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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (53 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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—Por los Cien, he estado a punto de incinerarnos a todos. —Se sentó—. Drissa, mira esto.

—Ah —dijo Vi—. Ariel comentó que había varias trampas interesantes.

—¿Y ahora me lo dices? —protestó Tevor—. ¿Interesantes? ¿A esto lo llama interesante?

—Dijo que erais los mejores con las tramas pequeñas.

—¿Eso dijo? —La actitud de Tevor cambió al instante.

—Bueno, dijo que Drissa lo era.

Tevor levantó las manos al cielo.

—Claro, cómo no. Las malditas hermanas no iban a reconocer que un hombre tal vez era bueno, ni siquiera por un segundo.

—Tevor... —dijo Drissa.

El hombre se calmó de golpe.

—¿Sí, querida?

—No lo veo. ¿Puedes levantarlo...? —Drissa soltó todo el aire de golpe—. Madre mía. Madre mía. Mejor que no lo levantes.

Tevor no dijo nada. Vi se volvió para ver qué expresión ponía.

—Quédate quieta, niña, por favor —pidió Drissa.

Durante diez minutos, trabajaron en silencio. O por lo menos Vi supuso que trabajaban. Aparte de algo parecido a la caricia de una pluma en la columna vertebral, no notó nada.

Al final, Tevor gruñó como si se diera por satisfecho.

—¿Hemos acabado? —preguntó Vi.

—¿Acabado? —dijo él—. Ni hemos empezado. Estaba inspeccionando los daños. ¿Interesante? Ya te digo si es interesante. Hay tres conjuros laterales protegiendo el primario. Puedo con ellos. Romper el último va a doler, y mucho. La buena noticia es que has acudido a nosotros. La mala es que, al tocar la trama, la he alterado. Si no puedo romperla en quizá una hora, te reventará la cabeza. Podrías haber avisado de que fue un vürdmeister quien te hechizó. ¿Alguna sorpresa más?

—¿Cuál es el conjuro primario? —preguntó Vi a Drissa.

—Es un conjuro de compulsión, Vi. Adelante, Tevor.

El hombre suspiró y volvió a sumirse en sí mismo. No parecía capaz de hablar mientras trabajaba. Drissa, en cambio, no tenía ningún problema. Vi observó que sus manos empezaban a adquirir un tenue resplandor, aunque no dejó de conversar.

—Pronto empezará a doler, Vi, y no solo físicamente. No podemos insensibilizarte al dolor porque el autor del conjuro ha puesto una trampa en esa zona de tu cerebro. Insensibilizarte es de lo primero que haría un sanador, por lo general, así que lo ha vuelto letal. Ahora no te muevas.

El mundo se puso blanco y se quedó blanco. Vi estaba ciega.

—Solo escucha mi voz, Vi —dijo Drissa—. Relájate.

Vi respiraba con bocanadas rápidas y superficiales. De repente, el mundo regresó. Veía.

—Cuatro veces más y tendremos el primer conjuro —explicó Drissa—. Quizá fuera más fácil si cerraras los ojos.

Vi los cerró con fuerza.

—O sea que, eh, compulsión —dijo.

—Exacto —respondió Drissa—. La magia de compulsión es muy limitada. Para que el conjuro aguante, el conjurador debe poseer autoridad sobre ti. Tienes que sentir que le debes obediencia al autor. El peor caso sería un progenitor o mentor, o un general si estuvieras en el ejército.

O un rey. O un dios. Por todos los infiernos.

—Sea como fuere —prosiguió Drissa—, la buena noticia es que puedes quitarte de encima una compulsión si puedes quitarte de encima el ascendiente que tiene esa persona sobre ti.

—Brillante —comentó Tevor—. Brillante, caray. Retorcido y demencial, pero obra de un genio. ¿Has visto cómo ha anclado las trampas en el propio glore vyrden de la chica? Hace que ella alimente los conjuros de él. Ineficiente a más no poder, pero...

