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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (63 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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—Soy un hombre sencillo —dijo al grupo alineado para afrontar los horrores de la magia y la muerte— y solo tengo palabras sencillas para vosotros. La mayoría habéis luchado antes conmigo, y... —Dioses, ¿eso eran lágrimas? Parpadeó para ahuyentarlas—. Me honra que me dejéis dirigiros otra vez. Esta no será una lucha fácil. Ya lo sabéis. Pero luchamos contra un mal al que no puede permitirse vencer. De nosotros depende detener ese mal, y hoy es nuestra única oportunidad.

—Hombres, si ganamos me despojarán del mando, de manera que, si hacéis lo que estoy a punto de pediros, quizá os castiguen, pero os lo pido de todas formas. El duque de Gyre ha sido agraciado con el... honor de encabezar la primera carga. —Los hombres murmuraron al oírlo. Sabían cuál era la esperanza de la reina. Agon levantó una mano—. Si sobrevive a la primera carga, os pido que lo defendáis con vuestras vidas.

Agon no se atrevió a añadir nada más. Si ganaban, la reina sin duda se enteraría de todo lo que hubiese dicho.

Sus soldados estaban serenos y preparados, conscientes de su deber. Agon habría deseado ser la clase de líder que los dejara vitoreando y con los ojos encendidos, pero, con aquellos hombres, bastaría con lo dicho.

Cabalgó hacia los nobles reunidos para recibir las instrucciones de última hora, por poca intención que tuviese de obedecerlas. Agon había pensado largo y tendido sobre cómo cargar contra una fuerza que contenía brujos, y creía haber encontrado una estrategia mejor que cualquier cosa que pudiera ocurrírsele a aquellos pavos reales. Pero así se acercaba por última vez a Logan.

—Mi señor —dijo Agon.

Logan sonrió.

—General —saludó. Estaba deslumbrante con la armadura de su familia, aunque había requerido algunas alteraciones para asegurarse de que no quedaba suelta sobre su cuerpo escuálido.

Agon pugnó por encontrar palabras.

—Señor —dijo—, siempre seréis mi rey.

Logan puso la mano en el hombro del general y lo miró a los ojos. No dijo nada, pero su cara comunicaba más que las palabras.

Entonces una mujer sethí a caballo se adelantó de la línea. Agon no la reconoció. Llevaba armadura, una espada y una lanza.

—Mi señor —dijo, dirigiéndose a Logan—. Capitana Kaldrosa Wyn. Hemos llegado.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Logan.

Kaldrosa Wyn levantó una mano y las filas de hombres se separaron con expresiones de curiosidad mientras treinta mujeres equipadas como ella se abrían paso a lomos de sendos caballos. No todas eran guapas, y no todas eran jóvenes, pero todas eran miembros de la Orden de la Jarretera.

—¿Qué os creéis que estáis haciendo? —preguntó Logan.

—Hemos venido a luchar. Todas querían participar, pero lo he limitado a las mujeres que tenían alguna experiencia en combate. Somos piratas, guardaespaldas de mercaderes, gladiadoras y arqueras, y somos vuestras. Vos nos habéis dado una nueva vida, mi señor. No permitiremos que esa mujer desperdicie la vuestra.

—¿De dónde habéis sacado las armas?

—Todas las mujeres que no pueden luchar aportaron algo —dijo la capitana Wyn.

—¿Y treinta caballos?

—Mama K —conjeturó Agon, con el entrecejo fruncido.

—Sí —resonó la voz de Mama K a sus espaldas. Gracias a los dioses, al menos ella no iba armada—. Duque de Gyre, vuestro mayordomo ha encontrado un puñado de buenos corceles de guerra que los inspectores de la reina de algún modo habían... pasado por alto. Encontraréis a estas damas ansiosas por aceptar cualquier orden que tenga que ver con el combate.

—Estas mujeres no son... —Logan se interrumpió. No pensaba insultarlas. Bajó la voz—. Las masacrarán.

