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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (32 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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—No lo habrás hecho de verdad, ¿no? No habrás destruido tu don —dijo Solon.

—Si no vuelvo a verte, amigo, que el Dios te acompañe —dijo Dorian.

Soldó las agujas de oro a las manillas y se arrodilló detrás del árbol. Hundió las agujas en el tronco con una facilidad antinatural; tenía los brazos en alto y separados. Al verlo allí arrodillado, dispuesto a rezar para afrontar la prueba que le esperaba, Solon sintió una punzada de envidia. En esa ocasión, no era del poder de Dorian, de su linaje o su integridad sencilla y humilde. Envidiaba su certidumbre. Su mundo estaba muy claro. Para él, Khali no era una diosa, un producto de la imaginación de los khalidoranos o un monstruo antiguo que había embaucado al pueblo de Khalidor para que lo adorase. Era un ángel expulsado del cielo.

En el mundo de Dorian, todo tenía su sitio. Había una jerarquía. Las cosas encajaban. Hasta un hombre con los inmensos poderes de Dorian podía ser humilde, porque sabía de otros que estaban muy por encima de él, aunque nunca hubiera coincidido con ninguno de ellos. Dorian podía nombrar el mal sin miedo y sin rencor, podía afirmar que algunos hacían el mal o lo servían sin odiarlos por ello. Solon nunca había conocido a nadie así, con la posible excepción del conde Drake. ¿Qué habría sido de él? ¿Habría muerto en el golpe?

—¿Para qué sirve todo esto? —preguntó, mientras recogía lo que había sido un cuenco de oro. En ese momento era algo entre un yelmo y una máscara. Cubriría por completo la cabeza de Dorian, dejando solo dos agujeritos en la nariz para respirar. Le dio la vuelta. Era una escultura perfecta de la cara de Dorian, derramando lágrimas de oro.

—Impedirá que la vea, la oiga o le grite, que me mueva de aquí. Impedirá que sucumba a la última tentación: creerme lo bastante fuerte para combatirla. Espero que también evite que use el vir. Pero no puedo atarme mágicamente yo solo. Necesito que lo hagas por mí. Cuando Khali haya pasado, podré escapar cuando salga el sol y recargue mi Talento, de modo que no debes preocuparte por mí. Si necesitas tu oro, estará aquí.

—Piensas irte, pase lo que pase.

Dorian sonrió.

—No me preguntes adónde.

—Buena suerte —dijo Solon. Tenía un nudo en la garganta que le recordaba lo bien que se había sentido al tener compañía de nuevo. Hasta las peleas con Dorian y Feir habían sido mejores que la paz sin ellos.

—Has sido un hermano para mí, Solon. Creo que volveremos a encontrarnos, antes de que esto termine —dijo Dorian—. Ahora date prisa.

Solon le puso el yelmo de oro y lo fijó con la magia más potente que pudo, para lo cual vació por completo su glore vyrden. No usaría más magia hasta que saliera el sol. No era un pensamiento agradable. Mientras bajaba del saliente rocoso, juraría haber visto que crecía corteza por encima de los brazos de Dorian, allá donde de otro modo hubiesen quedado a la vista.

Desde el camino, Dorian era invisible.

—Adiós, hermano —dijo Solon.

Se volvió y caminó hacia la muralla con paso decidido. Ahora solo tenía que convencer a Lehros de Vass de que no estaba loco de atar.

Capítulo 35

El rey dios se recostó en el trono de vidrio volcánico que había ordenado que le tallaran con roca de las Fauces. A sus ojos, la pieza negra de cantos afilados era un recordatorio, un aguijón y una comodidad, todo en uno.

