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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (60 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Los pies del prisionero se apartaron del suelo mientras la espalda del tatuado lo devoraba. Entonces la túnica del prisionero se desgarró y Kylar vio retorcerse la piel del lodricario. Cada uno de aquellos millares de marcas como hoyuelos se estaba abriendo como una pequeña boca provista de colmillos. En todos los puntos de contacto, la piel tatuada se estaba comiendo al prisionero.

Mientras el recluso era consumido por aquella espalda tatuada, el lodricario del altar chillaba con un sufrimiento igual al de su víctima. A través del ka’kari, Kylar vio costillas enteras arrancadas al prisionero y desplazadas a través de la espalda ondulante hasta incorporarse al nuevo espinazo. La piel se infló y creció también por encima de la osamenta de caballo. Los meisters siguieron recitando y Kylar adivinó que ellos orquestaban la operación. Fuese lo que fuera aquella bestia tatuada, no era obra de los meisters. Ya estaba hecha. Solo la estaban desarrollando para darle una forma adecuada para la guerra.

En otros diez segundos, el prisionero desapareció... más o menos. Partes de él se habían incorporado a la nueva criatura. La monstruosidad del altar había ganado quizá la mitad de la masa del prisionero. Su columna vertebral había reforzado el espinazo. Sus costillas habían proporcionado mayor longitud al torso. La piel se había estirado por encima de las zonas nuevas, aunque ahora también estaba perforada por aquellas pequeñas bocas. Los huesos del reo habían sido molidos y transportados al cráneo de la criatura, que había doblado su grosor.

El meister al mando espetó algo que sonaba a aprobación, y luego indicó por gestos que sacaran al siguiente prisionero.

Vi volvió a tirarle de la manga. Kylar se giró y miró las sombras donde debían de estar los ojos de su compañera.

—Adelántate tú —susurró—. Luego te alcanzo.

—Estás a punto de cometer una estupidez, ¿no?

Kylar sonrió torvamente. Vi se limitó a negar con la cabeza.

Capítulo 62

Lantano Garuwashi guió a sus hombres ensangrentados y eufóricos al exterior de las cuevas que les habían permitido cruzar las montañas. En la última gruta se habían encontrado con doscientos khalidoranos dormidos. Sus cuatro brujos descansaban en la parte más profunda de la cueva, que probablemente consideraban la más segura, y habían muerto antes siquiera de que se diera la alarma. El resto de los khalidoranos, desorientados, se las habían ingeniado para matar a tantos de los suyos como los hombres de Garuwashi.

Los sa’ceurai salieron a la luz que precedía al alba al sudeste de la arboleda de Pavvil. Había dos ejércitos acampados uno frente a otro en la llanura. A Garuwashi le sorprendió que fuesen los khalidoranos los escondidos en las cuevas. Deberían haber sido las tropas cenarianas, que combatían en su territorio, quienes ocultaran allí sus reservas. Si aquella cueva era una muestra, el rey dios podía tener fácilmente otros cinco mil hombres emboscados que podían incorporarse a la refriega en menos de diez minutos.

Solo eso casi bastó para que Garuwashi diera media vuelta. A menos que los cenarianos guardasen un as en la manga, Khalidor sería el vecino septentrional de Ceura de forma permanente.

Aun así, aquella sería la última batalla de la estación. Si presenciaba el resultado, Garuwashi sabría si los rebeldes podrían reagruparse o eran exterminados. Y conocería de primera mano las tácticas khalidoranas, algo que podía salvarlo en un futuro.

—Que los hombres se desplieguen en abanico —ordenó a su capitán medio calvo, Otaru Tomaki. Llegó hasta la entrada de la cueva mientras incorporaba a su melena con la rapidez y precisión que da la práctica los cuatro mechones de pelo moreno que había cortado.

—No creeréis nuestra suerte, maestro guerrero —dijo Tomaki.

Garuwashi alzó una ceja.

—Señor, está aquí mismo. —Tomaki señaló.

A apenas trescientos pasos, a través de los árboles, Garuwashi vio al gigante subiendo a la carrera una colina en dirección al campo de batalla. Se encaminaba hacia el campamento cenariano. El hombre miró por encima del hombro. Por un momento, los árboles impidieron que Garuwashi entendiera la razón. Después, cuatro jinetes khalidoranos salieron al galope de entre la arboleda y empezaron a remontar la colina.

El gigante vio que no llegaría a la cima del altozano antes de que lo alcanzaran. Se detuvo y desenvainó la espada.

—Los dioses lo han depositado en mis manos —dijo el ceurí—. Cuando mate a los jinetes, veremos si ese gigante es rival para Lantano Garuwashi.

—Tú asegura el túnel que lleva al castillo —susurró Kylar—. Cuando vengan a por mí, tendremos que movernos rápido.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Vi en voz baja.

Estaban sacando a otro prisionero. Ese avanzaba como un corderillo.

—Ve y hazlo —susurró Kylar.

—No soy tu puta criada —protestó Vi, alzando la voz hasta un nivel peligroso.

—Vale, pues. Haz lo que quieras —dijo Kylar.

