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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (13 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—De ahí su degradación a camarero de una cafetería.

—¡Exacto!

—¿Cómo lo solicito?

—En Goliathpolis hemos abierto un Disculpatorio; puede tomar la conexión gratuita desde el gravepuerto de Tarbuck. Allí le indicarán qué hacer.

—Paz armoniosa, ¿eh?

—La paz es la característica destacada de Goliath, señorita Next. Simplemente rellene el formulario y hable con uno de nuestros disculpadores. ¡Estoy seguro de que recuperará a su esposo en un periquete!

Cogí el café con extra de crema y el café con leche y me senté junto a la ventana, mirando en silencio el edificio de OpEspec. Hamlet notó mi inquietud y se enfrascó en la lista de cosas que le quería decir a Ofelia pero que no creía poder decirle y luego en otra lista de cosas que debía decirle pero que no le diría. Luego hizo una lista de todas las listas que había preparado para Ofelia y, finalmente, redactó una carta de agradecimiento para sir John Gielgud.

—Voy a ocuparme de unos cuantos detalles —dije al cabo de un rato—. No te muevas de aquí y no le cuentes a nadie quién eres en realidad. ¿Lo comprendes?

—Sí.

—¿Quién eres?

—Hamlet, príncipe de… es una broma. Soy tu primo Eddie.

—Bien. Y tienes crema en la nariz.

6 Operaciones Especiales

La Red de Operaciones Especiales era la agencia encargada de áreas demasiado especializadas para confiárselas a las fuerzas regulares. Había más de treinta departamentos de OpEspec. OE-1 los controlaba todos, OE-12 era la CronoGuardia y OE-13 se ocupaba de las especies creadas mediante ingeniería genética. OE-17 era Eliminación de Vampiros y Hombres Lobo y OE-32 Control de Horticultura. Yo había pertenecido a OE-27, Detectives Literarios. Diez años autentificando a Milton y persiguiendo obras falsificadas de Shakespeare. Tras mi trabajo dentro de la ficción, todo me resultaba un poco insulso. En Jurisficción podía atrapar a un caballo encabritado; el trabajo de detective literario se parecía más a deambular por un inmenso campo con un ronzal y la fotografía de una zanahoria.

THURSDAY NEXT,

Diarios privados

Empujé para abrir la puerta de la comisaría y entré. Era un edificio compartido con las fuerzas regulares de Swindon, algo más cochambroso de lo que recordaba. Las paredes estaban pintadas del mismo verde desagradable y percibía el ligero aroma a col hervida procedente del comedor del segundo piso. En realidad, mi estancia allí a finales del 85 no había sido tan larga; gran parte de mi carrera en OpEspec había transcurrido en Londres.

Me acerqué al mostrador principal, esperando ver al sargento Ross. Lo habían reemplazado por alguien que parecía demasiado joven para ser agente de policía y más aún sargento de atención al público.

—He venido a recuperar mi trabajo —anuncié.

—¿Y era?

—Detective literario.

Se rio. «Qué desagradable», pensé.

—Tendrá que ver al comandante —respondió, sin apartar la vista del libro sobre el que garabateaba—. ¿Nombre?

—Thursday Next.

Lentamente se hizo el silencio en la sala, empezando por los que tenía más cerca y abriéndose paso hacia fuera con mi nombre susurrado como si fuese una onda en un lago. A los dos segundos me miraban fijamente al menos dos docenas de policías y agentes de OpEspec, un par de imitadoras de Gaskell y un doble de Coleridge. Con una sonrisa avergonzada fui pasando los ojos de un rostro inexpresivo a otro, intentando decidir si salir corriendo, luchar o qué. El corazón se me aceleró al ver que un joven agente que tenía cerca se llevaba la mano al bolsillo de la camisa y sacaba… un cuaderno.

—Por favor —dijo—, ¿podría firmarme un autógrafo?

—Por supuesto.

