Al Filo de las Sombras (55 page)

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Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Las lágrimas descendían por la cara de la chica en mudo testimonio.

—¿Qué te enseñó Durzo, Kylar? —preguntó Mama K—. Un ejecutor es un cuchillo. ¿La culpa es del cuchillo o de la mano?

—De los dos, y maldito sea Durzo por sus mentiras.

Kylar tenía un cuchillo en el cinto, pero ya había probado su filo. La hermana Drissa lo había embotado, como él se había imaginado que haría. Sin embargo, la maga no estaba al tanto de las dagas que llevaba en las mangas. Tampoco podía detener las armas que eran sus manos.

Vi captó la expresión de sus ojos. Era una ejecutora. Lo sabía. Kylar podía sacar un cuchillo y rebanarle el pescuezo en el tiempo que Drissa tardaría en parpadear. A ver si la sanadora curaba la muerte. Vi tenía los ojos negros de culpabilidad, un batiburrillo de oscuras imágenes que Kylar no podía comprender. Un breve aluvión de figuras negras pasó a toda velocidad por su cabeza. ¿Sus víctimas?

—Ha asesinado a menos gente que tú.

La idea lo golpeó como un flechazo en el plexo solar. Vaya una culpabilidad. Vaya un juez.

Además, la expresión de Vi era de absoluta entrega por encima de las lágrimas. No había autocompasión, ni negación de la responsabilidad. Sus ojos hablaban por ella: «Yo maté a Jarl; merezco morir. Si me matas, no te culparé».

—Antes de decidirte, debes saber que hay más —dijo Vi—. Tú eras un blanco secundario. Después de... Después de Jarl, no pude hacerlo...

—Bueno, eso es loable —comentó Mama K.

—... o sea que secuestré a Uly, para asegurarme de que me siguieras.

—¿Que hiciste qué? —exclamó Kylar.

—Pensé que me seguirías hasta Cenaria. El rey dios te quiere vivo. Pero la hermana Ariel me capturó mientras iba con Uly. Cuando te encontramos, te di por muerto. Pensé que era libre, de modo que huí de la hermana Ariel y vine aquí.

—¿Dónde está Uly?

—De camino a la Capilla. Uly tiene Talento. Va a ser maga.

Era horripilante y aun así perfecto.

Uly sería una hermana. Cuidarían de ella, la educarían. Kylar se la había impuesto a Elene, y Elene no había escogido tener una hija que por edad era más bien una hermana pequeña. No había sido justo que Kylar le pidiera asumir esa carga. Así, y con la fortuna que le había dejado, Elene sería libre para tener de nuevo una vida propia. Era todo muy lógico.

Le roía la sospecha de que Elene no pensaría de la misma manera, pero ¿qué iba a hacerle? Descubrir que se habían minimizado los daños (porque se habían minimizado, ¿no?) le hacía sentirse mejor.

Un repentino fuego se encendió en los ojos de Mama K ante la idea de que se llevaran a su hija a la Capilla, pero Kylar no supo distinguir si estaba indignada porque se hubieran llevado a su hija o complacida porque sin duda así llegaría a ser una mujer importante. En cualquier caso, lo disimuló con rapidez. No pensaba revelar ante unos desconocidos que Uly era su hija.

Si superaba aquello, Kylar iría a la Capilla para visitar a Uly. No estaba enfadado porque la hermana se la hubiese arrebatado a Vi. En todo caso estaba en deuda con ella. Además, para una chica con el Talento, ir a la Capilla en realidad no era una decisión opcional. Se suponía que era peligroso que una niña aprendiera sola. Eso sí, si Uly no quería quedarse e intentaban retenerla, Kylar echaría abajo la Serafín Blanca hasta no dejar piedra sobre piedra.

El mero hecho de pensar en Uly le hizo pensar en Elene, y pensar en Elene sembraba el caos en sus emociones, de modo que preguntó:

—¿Por qué estás tan ansiosa por salvar a Vi?

