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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (65 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Con aquellos ojos penetrantes clavados en ella, Vi sintió que cambiaba. Se enfadó consigo misma, y con él, y luego consigo misma otra vez. No podía decepcionar a Kylar. Nunca había dejado que nada fuese más importante que ella misma. Y ahora, llevada por la estupidez ciega de un encaprichamiento, le parecía más importante contar con el respeto de aquel hombre que sobrevivir.

Lo más irritante era que ni siquiera se trataba de una competición. Y aun así su debilidad por Kylar la estaba impulsando a encontrar fuerzas para enfrentarse al que realmente debería temer... ¡Nysos! Todo aquello era demasiado confuso.

—¡Vale! —prácticamente escupió—. ¡Ponte de espaldas!

—¿Tienes un puñal? —preguntó Kylar mientras se volvía.

—Cállate y no te hagas el graciosillo, hijoputa.

«Brillante, Vi. Te das cuenta de que te gusta, o sea que lo insultas para ayudarte a encontrar tus redaños.» Se quitó el vestido y se puso la túnica de ejecutora. Estaba siendo una auténtica cría. ¡AAAHHH! Acababa de experimentar ocho emociones en el espacio de tres segundos.

—Vale —dijo—. Puedes girarte. Siento lo de... antes. Esperaba... —¿Qué había esperado? ¿Impresionarlo? ¿Seducirlo? ¿Ver el calor del deseo en aquellos ojos fríos?—. Sobresaltarte.

—Lo, hum, lo has conseguido.

—Lo sé. —No pudo evitar sonreír—. No te pareces a ningún otro hombre que haya conocido, Kylar. Tienes esa... esa inocencia en tu persona.

Él arrugó la frente.

—Cuando has pasado por lo que yo —prosiguió Vi—, resulta algo muy... mono. O sea, no sabía que los tíos podían ser como tú. —¿Por qué estaba yéndose de la boca de repente?

—Apenas me conoces —dijo Kylar.

—Yo... Mierda, no es que haya una lista de datos que demuestran que eres diferente, Kylar. Es algo que se nota y punto. —Vi se estaba aturullando. ¿Estaba haciéndose el tonto adrede?—. Bah, a la mierda. ¿Crees que tendríamos futuro?

—¿QUÉ? —preguntó Kylar. El tono de voz debería haberle hecho cerrar la boca.

—Ya sabes. Tú y yo. Juntos.

La incredulidad se apoderó de las facciones de Kylar, y su expresión confirmó hasta los últimos temores que Vi había abrigado.

—No —respondió Kylar—. No, no lo creo.

No, comprendió Vi que decía, estás demasiado jodida.

Vi se cerró en banda.

—Vale —dijo. «Quien ha sido puta, puta se queda»—. Vale. Bueno, hay trabajo por hacer. Tengo un plan.

Kylar parecía a punto de decir algo. Vi lo había pillado totalmente desprevenido. Mierda, ¿qué esperaba de él?

«Nysos, sí, te ha mirado las tetas. Sí, es amable contigo. Sigues siendo la que mató a su mejor amigo, secuestró a su hija y separó su familia. Mierda, Vi, ¿qué estabas pensando?»

—De acuerdo —comenzó, antes de que Kylar pudiese decir nada—. Si entramos por este lateral, sabrán que es un ataque. No tenemos ni idea de qué fuerza tienen ni de cuántos son. Pero si yo entro tranquilamente para informar de, bueno, de tu muerte, no sospecharán nada. Si tú entras por la puerta lateral, puedes decidir cuándo golpear. En cuanto vea caer paliduchos, si es posible empezando por el rey, yo también lucharé, ¿de acuerdo?

—Suena bastante chapucero —dijo Kylar—, pero sigue siendo mejor que cualquier idea mía. Pero una cosa... —Dejó la frase en el aire.

—¿Qué? —Vi ya estaba ansiosa por ponerse en marcha, por dejar de hablar, dejar de meter la pata.

—Si me mata, Vi... Saca mi cuerpo de allí. No puedes dejar que se lo queden.