Suspiré aliviada y pronto me daban golpes en la espalda y me felicitaban por la aventura de
Jane Eyre.
Me había olvidado de lo de ser famosa, aunque también vi que había otros agentes presentes a los que les interesaba por otra razón: OE-1, probablemente.

—Tengo que ver a Bowden Cable —dije al sargento, al comprender que si alguien podía ayudarme era mi antiguo compañero. Sonrió, descolgó el teléfono, comunicó mi presencia y me dio un pase de visitante, para luego decirme que fuese a la sala de interrogatorios dieciséis del tercer piso. Di las gracias a mis nuevos conocidos, fui hasta el ascensor y subí al tercero. Cuando las puertas se abrieron con estruendo, caminé apresuradamente hacia la sala dieciséis. A medio camino me interceptó Bowden, quien me agarró del brazo y me llevó a un despacho vacío.

—¡Bowden! —dije feliz—. ¿Cómo estás?

No había cambiado mucho en los últimos dos años. Iba escrupulosamente aseado y vestía su habitual traje de rayas, pero sin la chaqueta, por lo que seguramente se había apresurado a reunirse conmigo.

—Estoy bien, Thursday, muy bien. Pero ¿dónde demonios has estado?

—He estado…

—Me lo cuentas más tarde. ¡Gracias a la DEG que te he encontrado primero! No nos queda mucho tiempo. ¡Cielos! ¿Qué te has hecho en el pelo?

—Bien, Juana de…

—Me lo cuentas más tarde. ¿Sabes de Yorrick Kaine?

—¡Claro! Estoy aquí para…

—No hay tiempo para explicaciones. No te tiene en buena estima. Tiene un consejero personal, llamado Ernst Stricknene, que nos llama todos los días para preguntar si has vuelto. Pero esta mañana… ¡no nos ha llamado!

—¿Y?

—Así que sabe que has vuelto. Además, ¿por qué te interesa tanto el canciller?

—Porque es ficticio y quiero llevarle de vuelta al MundoLibro, donde pertenece.

—Me reiría si eso me lo dijese alguien que no fueses tú. ¿Es cierto de veras?

—Tan cierto como que estoy aquí de pie.

—Bien, tu vida corre peligro, eso es todo lo que sé. ¿Has oído hablar de una asesina llamada…?

—¿La Revendedora?

—¿Cómo lo sabes?

—Tengo mis fuentes. ¿Alguna idea de quién realizó el encargo?

—Bien, ha matado a sesenta y siete personas… sesenta y ocho si también se encargó de Samuel Pring… y no hay duda alguna de que mató a Gordon Duff-Rolecks, cuya muerte sólo benefició a…

—Kaine.

—Exacto. Tienes que andarte con mucho ojo. Más aún, te necesitamos de vuelta como miembro activo de los detectives literarios. En el departamento tenemos un par de problemas que precisan solución.

—Bien, ¿qué hacemos?

—Vale, en el mejor de los casos desapareciste sin permiso y en el peor eres traficante de queso. Así que nos hemos inventado una tapadera de tal complejidad y tal desmesura que sólo puede ser cierta. Aquí la tienes: en un universo paralelo dominado por completo por las langostas, tú…

Pero la puerta se abrió en ese momento y entró una figura familiar. Digo familiar pero no precisamente bienvenida. Era el comandante Braxton Hicks, director de Operaciones Especiales en Swindon.

Casi pude oír que a Bowden se le paraba el corazón… y el mío también se paró.

Hicks todavía tenía trabajo gracias a mí, pero no esperaba que lo tuviese muy en cuenta. Era un funcionario, un contable… enamorado de su querido presupuesto más que de cualquier otra cosa. Nunca me había dado cuartel y no esperaba que empezase entonces.

—¡Ah, la he encontrado! —dijo el comandante muy serio—. Señorita Next. Me han dicho que había llegado. Nos ha estado dando esquinazo, ¿verdad?