—No ha sido Mama K quien nos ha pedido que hagamos esto —aclaró Kaldrosa Wyn—. Nos ha dicho que somos unas insensatas. Pero no nos hemos dejado disuadir. Señor, ayer disipasteis nuestra vergüenza. Nos disteis honor. Todavía es frágil. Por favor, no nos lo quitéis.

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué hacen estas putas delante de mi ejército? —gritó Terah de Graesin, frenando su caballo de un tirón sañudo delante de Agon.

—Luchan por vos —dijo Agon—. Y no podéis hacer nada al respecto.

—Que no puedo, ¿eh? —replicó Terah.

—No, por eso de allí —señaló Agon.

Con la primera luz neblinosa del alba, el ejército khalidorano avanzaba.

Mientras Kylar y Vi subían desde las Fauces hasta el Castillo de Cenaria, el hedor caliente del aire se desvaneció e incluso la presencia opresiva de Khali pareció diluirse. Kylar había recorrido aquellos pasillos apenas cuatro meses atrás, había tomado varios de los mismos pasajes en su camino para matar a Roth Ursuul. En esa ocasión, sin embargo, decidió emplear una estrategia diferente.

A esas alturas, los khalidoranos conocerían todos los secretos del castillo: los pasadizos secundarios y los falsos muros, las mirillas y las puertas secretas. En ese momento, sería imposible tomar los túneles que llevaban directamente al salón del trono. Sin embargo, tan lejos de él y de los aposentos del rey, los túneles eran más seguros para Vi, que no podía volverse invisible. Así pues, una hora antes del alba, entraron en los pasadizos y avanzaron en silencio por encima de las cabezas y por detrás de las espaldas de decenas de soldados.

Kylar no creía que pudieran tener ni idea de que estaba allí, de modo que confiaba en que la presencia de los soldados solo significara que, con una batalla en ciernes, Garoth Ursuul deseaba algo más de seguridad. El abultado número de soldados lo tenía preocupado. En vísperas de una batalla, un comandante ordinario dejaría en el castillo una dotación mínima.

Los aposentos del rey estaban en el ala oeste. Kylar y Vi salieron de los túneles y entraron en una habitación del servicio vacía en la base del último tramo de escalones previo a las dependencias del rey. Kylar asomó la cabeza al pasillo.

La puerta del dormitorio del rey dios estaba al final de un largo y ancho corredor. Dos montañeses con lanzas montaban guardia ante la puerta. Al margen de las numerosas puertas a habitaciones de la servidumbre que jalonaban el pasillo, no había donde esconderse. Algo que una vez más, pensó Kylar, no suponía ningún problema para él, pero sí un grave contratiempo para Vi. A lo mejor no tendría que haberla llevado consigo. Mama K creía que la necesitaba, aunque empezaba a parecer que no haría sino estorbarle. Debería encargarse de los dos guardias él solo. Era posible, pero cada hombre tenía cerca el cordel de una campanilla para dar la alarma. A Kylar no le cabía ninguna duda de que podía matarlos a ambos, pero ¿hacerlo y apartarlos de sus cordeles?

Volvió a meter la cabeza en la habitación y dijo:

—¿Por qué no esperas aquí hasta que...?

Vi estaba desnuda de cintura para arriba y desdoblaba un vestido que había sacado del macuto. Kylar se quedó boquiabierto y paralizado. Cuando sus ojos por fin se elevaron, la expresión de Vi era de total naturalidad. Él volvió la cabeza, ruborizado. Un macuto le golpeó en la barriga.

—Saca el corpiño, ¿quieres?

Sacó el corpiño de la bolsa y se lo tendió a Vi mientras ella se escurría dentro de un ceñido vestido de criada. Se agachó y se remangó las perneras de los pantalones para que no asomaran por debajo de la falda, con lo que ofreció un buen panorama a Kylar de nuevo. Él tosió.

Vi le quitó el corpiño de sus dedos insensibles.

—De verdad, Kylar, deja de hacerte el virgen. —¡Virgen! ¡Cómo aborrecía Kylar esa palabra!—. Estoy segura de que no es la primera vez que ves desnuda a una mujer.