Vi lo fulminó con la mirada... y echó a andar hacia el túnel.

Kylar esperó mientras los meisters discutían un instante y después cortaban la ropa del prisionero y se la quitaban para que fuese más fácil de digerir. Kylar tenía una idea de lo que debía hacer, pero todo tenía que estar en su sitio. Eso significaba esperar a que Vi asegurase el túnel. Significaba dejar morir al prisionero.

Lo odiaba, pero esperó. «Maldita sea, hombre, lucha. Eso me dará el tiempo que necesito.» Por desgracia, el prisionero desnudo no hacía nada. Contemplaba horrorizado la masa que se retorcía sobre el altar.

«¿Por qué no luchas? Lo único que pueden hacer es matarte.»

En el último momento, el prisionero emitió un sollozo ahogado e intentó levantarse, pero la cuerda que llevaba al cuello tiró de él hacia delante. Se quedó pegado a la criatura y chilló. Los cánticos se intensificaron de nuevo y los meisters que no estaban recitando desde las puntas de la estrella lodricaria observaron con ojos desorbitados cómo el preso era devorado. En esa ocasión fue más rápido incluso que en la anterior.

Kylar se camufló por completo con el ka’kari, que cubrió su piel como una túnica gastada. Corrió hacia el altar, pasando justo por el lado de un meister entregado a sus cánticos.

Cuando entró en el círculo que circunscribía la estrella lodricaria, sintió una quemazón en la piel causada por la potencia de la magia que flotaba en el aire. La voz de Khali chilló a través de él, una voz de desesperación, de suicidio, de vergüenza, de corrupción.

Otro paso y saltó, trazando una voltereta lateral sin manos por encima del altar y la criatura encadenada a él. Fue como saltar a través de un rayo. Unas agujas pinchaban toda la superficie de su piel y le inyectaban poder en cada vena. Al pasar por encima de la deforme cabeza gris de la criatura, agarró los diamantes.

Salieron con la misma facilidad que si hubieran estado hundidos en mantequilla. Kylar aterrizó al otro lado del altar y lanzó los diamantes como si fuesen carbones ardiendo. Al cabo de otro segundo había salido de la estrella y saltaba hacia la pared, en la que había grabados runas y símbolos lo bastante profundos para que pudiera agarrarse a ellos. Pasara lo que pasase a continuación, él se conformaba con poner tierra de por medio y observar desde la invisibilidad.

Alrededor de la estrella, los meisters empezaron a abrir los ojos. La criatura seguía devorando al prisionero, pero la magia flotaba en el aire como los tentáculos de una medusa. No tenía adónde ir.

Los meisters que recitaban fueron callándose, uno a uno. Todos se volvieron hacia Kylar y lo miraron boquiabiertos como si vieran lo imposible.

«¡Me ven!» Kylar se agarró a la pared como una araña, de espaldas al muro y con las manos y los pies encajados en grietas a sus espaldas, esperando el primer ataque.

Interrumpieron el silencio el sonido de una cadena al partirse y un rugido ronco, casi humano. La criatura, con la espalda ya alargada como una enorme serpiente, se sacudió, y el resto de las cadenas saltó en pedazos. Kylar quedó olvidado.

Plantada sobre seis brazos humanos, la criatura embistió contra un meister y lo arrolló. Seis brazos y manos lo despezaron y pegaron sus miembros al cuerpo monstruoso. Las pequeñas bocas funcionaban mejor que cualquier adhesivo. Una bola de fuego chocó contra la piel de la bestia. El proyectil no perdió impulso ni le hizo daño alguno, simplemente se desvió.
-(NdT despezaron = despedazaron)

Tres bolas de fuego más la siguieron al cabo de un instante, y todas salieron despedidas y explotaron contra las paredes o el suelo. Los meisters chillaron. Una corrió hacia la escalera que subía en espiral desde las profundidades. La criatura corrió tras ella pero, en lugar de seguirla escalera arriba, atajó por el centro del espacio circular e intentó agarrarla. La meister se pegó a la pared, tan lejos como pudo de la mano ansiosa.

Consiguió su propósito. A esa altura, el brazo de la criatura no la alcanzaba. La bruja prosiguió el ascenso, esa vez a gatas. Kylar pensó que lograría escapar, pero entonces la criatura se desplomó. Sus miembros quedaron inertes. Bajo la superficie de su piel, los huesos largos de los brazos se deslizaron, uno tras otro, hacia el apéndice que buscaba a la mujer. La mano se soltó y se deslizó hacia delante mientras que los huesos iban encajando en su sitio con el repulsivo sonido de succión de una articulación que se dislocaba y recolocaba. En un abrir y cerrar de ojos, el brazo había sumado la longitud de cuatro más. La criatura agarró a la mujer y tiró de ella. Los gritos de la meister se convirtieron en un borboteo ahogado.

