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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (7 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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Pero ni a Joffy ni a mi madre les pareció gracioso.

—Sí —dijo Joffy—, pero podemos preguntárselo para confirmarlo.

—¿Podemos? ¿Cómo?

—Según su Sexta Revelación, resucitará espontáneamente a las nueve y diez de pasado mañana.

—¡Pero eso es asombroso!

—Asombroso pero no existen precedentes —respondió Joffy—. Los videntes del siglo XIII han estado apareciéndose por todas partes. Dieciocho veces en los últimos seis meses. Zvlkx despertará el interés de los fieles y los Amigos, pero probablemente las cadenas de televisión no le presten mucha atención. Los índices de audiencia del regreso del hermano Velobius la semana pasada ni siquiera se acercaron a los de la reposición de
Bonzo el perro maravilla
en otro canal.

Pensé un momento de silencio.

—Ya basta de Swindon —dijo mi madre, que tenía buen olfato para los chismes… sobre todo si eran los míos—. ¿Qué te ha pasado a ti?

—¿Cuánto tiempo tienes? Lo que he estado haciendo daría para varios libros.

—Entonces… empecemos por la razón de tu regreso.

Así que les expliqué la presión de ser la responsable de Jurisficción y lo molestos que podían ser a veces los libros, y Friday y Landen, y las raíces ficticias de Yorrick Kaine. Al oírlo, Joffy dio un respingo.

—Kaine… ¿es ficticio?

Asentí.

—¿A qué viene el interés? La última vez que estuve aquí era un antiguo miembro caído en desgracia del partido
whig.

—Ya no lo es. ¿De qué libro ha salido?

Me encogí de hombros.

—Ya me gustaría saberlo. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Joffy y mamá intercambiaron miradas nerviosas. Cuando mi madre se interesa por la política está claro que las cosas van mal.

—Algo huele a podrido en Inglaterra —murmuró mi madre.

—Y ese algo es el canciller inglés Yorrick Kaine —añadió Joffy—, pero no te lo aseguro. A las ocho de esta noche sale en
La hora de esquivar las preguntas
de la Toad News Network, aquí mismo, en Swindon.

Les conté más cosas sobre Jurisficción y Joffy, a cambio, me informó con alegría de que la asistencia a la iglesia de la Deidad Estándar Global se había incrementado después de aceptar el patrocinio de la Toast Marketing Board, una empresa que parecía haber duplicado su tamaño e influencia desde mi última visita. Habían diversificado su producción y, además de pan caliente, tenían mermeladas, cruasanes y pastas en el catálogo. Mi madre, para no dejarse superar, me contó que ella misma había ganado un poco de dinero patrocinando los pasteles del señor Rudyard, aunque en privado admitió que el Battenberg que nos había servido era el suyo. Luego me contó con todo detalle las intervenciones quirúrgicas de sus amigos ancianos, que no puedo decir que me apeteciese oír, y mientras recuperaba el aliento entre la apendicetomía de la señora Stripling y los problemas de «tuberías» del señor Walsh, una figura alta e imponente entró en la sala. El hombre llevaba una bonita chaqueta de mañana del siglo XVIII, lucía un bigote impresionante que hubiese avergonzado al del comandante Bradshaw y poseía un aire imperioso y de propósito vital que me recordó el del emperador Zhark.

—Thursday —anunció mi madre casi en un suspiro—, éste es el canciller prusiano,
herr
Otto Bismarck… tu padre y yo estamos intentando resolver la cuestión Schleswig-Holstein de 1863-1864; ha ido a buscar a su homólogo danés para que hablen. Otto… quiero decir,
herr
Bismarck, ésta es mi hija, Thursday.

Bismarck entrechocó los talones y me besó la mano de una forma cortésmente fría.


Fräulein
Next, el placer es todo mío —entonó con un marcado acento alemán.

