciones» a través de las bendiciones de las Zoryas. El significado de los versos era: «Por su amor estoy protegida, por su valor no conozco el miedo, por su poder conozco la fuerza, por su misericordia no muero.»

Cuando terminó, alrededor de Malina se levantó un escudo translúcido pero impenetrable, y tenía pinta de que no acababa más que de empezar. Aquello superaba con mucho los conjuros cónicos que les había visto a Bogumila y a Klaudia.

El calamar de la barba del rabino Yosef había visto más que suficiente; los tentáculos temblaron y no avanzaron más. Comenzaron a retroceder y se enroscaron rápidamente alrededor de la cara del rabino, mientras éste reflexionaba sobre cómo ocuparse de esa bruja mucho más habilidosa. Entonces se sobresaltó y retrocedió un paso al verme llegar, cubierto de las tripas de brujas y demonios y de mi propia sangre, con Fragarach preparada en la mano. No vacilé, no saludé, sólo levanté la espada hasta su cuello y dije «
Freagróidh tú
». Se quedó inmóvil rodeado por el resplandor azul del hechizo y empezó a farfullar algo en ruso.

—Sólo hablará para responder a mis preguntas —ordené, y se quedó callado de inmediato.

—Gracias, Atticus, esto lo facilitará mucho —dijo Malina.

—No, quieta —le contesté, porque ya estaba preparándose para acabar con él—. Antes tengo que hablar con él.

—¡Tiene que pagar por la muerte de Bogumila! —se indignó Malina detrás de su escudo.

—Sí, pero antes me hablará con claridad por primera vez. ¿Cuál es el nombre de su organización, caballero?

Intentó resistirse, claro, pero terminó respondiendo.

—Los Martillos de Dios.

Ahora lo entendía. La «P» alargada de la empuñadura del cuchillo era un martillo.

—¿Dónde está el padre Gregory esta noche?

—En un avión de vuelta a Moscú.

—¿Cuántos miembros tiene la organización?

—No sé el número exacto.

—Aproximadamente, ¿cuántos podrían acudir para vengarle si usted desaparece esta noche?

—Por lo menos veinte luchadores cabalistas como yo. Es lo normal cuando desaparece uno de nosotros. Pero podrían enviar más, si consideran que la amenaza lo requiere.

Me volví hacia Malina con una sonrisa triste.

—Ha sido sensato pararse a hablar, ¿no?

—Aun así, tiene que pagar —insistió, justo cuando Klaudia, Kazimiera, Berta y Roksana llegaron corriendo y lo rodearon.

—¿Quiere enfrentarse a veinte o más como él?

—Está mintiendo.

Sacudí la cabeza.

—Usted misma ha probado este hechizo, Malina. No puede mentir. Quizá podamos hacerle pagar de otra forma, evitando más enfrentamientos que provoquen más bajas entre los nuestros.

Era evidente que aquella sugerencia no era del gusto de Malina. Quería cargárselo, en ese mismo lugar y en ese preciso momento.

—¿Qué propone?

—Córtale un par de ricitos del pelo mientras lo mantengo inmovilizado aquí. Así sabrá que está a su merced. Puede mandarle una diarrea explosiva o algo por el estilo, algo que sea doloroso y humillante pero que no se acerque siquiera a la muerte, y también puede preparar un encantamiento de hombre muerto, de forma que si ustedes mueren, él también muera. Y después le explicaremos, en pocas palabras, que mató a una bruja muy buena que nos estaba ayudando a matar a todas las brujas malas que estaban arriba, y que a partir de ahora él y sus Martillos de Dios deberían dejarnos en paz, porque tenemos el valle oriental bajo control.

Malina sopesó mis palabras. Sabía que era muy superior al rabino, pero éste había sido más fuerte que Bogumila. Veinte más como él contra los cinco miembros que quedaban en su aquelarre no era una buena proporción, y lo entendía. Aceptó, aunque de muy mala gana, y deshizo el remolino de luz que giraba a su alrededor. Sus hermanas no rechistaron ante su decisión, pero podía ver que tampoco les hacía ninguna gracia.

—Ahí está, rabino, ¿lo ve? —le dije—. Las brujas malvadas no dejan con vida a los gilipollas como usted. Eso sólo lo hacen las brujas clementes que, al igual que yo, comprenden que está intentando hacer el bien, pero que es demasiado idiota para entender qué es eso. Así que se lo vamos a enseñar. Justo después de que Malina le quite un poco de pelo.

Malina le tiró el gorro y le arrancó todo un puñado, que se metió en el bolsillo de la chaqueta de piel. Todos nos alegramos ante su dolor. Después liberé al rabino del hechizo de Fragarach, le amarré las mangas a la espalda, de modo parecido a como le había hecho ya en la tienda, y lo llevamos por el edificio explicándole que habíamos aniquilado por completo a
die Töchter des dritten Hauses
, un aquelarre que perseguía a los cabalistas como él desde hacía siglos. Mientras él estaba ocupado luchando contra Bogumila, la misma Malina se había encargado de un demonio carnero enorme y de otro
in utero
. Klaudia había terminado con otros dos. Leif y yo sumábamos el resto (comprobé que habíamos matado a veintidós), y el vampiro aborrecía de tal forma todo lo demoníaco que no había querido clavar sus colmillos en ninguna de las brujas.

Ante las acusaciones que escupía el rabino, contesté que sí, que solía disfrutar de la compañía de vampiros, hombres lobo y brujas, porque todos los que conocía eran increíblemente pulcros y tenían un gusto automovilístico ideal; pero a ninguno nos importaba luchar para vivir tranquilos en nuestro territorio y, de hecho, hasta el momento habíamos resultado mucho más eficaces que los Martillos de Dios.

—Así que hágame el favor, buen rabino, deje nuestra ciudad y váyase a la mierda.

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