—Ha estado… —fue a decir Bowden.

—Estoy seguro de que la señorita Next puede explicarse sola, ¿no?

—Sí, señor.

—Bien. Cierre la puerta al salir, ¿vale?

Bowden sonrió incómodo y salió de la sala de interrogatorios.

Braxton se sentó, abrió mi expediente y se mesó pensativo el enorme bigote.

—Desaparecida sin avisar durante dos años, degradada hace dieciocho meses, no devolvió el arma, la placa ni la regla, el lápiz, los ocho bolígrafos y un diccionario de OpEspec.

—Puedo explicarlo.

—Tenemos además el asunto del queso ilegal que encontramos bajo el Hispano-Suiza de su picnic hace dos años y medio. Tengo declaraciones juradas de todos los presentes declarando que estaba usted sola, que se reunió con ellos allá arriba y que el queso era suyo.

—Sí, pero…

—Y la policía de tráfico dice que se la vio ofreciendo asistencia y auxilio a una peligrosa conductora en serie en la A419, al norte de Swindon.

—Eso…

—Pero lo peor de todo es que me mintió personal y sistemáticamente desde el momento en que se puso a mis órdenes. Dijo que aprendería a jugar al golf y no ha cogido ni una vez un palo.

—Pero…

—También tengo pruebas de sus mentiras. Visité personalmente hasta el último club de golf y en ninguno de ellos ha jugado jamás una persona que se ajuste a su descripción… ni siquiera en las zonas de prácticas. ¿Cómo me lo explica, eh?

—Bien…

—Desaparece hace dos años y medio sin decir ni una palabra. Tuve que degradarla, empleada estrella. Los periódicos se lo pasaron de lo lindo. Alteró mi
swing
durante semanas.

—Lamento haber estropeado su golf, señor.

—Está metida en un lío, joven.

Me miró fijamente, exactamente igual que mi profesor de lengua en el colegio, y de pronto sentí el peligroso deseo de reírme. Por suerte, no lo hice.

—¿Qué tiene que decir en su defensa?

—Puedo explicarlo, si me deja.

—Chica, hace cinco minutos que intento que…

La puerta volvió a abrirse y entró el coronel Flanker de OE-1, acompañado de otro agente. Flanker dirigía Asuntos Internos, la policía de OpEspec. Era tan bien recibido como un gusano y otra vieja
bête noire
mía. Si Hicks era malo, Flanker era peor. Braxton sólo quería que yo pasase por alguna tonta medida disciplinaria… Flanker querría encerrarme para siempre, después de decirle cómo encontrar a mi padre.

—¡Vaya! —dijo en cuanto me vio—. Es cierto. Gracias, Braxton, mi prisionera. Agente Jodrell, espósela.

Jodrell se me acercó, me agarró las muñecas y me las puso a la espalda. No tenía sentido que intentara huir; podía ver a al menos otros tres agentes de OE-1 cerca de la puerta. Pensé en Friday. ¡Si al menos Bowden hubiese dado conmigo unos minutos antes…!

—Un minuto, señor Flanker —dijo Braxton, cerrando mi expediente—. ¿Qué cree que está haciendo?

—Arrestar a la señorita Next acusada de ausentarse sin permiso, dejación de sus funciones y posesión ilegal de queso de contrabando… para empezar.

—Realizaba una misión para OE-23 —dijo Braxton, mirándole con tranquilidad—, una operación encubierta de la Brigada del Queso.

No podía creer lo que oía. ¿Braxton mintiendo? ¿Por mí?

—¿La Brigada del Queso? —repitió Flanker, manifestando idéntica sorpresa.

—Sí —respondió Braxton, que una vez que empezaba descubría que el subterfugio y el uso temerario de su autoridad eran muy emocionantes—. Durante dos años ha estado infiltrada en Gales llevando a cabo una operación clandestina de espionaje, vigilando fábricas ilegales de queso. El queso con sus huellas digitales era parte de un envío ilegal que nos ayudó a interceptar.

