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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (69 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Entonces la hoja de ka’kari de Kylar descendió una vez más hacia su cabeza.

Logan hundió su espada en la barriga del trol y la criatura se tambaleó hacia atrás. Cayó de rodillas como si de repente hubiese perdido toda la coordinación. Logan retrocedió de un salto y evitó por los pelos que lo aplastara. No estaba seguro de lo que acababa de suceder, pero no parecía que la reacción del trol fuese la correcta. Logan lo había visto encajar heridas peores sin inmutarse siquiera.

Las miradas de ambos ejércitos estaban puestas en Logan y la bestia. Le dio otra estocada, y una tercera, pero las heridas se cerraron en cuando salió la espada.

Mientras seguía de rodillas, las placas que cubrían la mayor parte del estómago de la bestia se deslizaron hacia los lados, con un gorgoteo y un chirrido como los de una nariz al romperse, pero repetidos cien veces. Por el hueco abierto entre las placas, algo apretó contra la piel, ondeando y formando bultos. Al cabo de otro segundo, se dibujó una forma. Sobresaliendo de la barriga del trol, como un bajorrelieve viviente, había una mujer. Movió la cara y apareció una boca.

—No puedo impedirlo, Rey. Qué hambre. Igual que en el Agujero. No puedo parar, Rey. Mira lo que han hecho conmigo. No me deja matarme, Rey. Qué hambre. Como el pan. Qué hambre.

—¿Lilly? Creía que era Garoth —dijo Logan.

—Se ha ido. Ha muerto. Dime qué debo hacer, Rey. No puedo pararme. Tengo tanta hambre que me devora.

Logan constató que, incluso en el breve lapso desde que la cara de Garoth Ursuul había asomado a su piel, el trol se había encogido. Estaba devorando su propia carne. Logan tenía que hacer algo rápido. No podían matarlo. La bestia curaba sus heridas sin siquiera pensarlo de modo consciente, y la forma de Lilly ya estaba perdiendo definición.

—Lilly —dijo Logan—. Lilly, escúchame.

Ella recobró el control, y su forma asomó una vez más, aunque en esa ocasión sin boca.

—Lilly, cómete a los khalidoranos. Cómetelos y corre a las montañas. ¿Vale?

Pero Lilly había desaparecido. Las placas volvieron a su sitio con un chasquido y el trol se puso en pie con movimientos pesados. Fijó sus ojos en Logan y alzó la guadaña, desvanecido todo vestigio de Lilly.

Logan caminó derecho hacia él.

—Querías arreglar las cosas, ¿verdad, Lilly? ¿Te acuerdas, Lilly? —preguntó Logan, esperando atraerla de nuevo con el sonido de su nombre—. ¿Quieres ganarte tu indulto, Lilly? ¿Soy tu rey o no? —El ferali parpadeó y se quedó quieto. La voz de Logan adquirió una autoridad que nunca había sabido que tuviese, y, señalando a los khalidoranos, gritó—: ¡VE! ¡MÁTALOS! ¡TE LO ORDENO!

El ferali parpadeó varias veces. Después, en un movimiento más rápido que cualquiera que hubiese hecho Garoth dentro de él, golpeó con un brazo a los khalidoranos que tenía detrás. Logan se volvió y vio miles de ojos fijos en él con expresiones de incredulidad.

Logan de Gyre, el hombre que ordenó a un ferali que parase y fue obedecido.

La batalla había llegado a un punto muerto. Khalidoranos y cenarianos estaban cerca pero no combatían. El ferali, que a esas alturas medía ya por lo menos diez metros, concentraba toda la atención. No se giró. Sencillamente se volvió gelatinoso por un momento y luego lo que había sido su parte delantera pasó a ser la trasera, de tal modo que quedó de cara a las tropas khalidoranas.

