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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (34 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Había un lugar y un momento para las prisas. «Al parecer son aquí y ahora.»

Capítulo 37

—O sea que vienes a ser un grano en el culo. ¿Por qué te adoptó Kylar? —preguntó Vi.

Llevaban en ruta una semana y, si bien Uly no era la mejor compañía del mundo, por lo menos resultaba más interesante que los caballos, los árboles y los pueblecitos que debían evitar. Vi no estaba conversando, sino recopilando mucha información. Kylar se acercaba para matarla.

—Lo hizo porque me quiere —respondió Uly, desafiante como de costumbre—. Algún día se casará conmigo.

Ya le había dicho cosas parecidas con anterioridad, que habían despertado de inmediato las sospechas de Vi, aunque, tras hacer unas cuantas preguntas que dejaron a Uly desconcertada, se dio cuenta de que sus sospechas eran infundadas. Kylar no era pedófilo.

—Sí, sí, lo sé. Pero no podía amarte antes de conocerte, ¿o sí? Dices que cuando te sacó del castillo fue la primera vez que lo viste.

—Al principio pensé que era mi verdadero padre —dijo Uly.

—Hum —musitó Vi, como si no estuviese muy interesada—. ¿Y quiénes son tus verdaderos padres?

—Mi padre se llamaba Durzo pero está muerto. Kylar no quiere hablar de él. Creo que mi madre es Mama K. Siempre me miraba raro cuando estuvimos en su casa.

Vi tuvo que agarrarse a la silla de montar para no perder el equilibrio. ¡Nysos, eso era! Sabía que Uly le recordaba a alguien. ¡Era la hija de Durzo y Mama K! Con razón la habían ocultado. Eso también explicaba por qué la había adoptado Kylar.

Por algún motivo inexplicable, la idea le dolió. No se imaginaba adoptando a uno de los bastardos de Hu. A decir verdad, no se imaginaba a Hu preocupado por ninguno de ellos. De repente Uly era el doble de valiosa para el rey dios. Tenerla significaría controlar a Mama K.

Quizá eso bastaría para liberar a Vi de sus garras, aunque ella lo dudaba mucho. El rey dios recompensaba bien a sus sirvientes. Le permitiría entregarse hasta la saciedad a cualquier vicio que tuviese. Le daría oro, ropa, esclavos, todo lo que quisiera. Pero jamás le concedería la libertad. Había demostrado ser demasiado valiosa para liberarla.

Cuanto más descubría Vi sobre Kylar, más desesperaba. Necesitaba que Uly hablase, porque debía saber tanto como fuera posible sobre su enemigo. Su única fuente de información era una niña de doce años enamorada del sujeto, pero a Vi se le daba bien separar la verdad de la opinión. Con todo, Kylar parecía cada vez un hombre más... ¡joder!

No quería volver a pensar en aquello. Solo la hacía sentirse peor. Maldita fuera esa ruta. Maldito ese largo viaje. Una semana más y podría lavarse las manos del asunto. Quizá ni siquiera esperase al día de la paga, por mucho que se la mereciera. Dejaría a la niña con una nota que explicara lo que había hecho y desaparecería. Había matado a Jarl. Entregaría a Kylar y a Mama K al rey dios. Seguro que él no malgastaría sus recursos mandando alguien tras ella. Aunque lo hiciera, no la perseguiría con la misma furia que si lo hubiese traicionado. Podía desaparecer. Solo había un puñado de personas a las que temiera, y todas eran demasiado valiosas para que las enviaran a por ella.

Una era Kylar, pero no sobreviviría durante mucho tiempo. Puede que hubiese matado a Roth Ursuul, a treinta montañeses de élite y a varios brujos (Uly parecía saber mucho al respecto), pero jamás sobreviviría al rey dios.

Vi se dirigiría a Seth, a Ladesh o al interior de las montañas de Ceura, donde su pelo rojo no llamaría tanto la atención. No volvería a abrirse de piernas para ningún hombre, y jamás aceptaría otro encargo. No sabía qué aspecto tenía una vida normal, pero se concedería tiempo para descubrirlo. Después de lo que tenía entre manos.