Su hijo estaba de pie ante él. Su primer hijo reconocido como tal, no la mera semilla de su entrepierna. El rey dios repartía su semilla a los cuatro vientos. Nunca consideraba hijos a las malas hierbas que echaban raíces. No eran más que bastardos a los que no dedicaba ninguna atención. Los únicos que importaban eran los niños que serían vürdmeisters. La mayoría, sin embargo, no sobrevivían al adiestramiento. Solo un puñado de chicos de entre las docenas de brujos natos salían adelante y se convertían en sus posibles herederos, sus hijos dignos del trono. Cada uno de ellos había recibido un
uurdthan
, una Ordalía para demostrar su valor. Por el momento, solo Moburu había tenido éxito. Solo a Moburu reconocería como hijo suyo. Y aun así todavía no como heredero.

La verdad era que Moburu le apenaba. Garoth recordaba a la madre del muchacho. Una princesa de alguna isla, capturada antes de que el Imperio sethí destruyera el conato de armada de Garoth. Le había inspirado curiosidad y, aunque por su dormitorio desfilaba una procesión interminable de mujeres de alta y baja cuna, de manera voluntaria o no, a ella había tratado de seducirla. Era tan apasionada como él calculador, tan cálida como él frío. La había encontrado exótica, excitante. Lo había intentado todo con ella salvo la magia. Había tenido la certidumbre, propia de un joven, de que ninguna mujer podría resistírsele durante mucho tiempo.

Al cabo de un año, ella aún se aferraba a su altivo desdén. Lo despreciaba. Una noche, Garoth perdió la paciencia y la violó. Su intención había sido estrangularla después, pero sintió una extraña vergüenza. Más tarde, Neph le contó que la mujer estaba embarazada. Se había quitado a la criatura de la cabeza hasta que Neph le dijo que el chico había sobrevivido a las pruebas y estaba listo para su
uurdthan
. Garoth le había adjudicado uno que estaba seguro que le supondría la muerte. Sin embargo, Moburu había cumplido su tarea con la misma facilidad con que había resuelto todas las demás que Garoth le había puesto delante.

Lo peor de todo era que el presunto heredero del trono de Khalidor ni siquiera parecía khalidorano. Tenía los ojos de su madre, su voz ronca y su piel; su piel ladeshiana.

Era como saborear hiel. ¿Por qué no podía haber salido bien Dorian? Cuántas esperanzas había depositado Garoth en él. Lo quería. Dorian había superado su
uurdthan
y después lo había traicionado. Garoth había tenido menos esperanzas para el que se había hecho llamar Roth, pero al menos ese parecía khalidorano.

Moburu iba vestido de oficial de caballería alitaerano, brocado rojo sobre oro con una cabeza de dragón por emblema. Era inteligente, despierto y seguro de sí mismo a más no poder, con una belleza recia a pesar de su piel ladeshiana (Garoth lo reconocía a regañadientes), y con fama de ser uno de los mejores jinetes de la caballería. Además era implacable, por supuesto. Estaba erguido como correspondía a un hijo del rey dios. Aparentaba humildad con la misma naturalidad con la que un hombre llevaría un vestido.

Eso irritaba a Garoth, pero era culpa suya. Él había diseñado las vidas de sus semillas de tal modo que quienes sobrevivieran fuesen exactamente lo que era Moburu. El problema era que todas aquellas pruebas estaban ideadas para ofrecerle un conjunto de candidatos. Contaba con tener varios hijos. En ese caso, tendrían la atención fija unos en otros. Un hermano conspiraría contra otro para ganarse el favor de su padre. Sin embargo, con Dorian desaparecido, Roth muerto y ninguno de los demás que hubiese superado su
uurdthan
, Moburu estaba solo. La ambición del chico lo obligaría a poner pronto sus miras en el rey dios en persona. Si no lo había hecho ya.

—¿Qué nuevas me traes de los Hielos? —preguntó el rey dios.

—Santidad, la situación es tan mala como nos imaginábamos. Quizá peor. Los clanes ya han hecho sus llamamientos. Han acordado treguas para poder pasar el invierno lo bastante cerca de la frontera y unirse a la horda en primavera. Están engendrando kruls, y puede que zels y feralis. Si han aprendido a hacer eso, irá aumentando su número durante los nueve próximos meses.

