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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (6 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—¡Yo lo preparo! —dijo Joffy—. Vamos, Hamlet, háblame de ti. ¿Tienes novia?

—Sí… pero está majara.

—¿En el sentido positivo o negativo?

Hamlet se encogió de hombros.

—En ninguno de los dos… simplemente majara. Pero su hermano… ¡por todos los cielos! ¡Salta a la mínima…!

La conversación se perdió en la cocina.

—¡No olvides el Battenberg! —gritó mi madre.

Abrí la maleta y saqué algunos juguetes que me había dado la señora Bradshaw. Melanie había cuidado en muchas ocasiones de Friday porque ella y el comandante Bradshaw no tenían hijos, con eso de que Melanie era una gorila de montaña, así que había mimado a Friday. Tenía sus aspectos positivos: siempre se comía la verdura y le encantaba la fruta, pero sospechaba que se subían a los muebles cuando yo no estaba por allí, y en una ocasión me había encontrado a Friday intentando pelar un plátano con los pies.

—¿Cómo te trata la vida? —pregunté.

—Mejor ahora que te he visto. Me siento muy sola con Mycroft y Polly de viaje en la decimocuarta Conferencia Anual de Científicos Locos. Si no fuese por Joffy y su compañero Miles, que se pasan todos los días, Bismarck y Emma, la señora Beatty de aquí al lado, Erradicaciones Anónimas, mi clase de repujado en metal y esa terrible señora Daniels, estaría completamente sola. ¿Es normal que Friday esté subido al aparador?

Me volví, di un salto, agarré a Friday por los tirantes de los pantalones y delicadamente le quité las dos copas de vino de cristal de sus manos inquisitivas. Le enseñé los juguetes y le senté en medio de la sala. Allí se quedó tres segundos antes de irse hacia
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, el tilacino holgazán de mamá, que dormía en un sofá cercano.

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gritó cuando Friday le tiró juguetonamente de los bigotes. A continuación el tilacino se puso en pie, bostezó y se fue en busca de la cena. Friday le siguió. Y yo seguí a Friday.

—¿… en la oreja? —decía Joffy cuando entramos en la cocina—. ¿Eso funciona de verdad?

—Aparentemente —respondió el príncipe—, le encontramos muerto como una piedra.

Recogí a Friday, que estaba a punto de servirse parte de la comida de
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, y me lo llevé al salón.

—Lo siento —me expliqué—, está en la época de querer tocarlo todo. Háblame de Swindon. ¿Ha cambiado mucho?

—La verdad es que no. La decoración navideña ha mejorado mucho, hay una línea de Skyrail que pasa por el centro Brunel y ahora tiene veintiséis supermercados diferentes.

—¿Los residentes comen tanto?

—Hacemos lo que podemos.

Joffy regresó con Hamlet y colocó la bandeja en el centro.

—Ese pequeño dodo tuyo es terrorífico. Ha intentado atacarme cuando no miraba.

—Probablemente lo has asustado. ¿Cómo está papá?

Joffy, para el que ése era un tema delicado, decidió no participar y se puso a jugar con Friday.

—¡Venga, jovencito! —dijo—, vámonos de borrachera y a jugar al billar.

—Hace tiempo que tu padre quiere hablar contigo —dijo mi madre tan pronto como Joffy y Friday se fueron—. Como probablemente has supuesto, vuelve a tener problemas con Nelson. A veces regresa apestando a cordita, y la verdad es que no me apetece mucho que esté relacionándose con esa Emma Hamilton.

Mi padre era una especie de caballero andante que viajaba en el tiempo. Había sido miembro de OE-12, la agencia encargada de vigilar la línea temporal: la CronoGuardia. Había renunciado por diferencias sobre cómo se controlaba la línea temporal histórica y se había convertido en un renegado. La CronoGuardia decidió que era demasiado peligroso y le erradicó por medio de una muy precisa llamada a la puerta la noche de su concepción; en su lugar nació mi tía April.

—Por tanto, ¿Nelson murió en la batalla de Trafalgar? —pregunté, recordando los anteriores problemas de papá con la línea temporal.

—Sí —respondió—, pero no estoy segura de que eso fuese lo que debía pasar. Por eso tu padre «dice» que debe trabajar tan estrechamente con Emma.

Emma, evidentemente, era lady Emma Hamilton, la consorte de Nelson. Había avisado a mi padre de la erradicación de Nelson. Llevaba diez años casada con lord Nelson y sin solución de continuidad era una alcohólica arruinada que vivía en Calais. Tuvo que ser una conmoción. Mi madre se inclinó hacia mí.

—Entre nosotras, empiezo a pensar que Emma es un poco… ¡Emma! ¡Qué agradable verte!

En la puerta había una mujer alta de cara rubicunda vestida con un traje de encaje que había visto tiempos mejores. A pesar de los estragos de una larga y dañina relación con la botella, se apreciaban en ella los restos de un gran encanto y una tremenda belleza. De joven debía de ser deslumbrante.

—Hola, lady Hamilton —dije, levantándome para darle la mano—, ¿cómo va el marido?

