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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (58 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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—Amigos míos, he pasado los últimos tres meses en las profundidades del Ojete del Infierno. Estaba atrapado entre la escoria y la peste de la humanidad. Pasaba todo el tiempo temiendo la muerte y cosas peores que la muerte. Me despojaron de las ropas. Me despojaron de mi dignidad. Vi a los buenos sufrir con los malvados. Vi a una mujer violada y a una mujer que se suicidó para que no la violaran de nuevo. Vi a hombres buenos y malos hacer sus pactos con la oscuridad. Yo hice el mío. Para sobrevivir.

—Amigos míos, estuve encarcelado bajo tierra. Vosotros lo estuvisteis en la superficie. Conocisteis los miedos que yo conocí. Visteis los horrores que yo vi, y peores. Mataron a amigos nuestros. Supimos que resistir significaba morir... y amigos míos, pueblo mío, contemplamos las fuerzas que teníamos en contra y no vimos esperanza. Huimos. Nos escondimos.

Logan hizo una pausa, y el pueblo esperó en silencio.

—¿Estuvisteis allí conmigo? —preguntó—. ¿Sentisteis rabia? ¿Os sentisteis impotentes? ¿Presenciasteis el mal y no hicisteis nada por plantarle cara? ¿Sentisteis vergüenza?

Los hombres y las mujeres no miraron a la izquierda ni a la derecha, temerosos de que sus vecinos vieran las lágrimas en sus ojos. Asentían con la cabeza, sí, sí.

—Yo sentí vergüenza —prosiguió Logan—. Dejadme que os cuente lo que aprendí en el Agujero. Aprendí que, en el sufrimiento, encontramos la auténtica medida de nuestra fuerza. Aprendí que un hombre puede ser un cobarde un día y un héroe al siguiente. Aprendí que no soy un hombre tan bueno como me creía. Pero lo más importante es lo siguiente: aprendí que, aunque me cueste muchísimo, puedo cambiar. Aprendí que lo que se ha roto puede rehacerse. ¿Sabéis quién me lo enseñó? Una prostituta. En una mujer amargada que se había ganado la vida en la vergüenza descubrí el honor, el valor y la lealtad. Ella me inspiró y me salvó.

—Hoy, tenemos aquí a mujeres que os enseñaron a vosotros las mismas lecciones. Muchos de vosotros os avergonzáis de vuestras madres, esposas e hijas que fueron violadas, que fueron empujadas a la esclavitud sexual en el castillo, que se vendieron en los burdeles para poder sobrevivir. Las habéis rechazado, las habéis expulsado.

—Pero yo os digo que vuestras esposas, madres e hijas nos han enseñado a luchar. Nos dieron la Nocta Hemata. Nos han dado coraje. Nos han enseñado el camino que lleva de la vergüenza al honor. ¡Que dé un paso al frente toda mujer que luchó aquella noche!

Un puñado de mujeres se adelantó de inmediato. Espoleadas por su valor, otras las imitaron. Los hombres se hacían a un lado en silencio. Al cabo de poco, un grupo de trescientas mujeres se había congregado delante de la plataforma. Algunas dejaban caer las lágrimas, pero tenían la espalda recta y la barbilla alta. Entre las filas ya había hombres que lloraban sin disimulo. No solo los que debían de conocer a aquella pequeña muestra, sino también hombres del campo, hombres que debían de saber que sus mujeres habían sido deshonradas, hombres que en ese momento se avergonzaban de sí mismos.

—Hoy —dijo Logan— fundo la Orden de la Jarretera y seréis sus primeros miembros. Una jarretera, porque habéis convertido vuestra vergüenza en honor. Enseñadla siempre con orgullo y hablad a vuestros nietos del valor que mostrasteis. Y ningún hombre se unirá jamás a vuestra orden a menos que haga gala de las más altas cotas de heroísmo y valentía.

El pueblo aclamó sus palabras. Era lo mejor que Logan había hecho nunca.

—Me temo —dijo Logan, después de tranquilizar a la multitud— que vuestras jarreteras no están listas todavía. Parece que no tenemos todos los materiales a mano. ¿Sabéis qué?, las haremos con los estandartes de batalla khalidoranos.