Una bola de fuego trazó un arco desde un meister y rebotó contra su piel sin dejar huella. Diez más la siguieron sin causar tampoco el menor daño. Acto seguido lo alcanzó un rayo que apenas dejó una marca negra en su pellejo. El ferali se agazapó y flexionó todos los músculos de su cuerpo. Todas las armas y piezas de armadura que Garoth había incorporado a la bestia salieron despedidas en todas direcciones: petos, cotas de malla, lanzas, espadas, martillos de guerra, dagas y cientos de flechas cayeron al suelo con estrépito formando un gran círculo.

Un homúnculo blanco resplandeciente salió disparado de las filas khalidoranas y se adhirió al ferali. En una línea recta entre el vürdmeister y el homúnculo, el aire pareció distorsionarse como si todo lo que se viera a través de él fuese el reflejo de un espejo combado. La franja de aire que terminaba en el ferali burbujeó.

A diez pasos del monstruo, la distorsión del aire se desgarró con un fogonazo rojo. La sierpe del abismo atacó. Sin embargo, su boca de lamprea se cerró sobre el aire vacío. El ferali era increíblemente rápido. La sierpe del abismo se retorció, y su cuerpo de piel llameante negra y roja se adentró más en la realidad, doce metros, dieciocho... parecía no tener fin.

Logan oyó un tintineo de armas caídas al suelo, soltadas por las manos laxas de quienes veían luchar a los dos titanes.

Sin embargo, la batalla solo duró un golpe más. La sierpe del abismo volvió a fallar, y el ferali no. Un puño enorme aplastó la cabeza de la sierpe, cuyo cuerpo restalló como un látigo hacia las líneas khalidoranas que tenía detrás. Se desintegró en trozos negros y rojos que, sin sangrar, chisporrotearon en el suelo como gotas de agua en una sartén caliente; se convirtieron en humo verde con un siseo y desaparecieron.

El ferali se volvió hacia las filas khalidoranas e hizo brotar una docena de brazos de su cuerpo. Empezó a agarrar soldados como un niño codicioso haciendo acopio de dulces.

Entonces los hombres de ambos bandos se acordaron de la batalla. Los cenarianos recordaron sus armas y los khalidoranos, sus talones. Arrojaron las armas y los escudos para correr más deprisa.

Se elevó un griterío mientras los khalidoranos rompían filas en torno al ferali. Logan no podía creérselo. Era demasiado improbable para aceptarlo.

—¿Quién queréis que vaya tras ellos? —preguntó el general Agon. Él y un ensangrentado duque de Wesseros habían aparecido de la nada.

—Nadie —dijo Logan—. Ella no puede distinguir entre amigos y enemigos. Nuestra batalla ha terminado.

—¿Ella? —preguntó el duque de Wesseros.

—No preguntéis.

Agon se alejó a lomos de su caballo gritando órdenes, y Logan se volvió hacia el hombre que lo había derribado de su montura. No lo reconocía.

—Me has salvado la vida. ¿Quién eres? —preguntó Logan.

La mujer sethí que había estado pegada a su costado durante la batalla entera, Kaldrosa Wyn, se adelantó.

—Mi señor, este es mi marido Tomman —dijo, ferozmente orgullosa.

—Eres un hombre valiente, Tomman, y no disparas nada mal. ¿Cómo puedo recompensarte?

Tomman alzó la vista e, inexplicablemente, sus ojos brillaban.

—Ya me habéis dado más de lo que merezco. Me devolvisteis mi amor, mi señor. ¿Qué hay más precioso que eso? —Tendió la mano, y su mujer la cogió.

Las filas cenarianas se reagruparon en el cuadro más concentrado que los generales pudieron conseguir y se limitaron a comtemplar la matanza de sus enemigos. No hubo retirada; fue una desbandada. El resto del círculo se rompió y los hombres arrancaron a correr en todas direcciones. El ferali los hacía pedazos. Se convirtió en una serpiente y arrolló rodando a secciones enteras de la línea, cuyos hombres se quedaban pegados a su cuerpo, gritando. Después fue un dragón. Siempre conservaba docenas de manos. Siempre era rápido y terrible. Se elevaban unos gritos lastimosos por todas partes y los hombres arremetían unos contra otros llevados por el pánico. Algunos se agacharon tras los muretes de piedra, otros se acurrucaron a la sombra de alguna roca y otros se encaramaron a los árboles que rodeaban el campo de batalla, pero la criatura era meticulosa en su ferocidad. Recogía a hombres de todas partes, estuviesen vivos o muertos, heridos o fingiéndose muertos, escondidos o combatiendo... y los devoraba.