—Sigue muerto.

—El mío también.

—Jopé.

—¡Ah! —exclamé, preguntándome dónde habría aprendido lady Hamilton esa palabra, aunque, pensándolo bien, probablemente conociese algunas bastante peores—. Éste es Hamlet.

—Emma Hamilton —dijo, echando una ojeada al incuestionablemente guapo danés y ofreciéndole la mano—, lady.

—Hamlet —respondió él, besando la mano ofrecida—, príncipe.

Las pestañas de Emma aletearon brevemente.

—¿Un príncipe? ¿De algún lugar que yo conozca?

—Pues de Dinamarca.

—Mi… antiguo novio bombardeó Copenhague sin piedad en 1801. Dijo que los daneses habían resistido muy bien.

—A los daneses nos gusta una buena pelea, lady Hamilton —respondió el príncipe con grandes dosis de encanto—, aunque yo no soy de Copenhague. Soy de una pequeña ciudad costera… Elsinore. Allí tenemos un castillo. No es muy grande. Apenas tiene sesenta habitaciones, una guarnición de menos de doscientos hombres. Un poco deprimente en invierno.

—¿Está encantado?

—Tiene un fantasma, que yo sepa. ¿Qué hacía su antiguo novio cuando no bombardeaba a los daneses?

—Oh, no mucho —dijo ella despreocupadamente—. Luchaba contra los franceses y los españoles. Fue dejando partes de su cuerpo por toda Europa… era lo que se consideraba normal en su época.

Se produjo una pausa mientras se miraban. Emma se puso a abanicarse.

—¡Cielos! —murmuró—. ¡Lo de hablar de partes del cuerpo me ha acalorado!

—¡Alto! —dijo mi madre, poniéndose en pie de un salto—. ¡Ya basta! ¡No voy a permitir ese tipo de insinuaciones sexuales en mi casa!

Hamlet y Emma parecieron sorprendidos por el estallido de mi madre, pero yo logré llevarla a un lado y susurrarle:

—¡Madre! No seas tan dura… Después de todo, los dos están solteros y, si Hamlet se interesa por Emma, ella podría perder el interés en otra persona.

—¿Otra… persona?

Casi podían oírse los engranajes de su cabeza. Después de una larga pausa respiró profundamente, se volvió hacia ellos y les dedicó una amplia sonrisa.

—Queridos, ¿por qué no hablan en el jardín? Hay una agradable brisa fresca y el
niche d'amour
del jardín de rosas es muy bonito en esta época del año.

—¿Quizás es un buen momento para tomar una copa? —preguntó Emma esperanzada.

—Quizá —respondió mi madre, quien evidentemente intentaba mantener a lady Hamilton lejos de la botella.

Emma no respondió. Simplemente le ofreció el brazo a Hamlet, que lo aceptó graciosamente y estaba a punto de dirigirla hacia las puertas abiertas que daban al patio cuando Emma le detuvo con un murmullo de:

—Son puertas francesas. —Y se lo llevó por la cocina.

—Como decía —dijo mi madre al sentarse—, Emma es una chica encantadora. ¿Pastel?

—Por favor.

—Aquí tienes —dijo pasándome el cuchillo—, sírvete tú misma.

—Cuéntame —dije mientras me cortaba un trozo de Battenberg—, ¿Landen ha regresado?

—Ése es tu marido erradicado, ¿no es así? —respondió con dulzura—. No, me temo que no. —Me sonrió para darme ánimo—. Deberías venir a una de mis veladas de Erradicaciones Anónimas… tenemos reunión mañana por la noche.

En común con mi madre, yo tenía un marido cuya realidad había sido eliminada del aquí y el ahora. Al contrario que mi madre, cuyo marido aparecía de vez en cuando en el flujo temporal, yo tenía un marido, Landen, que sólo existía en mis sueños y recuerdos. Nadie más le recordaba o sabía de él. Mamá sólo sabía lo que yo le había contado. Para todos los demás, incluidos los padres de Landen, yo sufría una demencia extraña. Pero el padre de Friday era Landen, a pesar de no existir, de la misma forma que mis hermanos y yo habíamos nacido a pesar de que mi padre no existía. El viaje en el tiempo es así. Está repleto de paradojas inexplicables.

—Le recuperaré —murmuré.

—¿A quién?

—A Landen.

Joffy entró del jardín con Friday, quien, al igual que todos los niños de su edad, no comprendía por qué los adultos no podían jugar al avión todo el día. Le di un trozo de Battenberg, que dejó caer por las ganas que tenía de comérselo. El habitualmente letárgico
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abrió un ojo, se comió el pastel y se volvió a quedar dormido en menos de tres segundos.


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—gritó Friday indignado.

—Sí, ha sido impresionante, ¿verdad? —admití—. Apuesto a que jamás has visto a
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moverse a tal velocidad… ni siquiera por un malvavisco.


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—respondió Friday todavía más indignado—.
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—Te está bien empleado —le dije—. Toma un sándwich de pepino.