Vitorearon.

—¿Qué decís, hombres? ¿Creéis que podemos ayudarles?

Vitorearon más fuerte.

—Y ahora, hermanos, por favor, acoged a vuestras amadas. Os necesitan. Y hermanas, acoged a estos hombres avergonzados y hundidos. Os necesitan.

—Solo me queda un par de cosas que decir.

Logan respiró hondo. Ya se había extendido más de lo que pretendía. No había fundado la Orden de la Jarretera para conseguir apoyo. Solo era algo que había que arreglar. Sin embargo, de algún modo, dondequiera que mirase veía rostros llenos de esperanza.

—Hace unos meses, no quería ser rey —dijo Logan—, pero algo me cambió en el Agujero. Antes del Agujero, podía veros como una muchedumbre. Ahora, os veo como hermanos y hermanas. Puedo pediros que sangréis conmigo, que muráis conmigo, y eso hago. Muchos de nosotros sangraremos mañana, y algunos moriremos. —Bajó la vista hacia el Agujero sobre el que se erguía. «¿Era esta tu salida, conde Drake? Oh, padre, ¿te enorgullecerías de esto?»—. Puedo pediros que sangréis para arrancaros vuestras cadenas, pero no puedo pediros que sangréis por mi ambición.

Todos se callaron.

—En el Agujero, aprendí que un hombre o una mujer pueden tener el poder sobre la vida y la muerte, pero no hay poder sobre el amor. Amigos míos, os amo a vosotros, a esta nación y a la libertad que nos ganaremos, pero no siento amor por esta mujer. No me casaré con Terah de Graesin, ni hoy ni nunca.

—¿Qué? —chilló la duquesa, que dio un paso al frente—. ¡Detenlo, Havrin!

Pero el duque de Wesseros la contuvo y maese Nile no amplificó la voz de Terah.

—Terah —dijo el duque—, si intentas pararlo ahora, estallará una guerra civil aquí mismo.

Un rugido recorrió a la multitud; los hombres miraban a sus vecinos y empezaban a desenvainar sus armas, tratando de adivinar quién se uniría a cada bando.

—¡PARAD! —gritó Logan, y su voz resonó por encima de todos los presentes. Levantó las manos—. No toleraré que un solo hombre muera para hacerme rey, y mucho menos un millar. —Se volvió—. Señora de Graesin, ¿me juraréis lealtad?

Los ojos de la duquesa llamearon y en esa ocasión maese Nile sí amplificó su voz.

—¡No, aunque cueste mil millares de vidas!

Logan alzó las manos para atajar el tumulto.

—Amigos míos, no tenemos ninguna esperanza de derrotar a Khalidor si no estamos unidos. —Se volvió hacia Terah de Graesin, que no parecía tan guapa con la cara enrojecida por la ira—. Así pues, concededme que fundaréis la Orden de la Jarretera y que indultaréis a mis seguidores de todos los crímenes cometidos hasta este día... Concededme eso, y yo os juraré lealtad a vos.

Terah de Graesin solo vaciló un momento. Tenía los ojos desorbitados de incredulidad, pero se recuperó antes de que pudiera elevarse ningún grito.

—Hecho —dijo—. Jura ya.

Logan se arrodilló y estiró los brazos hacia el centro de la plataforma, donde se encontraba Terah. Con las manos tendidas hacia el interior, era la imagen inversa perfecta del halcón gerifalte extendiendo las alas más allá del círculo negro de la sumisión y el encarcelamiento. Y lo cambiaba todo.

A veces la única manera de salir del Agujero no es trepando. Tocó el pie de Terah para simbolizar el voto de sumisión.

—En reconocimiento de vuestro valor —dijo la reina Graesin en un tono que rezumaba veneno—, tendréis el honor de dirigir la primera carga. Vuestras melifluas palabras sin duda impresionarán a los vürdmeisters.