Sacó el trozo de papel que se había llevado de la casa de Kylar y lo releyó:

Elene, lo siento. Lo he intentado. Juro que lo he intentado. Hay cosas que valen más que mi felicidad. Hay cosas que solo yo puedo hacer. Véndeselos al maestro Bourary y traslada la familia a una parte mejor de la ciudad. Siempre te querré.

—Oye, fea —dijo Vi—, ¿sobre qué discutían Elene y Kylar?

—Creo que era porque la cama no chirriaba.

Vi arrugó el entrecejo. ¿Qué? Entonces rompió a reír.

—Bueno, es bastante normal. ¿Eso era todo?

—¿Por qué, qué significa? —preguntó Uly.

—Follar. Los hombres y las mujeres discuten sobre eso a todas horas.

—¿Qué es follar? —preguntó Uly.

De modo que Vi se lo explicó con pelos y señales, y Uly la escuchó cada vez más horrorizada.

—¿Duele? —preguntó.

—A veces.

—¡Suena asqueroso!

—Lo es. Es guarro, pegajoso, sudoroso, oloroso y asqueroso. A veces hasta te hace sangre.

—¿Por qué les dejan hacerlo las chicas? —preguntó la niña.

—Porque los hombres las obligan. Por eso discuten.

—Kylar no haría eso —objetó Uly—. Él no le haría daño a Elene.

—Entonces, ¿por qué discutían sobre ello?

Uly parecía enferma.

—Él no haría eso —insistió—. No lo haría. No creo que lo hiciesen nunca, de todas formas, porque la cama nunca chirriaba y la tía Mia decía que lo haría. Pero la tía Mia dijo que era divertido.

¿La cama nunca chirriaba?

—Da igual. ¿Solo discutían por eso? —preguntó Vi.

—Elene quería que vendiese su espada, la que Durzo le regaló. Kylar no quería, pero ella decía que eso demostraba que todavía deseaba ser un ejecutor. Pero no es verdad. Lo que él quería en realidad era estar con nosotras. Se enfadaba muchísimo cuando Elene decía eso.

De modo que también él quería dejarlo. A eso se refería en su nota al decir que lo había intentado. Había intentado dejarlo.

¡Nysos! Kylar quizá ni siquiera supiese que se había llevado a Uly. Vi no sabía si eso era bueno o malo. Explicaba por qué las había adelantado aquella mañana de niebla, eso sí. Debía de estar convencido de que ella regresaría a Cenaria lo más deprisa posible.

Varios centenares de pasos por delante, Vi observó que el bosque cambiaba. No, no cambiaba. Se transformaba tan de repente como si hubiesen partido la tierra con un hacha. En el lado más cercano, el bosque se parecía al que llevaban días recorriendo. Al otro lado, crecían unas secuoyas enormes. Debían de estar cerca de Vuelta del Torras. Eso no significaba mucho para Vi, pero daba la impresión de que resultaría más fácil cabalgar bajo aquellos grandes árboles. En una floresta tan vieja casi no había sotobosque.

Estaban a solo cincuenta pasos de las secuoyas cuando una mujer mayor salió de detrás de los árboles que tenían delante y a un lado. Parecía tan sobresaltada como la propia Vi. Sostenía en las manos una resplandeciente lámina de oro.

Oro resplandeciente solo podía significar magia. La mujer era maga.

—¡Alto! —gritó la vieja.

Vi echó atrás el cuerpo en la silla y le arrancó a Uly las riendas de su caballo. Cuando volvió a erguirse, clavó los talones y miró hacia la maga. La mujer corría con zancadas pesadas, torpemente... y no hacia Vi y Uly. Se alejaba corriendo del viejo bosque y había tirado a un lado la lámina de oro resplandeciente.

¿Qué demonios pasaba? Era extraño, pero no lo suficiente para apartar a Vi de su camino. En todo el mundo, las únicas personas a las que debía temer eran los ejecutores, los brujos y los magos.