—¿Qué más te da?

—Tú hazlo.

—¿¡Por qué!? —Ahora estaba desahogando en él su frustración. Muy bonito.

—Porque vuelvo. No me quedo muerto.

—Estás loco.

Kylar le enseñó una bola negra y resplandeciente que sostenía. Se derritió y le envolvió la mano como un guante. Su mano desapareció. Al cabo de un momento, volvía a ser una bola.

—Si Ursuul consigue esto, se queda con mis poderes. Todos ellos.

Vi torció el gesto.

—Si salimos de esta, tendrás que responder a un montón de preguntas.

—Es justo. —Kylar hizo una pausa—. ¿Vi? Ha estado bien trabajar contigo.

Sin esperar a su respuesta, apretó la bola y desapareció.

Vi embocó el pasillo y empezó a caminar. Irónicamente, no se cruzó con ninguna patrulla hasta que llegó ante los cuatro soldados que custodiaban la puerta principal del salón del trono. Los hombres la examinaron con aire de incredulidad. Parecieron olvidar sus armas mientras sus ojos se entretenían exactamente donde estaba previsto.

—Decidle al rey dios que Vi Sovari ha venido a recibir su recompensa.

—El rey dios no quiere que lo molesten salvo en caso de...

—Esto lo es —siseó Vi, primero inclinándose hacia delante hasta que los ojos del centinela quedaron abrochados a su escote y después empujándole hacia arriba la barbilla con el cuchillo que había materializado en su mano. El guardia tragó saliva.

—Sí, señora.

El centinela abrió las grandes puertas dobles.

—Dios, dios nuestro de los Altos Reinos, santidad, Vi Sovari ruega permiso para entrar.

El guardia la dejó pasar y le hizo un gesto.

—Buena suerte —susurró, con una sonrisa de disculpa.

«Qué cabrón. ¿Cómo se atreve a ser humano?»

De pie en el último pasillo, Kylar hizo subir el ka’kari a sus ojos. No vio ninguna alarma mágica. Invisible, avanzó hasta la puerta. Las bisagras estaban bien engrasadas.

—Entra, entra, Viridiana —oyó decir al rey dios—. Ha pasado demasiado tiempo. Me temía que iba a tener que disfrutar de la muerte de diez mil rebeldes yo solo.

Kylar entreabrió la puerta al oír hablar al rey dios y, mientras este se regalaba con la estampa ciertamente espectacular de Vi ataviada con su versión de la ropa de ejecutor, aprovechó para colarse en el salón del trono. Se escondió tras uno de los enormes pilares que sostenían el techo. La entrada de servicio que había usado se abría cerca de la base de los catorce escalones que llevaban al estrado que ocupaba Ursuul, sentado en su trono de vidrio negro.

En el centro de la inmensa estancia había una llanura rodeada de montañas. Unas figuras minúsculas se movían de forma concertada a ambos lados de la planicie. Kylar cayó en la cuenta de que eran ejércitos en miniatura, formando a la luz del amanecer. No era un cuadro o un bordado de una batalla: era una batalla. Quince mil figuras diminutas paseaban por la llanura. Hasta distinguía los pendones de las casas nobiliarias. Las líneas de Cenaria estaban formando, siguiendo a... ¿Logan? ¿Logan encabezaba la carga? ¡Qué locura! ¿Cómo podía permitir Agon que el rey dirigiese una carga?

Las grandes puertas se cerraron detrás de Vi cuando el rey dios le indicó que entrase. Kylar solo lo había visto por un instante cuando Jonus Severing había intentado asesinarlo. Se lo esperaba viejo y decrépito, hinchado o todo pellejo después de una vida consagrada a la maldad, pero Garoth Ursuul estaba en una forma excelente. Tendría unos cincuenta años, parecía al menos diez más joven y, aunque poseía el cuerpo macizo y la piel fría de un montañés khalidorano, tenía brazos de guerrero, la cara delgada con una barba negra aceitada y la cabeza rapada y resplandeciente. Parecía el tipo de hombre que no solo te estrecharía la mano sino que, al hacerlo, revelaría tener callos y un apretón firme.