Capítulo 61

Kaldrosa Wyn estaba en primera fila de la multitud en compañía de centenares de mujeres más, todas en diversos estados de conmoción, incredulidad y llanto. Demasiadas emociones para contenerlas todas. Y aunque por lo general Kaldrosa Wyn odiaba llorar, en ese momento las lágrimas eran un alivio.

Se sentía como si su corazón acabara de triplicar de tamaño. El duque de Gyre la maravillaba. Ahí tenía a un hombre que había dejado de lado la mayor ambición del mundo por amor, que había resquebrajado la dura cáscara de amargura con la que ella había recubierto su corazón. Las había transformado de putas en heroínas. Era un santo, y aquella zorra lo estaba enviando a su muerte.

Después la gente se aglomeró alrededor de ella y el resto de las mujeres. Los hombres se abrían paso empujando en busca de las amadas que habían rechazado. Junto a Kaldrosa, Daydra sollozaba. Un hombre grande como un oso apartó a la muchedumbre para llegar hasta ella, que acrecentó su llanto al verlo. Era mayor, sin duda su padre, y estaba deshecho en lágrimas. Antes de que pudiera decir una palabra, Daydra se desmayó. Su padre la atrapó mientras caía y la cogió en brazos como si fuera un bebé. Otra pareja se abrazaba con fuerza junto a Kaldrosa.

Kaldrosa intentó no odiar a esas mujeres por su alegría. En verdad se sentía nueva, diferente; la montaña de vergüenza empezaba a deslizarse de sus hombros. Pero Tomman sin duda debía de estar en Cenaria. ¿Sería él tan rápido en perdonar? ¿Conseguiría Kaldrosa alguna vez yacer de nuevo en sus brazos después de hacer el amor, en aquel momento en que todas las cosas se rehacían y empezaban de cero?

La muchedumbre comenzaba a dispersarse, y las mujeres que no habían encontrado a sus amores perdidos se estaban agrupando. Se miraban y se conocían unas a otras, aunque no hubieran coincidido nunca. Eran hermanas. Sin embargo, incluso entonces, no estaban solas. Las cenarianas que no habían sido deshonradas por los hombres de Khalidor y habían escuchado el discurso desde el fondo, adivinaron que no todas las heroínas de Nocta Hemata vivirían el goce del reencuentro. Se abrieron paso entre las filas de hombres y, desconocidas todas, se abrazaron y lloraron juntas.

Kaldrosa Wyn vio a Mama K apartada a un lado, observando. No había lágrimas en los ojos de aquella gran mujer, tenía la espalda recta y aun así parecía desear que hubiera habido un hombre que atravesara la multitud hasta ella. Kaldrosa empezó a caminar en su dirección, maravillada por su propio valor al ir a consolar a Mama K, nada menos, cuando lo vio.

Llevaba el uniforme de los cazadores de brujos del general Agon: un extraño arco corto en una mano, un carcaj a la espalda y loriga de cuero hervido sobre una túnica verde oscuro ribeteada en amarillo. Sin embargo, mientras buscaba entre el gentío, su fiero y fogoso Tomman parecía asustado. Entonces sus ojos se encontraron.

Como una marioneta con los hilos cortados, Tomman cayó de rodillas. El arco acabó en el barro, olvidado. Se le demudaron las facciones. Extendió los brazos, con los ojos arrasados de lágrimas. Era una disculpa más abyecta que lo que jamás podría haber expresado con palabras.

Kaldrosa corrió a él.

—Me siento como si pasara más tiempo aquí que algunos de los residentes —dijo Kylar.

—Calla —replicó Vi.

Cuando había ido a salvar a Logan, Kylar había robado un esquife apenas lo bastante grande para transportarlos. Aunque pequeña, la embarcación era increíblemente rápida, y así había podido eludir al único barco que patrullaba la isla de Vos. En ese momento había de patrulla tres embarcaciones, de modo que se proponían cruzar a la isla de Vos tal y como había hecho Kylar cuando fue a rescatar a Elene.