Mama K nunca trabajaba en un solo nivel.

—Porque —respondió la ex cortesana— si vas a matar al rey dios, necesitarás su ayuda.

«Hay que decir una cosa de Curoch: los magos se equivocan.» No tenía forma de espada por motivos puramente simbólicos. La muy cabrona cortaba de lo lindo.

Y menos mal, dicho fuera de paso. Los sa’ceurai eran implacables. No por nada los llamaban por ese nombre, que en jaerano antiguo significaba «señores de la espada».

Sin embargo, Feir era un maestro de armas del segundo grado. El primer encontronazo dejó a tres de los guerreros ceuríes muertos y proporcionó a Feir un poni bajito y recio.

La altura y el peso de Feir no tardaron en volver a demostrarse un inconveniente. El poni se cansó y aflojó el paso. Cuando oscureció, Feir lo dejó libre. Por desgracia, el pequeño caballo de guerra estaba demasiado bien amaestrado. Se detuvo y esperó a su jinete en cuanto quedó suelto. Feir resolvió el problema atando una pequeña trama de magia bajo su silla que lo aguijonearía a intervalos al azar. Mantendría al animal galopando durante horas. Si tenía suerte, los sa’ceurai perderían su rastro y seguirían al poni.

Tuvo suerte. Con eso ganó algunas horas... horas a pie. Pudo llegar a la cima de la montaña. Había cortado un arbolito antes de superar el límite donde crecía la vegetación, y estaba tallando la madera con Curoch. La espada tenía un filo absolutamente increíble, pero no era un cepillo o un cincel. En ese momento, necesitaba ambas herramientas y alguna más.

Dorian le había hablado una vez de un deporte que practicaban las tribus montañesas más suicidas. Lo llamaban
schluss
. Consistía en atarse pequeños trineos a los pies y bajar por una ladera a velocidades asombrosas. De pie. Dorian afirmaba que podían maniobrar, pero Feir no se figuraba cómo. Lo único que sabía era que debía ir más rápido que sus perseguidores ceuríes y que era imposible construirse un trineo como era debido con el tiempo de que disponía.

Lo que no pudo lograr con la espada, lo apañó mediante magia: era un Hacedor, a fin de cuentas. Volaron las astillas de madera mientras salía el sol.

Sin embargo, se había comportado como un necio: plantado en la cima de la montaña, su silueta se recortaba contra el cielo y era visible desde kilómetros a la redonda. Los sa’ceurai lo vieron antes de que él pudiera descubrirlos. Habían desmontado y caminaban por la nieve con unos zapatones anchos de bambú atados a los pies. Tenían un andar cómico, hasta que Feir cayó en la cuenta de lo deprisa que ese calzado les permitía avanzar. Recorrerían en unos pocos minutos el mismo terreno que a Feir le había llevado media hora.

Trabajó más deprisa. Casi olvidó curvar hacia arriba la punta delantera de cada uno de los dos patines largos y estrechos. Meneó la cabeza. Había reparado en ese error, pero ¿cuántos otros habría pasado por alto? No tenía tiempo de fabricar unas sujeciones adecuadas, de modo que tejió una red de magia en torno a sus zapatos y sus pies y los ató directamente a las planchas de madera. Se puso en pie...

... y en el acto clavó un canto en la nieve y cayó.

«Maldita sea, ¿por qué he cortado rectos los bordes?» Debería haberlos dejado curvos como el casco de un barco.

Ponerse en pie resultó embarazosamente difícil. Feir renegó mientras los ceuríes se acercaban. Maestro de armas del segundo grado, ¿y era así de torpe? Aquello era una locura. Debería haber corrido ladera abajo y punto.