No todos los khalidoranos huyeron. Algunos dieron media vuelta y lucharon. Algunos reunieron a sus camaradas y atacaron con más valor del que los cenarianos habrían creído posible, tal vez más del que habrían demostrado ellos mismos. Sin embargo, ante semejante horror, el valor resultaba irrelevante. Los bravos y los cobardes, los nobles y los plebeyos, los buenos y los malos morían por igual. Los cenarianos lo observaban con la boca abierta, sin olvidar ninguno que las víctimas de la carnicería habrían debido ser ellos. Las pocas veces que un cenariano vitoreaba aquí o allá, nadie le hacía coro. El ferali arremetía a un lado y a otro, sin atrapar a todos los grupos de hombres pero cazando a la mayoría, y siempre, siempre cambiando de dirección para alejarse de las filas cenarianas, como si temiera la tentación de acercarse demasiado a ellas.

Al fin, después de devorar al último grupo lo bastante nutrido para merecer su tiempo, el ferali huyó hacia las montañas. Cenaria estaba bendita o tenía mucha suerte, o bien Lilly controlaba mejor el ferali de lo que Logan había esperado, porque se encaminó en una dirección en la que no encontraría aldeas durante ciento cincuenta kilómetros.

En el silencio, alguien lanzó un grito de júbilo. Durante un momento, flotó solo en el aire. Logan había recibido un nuevo caballo y, montado, se volvió y fue de nuevo consciente de que tenía mil ojos pendientes de él. ¿Por qué lo miraban todos?

Entonces alguien volvió a vitorear y la idea caló en la conciencia de Logan: habían ganado. De algún modo, contra todo pronóstico, habían ganado.

Por primera vez en meses, Logan sintió que su boca se curvaba en una sonrisa. Eso desencadenó una marea y, de repente, nadie podía dejar de sonreír, de gritar o de dar golpes en la espalda a sus vecinos. Ya no importaba bajo la bandera de qué noble habían luchado. Los Perros de Agon abrazaban a los reclutas de la ciudad de Cenaria: antiguos ladrones y antiguos alguaciles felicitándose como amigos. Los nobles y los campesinos se agarraban de los brazos y gritaban juntos. Los maltrechos lazos que mantenían unido el país parecían reformarse ante los mismos ojos de Logan, que contemplaba al apiñado ejército. Habían ganado. Los costes habían sido gravosos, pero habían plantado cara al poder de un monstruo y la magia de un dios, y habían ganado.

Empezó a elevarse un grito por encima del sonido de las espadas y las lanzas que aporreaban rítmicamente los escudos.

—¿Qué dicen? —gritó Logan a Agon, aunque, en el momento mismo de preguntarlo, distinguió las palabras, coreadas al compás de cada golpe de espada en el escudo.

—¡REY GYRE! ¡REY GYRE! ¡REY GYRE!

Era audaz; era traición; era hermoso. Logan buscó a Terah de Graesin con la mirada a través de la multitud. No estaba a la vista en ninguna parte. Y entonces sí sonrió de oreja a oreja.

Capítulo 72

El dios muerto cayó como un saco de trigo. Vi estaba temblando, pero no parecía dañada por el vir que la había envuelto. Kylar contempló el cadáver de Garoth Ursuul, incrédulo.

Su destino estaba muerto en el suelo y él no lo había matado.

El Lobo había cumplido su parte del acuerdo: Kylar estaba vivo. Pero algo parecía diferente. Vi lo miraba, todavía estremeciéndose de la emoción, con las lágrimas aún tibias sobre las mejillas. Kylar alzó la vista y leyó pasmo y miedo en todas las líneas de su cuerpo... ¿junto con un atisbo de esperanza?

