Al Oeste Con La Noche (24 page)

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Authors: Beryl Markham

BOOK: Al Oeste Con La Noche
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Cuando sólo llevaba un mes a cargo de la avioneta, Ruta ya se había rodeado de un pequeño grupo de somalíes, amigos nandi y chavales kikuyu, a los cuales llevaba más o menos pegados a sus talones y sospecho que a sus palabras. Estaba por encima de toda condescendencia, pero nunca dejó de pavonearse. En cualquier caso el orgullo adquirido por su nuevo trabajo era totalmente genuino. Y sin embargo, incluso frente al ambiente materialista y tan cínico de Nairobi su integridad espiritual se mantuvo firme. Jamás abandonó las creencias de su niñez y creo que éstas nunca lo abandonaron a él.

Antes de que Tom dejara la Wilson Airways para volar para Lord Furness, en Inglaterra (y después para el Príncipe de Gales) solíamos encontrarnos por las noches, frente a una copa o una cena, y hablar de nuestros vuelos o de miles de temas. Por aquel entonces yo trabajaba por mi cuenta, llevaba correo, pasajeros, provisiones para safaris, o cualquier cosa que debiera transportarse, y Tom seguía trabajando y sudando como Embajador del Progreso en el interior.

Con frecuencia salíamos del aeródromo de Nairobi justo después del alba, Tom tal vez con destino a Abisinia y yo al Sudán Anglo-Egipcio, Tanganika, Rodesia del Norte, o a cualquier otro sitio donde me pegaran por ir. A veces pasaban dos o tres días antes de volver a vernos y entonces teníamos mucho para contarnos. En tales ocasiones recuerdo a Arab Ruta sirviendo las bebidas o la cena con escaso entendimiento del inglés, pero revoloteando por la mesa, no como un criado, ni siquiera como un amigo, sino como un animado dios lar, tan bronceado, tan omnisciente y tan profundo.

Por extraño que parezca, Ruta -el nandi murani- y Tom Black -el aviador inglés- tenían una peculiar cualidad en común. Vagamente podría denominarse un sentido premonitorio. Tom no era aficionado a la revelación de la psique y Ruta -hijo de África o no- no era discípulo de la magia negra, pero, sin embargo, cada uno de ellos era sensitivo y poseía un conocimiento de las cosas futuras siempre y cuando éstas fueran a afectarles directamente. Recuerdo todavía uno de estos casos con una frecuencia perturbadora.

La mayor parte de los que vivían en Kenia en aquellos tiempos o viven todavía allí recuerdan a Denys Finch-Hatton. En realidad en todo el mundo hay gente que le recuerda porque era del mundo y de su cultura, aunque supongo que el hecho de haber asistido a Eton y Oxford pueden demostrar otra fuente más concreta.

Sobre Denys ya se ha escrito antes y se escribirá de nuevo. Si no se ha dicho ya, alguien dirá que era un gran hombre que nunca alcanzó la grandeza, y esto no sólo será trivial, sino falso: era un gran hombre que nunca alcanzó la arrogancia.

Yo tenia unos dieciocho años cuando lo conocí, pero él llevaba ya varios años en África -al menos de forma intermitente y se había labrado una reputación como uno de los cazadores blancos más capacitados. En los círculos atléticos británicos todavía se recuerda su constitución física.

Como jugador de cricket era el primero. Era un erudito de profundidad casi clásica, pero con menos pedantería que un muchacho sin instrucción. Había veces en que Denys, como todos los hombres cuyas mentes han abarcado entre otras cosas las debilidades de sus especies, experimentaba momentos de misantropía; podía desesperarse con los hombres, pero encontrar poesía en un campo de rocas.

Con respecto al atractivo, sospecho que Denys lo inventó, pero con un significado un tanto diferente, incluso en su primer día. Era un atractivo de intelecto y fuerza, de intuición rápida y humor volteriano. Su forma de recibir el día del juicio habría sido con un guiño y creo que así lo hizo.

La historia de su muerte es muy simple, pero demuestra para mi satisfacción personal la verdad de unas palabras dedicadas a su memoria que aparecieron en el Times de Londres: Algo más debe salir de una persona tan fuerte y entregada; y, en cierto modo, salió....

Lo que salía de él, si emanar no es la mejor palabra, era una fuerza que comportaba inspiración, desplegaba confianza en la dignidad de la vida e incluso a veces daba personalidad al silencio.

Volaba con él frecuentemente en el avión que se había traído en barco desde Inglaterra y al cual le había añadido un pequeño núcleo de alas, aletas y ruedas frágiles en el aeródromo de Nairobi.

El avión de Denys era un Gipsy Moth. No hacía demasiado que había empezado a volar como para ser un experto, pero la capacidad con la que con tanta despreocupación se aplicaba a todo resultaba tan evidente en el aire como en uno de sus safaris, o en las sesiones celebradas por él para recitar a Walt Whitman en sus momentos más sombríos o quizá, más alegres.