—¿Cómo han encontrado un criadero en los Hielos, por Khali? ¿Debajo del hielo perpetuo? —Garoth soltó una maldición.

—Mi señor —dijo su hijo—, podemos contrarrestar esa amenaza con suma facilidad. Me he tomado la libertad de ordenar que trajeran a Khali aquí. Vendrá por Aullavientos. Es más rápido.

—¿Que has hecho qué? —La voz del rey dios era gélida, peligrosa.

—Aniquilará una de las guarniciones más temibles de Cenaria y con ello os ahorrará un quebradero de cabeza. Llegará dentro de unos días. Bajo este castillo hay un terreno de cría perfecto. Los de aquí lo llaman las Fauces. Con Khali presente, podemos crear un ejército como ninguno que el mundo haya visto. Este terreno está empapado de sufrimiento. Las cavernas de debajo de Khaliras llevan siendo minadas setecientos años. Los kruls que pueden producir nuestros vürdmeisters no son nada comparados con lo que podríamos lograr aquí.

El rey dios contrajo los músculos, pero su rostro permaneció impasible.

—Hijo. Hijo. Tú nunca has engendrado un krul. Nunca has forjado un ferali ni criado un ferozi. No tienes ni idea de lo que cuesta. Hay un motivo por el que usé ejércitos humanos para derrotar a los clanes de las montañas y de los ríos, y a los Tlanglang y los Grosth. He consolidado nuestro dominio en el interior y he ampliado nuestras fronteras cuatro veces... y no he usado kruls ni una sola vez. ¿Sabes cómo combate la gente cuando sabe que si pierde su familia entera será devorada? Lucha hasta el último hombre. Arma a los niños con arcos. Las mujeres usan cuchillos de cocina y atizadores. Lo vi en mi juventud, y a mi padre no le valió de nada.

—Vuestro padre no tenía el vir que tenéis vos.

—No es solo cuestión de vir. Esta conversación ha terminado. —Moburu nunca se había atrevido a hablarle de ese modo... ¡ni a ordenar que llevaran allí a Khali sin pedir permiso!

Sin embargo, Garoth estaba confundido. Acababa de mentir. Sí había hecho kruls, ferozis y hasta feralis. A sus últimos dos hermanos los habían matado feralis. Entonces lo había jurado: nunca más. Nunca más con ninguno de los monstruos salvo por el puñado de parejas de ferozis de cría en las que había estado trabajando para enviarlas algún día al bosque Iaosiano en busca de los tesoros de Ezra. Pero el precio de esos ya lo había pagado. No le exigían nada más.

Aun así, Moburu quizá tuviera razón. Eso era lo peor de todo. Se había acostumbrado a tratar a Moburu como un compañero, un hijo en el sentido en el que otros padres trataban a sus hijos.

Había sido un error. Había demostrado indecisión. Sin duda Moburu ya estaba conspirando para arrebatarle el trono. Garoth podía matarlo, pero Moburu era una herramienta demasiado valiosa para desperdiciarla de cualquier manera. Maldito fuera. ¿Por qué no habían salido bien sus hermanos? El chico necesitaba un rival.

El rey dios alzó un dedo.

—He cambiado de idea. Dime lo que piensas, hijo. Explica tus motivos.

Moburu se quedó quieto un momento, y después se hinchó de orgullo.

—Estoy dispuesto a reconocer que nuestros ejércitos probablemente podrían rechazar a los salvajes de los Hielos. Aunque los clanes se mantengan unidos, nuestros vürdmeisters inclinarían la balanza en nuestro favor. Sin embargo, para eso tenemos que enviar a todo meister en condiciones al norte. Con toda sinceridad, no podría haber un peor momento. Las hermanas están cada vez más recelosas y asustadas. Algunas dicen que les conviene luchar contra nosotros ahora, antes de que nos hagamos más fuertes. Sabemos que los ceuríes aprovecharán cualquier debilidad para cruzar en tropel la frontera. Llevan siglos queriendo tomar Cenaria.