«¿Qué demonios? ¿Desde cuándo puedo ver lo que siente una mujer?»

Vi estaba manchada de la sangre del rey dios. Era invisible sobre el fondo de su ropa oscura de ejecutora, pero había algo terrible en ver motas de líquido rojo salpicando su escote.

Kylar la miró. Estaba tan afligida que le entraron ganas de cogerla en sus brazos. Necesitaba que la amara, que la sacase del valle de muerte que era el camino de las sombras. Él ahora conocía la salida. Era el amor. Irían a buscar a Uly, y Vi y él recorrerían juntos ese camino...

«¿Vi y yo?»

La chica abrió mucho los ojos, presa del miedo y los remordimientos. Estaba sollozando. Por una fracción de segundo Kylar quiso entenderlo, pero entonces alzó despacio los dedos hasta su oreja. Había un pendiente, un aro perfecto sin abertura, y estaba inmerso de una magia tan potente que la sentía en la punta de los dedos.

—Lo siento mucho —dijo Vi, retrocediendo—. Lo siento mucho. Era la única manera.

Se volvió y Kylar vio su último regalo a Elene, el voto de amor por el que había vendido su herencia, centelleando en la oreja de Vi.

—¿Qué has hecho? —gritó.

Su ira, amplificada por el pendiente, alcanzó a Vi. Sintió sus remordimientos, su terror, su confusión, su desesperación, el odio hacia sí misma y... infiernos, ¿su amor? ¡Amor! ¿Cómo se atrevía a amarlo?

Vi huyó. Kylar no la siguió. ¿Qué haría si la atrapaba?

La chica salió como una exhalación por la puerta principal del salón del trono, y los guardias la miraron alejarse, atónitos. Se volvieron y vieron a Kylar plantado sobre el cuerpo del rey dios.

Después llegaron los pitidos, las alarmas, las cargas de los montañeses y los cánticos de los meisters. Kylar se alegró de contar con la distracción que le ofrecía la batalla. Emborronaba un futuro que nunca contendría a Elene. Reclamaba toda su atención. Con una sola mano, matar por una vez suponía un desafío.

Lantano Garuwashi no podía dejar de tocar la Espada del Cielo, aunque por supuesto la mantenía envainada. Cuando un sa’ceurai desenfundaba su espada, no la envainaba sin haberle dejado saborear sangre antes. Cuando cayó la noche, sus hombres cubrieron la entrada de la cueva para que los cenarianos que celebraban la victoria no vieran sus hogueras. Después de hablar con el espía recién regresado del campamento de los vencedores, Garuwashi se subió a una cornisa.

A la luz de las fogatas, los ojos de sus hombres resplandecían con el brillo del destino. Habían presenciado maravillas negadas a los padres y abuelos que les habían precedido. La Espada del Cielo había regresado.

Garuwashi empezó sin preámbulos, como tenía por costumbre.

—Los cenarianos no han ganado esta batalla. Esa criatura la ha ganado por ellos. Esta noche, beberán. Mañana, empezarán a dar caza a los khalidoranos dispersos. ¿Queréis saber qué haremos nosotros mientras estos bufones espantan moscas?

Los hombres asintieron. Tenían la Espada del Cielo. Seguían a Garuwashi. Eran invencibles.

—Esta noche, reuniremos uniformes de los khalidoranos muertos. Al amanecer, atacaremos y causaremos las bajas suficientes para enfurecer a los cenarianos. Atraeremos a su ejército hacia el este, siempre escapando de entre sus manos por los pelos. Dentro de tres días, llegará aquí el grueso de nuestro ejército. Dentro de cinco, tomará la indefensa ciudad de Cenaria. Dentro de un mes, este país será nuestro. En primavera, regresaremos a Ceura y les presentaremos a su nuevo rey. ¿Qué decís?

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