—No te preocupes por la batalla —dijo el rey dios—. Puedes atravesarla; no alterará la magia, pero date prisa. Los rebeldes están a punto de cargar. Es mi parte favorita.

A través del ka’kari, sin embargo, Garoth Ursuul era una miasma. Unas caras retorcidas que gritaban flotaban a sus espaldas como una nube. Lo rodeaba un aura tan intensa de asesinato que emborronaba sus facciones. Enroscadas a sus extremidades había traiciones, violaciones y torturas gratuitas. Entrelazado con todo, como un humo verde ponzoñoso, estaba el vir. De algún modo se alimentaba de toda aquella oscuridad y a la vez la intensificaba, y era tan poderoso que parecía llenar la sala.

Apostado tras el pilar, Kylar reparó en un grupito de hombres minúsculos que luchaban a un metro de él. A un lado del campo de batalla, un hombre grande estaba a punto de ser arrollado por cuatro jinetes lanceros de Khalidor.

Solo que no lo arrollaron. En cuestión de segundos, el tipo mató a tres. Le recordaba a alguien... ¡Feir Cousat!

Kylar sabía que debería estar ideando un modo de moverse sin que lo vieran, pero estaba absorto en el drama que se desarrollaba en silencio a pocos centímetros de distancia. El cabecilla de los ceuríes se adelantó. Feir desenvainó una espada que parecía una barra de fuego. Los ceuríes quedaron anonadados. Feir y el líder lucharon durante medio segundo: la primera vez que sus aceros se cruzaron, se produjo un destello de luz. El ceurí acabó con la espada llameante en la mano.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó el rey dios.

—¿Qué? —dijo Vi.

—Quita de en medio, niña.

Mientras Feir se arrodillaba ante el ceurí (¿arrodillarse? ¿Feir?), la imagen de la batalla de repente giró sobre su eje hasta situar las líneas khalidoranas al pie de los escalones y las cenarianas cerca de las grandes puertas.

—Hum. Unos saqueadores, nada más —musitó Garoth.

Kylar llevó parte del ka’kari a la punta de sus dedos, lo afiló hasta darle forma de garras y lo probó contra el pilar. Hundió los dedos en él como si fuera de mantequilla. Aflojó la magia y volvió a intentarlo hasta que pudo clavar los dedos y agarrarse. «Esto será divertido.»

Meneó la cabeza. Se diría que el ka’kari no tenía limitaciones, algo que no hacía sino volverlo más consciente de las suyas.

Mandó parte del ka’kari a sus pies y escaló por el pilar. Cada paso emitía un levísimo siseo y un poco de humo, pero era tan fácil como subir por una escalerilla. Llegó al techo, de quince metros de altura, en cuestión de segundos.

Descubrir cómo ajustar las garras para que funcionasen en el techo le llevó unos segundos más, pero luego pudo avanzar pegado a la alta bóveda del salón del trono como una araña. El corazón le latía a toda velocidad. Reptó por el techo hasta situarse directamente encima del trono, con el cuerpo oculto por uno de los arcos y solo la cabeza invisible expuesta.

El rey dios comentaba la jugada para Vi.

—No —estaba diciendo—, no sé por qué los cenarianos usan esa formación. A mí me parece demasiado abierta.

Kylar observó, del revés, cómo chocaban las filas cenarianas contra la línea de Khalidor. El primer contingente que trabó combate se había desplegado mucho; se preguntó cuánta gente habrían perdido por culpa de los arqueros pero, al cabo de unos segundos, la siguiente línea se unió a ellos con una embestida.

El rey dios soltó una palabrota.

—¡Malditos sean! Una maniobra brillante. Brillante.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Vi.

—¿Sabes por qué he hecho todo esto, Vi?

Con el corazón desbocado, Kylar apartó las manos y se dejó caer poco a poco, con la cabeza hacia abajo. Colgado del techo por los pies como un murciélago, desenfundó las dagas. Garoth Ursuul se colocó directamente debajo de él.

Entonces el miedo desapareció y dejó solo una tranquila certidumbre. Kylar se soltó.

