Algo huele a podrido (11 page)

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Authors: Jasper Fforde

BOOK: Algo huele a podrido
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—¿Qué querías enseñarme?

Sonrió y me guio hasta el fondo del taller. Allí, junto a las cosas que había rescatado de mi apartamento, se hallaba la forma inconfundible de mi Porsche 356 Speedster oculta bajo una funda.

—He puesto en marcha el motor una vez al mes y le he hecho pasar las revisiones. Incluso en un par de ocasiones lo saqué a dar una vuelta.

Con un gesto teatral retiró la sábana. El coche estaba un poco maltrecho tras varios incidentes, pero así me gustaba. Toqué delicadamente los agujeros de bala que le había hecho Hades tantos años antes, y el lateral delantero abollado de cuando me había metido en el río Severn. Abrí las puertas del garaje.

—Gracias, mamá. ¿Estás segura de que te las arreglarás con Friday?

—Hasta las cuatro de la tarde. Pero debes prometerme algo.

—¿Qué?

—Que esta noche vendrás a mi grupo de Erradicaciones Anónimas.

—¡Mamá…!

—Te hará bien. Puede que lo pases bien. Es posible que conozcas a alguien. Podría hacerte olvidar a Linden.

—Landen. Se llama Landen. Y no preciso ni quiero olvidarle.

—Entonces el grupo te dará apoyo. Además, es posible que aprendas algo. Oh, ¿no te llevarías a Hamlet? El señor Bismarck está mosqueado con los daneses por esa tontería de Schleswig-Holstein.

Entorné los párpados. ¿Podía ser que Joffy tuviese razón?

—¿Qué hay de Emma? ¿Quieres que me la lleve también?

—No. ¿Por qué?

—No, por nada.

Recogí a Friday y le estampé un beso.

—Pórtate bien, Friday. Pasarás el día con la abuela.

Friday me miró, miró a mamá, se metió el dedo en la nariz y dijo:


Sunt in culpa qui officia id est laborum?

Le revolví el pelo y me mostró un moco que había encontrado. Rechacé el regalo, le limpié la mano con un pañuelo y me fui en busca de Hamlet. Me lo encontré en el jardín delantero demostrándoles a Emma y
Pickwick
la técnica de lanzar fintas con la espada. Incluso
Alan
había dejado de meterse con los otros dodos y observaba en silencio. Le llamé y vino corriendo.

—Lo siento —dijo el príncipe mientras yo abría las puertas del garaje—, sólo les demostraba cómo el tonto estúpido de Laertes recibió su merecido.

Le demostré cómo subir al Porsche, subí yo, arranqué y bajé la colina hasta el centro Brunel.

—Parece que te llevas muy bien con Emma.

—¿Con quién? —preguntó Hamlet, con una vaguedad muy poco convincente.

—Lady Hamilton.

—Oh, ella. Es una buena chica. Tenemos muchas cosas en común.

—¿Como por ejemplo?

—Bien —dijo Hamlet concentrándose—. Los dos tenemos un buen amigo llamado Horacio.

Dejamos atrás la rotonda mágica y señalé el nuevo estadio, con sus cuatro torres iluminadas, muy altas entre las casas bajas.

—Ese es nuestro estadio de cróquet —dije—, con un aforo de treinta mil espectadores, sede del equipo Mazos de Swindon.

—¿Aquí el cróquet es el deporte nacional?

—Oh, sí —respondí. Sabía un par de cosas porque había sido jugadora—. Ha evolucionado mucho desde sus orígenes. Para empezar, los equipos son más grandes… de diez jugadores en la Liga Mundial de Cróquet. Los jugadores tienen que hacer pasar la bola por los aros en el menor tiempo posible, por lo que puede ser un deporte muy brusco. Una bola perdida puede dar un buen susto y un golpe de mazo es potencialmente letal. La LMC insiste en que los jugadores lleven protecciones para el cuerpo y en que haya barreras protectoras para los espectadores.

Giré a la izquierda para entrar en la calle Manchester y aparqué tras un Griffin-6 Lowrider.

—¿Ahora qué?

—Necesito un corte de pelo. No creerás que voy a pasarme semanas pareciendo Juana de Arco, ¿verdad?

—¡Ah! —dijo Hamlet—. Hace tiempo que no lo mencionabas, por lo que ya no me daba cuenta. Si te da igual, me quedo aquí y le escribo una carta a Horacio. ¿«Pirata» lleva dos «t» o una?

—Una.

Entré en la peluquería de mamá. Las peluqueras me miraron el pelo con una especie de conmoción mental hasta que lady Volescamper, quien junto con su cada vez más excéntrico esposo alcalde constituía la aristocracia de Swindon, me señaló de pronto y dijo con una voz tan estridente que podría haber roto cristales:

—Ése es el estilo que busco. Algo nuevo. Algo retro… ¡Algo que cause sensación en el baile del Ayuntamiento de Swindon!