Los curiosos invitados largo tiempo muertos de mi madre deberían haberme sorprendido, pero no era así. Ya no. No desde que a los nueve años me había topado con Alejandro Magno. Muy buen tipo… pero tenía unos modales horribles en la mesa.

—Bien, ¿qué le parece 1988,
herr
Bismarck?

—Me interesa en particular la idea de la limpieza en seco —respondió el prusiano—, y preveo un gran futuro para el motor de gasolina. —Se volvió hacia mi madre—. Pero sobre todo deseo hablar con el primer ministro danés. ¿Dónde podría estar?

—Creo que estamos teniendo unos problemillas para dar con él —respondió mi madre, agitando el cuchillo del pastel—. ¿Le apetece un poco de Battenberg?

—¡Ah! —respondió Bismarck, ablandado. Pasó delicadamente por encima de
DH82
para sentarse junto a mi madre—. ¡El mejor Battenberg que he probado!

—Oh,
herr
B —dijo nerviosa mi madre—, ¡me halaga en exceso!

Sin que Bismarck la viese nos hizo gestos para que nos fuésemos y, como hijos obedientes que éramos, nos marchamos del salón.

—¡Bien! —dijo Joffy cerrando la puerta—. ¿Qué te ha parecido? ¡Mamá está desesperada por un poco de marcha teutona!

Alcé las cejas y le miré.

—No te confundas, Joff. Simplemente papá no aparece muy a menudo y la compañía masculina inteligente es difícil de encontrar.

Joffy rio.

—Buenos amigos, ¿eh? Vale. Éste es el acuerdo: te apuesto uno a diez a que mamá y el canciller de hierro estarán dedicándose al mambo a estas alturas de la semana que viene.

—Acepto.

Nos dimos la mano y, como Emma, Hamlet, Bismarck y mamá estaban ocupados, le pedí a Joffy que cuidase de Friday para poder salir a tomar un poco el aire.

Giré a la izquierda y subí por Marlborough, observando los cambios tras dos años de ausencia. Durante casi ocho años había seguido este mismo camino para ir al colegio, y todos los muros, árboles y casas me resultaban tan familiares como viejos amigos. En la calle Piper's habían levantado un hotel nuevo y algunas de las tiendas de la ciudad vieja habían cambiado de manos o habían sido remodeladas. Todo me resultaba muy familiar, y me pregunté si conservaría la sensación de pertenencia a algún lugar o si se disiparía como mi aprecio por
Caversham Heights
, el libro que había sido mi hogar durante los últimos años.

Bajé por Bath, giré a la derecha y me encontré en la calle donde Landen y yo habíamos vivido antes de su erradicación. Una tarde había vuelto a casa para encontrarme a su madre y padre viviendo allí. Dado que no me habían reconocido y me habían tomado —bastante razonablemente— por una loca peligrosa, decidí no arriesgarme y pasar por el otro lado de la calle.

Nada parecía muy diferente. En el porche seguía la maceta de
Tickia orologica
, junto a un saltador, y las cortinas de las ventanas eran claramente las de su madre. Seguí andando, luego retrocedí. Mi decisión de recuperarle se mezclaba con cierto fatalismo, con la sensación de que al final no lo conseguiría y que debía prepararme. Después de todo, había muerto cuando tenía dos años, y yo no recordaba cómo habían sido las cosas, sólo cómo podrían haber sido de haber vivido.

Me encogí de hombros y me reprendí por esas ideas tan morbosas. Luego me dirigí al Asilo Crepuscular Goliath, donde Yaya vivía.

Cuando la enfermera me acompañó, Yaya Next estaba en su cuarto viendo un documental de naturaleza llamado
Caminando entre patos.
Vestía un camisón de guinga azul, tenía el pelo gris ralo y daba la impresión de tener los ciento diez años que tenía. Se le había metido en la cabeza que no podía deshacerse de su envoltura mortal hasta no haber leído los diez libros más aburridos pero, dado que «aburrido» es tan imposible de cuantificar como «divertido», costaba saber qué hacer para ayudarla.

