Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Hasta que nos volvamos a encontrar, Kylar Stern.
Mama K observaba la planta baja del almacén desde una pasarela. Los Perros de Agon, como les había dado por hacerse llamar, se estaban adiestrando bajo la atenta mirada del general. La fuerza se había limitado a cien hombres, y aun así Mama K estaba segura de que, a esas alturas, su existencia ya era de sobra conocida.
—¿Crees que están preparados? —preguntó a Agon, que subía por la escalera ayudándose con un bastón.
—Más adiestramiento los haría mejores. La batalla los hará mejores más rápido. Pero costará vidas —le respondió.
—¿Y tus cazadores de brujos?
—No son ymmuríes. Los ymmuríes pueden acribillar a flechazos a un hombre desde cien pasos de distancia mientras se alejan de él al galope. Lo más que puedo esperar son diez hombres que se acerquen a distancia de tiro, se paren, disparen y vuelvan a moverse antes de que les alcancen las bolas de fuego. Mis cazadores no merecen los arcos que llevan... pero le dan con cucharilla a todo lo demás que tenemos.
Mama K sonrió. El general estaba siendo modesto con la capacidad de sus hombres. Ella los había visto disparar.
—¿Qué me dices de tus chicas de alquiler? —preguntó Agon—. Esta misión costará vidas. ¿Están listas para eso? —Se situó cerca de ella mientras miraban practicar a sus hombres.
—Te habrías quedado de una pieza si les hubieras visto la cara, Brant. Fue como si les hubiese devuelto el alma. Llevaban tiempo muriéndose por dentro, y ahora han vuelto a la vida, todas de golpe.
—¿Todavía no se sabe nada de Jarl? —La voz de Agon sonaba tensa y Mama K comprendió que, por muchos encontronazos que hubiese tenido con el joven, estaba preocupado por él.
—Es normal que no sepamos nada. Todavía. —Puso las manos en la barandilla y sin querer le rozó los dedos a Agon.
Brant miró su mano, luego sus ojos y después apartó la vista con rapidez.
Mama K hizo una mueca y retiró la mano. Décadas atrás, Agon había sido arrogante, no hasta extremos insoportables sino meramente cargado de una juvenil confianza en que podía hacer casi cualquier cosa mejor que cualquier otro. Ese aire había desaparecido, sustituido por una sobria comprensión de sus puntos fuertes y sus flaquezas. Era un hombre templado por los años. Gwinvere había conocido a hombres echados a perder por sus esposas, mujeres mezquinas que se sentían tan amenazadas que minaban a sus maridos durante años hasta que ellos dejaban de confiar en sí mismos. Mujeres así eran las que habían hecho rica a Mama K. Aunque conocía a hombres felizmente casados que eran clientes habituales, tipos adictos a los burdeles como otros lo eran al vino, el grueso de su negocio procedía de hombres desesperados por que alguien los considerase viriles, fuertes, buenos amantes, nobles.
Era una de las muchas ironías del oficio que acudiesen a un burdel para ello.
Los hombres, en opinión de Mama K, eran demasiado simples para estar nunca realmente a salvo de las tentaciones que ofrecía una casa de placer. Su negocio había consistido en asegurarse de que esas tentaciones fuesen variopintas, y se le había dado muy bien. Sus establecimientos no eran meras casas de putas. Tenía salas de reuniones, salones de fumadores y de conferencias, donde se daban charlas sobre todos los temas que encantan a los hombres. La comida y la bebida siempre eran mejores que las de sus competidores, y a mejor precio. Para sus mejores locales reunía a chefs y sumilleres de todo Midcyru. Si se hubiera dedicado a la restauración habría sido un fracaso clamoroso: la vertiente alimentaria de su negocio se saldaba con pérdidas todos los años. Sin embargo, en sus locales, los hombres que entraban por la comida se quedaban para gastar su dinero de otras formas.