La señora Barnet, que era la estilista y también la chismosa oficial y coronada de Swindon, se guardó la expresión de horror y dijo diplomáticamente:

—Por supuesto. Y debo añadir que la audacia de Su Gracia está a la altura de su estilo.

Lady Volescamper regresó a la lectura de
Femole
, aparentemente sin reconocerme, lo que estaba más que bien: la última vez que había estado en Vole Towers, una bestia infernal surgida de las profundidades más tenebrosas de la imaginación humana destrozó la entrada principal.

—Hola, Thursday —dijo la señora Barnet, envolviéndome con una sábana con gesto de experta—, hace tiempo que no te veía.

—He estado fuera.

—¿En prisión?

—No… simplemente fuera.

—Ah. ¿Cómo lo quieres? Sé de buena tinta que el estilo «Juana de Arco» causará furor este verano.

—Sabes que no me dejo guiar por la moda, Gladys. Líbrame de este peinado de boba, ¿vale?

—Como desee la señora. —Tarareó para sí un momento antes de preguntar—: ¿Has ido de vacaciones este año?

Media hora más tarde volví al coche y me encontré a Hamlet hablando con una guardia de tráfico, tan embelesada por lo que le estuviese contando que ni se había molestado en ponerme la multa.

—Y así —dijo Hamlet tan pronto como pude oírle, ejecutando un gesto de ataque con la mano—, fue cuando grité: «¡Una rata, una rata!», y maté al viejo invisible. Hola, Thursday… cielo, sí que te lo has cortado, ¿no?

—Está mejor que antes. Vamos, debo ir a recuperar mi trabajo.

—¿Trabajo? —preguntó mientras nos alejábamos, dejando a una guardia de tráfico muy indignada porque quería saber qué pasaba a continuación.

—Sí. Aquí afuera hace falta dinero para vivir.

—Yo tengo un montón —dijo Hamlet con generosidad—. Deberías aceptar un poco del mío.

—Por alguna razón, tengo la impresión de que la corona ficticia de un siglo indeterminado no valdrá mucho en el Primer Banco de la Goliath… y guarda el cráneo. Aquí en el Exterior no es lo normal considerarlos complementos de moda.

—Son lo último allí de donde vengo.

—Bien, aquí no. Mételo en esa bolsa de supermercado.

—¡Alto!

Frené en seco y las ruedas chirriaron.

—¿Qué?

—Eso de ahí. ¡Soy yo!

Antes de que tuviese tiempo de decir nada, Hamlet había salido del coche y cruzado la calzada hasta la máquina expendedora de la esquina. Aparqué el Speedster y me uní a él. Miraba con deleite la caja, cuya parte superior era de vidrio; en el interior se veía un maniquí de cintura para arriba, apropiadamente ataviado.

—Se llama máquina Will-Speak —dije, pasándole una bolsa—. Toma… mete el cráneo en la bolsa como te he dicho.

—¿Qué hace?

—Oficialmente se llama Autómata Vendedor de Soliloquios de Shakespeare —le expliqué—. Metes dos chelines y recibes a cambio un fragmento breve de Shakespeare.

—¿Mío?

—Sí —dije—, tuyo.

Porque era, evidentemente, una máquina Will-Speak de
Hamlet
, y el maniquí de Hamlet miraba inexpresivo al Hamlet de carne y hueso situado a mi lado.

—¿Podemos oír un poco? —preguntó emocionado Hamlet.

—Si quieres… Toma.

Busqué una moneda y la metí en la máquina. Se oyeron zumbidos y chasquidos a medida que el muñeco cobraba vida.

—«Ser o no ser —dijo el maniquí con una voz metálica y hueca. La máquina era de los años treinta y a estas alturas estaba casi totalmente gastada—. Ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta…» Hamlet estaba tan fascinado como un niño que oyese por primera vez una grabación de su propia voz.

—¿De verdad soy yo? —preguntó.

—Las palabras son tuyas… pero los actores lo hacen mucho mejor.

—«… u oponer los brazos a este torrente de calamidades…»

—¿Actores?

—Sí. Actores que interpretan a Hamlet.

Parecía confundido.

—«… patrimonio de nuestra débil naturaleza?…»

—No comprendo.

—Bien —dije, mirando a mi alrededor para asegurarme de que no nos observase nadie—. ¿Sabes que eres Hamlet, de la obra
Hamlet
de Shakespeare?

—¿Sí?

—«… morir, dormir… tal vez soñar…»

—Bien, se trata de una obra de teatro, y aquí, en el Exterior, la gente interpreta las obras.

—¿Conmigo?

—A ti. Fingen ser tú.