En realidad, lo era, pero Kylar habría muerto (de verdad) antes que reconocérselo a Vi. Elene nunca le había dejado verle los pechos, aunque no siempre había impedido que sus manos se perdiesen en aquel territorio dorado. Elene siempre había querido reservar todo lo posible para cuando estuvieran casados de verdad. Y si Kylar había limado un tanto esos límites, cada paso le había parecido un don enorme y valiosísimo. Había resultado muy frustrante en su momento, pero ver a Vi mientras se ataba con rapidez el corpiño y ajustaba el escote era algo diferente. Para ella, enseñar los pechos no significaba nada. Ni siquiera se dio la vuelta cuando se agarró cada seno dentro del corpiño y los meneó de un lado a otro para encontrar la posición más favorecedora. Kylar había creído que Elene era el no va más en pechos, pero los de Vi eran más rotundos, más grandes. No podías mirarla y dejar de fijarte en ellos. La dotaban de un atractivo sexual inmediato, y aun así... aun así, para ella eran solo tetas. Herramientas.

Elene tenía una sexualidad menos flagrante, o quizá menos sexualidad y punto. Pero la de Vi tenía algo de barato, algo que decía a Kylar que no disfrutaba de ella. Era una cosa que le habían arrebatado los amantes libidinosos de su madre, Hu Patíbulo, los clientes de Mama K y los polvos al tuntún. Las emociones de Kylar pasaron de la excitación a la pena.

Vi cogió una cesta de ropa sucia de mimbre y la llenó de ropa, incluida su túnica. Bajo la última prenda ocultó una daga.

—¿Qué aspecto tengo?

El disfraz le resultaba extrañamente familiar. Había mostrado bastante menos escote aquel día, como correspondía al decoro de la Casa de los Drake, pero eran exactamente las mismas prendas que se había puesto cuando había intentado matarlo.

—Me cago en todo —exclamó él.

—¿Me hace el trasero grande?

—Saca tu culo gordo al pasillo.

Vi rió y se apoyó la cesta en la cadera. Era provocadora, preciosa, tentadora ¿y ahora además tenía que añadir graciosa a la mezcla? ¡Maldición, ya había estado a punto de besarla fuera! Sin duda llevaría un puñal en la espalda si lo hubiera hecho pero, por un segundo, hasta le había parecido que ella también quería. Vi avanzó pavoneándose por el pasillo y los ojos de los khalidoranos quedaron pegados a ella. Uno de los dos musitó un juramento.

—Hola —dijo Vi mientras se plantaba delante del centinela de la izquierda—. Soy nueva y me preguntaba si... —Su cuchillo cortó tan hondo en el cuello del guardia que estuvo a punto de decapitarlo.

Kylar le partió el cuello al otro con un gesto brusco de manos y un crujido carnoso.

Vi miró hacia donde estaba... o no estaba, ya que era invisible.

—Joder, no puedo creérmelo —dijo. Limpió la daga y volvió a guardarla en la cesta—. Vale, tú entra al cabo de diez segundos o en cuanto oigas mi voz. Si el rey dios se despierta, yo lo distraigo y tú lo matas. Si sigue dormido, me lo cargo yo.

Abrió la puerta poco a poco y sin hacer ruido, y luego entró.

Salió al cabo de un momento, con la cara descompuesta.

—No está —dijo.

—¿Qué pasa? —Kylar intentó asomarse dentro, pero Vi le cortó el paso.

—Es mejor que no entres.

La apartó.