Los caballos salieron disparados hacia el bosque y estuvieron a punto de tirar a Uly de la silla.

La maga se encontraba ya a solo treinta pasos de distancia, casi a su altura. Corrió unas zancadas más, y Vi podría haber jurado que la vio salir de algo parecido a una enorme burbuja casi invisible que cubría el bosque.

La mujer levantó las manos y habló. Algo crepitó y salió disparado hacia delante. Vi bajó el cuerpo tanto como pudo por el lado opuesto del caballo. Hubo un impacto cerca y Uly cayó de su montura.

Vi no perdió tiempo en mirar. Sacó un cuchillo arrojadizo de una funda que llevaba al tobillo y lo lanzó mientras volvía a ponerse derecha sobre la silla. Era un lanzamiento largo, de veinte pasos y hacia un blanco que no veía antes de soltar el cuchillo, pero en realidad solo lo quería como distracción. Entonces miró atrás.

Uly estaba tumbada en el suelo, inconsciente.

No hubo vacilación. Una ejecutora no vacila. Una ejecutora actúa, aunque se trate de la acción equivocada. Vi no podía quedarse quieta, eso la convertiría en un blanco. Volvió a clavar los talones en los ijares del caballo. El animal cargó hacia delante...

Y acto seguido se derrumbó en el suelo, con las patas delanteras cercenadas.

Vi sacó los pies de los estribos. Aterrizaría hecha una bola, rodaría para apartarse del caballo, sacaría sus cuchillos... solo que el caballo cayó más deprisa de lo que se esperaba. Se estrelló con fuerza contra el suelo y se deslizó sobre su espalda y acabó rodando. Se golpeó la cabeza con una raíz dura como el hierro y vio chiribitas.

«¡Arriba, maldita seas! ¡Levanta!» Se incorporó sobre las manos y las rodillas e intentó ponerse en pie, con los ojos llorosos y un zumbido en la cabeza.

—Lo siento, no puedo permitir que lo hagas —dijo la mujer mayor. Daba la impresión de que hablaba en serio.

«No. No puede terminar así.»

La vieja rolliza alzó una mano y habló. Vi intentó echarse a un lado, pero no lo consiguió a tiempo.

Capítulo 38

Eran dos cortes pequeños. Uno a lo largo de las costillas, y otro a juego en el interior del brazo; ninguno profundo. El cuchillo había cortado piel, pero no músculo. Ni siquiera juntos eran nada que una venda limpia y un poco de aire fresco no pudiesen curar en unos días.

Sin embargo, en el Agujero nada estaba limpio y el aire fresco era solo un recuerdo.

Logan reconoció los síntomas, pero no podía hacer nada. Ya sentía frío y calor, temblores y sudores. Lo más probable era que no superase la fiebre. Después de todo el tiempo que había pasado en el Agujero, era una sombra de sí mismo. Las mejillas hundidas, los ojos brillantes, la cara esquelética y su alta figura reducida a piel y huesos.

Si sobrevivía, todavía podía empeorar, y lo sabía. Por mucha hambre que hubiese pasado, Logan aún no tenía la apariencia desnutrida y demacrada de quienes llevaban años en el Agujero. Su cuerpo se aferraba a su fuerza con una obstinación que le sorprendió. Sin embargo, eso a la fiebre le daba igual. Llevaría días, como mínimo, vencer a la calentura. Días de vulnerabilidad absoluta.

—Natassa —dijo—, háblame otra vez de la resistencia.

La hija pequeña de los Graesin parecía atribulada. No respondió. Miraba hacia el otro lado del orificio, donde Fin mascaba tendones para sumarlos a su cuerda.

—¿Natassa?

La chica se enderezó.

—Se mueven de un lado a otro. En el este hay una serie de tierras que los acogen, sobre todo... sobre todo las de los Gyre. Hasta los lae’knaught han ayudado.

—Cabrones.

—Cabrones que son enemigos de nuestro enemigo.

Lo dijo tal y como lo había dicho antes. Maldición, ya lo había dicho antes, ¿verdad?

—¿Y cada vez somos más?