La bestia acorraló y aplastó a tres meisters más contra la pared. Hizo una pausa mientras sus pequeñas bocas masticaban ropa y carne. Un cuarto brujo asió a una de las tres víctimas por la mano e intentó tirar de ella para liberarla. Puso un pie en el pellejo de la criatura para hacer fuerza. La criatura no le prestó la menor atención, pero fue como si la propia piel poseyera inteligencia o al menos un hambre insaciable. El meister no llevaba un segundo tirando cuando se le desorbitaron los ojos. Se lanzó hacia atrás, pero su pie estaba pegado a la piel de la criatura. Cayó de espaldas, gritando. Durante un instante, pareció que podría soltarse, al precio de toda la carne de su pie.

Un flanco de la criatura tembló, como se sacude un caballo para espantar a las moscas, y, formando una ola, la piel dentuda batió contra el pie del meister hasta llegarle al tobillo. Otro temblor y alcanzó la mitad de la pantorrilla. Otro, y la criatura pasó a digerir a cuatro meisters en vez de tres.

Era todo el margen que Kylar necesitaba. Se despegó de la pared y corrió por el túnel del sur hacia el castillo. Se cruzó con cuatro meisters ensangrentados a los que Vi había despachado sobre la marcha. Encontró a la ejecutora rebuscando en la faldriquera de un guardia caído ante una imponente puerta de roble. Le sonrió, orgulloso de su temeridad. Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

—Hostia, Kylar, cómo brillas.

—He estado impresionante ahí atrás —dijo él, olvidando que debería haber sido invisible.

—No, lo digo en serio: hostia, Kylar, cómo brillas.

Kylar bajó la vista. Parecía que estaba en llamas, todo violetas y verdes en el espectro mágico y de un rojo mate como el fuego de fragua en el espectro visible. No era de extrañar que los meisters se hubieran quedado mirándolo. Había atravesado de un salto el corazón de su magia y había sido demasiada para que el ka’kari la devorase. Estaba exudando el sobrante en forma de luz.

Sin pensar, intentó absorber el ka’kari de vuelta al interior. Fue como volcar un chorro de plomo caliente en su glore vyrden.

—¡Ay! ¡Ay!

—¿Lo has matado? —preguntó Vi.

Kylar la miró como si estuviera loca.

—¿No has visto lo que esa... esa cosa ha hecho?

—No. He obedecido mis órdenes y he asegurado el túnel. —Vi, descubrió Kylar, podía ser una auténtica cría—. Que tampoco es que haya servido de mucho, porque no hay llave. Debían de tener miedo de esa... esa cosa —dijo imitando a Kylar—. Ahora tendremos que retroceder. Yo recomendaría camuflarnos, pero parece que te hayan pegado fuego.

Kylar apartó a Vi y puso las manos sobre la superficie de la puerta de roble, una encima de la otra.

—¿Qué haces? —preguntó Vi.

Dioses, la puerta era gruesa. Aun así, si no podía absorber la magia, ¿por qué no iba a poder canalizarla hacia fuera? Sintió que el chorro de magia lo abandonaba. Bajó la mirada y vio unos túneles del tamaño y forma exactos de sus manos, horadados a través de los treinta centímetros de roble y las bisagras de hierro.

Tragó saliva. «¿Cómo demonios he hecho eso?» Empujó la puerta, pero no pudo moverla hasta que cargó su fuerza con Talento; entonces se abrió de par en par retorciéndose sobre sus cerrojos y luego cayó al suelo.

Kylar atravesó el hueco. Al ver que Vi no lo seguía, se volvió. La expresión de la chica reflejaba tal pasmo y desconcierto, era tan elocuente que supo con exactitud lo que iba a decirle.

—¿Qué demonios eres? —preguntó—. Hu nunca me enseñó nada parecido. Hu no sabe hacer nada parecido.

—Soy un mero ejecutor.

—No, Kylar. No sé lo que eres, pero no eres un mero nada.

Capítulo 63

—¿Por qué me habéis negado mi vestimenta regia? —preguntó la chica. La princesa llevaba un vestido soso que le venía grande y se había recogido el pelo en una sencilla cola de caballo. El rey dios le había negado hasta los peines.

—¿Crees en el mal, Jenine? —Garoth se sentó en el borde de la cama de Jenine en la torre norte. Faltaba poco para el alba del día en que por fin exterminaría a la resistencia cenariana. Sería un buen día, y el rey dios estaba animado.

—¿Cómo podría estar en vuestra presencia y no creer en él? —escupió ella—. ¿Dónde están mis cosas?

—Una mujer hermosa provoca sensaciones en un hombre, joven dama. No estaría bien que se abusara de ti. Me desagradaría verte rota tan pronto.

—¿Acaso no controláis a vuestros hombres? Menudo dios de pacotilla. Menudo rey.

—No hablaba de mis hombres —dijo Garoth con tranquilidad.

Jenine parpadeó.

—Me excitas. Tienes lo que nosotros llamamos
yushai
. Es vida, fuego, acero y alegría de vivir. Lo he apagado antes en mis esposas; por eso tú estás enclaustrada y tienes prohibido vestir con ropa favorecedora. Por eso me he saciado con una de tus damas de compañía: para protegerte. Serás mi reina y compartirás mi cama, pero todavía no.

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