La habitación estaba llena de mujeres. Inmóviles como estatuas en diversas posturas. Una, desnuda a cuatro patas, sostenía sobre la espalda una tabla de cristal a modo de mesa. Otra, una noble alta a la que Kylar reconocía pero no lograba asignar un nombre, se erguía de puntillas, estirándose en ademán seductor, con un brazo y una pierna envolviendo un poste de los cuatro que tenía la colosal cama del rey dios. Chellene de lo-Gyre se sentaba en un sillón de orejas con las piernas cruzadas y en camisón. Kylar no sabía nada de ella salvo su reputación de tener mal genio. Su expresión lo demostraba, al igual que su melena desgreñada y la tensión de sus músculos esbeltos. La mayoría de las mujeres estaban desnudas, y el resto llevaba poca ropa. Dos, de rodillas, sostenían una palangana. Otras dos aguantaban un espejo. Había una esposada a la pared, con un pañuelo al cuello. A Kylar se le cortó la respiración.

Era Serah Drake. Como todas las demás, no estaba quieta como una estatua: era una estatua. Con un grito contenido, le tocó la cara, le rozó los labios que había besado una vez. Estaban blandos como la carne viviente, pero fríos, y no había vida en sus ojos abiertos y brillantes. Su carne, como la carne de todas aquellas mujeres, había sido inmovilizada mediante algún tipo de magia, para después colocarla en aquella habitación. Como obras de arte.

Bajo el pañuelo, Kylar distinguió las magulladuras que rodeaban el cuello de Serah. Apartó la vista. Había dos maneras de morir ahorcado: si uno caía lo bastante, se partía el cuello y fallecía enseguida; si no, se estrangulaba poco a poco. Serah había sufrido la variante difícil.

Retrocedió, pero allá adonde mirara encontraba detalles macabros. Las mujeres que llevaban pulsera ocultaban muñecas rajadas; los camisones escondían corazones atravesados; las que llevaban más ropa la tenían para disimular las imperfecciones de su taxidermia: eran las que se habían tirado de un balcón y tenían bultos donde no debería haberlos.

Kylar se tambaleó como un borracho. Necesitaba aire. Iba a vomitar. Salió como una exhalación al ancho balcón del rey dios.

Estaba sentada en la barandilla de piedra, con los pies enganchados a los balaustres para mantener el equilibrio, muy inclinada hacia atrás, desnuda, con un camisón en la mano ondeando al viento como una bandera. Mags.

Kylar gritó. El Talento se filtró a través de su furia y el chillido reverberó de punta a punta del castillo, resonando en el patio de abajo. Toda la vida en la fortaleza se detuvo. Kylar no se dio cuenta, como tampoco notó que el ka’kari le cubría la piel y la cara del juicio ocultaba su angustia.

Golpeó con una palma la barandilla de piedra y la derrumbó a un lado de Mags, y después al otro. Levantó a la chica y la llevó en brazos adentro. El tacto de su piel, tan parecida a la viviente, resultaba obsceno. Sin embargo, sus extremidades estaban rígidas. La tumbó en la cama y después arrancó los pernos que enganchaban a Serah Drake a la pared. La depositó junto a su hermana. Al taparlas, vio que el pie izquierdo de cada chica llevaba estampada una firma, como si sus cadáveres fuesen una obra de arte: Trudana de Jadwin.

Vi alternaba su mirada de ojos desorbitados entre Kylar y la barandilla de piedra de quince centímetros.

—Joder —susurró—. Kylar, ¿eres tú?

Él asintió con rigidez. Quería quitarse la máscara del juicio, pero no podía. La necesitaba en ese momento.

—He mirado en las habitaciones de las concubinas —dijo Vi—. Nada. Ya debe de estar en el salón del trono.

A Kylar le dio un vuelco el estómago. Sintió un escalofrío.

—¿Qué? —preguntó Vi.

—Malos recuerdos —respondió Kylar—. A la mierda. Vamos.

Se acercaba el amanecer. Al matar a dos guardias, habían volteado su propio reloj de arena. Alguien pasaría por el puesto de los centinelas pronto, probablemente al alba. Peor aún, el reloj del ejército cenariano ya se estaba vaciando. La batalla estaba a punto de empezar y entonces comenzarían las sorpresas desagradables. Si quería que Logan tuviera una oportunidad de ser rey, Kylar necesitaba entregarle una victoria en bandeja. Matar a Garoth Ursuul desmoralizaría a los khalidoranos.

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