—Tevor...

—Vale. Vuelvo al trabajo.

Los músculos del estómago de Vi padecieron una convulsión, como si sufriera arcadas. Cuando pasó, dijo:

—Quitármela de encima, ¿cómo?

—Oh, ¿la compulsión? Bueno, deberíamos poder romperla esta tarde. Es un poco peliagudo, sin embargo. Si intentas desatarla por donde no toca, solo aprietas más el nudo. A ti no te supondrá ningún problema.

—¿Por qué...? —El estómago revuelto de Vi atajó el resto de la pregunta.

—Las magas tenemos prohibido el uso de compulsiones, pero aprendemos a protegernos de ellas. Si no contaras con nosotros, quitarte de encima la compulsión exigiría la manifestación externa de un cambio interno, un símbolo que demuestre que has cambiado de lealtades. Eso también lo conseguirás en cuanto te pongas el vestido blanco y el colgante.

Vi la miró desconcertada.

—Cuando entres en la Capilla —explicó Drissa—. Porque piensas entrar en la Capilla, ¿no?

—Supongo —respondió Vi. En realidad no había pensado en el futuro, pero la Capilla la pondría a salvo del rey dios.

—Dos. Ja —dijo Tevor con aire triunfal—. Háblale de Pulleta Vikrasin.

—Solo te gusta esa historia porque deja a la Capilla en mal lugar.

—Sí, claro, tú quítale la gracia —protestó Tevor.

Drissa puso los ojos en blanco.

—Por no extenderme demasiado, hace doscientos años la superiora de una de las órdenes se dedicó a usar compulsión sobre sus subordinadas, que no lo descubrieron hasta que una de las magas, Pulleta Vikrasin, se casó con un mago. Su nueva lealtad a su marido rompió la compulsión y condujo a que varias hermanas recibieran un severo castigo.

—Es la peor versión de esa historia que he oído nunca —dijo Tevor. Miró a Vi—. Aquel matrimonio no solo salvó probablemente a la Capilla, sino que, en las retorcidas mentes de esas solteronas, también confirmó que una mujer que se casaba jamás podría ser leal del todo a la Capilla. No veo la hora de que las Prendas se junten y...

—Tevor, ¿una más? —dijo Drissa. De nuevo el hombrecillo volvió al trabajo—. Lo siento, ya tendrás política de la Capilla hasta aburrirte dentro de poco. Tevor sigue resentido por cómo me trataron después de que nos anillásemos. —Se dio un tironcito del pendiente.

—¿Eso significan? —preguntó Vi. Con razón había visto tantos pendientes en Waeddryn. Eran como anillos de boda.

—Sí, además de varios miles de reinas menos en el monedero, sí. Los maestros anilleros cuentan a las mujeres que los aros volverán más sumisos a sus maridos, y cuentan a los hombres que volverán a sus esposas más, ¿cómo decirlo?, amorosas. Se dice que en la antigüedad a un marido anillado no podía excitarlo ninguna mujer salvo su esposa. Puedes imaginarte lo bien que se vendían. Pero son todo mentiras. Quizá fuera cierto antaño, pero ahora los aretes apenas contienen magia para sellarse sin dejar marca y permanecer brillantes.

«Oh, Nysos.» De repente la nota de Kylar a Elene cobraba mucho más sentido. Vi no había robado unas joyas caras: había robado la promesa de amor eterno que había hecho un hombre. Volvía a notar el estómago revuelto, pero no creía que en esa ocasión tuviera nada que ver con la magia de Tevor.

—¿Estás preparada, Vi? Este va a doler de verdad, y no solo físicamente. Retirar la compulsión hará que revivas tus experiencias más significativas con la autoridad. Supongo que no serán agradables para ti.

«Buena suposición.»

Drissa Nile era la única que podía ayudar a esas alturas. Logan estaba muy maltrecho. Sacarlo de la isla de Vos había resultado bastante fácil, pero había llevado tiempo y Kylar no estaba seguro de cuánto le quedaba.