Rodó hasta quedar sentado y al final aprovechó la longitud de las planchas de madera para izarse y quedar agachado. Se puso en pie e intentó dar un paso al frente. Los schlusses, que había alisado y pulido, hicieron exactamente aquello para lo que estaban diseñados: se deslizaron adelante y atrás, y Feir apenas avanzó.

Miró por encima del hombro. Los sa’ceurai estaban ya a menos de cien pasos. Si había que luchar, los schlusses serían su perdición. Tropezó, hincó un borde y colocó el otro pie de lado para equilibrarse. Se tambaleó... y se deslizó hacia delante.

La alegría fue tan grande como la que había sentido cuando lo nombraron Hacedor en la hermandad. Viró ambos schlusses hacia fuera y empezó a avanzar.

El truco funcionó hasta que la pendiente aumentó y empezó a deslizarse ladera abajo más deprisa de lo que acertaba a caminar. Cada schluss fue en la dirección en que lo había apuntado: hacia fuera. Las piernas se le estiraron hasta que no dieron más de sí y se cayó de bruces.

La montaña era abrupta y la nieve, por suerte, profunda. A Feir le costaba respirar mientras daba volteretas y más volteretas a través de la nieve polvo. Pensó con una fracción de su cerebro que debía apuntar los schlusses monte abajo. Después de seis o siete vueltas, lo logró.

De repente Feir emergió de la nieve omnipresente. Tenía al menos un metro de profundidad, pero él estaba encima.

El corazón le latía desbocado. Se dirigía ladera abajo a una velocidad increíble. En cuestión de un momento iba más rápido que el más veloz de los caballos, y después más deprisa y más todavía. Controlar los dos schlusses de forma independiente era casi imposible, de modo que los enlazó enseguida uno a otro mediante magia, por delante y por detrás, dejándoles un pequeño margen de maniobra a cada uno.

Hubo más caídas, y en ocasiones la nieve no fue tan mullida. Al final, aprendió a maniobrar. Sorteó una muerte en las rocas y miró monte abajo por primera vez, con los ojos entrecerrados para protegerlos de la blancura. Parpadeó. «¿Qué es esa línea en la nieve?»

Saltó por el precipicio. Durante dos segundos, no se oyó el siseo de los schluses sobre la nieve. El mundo guardó silencio salvo por el fragor del viento en sus oídos.

Entonces aterrizó. Se estrelló contra un mundo de polvo blanco, dando volteretas, con los brazos y las piernas cada uno por su lado. El milagro se repitió y de nuevo afloró a la superficie de la nieve para seguir volando monte abajo. El corazón le latía a toda velocidad. Se echó a reír.

Tenía a Curoch. Estaba a salvo. Los ceuríes no lo seguirían montaña abajo. Hacerlo los metería en Cenaria. ¡Había escapado!

—Increíble —dijo Lantano Garuwashi.

Era grande para ser ceurí. En su larga cabellera roja relucían docenas de finas extensiones de pelo de diferente color. En Ceura se decía que podía leerse la vida de un hombre en su pelo. En la iniciación de un niño en su clan, le rapaban al cero la cabeza salvo por un mechón de la parte delantera. Cuando el mechón crecía hasta alcanzar los tres dedos de longitud, se recogía con un minúsculo anillo en el nacimiento del pelo y se declaraba que el chico era un hombre. Cuando mataba a su primer guerrero, volvía a anillarse el mechón sobre el cuero cabelludo y el hombre se convertía en sa’ceurai. Cuanto más corta fuese la separación entre los dos anillos de su mechón, mejor. En adelante, cada vez que el sa’ceurai mataba a un enemigo, ataba un mechón del hombre derrotado a su propio pelo.