—Cada vez somos más. Llevamos un tiempo haciendo incursiones, pequeños grupos que van y hacen lo que pueden para infligir daño a los khalidoranos, pero mi hermana todavía no nos deja intentar nada más ambicioso. El conde Drake ha colocado informadores para nosotros en todas las aldeas del este de Cenaria.

—¿El conde Drake? Espera, eso ya te lo había preguntado, ¿no?

Natassa no respondió. Aún tenía la mirada fija en Fin, que había matado a cuatro de los recién llegados en los últimos tres días. ¿Tres días? ¿O habían pasado ya cuatro?

El conde Drake formaba parte de la resistencia. Era una noticia estupenda. Logan no sabía si había logrado sobrevivir.

—Me alegro de que Kylar no lo matase a él también —dijo Logan.

—¿A quién? —preguntó Natassa.

—Al conde Drake. Me traicionó. Él es el motivo de que esté aquí abajo.

—¿El conde Drake te traicionó? —preguntó Natassa.

—No, Kylar. Vestido todo de negro y haciéndose llamar el Ángel de la Noche.

—¿Kylar Stern es el Ángel de la Noche?

—Todo el tiempo estuvo trabajando para Khalidor.

—No, no es verdad. Si hay una resistencia es gracias al Ángel de la Noche. Yo estuve allí. Nos llevaron a todos al jardín y él nos salvó. Terah le ofreció lo que quisiera a cambio de que nos acompañase fuera del castillo, pero a él solo le preocupabas tú. Nos dejó para intentar salvarte, Logan.

—Pero él... él mató al príncipe Aleine. Fue él quien empezó todo esto.

—La duquesa de Jadwin mató a Aleine de Gunder. Ha recibido una porción de sus tierras como recompensa.

No parecía posible. Después de que se lo arrebataran todo, Natassa le estaba devolviendo a su mejor amigo. Cuánto había echado de menos a Kylar.

Logan se rió. Quizá fuera la fiebre. Quizá se imaginaba que Natassa había dicho aquello por lo mucho que deseaba oírlo. Estaba tan enfermo que todo su universo era dolor. Todo estaba borroso, muy borroso. Temió empezar a balbucear como una niña pequeña.

—¿Y Serah Drake? ¿Ella también estaba con vosotros? ¿Forma parte de la resistencia? ¿Kylar la salvó? —preguntó Logan. Eso ya lo había preguntado, ¿no era así?

—Está muerta.

—¿Su... sufrió? —Eso no se había atrevido a preguntarlo antes.

Natassa bajó la vista.

Serah. Su prometida, no hacía tanto. Se antojaba parte de otra vida. De otro mundo. Él la había amado una vez, o había creído amarla. ¿Cómo podía haberla amado cuando apenas le había dedicado un pensamiento en todo el tiempo que llevaba allí abajo?

Serah le había sido infiel. Se había acostado con su amigo, el príncipe Aleine de Gunder, cuando nunca se había acostado con él, el hombre al que afirmaba amar. ¿Era ese el motivo? ¿Su traición había apagado sus sentimientos por ella? ¿O tal vez no había llegado a amarla nunca?

En su noche de bodas había pensado que por fin empezaba a comprender el amor.

«Todo aquel que se encapricha cree que entiende el amor.» Pero Logan no podía evitarlo. Lo que había sentido por Jenine de Gunder, la chica de quince años que antes había considerado tan joven e inmadura para él, le había parecido amor. Quizá se la habían arrebatado sin darle tiempo a conocer sus defectos, pero Jenine de Gunder... Jenine de Gyre, su esposa, aunque hubiese sido solo durante unas trágicas horas, era la mujer que no se había quitado de la cabeza. Había soñado con ella en los momentos previos a que el sueño cediera a la dura piedra, el cruel hedor, los aullidos y el calor del Agujero: su sonrisa sensual, sus ojos brillantes, sus curvas doradas a la luz de la vela tal y como la había visto una sola vez, tan fugaz, antes de que los soldados khalidoranos irrumpieran en la habitación, antes de que Roth le rajase la garganta.

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