Un día me pidió que me fuera con él a Voi y por supuesto le dije que sí. Por aquel entonces Voi presumía de ser una ciudad, pero apenas era una palabra bajo un techo de hojalata. Se extiende al sur, al sudeste de Nairobi en el corazón del país de los elefantes, un lugar seco en una bolsa de colinas aún más secas.

Denys dijo que quería intentar algo que nunca se había hecho antes. Dijo que quería ver si se podía ojear elefantes en avión; pensaba que en caso afirmativo los cazadores estarían dispuestos a pagar muy bien el servicio.

Me pareció una buena idea, incluso una idea escalofriante, y se lo hice saber a Tom un poco emocionada.

-Me voy con Denys a Voi. Quiere saber cómo pueden ojearse elefantes desde el aire y si sería posible mantener a una partida de caza más o menos en contacto con una manada en movimiento.

Tom estaba apoyado en un banco de trabajo del hangar recién construido de la Wilson Airways garabateando cifras en un trozo de papel. Archie Watkins, como sacerdote de los magos del motor, un hombre grande, rubio, tartamudo y con una veneración casi sagrada al himno de los pistones ronroneantes, dio los buenos días con una sonrisa a través de un bosque de cables y perros. Era un día para volar. El hangar abierto daba al aeródromo, a las llanuras y a un pedazo de cielo solitario de nubes.

Tom se metió el trozo de papel en la chaqueta de cuero que siempre llevaba puesta y asintió:

-Parece algo muy práctico hasta cierto punto. Encontraréis muchos más elefantes que sitios para aterrizar, una vez que los hayáis encontrado.

-Sí, seguro, pero merece la pena intentarlo. Las ideas de Denys siempre lo merecen. De cualquier forma sólo iremos a Voi y volveremos. Nada de aterrizajes violentos. Si la cosa funciona será una buena forma de vida. Cuando piensas en toda la gente que viene aquí a buscar elefantes y en todo el tiempo que emplean, y...

Ya lo sé -dijo Tom-, es una idea excelente.

Se apartó del banco, salió del hangar y miró el campo. Permaneció allí un minuto más o menos sin moverse y después volvió.

-Hazlo mañana, Beryl.

-¿Por el tiempo?

-No. El tiempo está bien. Sólo hazlo mañana, ¿lo harás?

-Supongo que sí, si tú me lo pides, pero no veo por qué.

-Ni yo -dijo Tom-, pero es así.

Y así fue. Volví a mi cabaña del Muthaiga y me dediqué a poner al día mi diario. Denys salió hacia Voi sin mí. Se llevó a su boy kikuyu y fueron primero a Mombasa, donde tenía una casa en la costa. Al aterrizar allí, un fragmento de coral astilló su hélice y telegrafió a Tom pidiéndole una pieza de repuesto.

Tom la envió con un mecánico nativo, a pesar de que Denys se había mostrado inexorable sobre el hecho de que no necesitaba ayuda. En cualquier caso la hélice se montó y un día más tarde Denys y el
boy kikuyu
despegaron de nuevo, dando marcha atrás hacia el interior, hacia Voi.

La noche en que llegaron allí, Tom y yo cenamos en el Muthaiga. No estuvo silencioso ni malhumorado, pero no se habló mucho de Denys. Tenía la impresión de que Tom había sido un poco estúpido por impedirme hacer el viaje. De todas formas hablamos de otras cosas. Tom pensaba volver a Inglaterra, pensamos en ello y hablamos juntos sobre ese tema.

Al día siguiente comí en mi cabaña. Arab Ruta cocinó como siempre, sirvió como siempre y actuó como siempre. Pero una hora después, mientras yo estaba trabajando en unos proyectos de navegación irrealizables, Ruta llamó a mi puerta. La llamada fue tímida y su aspecto era tímido cuando entró. Parecía una persona que tuviera muchas cosas en las que pensar y nada que decir, pero al final lo soltó.

-Memsahib, ¿has tenido noticias de Makanyaga?

Makanyaga era Denys. Para Arab Ruta, y para la mayoría de los nativos que conocían a Denys, era Makanyaga. Parecía un epíteto insultante pero no lo era. Significa pisotear. El bwana Finch-Hatton, según el razonamiento, puede pisotear a los inferiores con la lengua. Puede castigarlos con una palabra y ésa es una maravillosa habilidad.

Ciertamente lo era, aunque Denys raras veces la ponía en práctica con nadie excepto con aquellos cuyas pretensiones les marcaban al menos como a sus iguales. Y entonces la ponía en práctica con una generosidad libertina.

Cerré los libros.

-No, Ruta. ¿Por qué debería tener noticias de Makanyaga?

-No lo sé, Memsahib. Sólo me lo preguntaba.

-¿Hay algo nuevo?

Ruta se encogió de hombros.

-No he oído nada, Memsahib. Es posible que no sea nada. Se me ocurrió preguntarte, pero seguramente el bwana Black lo sabría.

El bwana Black lo supo muy pronto y yo también. Esa misma tarde un poco después estábamos sentados en la oficina de la Wilson Airways cuando telefoneó el comisario del distrito diciendo que Denys y el boy kikuyu habían muerto. Su avión despegó de la pista, dio dos vueltas y se lanzó de cabeza al suelo, donde se quemó. Nadie supo nunca por qué.