Los escasos Brant Agon del mundo no se follaban a sus chicas por dos motivos: eran felices en casa y, de buen principio, no entraban en sus locales. Estaba segura de que Agon había sido objeto de burlas por ello. Los hombres que frecuentaban las casas de placer siempre se mofaban de los que no.
Brant tenía convicciones, integridad. Le recordaba a Durzo.
La idea le atravesó el estómago como una lanzada. Durzo llevaba muerto tres meses. ¡Dioses, cómo lo echaba de menos! Había estado perdidamente enamorada de él. Durzo había sido el único hombre de su vida capaz de entenderla. Eso la había aterrorizado demasiado para dejar que el amor creciese. Había sido una cobarde. Había escatimado la sinceridad a su relación y, como una planta en una maceta estrecha, la relación se había atrofiado. Durzo era el padre de su hija. No se había enterado hasta unos días antes de morir.
Mama K ya tenía cincuenta años, casi cincuenta y uno. El tiempo la había tratado bien, o por lo menos eso parecía la mayoría de los días. Solía aparentar quince años menos de los que tenía... bueno, al menos diez. Si lo intentaba, creía que todavía tenía lo que haría falta para seducir a Brant.
«Una vez puta, siempre puta, ¿eh, Gwin?» Antes despreciaba a las viejas que se aferraban con uñas esmaltadas a su juventud perdida, pero se había convertido en una de ellas. Una parte de ella quería seducir a Brant solo para demostrarse que aún podía. Pero no quería seducir a Brant. Habían pasado años desde que se había acostado con un hombre. Aun con los millares de veces en que había sido por trabajo, en algunas ocasiones había apreciado y admirado a su amante del momento. Y luego había estado Durzo. La noche en que habían concebido a Uly, él había estado tan colocado de setas que no había sido gran cosa como amante, pero que el hombre al que amaba compartiese su cama la había desbordado de alegría. Había sentido tal arrebato de amor y dolor que había llorado mientras hacían el amor. Incluso estando drogado, Durzo había parado y le había preguntado si le estaba haciendo daño. Después de eso, había necesitado toda su habilidad para hacerle acabar. Durzo había sido un hombre tierno en la cama.
Ahora Kylar y Elene estaban criando a su hija. Era el único engaño del que no se lamentaba. Con esos dos, a Uly le iría bien.
Sin embargo, estaba cansada de engaños. Cansada de recibir y no dar nunca. No quería seducir a Brant. Sabía que él la deseaba, y su esposa probablemente estaba muerta. Probablemente, pero él no podía saberlo. No lo sabría. Nunca. ¿Cuánto tiempo esperaría un hombre como Brant Agon a la mujer que amaba?
«Eternamente. Es ese tipo de hombre.»
Hacía treinta y tantos años, habían coincidido en una fiesta, la primera a la que ella asistía en casa de un noble. Brant se había enamorado de ella al instante y ella le había dejado cortejarla, sin contarle lo que hacía, lo que era. Él se había mostrado galante, confiado, decidido a dejar huella en el mundo, y tan dulcemente atento en su cortejo que no le había pedido un beso hasta pasado un mes.
Mama K se había dejado llevar por la fantasía. Brant se casaría con ella, la alejaría de todos los horrores que tan desesperada estaba por dejar atrás. Todavía no había tenido muchos clientes de la nobleza. Era posible, ¿no?
La noche de su primer beso, un noble se había referido a ella como la ramera más encantadora que había gozado nunca. Brant lo oyó, desafió a un duelo a aquel tipo en el acto y lo mató. Gwinvere había huido. Al día siguiente, Brant se había enterado de la verdad. Se alistó e intentó conseguir una muerte honorable luchando en la frontera ceurí.
Sin embargo, Brant Agon era demasiado capaz para morir. Con el tiempo, a pesar de lo mucho que despreciaba el peloteo y el politiqueo, sus méritos le habían cosechado varios ascensos. Se casó con una mujer poco agraciada de una familia de mercaderes. Según se decía, había sido un matrimonio feliz.