—¿Qué ha dicho mi nieto? —preguntó mi madre mirando fijamente a Friday, que intentaba comerse el sándwich de un bocado mientras ofrecía un espectáculo desagradable.

—Oh, simplemente recita el
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No dice nada más.

—El
Lorem…
¿qué?

—El
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Es texto falso que los impresores y tipógrafos usan en los ejemplos de diseño. No sé dónde lo aprendió. Es una consecuencia de vivir dentro de los libros, supongo.

—Comprendo —dijo mi madre, sin entender nada.

—¿Cómo están los primos? —pregunté.

—Wilbur y Orville dirigen conjuntamente MycroTech —respondió Joffy mientras me pasaba una taza de té—. Cometieron algunos errores mientras Mycroft estuvo fuera, pero creo que ahora los tiene bien controlados.

Wilbur y Orville eran los dos hijos de mis tíos. A pesar de tener los padres más inteligentes que se pudiese desear, ellos eran casi madera maciza de cuello para arriba.

—Pásame el azúcar, por favor. ¿Algunos errores?

—La verdad es que muchos. ¿Recuerdas el dispositivo para borrar la memoria de Mycroft?

—Sí y no.

—Bien, abrieron una cadena de centros de borrado llamada Recuerdos Fuera. Ibas y te quitaban los recuerdos desagradables.

—Supongo que era lucrativo.

—Muy lucrativo… hasta cometer el primer error. Lo que era, teniendo en cuenta quiénes son esos dos, no tanto una posibilidad como una cuestión de cuándo sucedería.

—¿Puedo preguntar qué pasó?

—Creo que fue el equivalente de hacer que accidentalmente una aspiradora se ponga a expulsar. Una tal señora Worthing fue a la sucursal de Swindon para borrar todo recuerdo de su primer matrimonio fallido.

—¿Y…?

—Bien, accidentalmente la cargaron con los recuerdos indeseados de setenta y dos rolletes de una noche, varias discusiones a consecuencia del alcohol, quince vidas malgastadas y casi mil episodios de
¡Nombra esa fruta!
Iba a poner una demanda, pero llegó a un acuerdo a cambio del nombre y la dirección de uno de los hombres cuyas aventuras tenía en la mente. Por lo que sé, se han casado.

—Me gustan las historias con final feliz —intervino mi madre.

—En cualquier caso —añadió Joffy—, Mycroft les prohibió que lo volviesen a usar y a cambio les dio el coche camaleón para que lo vendiesen. Pronto estará en los concesionarios… si la Goliath no les roba la idea.

—¡Ah! —dije, tomando otro bocado de pastel—. ¿Y qué tal está mi multinacional más odiada?

Joffy puso los ojos en blanco.

—Tramando nada bueno, claro. Intentan pasarse a un sistema de gestión empresarial basado en la fe.

—¿Convertirse en… religión?

—Lo anunciaron el mes pasado, a propuesta de su propio precog corporativo, la hermana Bettina de Stroud. Planean cambiar la jerarquía corporativa a una estructura de múltiples deidades con sus propios dioses, semidioses, sacerdotes, lugares de culto y libros de oración. En la nueva Goliath, los empleados no recibirán como paga algo tan terrenal como el dinero, sino fe: en forma de cupones que podrán cambiar por bienes y servicios en cualquier tienda de la Goliath. Cualquiera que tenga acciones de la Goliath las canjeará, en términos muy favorables, por esos «cupones de fe», y todos adorarán a los miembros de los escalafones superiores de la Goliath.

—¿Y qué obtienen a cambio los «devotos»?

—Bien, la cálida sensación de pertenecer a algo, protección frente a los males del mundo y una recompensa en la otra vida… oh, y creo que también se incluye una camiseta.

—Muy típico de la Goliath.

—¿Verdad que sí? —Joffy sonrió—. Adorando en los santos lugares del consumo. Cuanto más gastes, más cerca estarás de su «dios».

—¡Horrible! —exclamé—. ¿Hay alguna buena noticia?

—¡Claro que sí! Los Mazos de Swindon van a derrotar a los Machacadores de Reading y ganarán la Superhoop de este año.

—¡Estás de broma!

—En absoluto. La victoria de Swindon en la Superhoop es parte de la Séptima Revelación, incompleta, de san Zvlkx. Dice así: «Se producirá una victoria local en los campos de juego de Swindonne en diecinueve cien y ochenta y ocho, y en consecuencia…» El resto se ha perdido, pero está muy claro.

San Zvlkx era el santo de Swindon, y todo niño educado le conocía, incluyéndome a mí. Sus Revelaciones habían sido objeto de muchas conjeturas a lo largo de los años, por una muy buena razón: eran asombrosamente precisas. Aun así, yo me sentía escéptica… sobre todo en lo concerniente a los Mazos de Swindon ganando la Superhoop. El equipo de la ciudad, a pesar de una actuación sorprendente en la final de hacía unos años y al talento innegable del capitán del equipo, Roger Kapok, era probablemente el peor del país.

—Es muy improbable, ¿no? Es decir, san Zvlkx desapareció… ¿en 1292?

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