Una de las caras oscuras que se retorcían en la miasma que rodeaba al rey dios chilló. Unas espinas verdinegras de vir salieron disparadas en todas direcciones desde el monarca khalidorano. Kylar chocó contra una y todas explotaron.

La sacudida desvió a Kylar, que salió despedido de lado, marró el aterrizaje y cayó dando tumbos por la escalera. Cruzó rodando el rellano y el segundo tramo de escalones. Cuando se detuvo, al pie de la escalera, le daba vueltas la cabeza. Intentó levantarse y cayó en el acto.

—Lo he hecho porque un dios se merece algo de diversión. ¿No estás de acuerdo, Kylar? —Garoth exhibió una sonrisa depredadora. No estaba sorprendido—. Entonces, Vi, has hecho lo que prometiste. Mataste a Jarl y me has traído a Kylar.

Kylar había confiado en ella. ¿Cómo podía haber sido tan necio? Era la segunda vez que caía en una trampa en aquella misma sala. Inexplicablemente, se sentía tranquilo. Se sentía letal. No había llegado tan lejos para fracasar. Aquella muerte era su destino.

—No te he traicionado, Kylar —dijo Vi con un hilo de voz, desesperada.

—Ya, ¿Garoth te lanzó un conjuro que te obligó a hacerlo? Te di una oportunidad, Vi. Podrías haber sido diferente.

—Ella no te ha traicionado —dijo el rey dios—. Te has traicionado tú mismo. —Sacó dos diamantes, cada uno del tamaño de su pulgar. Eran los que habían mantenido de una pieza al monstruo de abajo—. ¿Quién tendría la capacidad física para arrancarlos sino un ejecutor, y quién podría sobrevivir a la magia sino el portador del ka’kari negro? Hace una hora que sé que estás aquí.

—Entonces, ¿por qué vas a recompensarla? —preguntó Kylar.

—¿Qué pasa, quieres que la mate también a ella?

Kylar frunció el entrecejo.

—Lo quería hasta que lo has dicho.

El rey dios se rió.

—Eres huérfano, ¿no, Kylar?

—No —respondió él. Se puso en pie. La cabeza se le estaba despejando poco a poco, y habría jurado que sentía cómo el cuerpo sanaba de sus magulladuras.

—Ah, ya, los Drake. Magdalyn me lo contó todo. Creía que la salvarías, qué triste. Cuando mataste a Hu Patíbulo, me fastidiaste mucho. De modo que la maté.

—Mentiroso.

—¿Hu está muerto? —preguntó Vi. Parecía absolutamente pasmada.

—¿Alguna vez te preguntas quién es tu verdadero padre, Kylar?

—No —respondió él. Intentó moverse y descubrió gruesas bandas de magia alrededor de su cuerpo. Las examinó. Eran simples, sin variaciones. El ka’kari las devoraría con facilidad. «Adelante, sigue sonriendo, desalmado.»

Garoth sonrió.

—Hay un motivo por el que sabía que venías, Kylar, un motivo de que tengas un talento tan extraordinario. Yo soy tu padre.

—¿QUÉ?

—Je, era una broma. —Garoth Ursuul se rió—. No estoy siendo muy buen anfitrión que digamos. Has entrado aquí preparadísimo para librar una gran batalla, ¿no es así?

—Supongo.

Garoth estaba de buen humor.

—No me vendría mal un poco de calentamiento, por mi parte. ¿Qué me dices, Kylar? ¿Quieres luchar contra un ferali?

—En realidad no tengo elección, ¿verdad?

—No.

—Pues entonces, me encantaría luchar contra un ferali, Gar.

—Gar —dijo el rey dios—. Hacía treinta años que no oía eso. Antes de que empecemos... —Se volvió—. Vi, hay que decidirse. Si me sirves de buen grado, puedo recompensarte. Me gustaría que fuera así, pero me servirás de todas formas. Estás encadenada a mí. La compulsión no te permitirá hacerme daño. Tampoco permitirá que dejes que nadie me haga daño mientras vivas.

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