Cuando veían a Lantano por primera vez, algunos guerreros creían que solo tenía un anillo, porque los dos primeros se tocaban. Había matado a su primer oponente a los trece años. En los diecisiete transcurridos desde entonces, había añadido cincuenta y nueve mechones a su propio pelo. Si su estirpe hubiese sido un poco más ilustre, toda Ceura lo habría seguido. Sin embargo, el alma de un sa’ceurai era su espada, y nada podía cambiar que Lantano había nacido con una espada de hierro, una espada de campesino. Era señor de la guerra porque la tradición ceurí permitía comandar ejércitos a cualquier hombre que se destacara, pero para Lantano se había convertido en una trampa. En cuanto dejara de combatir, su poder desaparecería. Había empezado a luchar para el regente de Ceura, Hideo Watanabe. Después, cuando el regente le ordenó licenciar a sus tropas, se convirtió en mercenario. Los desesperados acudieron en bandada a su campamento por un motivo: nunca perdía.

El gigante se estaba convirtiendo en un punto en la distancia.

—Maestro guerrero, ¿deseáis que lo sigamos? —preguntó un retaco de hombre con dos decenas de mechones atados a su pelo, que ya empezaba a clarear.

—Probaremos las cuevas —dijo Lantano.

—¿Las que llevan a Cenaria?

—Solo un centenar de sa’ceurai. Será un invierno frío. Matar a ese gigante nos dará una historia para mantenernos calientes.

Capítulo 57

Mama K quería que Agon y sus hombres llevasen a Logan al campamento rebelde. Si debía ser rey, necesitaba un ejército. Kylar se negó a dejar a su amigo, por lo menos hasta que estuviera consciente. Cuando Kylar se desmayó, Agon preguntó a Mama K si debían cargar a Logan en el carro. Mama K maldijo y despotricó, pero dijo que no.

En ningún momento pidieron la opinión de Vi. A ella le pareció bien. Quería expiar lo que había hecho, pero no pensar.

Incluso sentada en compañía de Kylar, Mama K y Agon, una parte de ella la instaba a matarlos. El rey dios recompensaba a quienes lo servían bien. En menos de un minuto, Vi podía eliminar de un plumazo las mayores amenazas al dominio del rey dios.

No obedeció ese pensamiento. La habían declarado inocente. Lo había confesado todo.

Casi. Se había dado cuenta con retraso de que tal vez el golpe más duro que había asestado a Kylar era el que en su momento le había parecido trivial, un pequeño gesto de desprecio: embolsarse la nota y el par de pendientes que Kylar había dejado para Elene.

No se había enterado hasta ese día de que eran anillos de boda. Drissa y Tevor le habían explicado la costumbre con detenimiento. Al llevarse los pendientes y la nota, había dejado a Elene sin nada.

No había sido lo bastante valiente para contarle eso a Kylar, ¿verdad?

Era demasiada verdad de golpe. Podría haber aceptado que Kylar la matase, pero no sabría qué hacer si la despreciaba. Si la conociese, la despreciaría. Era imposible que el amor se sobrepusiera a tanto.

«¿Amor? ¿Qué estoy pensando? Limítate a luchar y follar, Vi. Es lo que se te da bien.»

Se abrió la puerta de una habitación para pacientes y apareció Kylar al tiempo que Logan salía de una estancia contigua.

Por primera vez, la ejecutora vio sonreír a Kylar. Le provocaba una extraña reacción en su interior, y eso que ni siquiera la estaba mirando. Kylar hizo una profunda reverencia.

—Majestad —dijo.

—Amigo —saludó Logan.

Dolía verlo tan delgado, con los huesos marcándose bajo la piel. A pesar de eso, desprendía el aire inconfundible de estar recuperándose. Vestido con elegancia una vez más, emanaba apostura a pesar de lo que había pasado. Cruzó con rapidez la distancia que los separaba y abrazó a Kylar.

—Lo siento —dijo este—. Llegué demasiado tarde aquella noche. Encontré sangre y pensé... Lo siento mucho.

Logan estrechó a Kylar en silencio, respirando hondo hasta que las emociones se calmaron. Al final, dio un paso atrás y asió a Kylar por los hombros.

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