—Pero ¿yo soy el real?

—«… ¿Quién podría tolerar tanta opresión…» —Es una forma de hablar.

—Ahhh —dijo tras pensarlo bien—. Comprendo. Es como lo de
El asesinato de Gonzago.
Ya me preguntaba yo cómo funcionaba. ¿Alguna vez podríamos ir a verme?

—Yo… supongo que sí —respondí incómoda—. ¿De verdad es lo que quieres?

—«… de aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante regresa…» —Por supuesto. He oído que en el Exterior algunas personas me consideran un imbécil incapaz de decidirse en lugar de un líder dinámico de multitudes, y esas «obras» que me describes me lo demostrarán de una forma u otra.

Intenté pensar en la película en la que menos indeciso pareciese.

—Podría conseguirte la versión de Zeffirelli en vídeo para que la vieses.

—¿Quién me interpreta?

—Mel Gibson.

—«… esta previsión nos hace a todos cobardes…» Hamlet me miró fijamente y boquiabierto.

—¡Pero si es fantástico! —dijo embelesado—. ¡Soy el mayor fan de Mel! —Pensó un momento—. Entonces… Danny Glover hará de Horacio, ¿no?

—«… así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia…» —No, no. Escucha: la serie de
Arma letal
no se parece en absoluto a
Hamlet.

—Bien —respondió reflexivo el príncipe—, creo que en eso te equivocas. El personaje de Martin Riggs empieza con dudas vitales y pensando en el suicidio a causa de la pérdida de un ser querido, pero finalmente se convierte en un hombre de acción resuelto y mata a los malos. —Calló un momento—. En realidad, pasa lo mismo en
Mad Max.
¿A Ofelia la interpreta Patsy Kensit?

—No —respondí, intentando ser paciente—. Helena Bonham Carter.

Alzó la vista al oírlo.

—¡Eso es aún mejor! Cuando se lo cuente a Ofelia, se volverá loca… si no está pirada ya.

—Quizá —dije dubitativa— sea mejor que veas la versión de Olivier. Vamos, tenemos trabajo.

—«… mudan su curso, no se ejecutan y se reducen a designios vanos…» El Hamlet Will-Speak dejó de chasquear y zumbar y quedó en silencio una vez más, esperando el siguiente florín.

«Porque era, evidentemente, una máquina Will-Speak de
Hamlet
, y el maniquí de Hamlet…»

5 Hamlet y Cheese

«LAS SIETE MARAVILLAS DE SWINDON»

SE DESVELA LA BUROCRACIA PARA ESCOGERLAS

Tras cinco años de cuidadas reflexiones, el Consejo Municipal de Swindon ha desvelado el proceso de decisión para el muy esperado plan turístico de las «siete maravillas» de la ciudad. El procedimiento de veintisiete pasos es el instrumento burocrático más costoso y complicado que la ciudad haya ideado jamás, y podría acabar siendo considerado una de las siete maravillas. El plan lo ejecutará el comité especial de Swindon para las maravillas, que tendrá en cuenta las solicitudes preparadas por el grupo de trabajo de las siete maravillas recogiendo los resultados de seis subcomités de selección. Una vez escogidas, las maravillas serán examinadas por ocho comités diferentes de supervisión antes de ser aceptadas definitivamente. El sistema bizantino e innecesariamente complejo ya va en cabeza para ganar el deseado Premio Papeleo concedido por
Burocracia hoy
.

Swindon Globe News
, 12 de junio de 1988

Fui hasta el aparcamiento del centro Brunel y pagué el tique para poner en el parabrisas. Noté que casi se había triplicado el precio desde la última vez que había estado allí. Miré en el bolso. Tenía quince libras, tres chelines y un billete viejo de Skyrail.

—¿Escasa de fondos? —preguntó Hamlet mientras bajábamos las escaleras hasta la calle.

—Digamos que ahora mismo soy «rica en recibos».

En el MundoLibro el dinero nunca había sido un problema. Algo llamado «Supuesto Narrativo» se ocupaba de todos los problemas. Un lector suponía que habías ido de compras, al baño o que te habías cepillado el pelo, por lo que el escritor no tenía que especificarlo… lo que la verdad, estaba muy bien. Había olvidado todas las trivialidades del mundo real, pero de hecho las estaba disfrutando, por lo que distraían de los problemas de verdad.

—Aquí pone —dijo Hamlet tras leer el periódico—, ¡que Dinamarca invadió Inglaterra y mató a cientos de inocentes sin juicio previo!

—Fueron los vikingos en 786, Hamlet. No me parece a mí que eso se merezca el titular: «Oleada de daneses sedientos de sangre.» Además, en aquella época ellos eran tan daneses como nosotros ingleses.

—Por tanto, ¿no somos los enemigos históricos de Inglaterra?

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