—¿Cuánto tardaremos en tenerlo todo preparado? —preguntó Mama K. Confiaría en que el enamoramiento de Brant hubiese pasado. Lo ayudaría a esquivar la verdad. Eso se le daba bien, por lo menos.
—Gwin.
Mama K se volvió y lo miró a la cara, con la máscara puesta, los ojos serenos.
—¿Sí?
Brant soltó una gran bocanada de aire.
—Te amé durante años, Gwin, incluso después de...
—¿Mi traición?
—Tu indiscreción. Tenías... ¿qué? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? Te engañaste a ti la primera, y creo que sufriste por ello más que yo.
Mama K bufó.
—Sea como fuere —prosiguió Brant—, no te guardo rencor. Eres una mujer hermosa, Gwin. Más hermosa de lo que fue nunca mi Liza. Eres tan brillante que me siento como si tuviese que correr para seguirte el ritmo cuando caminas. Con Liza sentía todo lo contrario. Me... afectas profundamente.
—Pero... —dijo ella.
—Sí, pero —dijo Brant—. Amo a Liza, y ella me ha querido a lo largo de un millar de pruebas, y se merece todo lo que tengo que dar. Sientas algo por mí o no, mientras tenga esperanzas de que mi Liza está viva, te pediría, te suplicaría, que me ayudases a mantenerme fiel a ella.
—Has escogido un duro camino —observó Mama K.
—No es un camino, sino una batalla. A veces la vida es nuestro campo de batalla. Tenemos que hacer lo que sabemos hacer, no lo que queremos hacer.
Gwinvere suspiró, y aun así, de algún modo, se sentía más ligera. Esquivar la atracción de Brant podría haberse convertido con facilidad en esquivar su presencia, y dada la situación necesitaba trabajar codo a codo con él. «¿Tan fácil es la sinceridad? ¿Podría haber dicho sin más “Durzo, te quiero, pero tengo miedo de que me destruyas”?» Brant acababa de ofrecerle su vulnerabilidad, había confesado el efecto que ella ejercía sobre él, y aun así no parecía más débil sino más fuerte por ello. «¿Cómo lo ha conseguido? ¿Tan poderosa es la verdad?»
Juró entonces, en su fuero interno, que no tentaría a aquel hombre por vanidad. Ni con su voz, ni con roces accidentales ni en el vestir; renunciaría a todas las armas de su arsenal. La decisión la hizo sentirse extrañamente... decente.
—Gracias —dijo. Sonrió con expresión amigable—. ¿Cuánto tardarán en estar preparados?
—Tres días —respondió Brant.
—Entonces, hagamos que la noche se tiña de rojo.
Solon soltó las dos bolsas de cuero de quinientas piezas que llevaba y agarró a Dorian cuando lo vio tambalearse. Al principio, no entendió lo que había dicho el profeta.
—¿De qué estás hablando?
Dorian apartó el brazo con el que Solon lo sostenía. Se puso la capa y el cinto con la espada y levantó dos pares de manillas.
—Por aquí —dijo, después de cogerle a Solon una de las bolsas y arrancar a caminar por el camino abierto que se alejaba de la muralla.
El terreno que llevaba a la muralla era rocoso y pelado. Lo habían limpiado de árboles en un radio de casi ciento cincuenta metros y, aunque el camino era lo bastante ancho para acoger a veinte hombres en hilera, estaba lleno de baches y surcos causados por el desgaste de muchos pies y carros sobre un suelo que alternaba entre la tierra y la roca maciza.
—Viene Khali —dijo Dorian antes de que Solon pudiera preguntar una vez más qué pasaba—. He renunciado a mi don profético por si me captura.
Solon ni siquiera pudo responder.
Dorian se detuvo bajo un roble negro que crecía en un saliente rocoso que pendía sobre el camino.