—¿En serio? —dijo Flanker, cuya confianza empezaba a flaquear.

—Le doy mi palabra. No la estaba arrestando, me estaba comunicando los resultados de la misión. Parece ser que Joe Martlet controlaba la operación. Él le dará todos los detalles.

—Sabe tan bien como yo que la mafia del queso mató a Joe hace dos semanas.

—Fue una tragedia —admitió Braxton—. Un buen hombre ese Martlet… uno de los mejores. Podía jugar un tres bajo par con facilidad y nunca maldecía cuando lanzaba hacia el foso; de ahí la reaparición de la señorita Next —añadió sin pausa. Nunca antes había visto a alguien mentir tan bien. Ni siquiera yo lo hacía. Ni siquiera Friday cuando descubría que, con ayuda de
Pickwick
, había asaltado el bote de las galletas.

—¿Es cierto? —dijo Flanker—. ¿Dos años en misión secreta en Gales?


Ydy, ond dydy hi ddim wedi bwrw glaw pob dydd!
—respondí con mi mejor galés.

Flanker achicó los ojos y me miró un momento sin hablar.

—Estaba asignándola de nuevo a los detectives literarios cuando abrió usted la puerta —añadió Braxton.

Flanker miró a Braxton, luego a mí, luego de nuevo a Braxton. Hizo un gesto a Jodrell, quien me soltó.

—Muy bien. Pero el martes quiero un informe completo sobre mi mesa.

—Lo tendrá el viernes, señor Flanker. Soy un hombre muy ocupado.

Flanker dedicó un momento a mirarme con furia. Luego le habló a Braxton:

—Ahora que la señorita Next ha vuelto a Detectives Literarios, debería asignarla como agente de enlace con OE-14 para la captura de libros daneses. A mis chicos se les da muy bien lo de requisar, pero ninguno distingue un Mark Twain de un Samuel Clemens.

—No estoy segura de querer… —empecé a decir.

—Creo que debería alegrarse de ayudarme, señorita Next, ¿no cree? Es una oportunidad de compensar las transgresiones del pasado, ¿no?

Braxton respondió por mí.

—Estoy seguro de que la señorita Next estará encantada de ayudarle en todo lo posible, señor Flanker.

Flanker esbozó una poco habitual sonrisa.

—Bien. Haré que el jefe de división de OE-14 se ponga en contacto con usted. —Se volvió hacia Braxton—. Pero sigo necesitando ese informe para el martes.

—Lo tendrá —respondió Braxton—, el viernes.

Flanker nos miró a los dos con furia y, sin decir ni pío, salió de la habitación, seguido de cerca por su subordinado. Suspiré aliviada cuando se cerró la puerta.

—Señor, yo…

—No quiero oír nada más —respondió Braxton bruscamente, recogiendo sus papeles—. Me jubilaré dentro de dos meses y quería hacer algo que hiciese que esta carrera de burocracia, apostar sobre seguro y lamer culos hubiese valido la pena. No sé qué va a ser de Detectives Literarios con toda esta tontería de quemar libros daneses, pero sé que gente como usted debe estar con nosotros. Haga todo lo posible por despistarlos y confundirlos, joven… puedo envolver a Flanker en burocracia casi toda la eternidad.

—Braxton —dije, ofreciéndole un abrazo espontáneo—, ¡es usted un encanto!

—¡Tonterías! —dijo, algo bruscamente y un pelín avergonzado—. Pero espero algo a cambio.

—¿Yes?

—Bien —dijo lentamente, mirando al suelo—. Me preguntaba si usted y yo podríamos…

—¿Podríamos qué?

—Podríamos… jugar al golf el domingo. —Se le iluminaron los ojos—. Sólo para que vea cómo es. Créame, ¡tan pronto como agarre un palo de golf quedará enganchada de por vida! La señora Hicks no tiene que enterarse. ¿Qué tal?

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