—¡Calla! —masculló en cuanto entré—. ¡Este programa es fascinante! —Miraba la televisión con toda la atención—. Piénsalo —añadió—. Estudiando los huesos del extinto
Anas platyrhynchos
pueden deducir cómo caminaba ese pato.

Miré la pequeña pantalla, donde un extraño pájaro animado anadeaba extrañamente hacia atrás mientras el narrador explicaba cómo habían logrado deducir tal cosa.

—¿Cómo pueden saberlo simplemente examinando los huesos? —pregunté dubitativa, porque había aprendido hacía mucho que un «experto» rara vez lo es.

—No te burles, joven Thursday —respondió Yaya—. Un grupo de paleontólogos aviares expertos incluso ha logrado deducir que la llamada del pato sonaría más o menos como «cuoc, cuoc».

—¿«Cuoc»? No parece muy probable.

—Quizá tengas razón —respondió, apagando la tele y lanzando el control remoto—. ¿Qué sabrán los expertos?

Al igual que yo, Yaya podía saltar al interior de la ficción. Yo no estaba muy segura de cómo lo hacíamos, pero estaba muy contenta de que así fuese… Ella me había ayudado a no olvidar a mi marido, algo que en cierto momento corrió peligro de suceder gracias a Aornis, la mnemonomorfa. Pero Yaya me había dejado hacía más o menos un año, anunciando que yo podía defenderme sola y que no malgastaría más tiempo cuidando continuamente de mí, lo que era un poco exagerado, ya que habitualmente era yo quien cuidaba de ella. Pero daba igual. Era mi yaya y la quería mucho.

—¡Cielo! —dije, mirando la piel arrugada y suave, que extrañamente me recordaba un bebé de equidna que había visto una vez en
National Geograpbic.

—¿Qué? —preguntó de pronto.

—Nada.

—¿Nada? Pensabas que parezco muy vieja, ¿no es cierto?

Era difícil negarlo. Cada vez que la veía pensaba que no podía aparentar más edad, pero a la siguiente ocasión, con sorprendente regularidad, lo lograba.

—¿Cuándo has vuelto?

—Esta mañana.

—¿Y qué tal las cosas?

La puse al día. Hizo un gesto de desaprobación cuando le conté lo de Hamlet y lady Hamilton, y luego otro más intenso cuando mencioné a mi madre y Bismarck.

—Eso es muy arriesgado.

—¿Mamá y Bismarck?

—Emma y Hamlet.

—Él es ficticio y ella es histórica… ¿Qué tiene de malo?

—Pensaba —dijo lentamente, alzando las cejas— en lo que pasaría si Ofelia se enterase.

—Siempre he creído que la principal razón por la que sir John Falstaff dejó la vigilancia del drama isabelino fue alejarse todo lo posible de las exigencias de Ofelia, como lo de tener animales para acariciar y un buen suministro de agua mineral y
sushi
fresco en Elsinore siempre que le tocase trabajar a ella. ¿Crees que debería insistir en que Hamlet regrese a
Hamlet?

—Quizá no enseguida —dijo Yaya, tosiendo en el pañuelo—. Deja que vea cómo es el mundo real. Podría convenirle recordar que no hacen falta cinco actos para tomar una decisión.

Se puso a toser de nuevo, así que llamé a la enfermera, que me dijo que probablemente sería mejor que me fuese. Le di un beso de despedida y salí del asilo sumida en profundas reflexiones, intentando encontrar una estrategia para los próximos días. Temía pensar en la cuantía de mi descubierto y, si quería atrapar a Kaine, sería mejor estar dentro de OpEspec que fuera. No había otra forma: debía recuperar mi trabajo. Lo intentaría al día siguiente y ya se vería. Desde luego había que lidiar con Kaine y esa noche tocaría de oído en el estudio de televisión. Probablemente debía buscar un logopeda para Friday e intentar hacer que abandonase el
Lorem ipsum
, y claro está, quedaba lo de Landen. ¿Por dónde empezar para intentar devolver a alguien al aquí y ahora después de ser borrado del allí y entonces por un agente cronupto de la supuestamente incorruptible CronoGuardia?