—Está aquí. Ni a media legua de distancia. —Dorian ni siquiera apartó la vista del árbol—. Tendrá que bastar. Asegúrate de que pisas solo roca. Si ven huellas, me encontrarán.
Solon no se movió. Dorian al fin había enloquecido. Las veces anteriores había resultado obvio porque se quedaba catatónico. Sin embargo, en esa ocasión parecía lúcido.
—Vamos, Dorian —dijo—. Volvamos a la muralla. Podemos hablar de esto por la mañana.
—La muralla no estará por la mañana. Khali atacará a la hora de las brujas. Eso te deja cinco horas para sacar a los hombres de aquí. —Dorian se encaramó al saliente—. Tírame las bolsas.
—¿Khali, Dorian? Es un mito. ¿Intentas decirme que hay una diosa a media legua de aquí?
—Una diosa, no. Quizá uno de los ángeles rebeldes expulsados del cielo a los que se concedió licencia para recorrer la tierra hasta el fin de los tiempos.
—Vale. Supongo que habrá traído un dragón, de paso. Podemos hablar de...
—Los dragones evitan a los ángeles —dijo Dorian. Puso cara de decepción—. ¿Vas a abandonarme ahora, cuando te necesito? ¿Te he mentido alguna vez? También creías que Curoch era un mito, antes de que la encontrásemos. Te necesito. Cuando Khali atraviese la muralla, perderé la cabeza. Ya me viste cuando creí que podía usar el vir para hacer el bien. Aquello era como una parte de vino por diez de agua; esto será licor puro. Estaré perdido. Su mera presencia saca a relucir lo peor. Los peores miedos, los peores recuerdos, los peores pecados. Aflorará mi soberbia . Es posible que intente luchar contra ella, y perderé. O quizá mi sed de poder me doblegará y me uniré a ella. Me conoce. Me doblegará.
Solon no podía aguantar la expresión de los ojos de Dorian.
—¿Y si te equivocas? ¿Y si esto es la locura sobre la que tanto tiempo llevas advirtiéndome?
—Si la muralla sigue en pie al amanecer, lo sabrás.
Solon lanzó las bolsas a Dorian y después trepó con cuidado por la roca, asegurándose de no dejar ni una huella.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
Dorian le sonrió mientras derramaba las monedas de oro en el suelo. Luego dio un tirón a las manillas, y las cadenas de hierro que las unían se partieron como si estuvieran hechas de papel. Dejó caer una manilla sobre la pila de monedas, y se hundió entre ellas como si fueran líquidas. Hizo lo mismo con las otras tres pulseras y en cada ocasión se encogió el montón de monedas. Dorian metió la mano y sacó una por una las manillas, ya revestidas de oro. Se puso las dos primeras en las muñecas y el segundo par, después de estirar el hierro, se lo cerró en torno a los muslos, justo por encima de la rodilla.
Era asombroso. Dorian siempre había dicho que su poder con el vir había eclipsado su Talento, y aun así allí estaba, moldeando oro y hierro con destreza y sin esfuerzo.
Al cabo de otro momento, Dorian había dado al resto del oro la forma de cuatro estrechas agujas y lo que parecía un cuenco. Hizo una pausa, y entonces se concentró. Solon sintió el roce de los conjuros que le flotaban por delante y se hundían en el metal. Tras dos minutos, Dorian paró y habló en un susurro al roble negro.
—Traerá consigo una hueste, los Juramentados —dijo Dorian—. Han renunciado a buena parte de lo que constituye ser humano para servir a Khali. Pero ellos no son el peligro. Lo es ella. Solon, no creo que puedas derrotarla. Creo que deberías llevarte a los hombres de aquí. Dirígelos a algún lugar donde sus muertes puedan servir para algo. Pero... si Khali llega a Cenaria, los hijos de Garoth Ursuul crearán dos feralis. Los usarán contra la resistencia. Lo he visto.