—Los ceuríes están divididos.

—Hay un joven general brillante llamado Lantano Garuwashi que está ganando muchos seguidores en el norte de Ceura. Nunca ha perdido un duelo o una batalla. Si enviamos al norte a nuestros ejércitos y nuestros meisters, atacarnos podría ser justo lo que necesita para unificar Ceura. Improbable, pero posible.

—Sigue —dijo el rey dios. Lo sabía todo sobre Lantano Garuwashi, y tampoco le preocupaban las hermanas. Había dispuesto en persona su actual crisis política.

—También parece que el Sa’kagé está mucho más afianzado y mejor dirigido de lo que creíamos. Sin duda es obra de ese nuevo shinga, Jarl. Creo que todo apunta a que ha puesto en marcha una nueva fase de...

—Jarl ha muerto —dijo Garoth.

—No puede ser. No he encontrado ningún indicio...

—Jarl lleva muerto una semana.

—Pero si ni siquiera han corrido rumores sobre ello, y con el nivel de organización que hemos descubierto... No lo entiendo —protestó Moburu.

—Ni falta que hace —replicó el rey dios—. Sigue.

Ja, Moburu ya no parecía tan confiado. Bien. Era evidente que deseaba hacer más preguntas, pero no se atrevía. Vaciló durante un momento, y luego continuó:

—Hay rumores de que Sho’cendi ha enviado una delegación para investigar lo que ellos llaman la supuesta amenaza khalidorana.

—¿Tus fuentes lo llaman «delegación»? —preguntó Garoth, con una fina sonrisa.

Moburu puso cara de incertidumbre, luego de enfado.

—Eh... Sí, y si los magos deciden que somos una amenaza, podrían regresar a Sho’cendi y volver con un ejército para la primavera, el mismo momento en que se materializarán todas nuestras demás amenazas.

—Esos delegados son magos de batalla. Seis magos de batalla hechos y derechos. Los sa’seuranos creen que han encontrado y perdido la espada de Jorsin Alkestes, Curoch. Creen que podría encontrarse aquí, en Cenaria.

—¿Cómo sabéis eso? —preguntó Moburu, estupefacto—. Mi fuente ocupa una posición inmediata al mismísimo Alto Sa’seurano.

—Me lo ha contado tu hermano —respondió el rey dios, complacido con el rumbo que tomaba la conversación. Volvía a estar donde le correspondía. Al mando. Vivo. Moviendo el mundo con la palanca de sus deseos—. Es uno de los delegados.

—¿Mi hermano?

—Bueno, no es tu hermano todavía. Pronto. Ya puedes imaginarte su
uurdthan
. Es algo más difícil que el tuyo.

Moburu encajó el insulto, y Garoth vio que calaba hondo.

—¿Debe recuperar Curoch? —preguntó.

Garoth le dedicó su sonrisa de labios finos. Vio que Moburu cavilaba. Un hijo que recuperase Curoch ocuparía un lugar de privilegio, de mucho poder. A decir verdad, una de las úlceras de Garoth se la había causado la preocupación por Curoch. Si cualquiera de sus hijos recuperaba Curoch, quizá no quisiera entregarla. Curoch le conferiría el poder suficiente para desafiar al propio Garoth. A Moburu se le ocurriría de inmediato. Sin embargo, Garoth ya tenía planes para ese caso. Muchos planes, desde los más sencillos, como sobornos y chantaje, hasta los más desesperados: un conjuro que en caso de muerte podría lanzar su consciencia al cuerpo del asesino. No se trataba de un hechizo que pudiera probarse con seguridad, de modo que lo mejor sería mantener la espada alejada de sus hijos.

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