Siguiendo el ejemplo de Vi, pasó una rodilla por encima de la cuerda y se desplazó con las manos por el cabo que colgaba bajo el puente. El disparo de Vi había sido perfecto, de modo que pudieron dejar la cuerda mucho más tensa de lo que había estado en su viaje anterior. Cuando Vi pasó junto a los restos del virote clavado en la madera tras aquel horrible disparo de hacía cuatro meses, se detuvo.

—Para ser una leyenda, dispara como el culo —murmuró.

Lo que dirigió la atención de Kylar al culo de Vi. De nuevo. Por bien que la primera palabra que acudía a su cabeza no fuese «legendario», el trasero de Vi era de lo más respingón. De una agradable redondez. Digno de la prenda elástica y ceñida que llevaba. A diferencia de muchas mujeres atléticas, Vi tenía curvas. Unas bonitas caderas y unos pechos que quitaban el hipo.

«¿Por qué estoy pensando en los pechos de Vi?»

Kylar siguió tirando de sí mismo mano tras mano, con el entrecejo fruncido. Esa era una distracción que no le convenía. Volvió a mirar el culo de Vi. Sacudió la cabeza. Miró de nuevo. «¿Por qué me atrae su culo? ¿No es raro? ¿Por qué nos gustan los culos a los hombres, para empezar?»

Vi llegó a la muralla del castillo y soltó una cuerda hacia abajo. Susurró algo y las sombras la ocultaron. No fue nada espectacular; ni se acercaba a lo que Durzo había podido hacer, y mucho menos a la invisibilidad de Kylar. Sus sombras eran negras sin más, y camuflaban la humanidad reconocible de su silueta. Con todo, llamaba menos la atención que una lagarta medio desnuda cuyo cuerpo entero decía a gritos «¡Miradme!».

Kylar la siguió y se deslizó por la cuerda sin perder un instante. Se cobijaron a la sombra de una roca mientras pasaba el barco patrulla.

—Bueno, no has dicho nada sobre mis trapos de faena.

Kylar alzó una ceja.

—¿Qué? ¿Quieres que te diga si los pantalones te hacen el culo gordo? Te lo hacen. ¿Contenta?

—O sea que me has estado mirando el culo. ¿Qué te parece el resto?

—¿De verdad estamos hablando de esto? ¿Ahora? —Kylar volvió a echar un vistazo a sus pechos... y fue sorprendido.

—La pose de desdén altivo te quedará mejor si no te ruborizas —comentó Vi.

—Son magníficos —dijo Kylar. Tosió—. Tus trapos de faena, me refiero. No tus pechos... quiero decir que el estilo te queda perfecto. Justo en la línea entre seductor y obsceno.

Vi se negó a ofenderse.

—Primero me llevo su atención, y luego su vida.

—Qué frialdad. —En esa ocasión, no le miró los pechos. Apenas. A pesar de los señuelos pequeños que se erguían en posición de firmes en la cima de los señuelos grandes.

—Soy una mujer. No tengo la suerte de escoger la ropa por su comodidad.

—No puedo creerme que esté sosteniendo una conversación tan larga sobre ropa.

—¿A esto lo llamas una conversación larga sobre ropa? —preguntó Vi—. No has tenido muchas amantes, ¿verdad?

—Solo una. Y no por mucho tiempo, gracias a ti —respondió Kylar.

Eso le calló la boca. Gracias al Dios.

Kylar se levantó y empezó a moverse. Tenían que esconderse cada vez que pasaba el barco patrulla, Vi para que no la vieran y Kylar para que Vi no supiera que podía volverse invisible. Llevaba a su vez una ropa bastante ajustada, un viejo conjunto de camuflaje que Mama K había mandado a buscar para él. Cuanto más supiera nadie sobre el alcance de sus poderes, más vulnerable sería.

Llegaron a la puerta hundida de las Fauces una hora después de la medianoche. No había centinelas.

Kylar probó el pasador. No estaba cerrado. Miró a Vi. Era evidente que eso a ella le gustaba tan poco como a él. Aun así, ¿cómo podía saber el rey dios que llegaban? Avanzó para abrir la puerta pero Vi le tocó el brazo. Señaló hacia los goznes oxidados y le indicó que esperase.

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