Tom me había impedido que realizara el viaje y Arab Ruta me había hecho una pregunta. Ellos lo supieron y yo me he preguntado cómo lo supieron. Y he encontrado la respuesta.

Denys era la piedra angular de un arco en el que las demás piedras eran otras vidas. Si una piedra angular tiembla, toda la curva del arco recibe el aviso y, si la piedra angular se rompe, el arco se derrumba, deja a las piedras secundarias amontonadas y, por un momento, carentes de diseño.

La muerte de Denys dejó algunas vidas sin diseño, pero, como las piedras, se construyeron de nuevo con otra forma.

XVI

MARFIL Y SANSEVIERIA

Un día, cuando el mundo fue muchos meses más viejo, lo cual significa siglos más viejo, el correo me trajo una carta de Tom. Se había marchado hacía tiempo a Inglaterra con un nuevo empleo y no había vuelto.

Tres veces hice el mismo recorrido de seis mil millas y cada una de ellas volví como vuelve la aguja de mi brújula a su meridiano magnético. No había ningún narcótico para la nostalgia o al menos ninguna cura definitiva, y mi Avian -mi pequeña VP-KAN compartía conmigo la sensación de vuelta al hogar propia de las palomas mensajeras.

En Kenia las cosas habían cambiado demasiado. Mi padre había vuelto del Perú y estaba de nuevo en África viviendo en una granja de mi propiedad, en Elburgon. No era como la granja de Njoro, pero hacía que el recuerdo de aquélla fuese más real, con el valle de Rongai y el bosque de Mau cerca de sus límites.

La vida adquirió una forma diferente; tenía ramas nuevas y algunas de las viejas habían muerto. Había seguido la pauta constante que siguen todas las vidas: destrucción y construcción.

Unas cosas pasaron, otras nuevas vinieron. La admiración de mis primeras horas de vuelo como novata se perdió entre los muchos cientos de horas que pasé sentada ante los mandos de mi avión para ganarme la vida. Un mes tras otro llevé el correo de las East African Airways, hasta que ese esfuerzo comercial optimista murió por sí solo y quedó enterrado bajo el éxito creciente de la Wilson Airways. Llevé pasajeros en todas direcciones y, dado que su número era superior al que se podía transportar, alquilé un avión con opción a compra -un Leopard Moth- y lo añadí a mi flota de uno solo.

Volaba en el Leopard cuando llevaba dos pasajeros. Cobraba un chelín por milla a cada persona y África tiene millas y millas. Por supuesto la tarifa era la misma cuando transportaba a un pasajero en la Avian y, entre los dos aviones, mis ingresos mensuales ascendían a unas sesenta libras esterlinas.

Durante algún tiempo pensé que no estaba nada mal, pero cinco veces más era mejor. Setenta y cinco libras al mes y tres libras por cada hora de vuelo era mejor. No me importó que nadie más quisiera el trabajo. La vida en sí podía ser mejor y así la había hecho.

¡Elefantes! ¡Safaris! ¡Caza! Denys Finch-Hatton me había dejado una herencia de emociones, una liberación de la rutina, un pasaporte hacia la aventura. Podían ojearse elefantes desde el aire.

Denys lo había pensado, yo lo había probado y Tom me decía que no lo hiciera. Ésta es su carta:

The Royal Aero Club

119 Picadilly

Londres, W 1.

Querida Beryl

Acabo de llegar de las carreras de Newmarket y me encuentro tu última carta esperándome en el Club. Me preocupa mucho saber que has estado tan enferma, pero confío en que ahora te encuentres totalmente recuperada. Quizá te estás excediendo, desgastando demasiado tus nervios... has de estar capacitada para aceptar el trabajo sin riesgo, normal, sano y aburrido de todos los días, el cual requiere una cabeza equilibrada y un razonamiento continuo.

En realidad todo esto es para decirte que si tienes una pizca de sentido común, no deberías convertir en hábito el ojeo de elefantes en el país de los elefantes. Los problemas financieros pueden reducirse con uno o dos safaris, pero el hacerlo de manera continuada es una verdadera locura, una pesadez y algo terriblemente peligroso.

No me harás caso, pero de cualquier forma me alegro de que la Avian sea como un criado fiel.

Sólo espero que siga funcionando al ralentí y sirviéndote con lealtad mientras la necesites...

No tengo muchas ganas de meterme de nuevo en el trabajo. Duke está en el Sur de Francia y desde hace mucho no tengo noticias suyas. Quiero una oportunidad para hacer polvo el récord del Cabo, pero es difícil hacer dinero con este tipo de vuelos, a no ser que les vendas la camisa y el alma a los publicistas, cosa que no tengo intención de hacer...

¿Recibiste las piezas de repuesto a tiempo? Telefoneé a Avros para leerles tu telegrama y me dijeron que se pondrían con el pedido inmediatamente...

Olvídate del ojeo de elefantes, no merece las oportunidades que puedes aprovechar. Buena suerte. Con todo cariño:

TOM

Por telegrama (el mismo día):

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