Abandoné súbitamente mis reflexiones al acercarme a la casa de mamá. Parecía que había alguien parcialmente oculto en el callejón de enfrente. Me metí en el jardín delantero más cercano, corrí entre las casas, atravesé dos patios traseros y luego me subí a un cubo de basura para poder mirar por encima de un muro alto. Tenía razón. Había alguien vigilando la casa de mi madre. Alguien demasiado vestido para ser verano estaba semioculto en la
Buddleja davidii.
El pie me resbaló del cubo e hice ruido. El individuo miró a su alrededor, me vio y salió corriendo. Salté el muro y le di caza. Fue mucho más fácil de lo que creía. Estaba en bastante mala forma y le atrapé cuando intentó patéticamente escalar un muro. Cuando lo obligaba a bajar se le cayó la bolsa de lona, de la que salieron varios cuadernos de notas, una cámara, unos binoculares pequeños y varios ejemplares de la gaceta de OpEspec 27, muy subrayados en rojo.

—¡Ah, ah, ah, suélteme! —dijo—. ¡Me hace daño!

Le retorcí el brazo a la espalda y se puso de rodillas. Estaba registrándole los bolsillos en busca de armas cuando se acercó a la carga otro hombre, vestido de forma similar al primero, que salió de detrás de un coche abandonado con una rama de árbol en ristre. Me volví, esquivé el golpe y, mientras la inercia de su embestida ejercía su efecto, le empujé con fuerza con el pie, se dio de cabeza contra el muro y quedó inconsciente.

El primer individuo iba desarmado, así que me aseguré de que su amigo inconsciente también lo estuviese… y de que no se ahogara con su propia sangre, un diente, o algo así.

—Sé que no sois de OpEspec —comenté—, porque sois muy malos. ¿De la Goliath?

El primer hombre se puso lentamente en pie. Me miraba de forma extraña y se frotaba el brazo que le había retorcido. Era un hombre corpulento, pero no parecía malo. Llevaba el pelo negro corto y tenía un enorme lunar en la barbilla. Le había roto las gafas; no parecía de la Goliath, pero ya me había equivocado otras veces.

—Encantado de conocerla, señorita Next. Hace mucho que espero este momento.

—He estado fuera.

—Desde enero de 1986. He esperado pacientemente casi dos años y medio para verla.

—¿Y por qué ha hecho algo así?

—Porque —dijo el hombre, sacando una placa de identificación y pasándomela—, soy su acechador asignado oficialmente.

Miré la placa. Era cierto, me lo habían asignado. Todo cien por cien legal, y yo no podía decir nada. De las licencias de acechadores se ocupaba OpEspec 33, el Departamento de Entretenimiento, que había establecido reglas muy específicas con la Unión Fusionada de Acechadores sobre quién podía acechar a quién. Ayudaba a regular una situación históricamente muy peliaguda y también graduaba a los acechadores según habilidad y perseverancia. El mío era un impresionante Grado 1, a los que dejan acechar a los famosos de verdad. Lo que me hizo sospechar.

—¿Un Grado 1? —pregunté—. ¿Debo sentirme halagada? No creía estar por encima de Grado 8.

—No tanto —admitió el acechador—, más bien de Grado 12. Pero tengo la corazonada de que va a prosperar. Me ocupé de Lola Vavoom en los años sesenta, cuando sólo había tenido un pequeño papel en
Las calles de Wootton Bassett, y
la aceché durante diecinueve años. Sólo la abandoné para dedicarme a Buck Stallion. Cuando se enteró, me envió una jarra de cristal grabada con las palabras: «Gracias por ser tan buen acechador. Lola.» ¿La conoce?

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