Su amigo había recibido una puñalada en la espalda y tenía todo tipo de cortes, entre ellos algunos en las costillas y el brazo que estaban rojos, inflamados y supuraban.

Pocos magos se habían instalado en la ciudad en las dos últimas décadas, pero Kylar empezaba a creer que la Capilla nunca abandonaba ningún rincón del mundo. Conocía a una mujer en la ciudad que tenía muy buena reputación como sanadora y, si había una maga en la capital, era ella. Más valía que fuera así, ya que si alguien necesitaba magia curativa, ese era Logan. Sobre todo con lo del brazo.

Kylar ni siquiera estaba seguro de lo que era, pero parecía haberse soldado a fuego en la carne. Lo más raro era que parecía no haber caído al azar sobre el brazo de Logan, como cabría esperar de un chorro de sangre, sino formando un patrón. Kylar ni siquiera sabía si debía echarle agua, taparlo o qué. Cualquier cosa podría empeorarlo.

¿Y qué demonios había sido aquel bicho? Como pago por los muchos cortes que le había infligido, Kylar se había llevado un colmillo de la bestia, pero haber sobrevivido al encuentro se debía tanto a la suerte como a la habilidad. Si no hubiese habido tantas estalagmitas en la gruta, la velocidad de la criatura habría superado cualquier cosa que Kylar pudiera hacer. Su piel era impenetrable, aun con toda la fuerza del Talento. Había adivinado que sus ojos serían vulnerables, pero la bestia ya los había protegido de él tres veces antes de que Logan y el Chirríos la distrajesen. Y la travesía submarina, con aquella cosa persiguiéndolo bajo el agua, había sido terror puro. Probablemente soñaría con ello durante el resto de su vida.

A pesar de todo, salvar a Logan era lo mejor que había hecho nunca. Logan había necesitado que lo salvaran, había merecido que lo salvaran, y Kylar había sido el único capaz de hacerlo. Ese era su propósito. Eso redimía sus sacrificios. Por eso era el Ángel de la Noche.

Cruzó a las Madrigueras con su extraño cargamento y los metió a todos en un carro cubierto. Después fue con él al establecimiento de Drissa Nile.

El local se encontraba en la zona más rica de las Madrigueras, justo delante del puente de Vanden, y era bastante grande. Tenía un cartel encima que rezaba «Nile y Nile, físicos», sobre un dibujo de una varita de curación para que lo entendieran los analfabetos. Como Durzo antes que él, Kylar había evitado el lugar, por temor a que un mago reconociese lo que era. En ese momento no tenía elección. Tiró de las riendas junto a la parte de atrás del establecimiento, bajó a Logan del carro y lo llevó hasta la entrada trasera seguido por el Chirríos.

La puerta estaba cerrada.

Un pequeño golpe de Talento se ocupó de eso. El pestillo reventó y se astilló la madera. Kylar llevó a Logan adentro.

El establecimiento tenía varias habitaciones que daban a una sala de espera central. El sonido de la cerradura al saltar del marco había hecho salir a un hombre de una de las habitaciones para pacientes, donde Kylar entrevió a dos mujeres hablando antes de que el sanador cerrase la puerta. Un vistazo rápido le confirmó que la entrada principal también estaba cerrada con pasador.

—¿Qué haces? —preguntó el médico—. No puedes entrar aquí por la fuerza.

—¿Qué clase de sanador cierra sus puertas en mitad del día, joder? —replicó Kylar.

Cuando miró a los ojos del médico, supo que el hombre no era ningún criminal, pero sí captó algo más, una luz verde y cálida como un bosque tras la tormenta, cuando asoma el sol.

—Eres mago —dijo Kylar. Había pensado que el hombre era solo una tapadera, un médico varón que Drissa Nile empleaba para desviar la atención de sus curas demasiado milagrosas. Se había equivocado.

El hombre se puso rígido. Llevaba anteojos, y la lente derecha era mucho más gruesa que la otra, lo que confería a sus ojos, repentinamente abiertos como platos, una apariencia desconcertante y asimétrica.

—No sé de qué estás hablando...

El mago no terminó la frase. Kylar sintió que algo lo rozaba deprisa e intentaba sondearlo, pero el ka’kari no lo permitió.

—Eres invisible para mí. Es como... como si estuvieras muerto.

Mierda.

—¿Eres un sanador o no? Mi amigo se muere —dijo Kylar.

Por primera vez, el hombre volvió sus ojos miopes hacia Logan. Kylar había tapado al rey con una manta para protegerlo de las miradas curiosas.

—Sí —respondió—. Tevor Nile a vuestro servicio. Por favor, por favor, déjalo sobre esa mesa.

Habían entrado en una habitación vacía y Kylar dejó a Logan boca abajo sobre la mesa. Tevor Nile retiró la manta y chasqueó la lengua. Luego rasgó la andrajosa túnica encostrada de sangre, suciedad y sudor para examinar el corte de la espalda de Logan. Ya estaba meneando la cabeza.

—Es demasiado —dijo—. Ni siquiera sé por dónde empezar.

—Eres un mago, empieza por la magia.

—No soy un...

—Si me mientes una vez más, te juro que te mataré —aseveró Kylar—. ¿Por qué si no una chimenea de ese tamaño en una habitación tan pequeña? ¿Por qué si no la trampilla en el techo? Porque necesitas fuego o sol para la magia. No se lo contaré a nadie. Tienes que curar a este hombre. Míralo. ¿Sabes quién es?

Kylar volteó a Logan y tiró al suelo la túnica destrozada.

Tevor Nile ahogó un grito, pero no estaba mirando la cara de Logan. Contemplaba la marca resplandeciente de su brazo.

—¡Drissa! —gritó.

En la habitación de al lado, Kylar oía hablar a dos mujeres.

—¿... lo crees? ¿Cómo que lo crees? ¿Se ha ido o no?

—Estamos bastante seguros de que se ha ido —respondió la otra.

—¡DRISSA! —berreó Tevor.

Se abrió y cerró una puerta y luego se abrió la de ellos y apareció el rostro irritado de Drissa Nile. Tenía el mismo aspecto arrugado que su marido, aunque no debía de llegar a los cincuenta años. Los dos eran bajitos y con aire de estudiosos, gracias a sus anteojos y sus ropas holgadas. Como le había sucedido con su marido, Kylar no vio la contaminación del mal en ella, pero sin duda había ese algo de más que él atribuía a la magia.

Dos magos casados. En Cenaria. Era una anomalía, desde luego, sobre todo allí. Kylar solo podía creer que era la anomalía más afortunada posible. Si dos magos sanadores no podían curar a Logan, nadie podía.

La irritación de Drissa desapareció en el mismo instante en que vio a Logan. Abrió mucho los ojos. Se acercó y paseó la mirada del brazo resplandeciente a la cara de Logan y luego de vuelta al brazo, asombrada.

—¿Dónde se ha hecho esto? —preguntó.

—¿Podéis ayudarle? —insistió Kylar.

Drissa miró a Tevor. Él negó con la cabeza.

—No después de lo que acabamos de hacer. No creo que me quede suficiente poder. No para esto.

—Lo intentaremos —dijo Drissa.

Tevor asintió, sumiso, y Kylar reparó en los aros de sus orejas por primera vez. De oro y a juego. Los magos eran waeddryneses. En cualquier otra circunstancia, les habría preguntado si los malditos pendientes de verdad contenían conjuros.

Tevor retiró la sección del techo para dejar entrar la luz de aquella mañana nublada. Drissa tocó la madera que ya estaba apilada en la chimenea y esta empezó a arder. Ocuparon posiciones a ambos lados de Logan y el aire por encima de él reverberó.

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