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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (12 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—En absoluto.

—¿Y comer rollos de arenque no provoca problemas de erección?

—No. Y baja la voz. Todas estas personas son reales, no del tipo genérico D-7 para multitud. Aquí, tú sólo existes en una obra.

—Vale —dijo, parándose frente a una tienda de electrónica y mirando las teles—. ¿Quién es?

—Lola Vavoom. Una actriz.

—¿En serio? ¿Ha interpretado a Ofelia?

—En muchas ocasiones.

—¿Lo hace mejor que Helena Bonham Carter?

—Las dos son buenas… pero diferentes.

—¿Diferentes? ¿Qué quieres decir?

—Las dos dieron al papel matices diferentes.

Hamlet se rio.

—Creo que te estás confundiendo, Thursday. Ofelia es simplemente Ofelia.

—No aquí fuera. Escucha, voy a comprobar la gravedad de mi descubierto.

—¡Los exteriores complican tanto las cosas! —musitó—. Si ahora mismo estuviésemos en un libro, se te acercaría un abogado para decirte que tu tía rica había fallecido dejándote toda su fortuna… y luego empezaríamos el siguiente capítulo contigo en Londres acercándote al despacho de Kaine disfrazada de mujer de la limpieza.

—¡Disculpe…! —dijo un caballero trajeado con un sospechoso modo de hablar al estilo de un abogado—. ¿Es usted Thursday Next?

Miré nerviosa a Hamlet.

—Quizá.

—Permita que me presente. Me llamo Wentworth, de Wentworth, Wentworth y Wentworth, abogados. Soy el segundo Wentworth, por silo interesa.

—¿Y?

—Y… me preguntaba si podría darme su autógrafo. Seguí con gran interés su aventura en
Jane Eyre.

Suspiré aliviada y le firmé el libro. El señor Wentworth me dio las gracias y se alejó corriendo.

—Por un momento me has preocupado —dijo Hamlet—. Se supone que yo soy el ficticio.

Sonreí.

—Lo eres. Y no lo olvides.

—¿Veintidós mil libras? —le dije a la cajera—. ¿Está segura?

La cajera me miró para luego centrarse en Hamlet, que estaba, no muy delicadamente, de pie detrás de mí.

—Por completo. Veintidós mil, trescientas ocho libras y cuatro chelines, tres peniques y medio penique… en descubierto —añadió, por si no me hubiese enterado—. Su casero la demandó por infracciones relativas a la tenencia de un dodo y ganó cinco mil libras. Ya que usted estaba ausente, incrementamos su límite cuando nos reclamó el pago. Luego volvimos a incrementarlo para pagar los intereses adicionales.

—Qué considerado por su parte.

—Gracias. El Amistoso Primer Banco Nacional de la Goliath siempre intenta contentar al cliente.

—¿Estás segura de que no prefieres la opción «de la tía rica»? —preguntó Hamlet bastante inútilmente.

—No. Calla.

—Hace casi dos años y medio que no recibimos ningún depósito suyo —añadió la cajera.

—He estado fuera.

—¿En prisión?

—No. ¿Así que el resto de mi descubierto se debe a…?

—Intereses por el dinero que le prestamos, intereses por los intereses que le prestamos, cartas reclamándole un dinero que sabemos que no tiene, cartas que sabíamos que no le llegarían pidiéndole una dirección, cartas preguntando si había recibido cartas que sabíamos que no había recibido, más cartas pidiendo una respuesta porque poseemos un extraño sentido del humor… ¡Ya sabe, todo acaba sumando! ¿Podemos esperar recibir un cheque en un futuro inmediato?

—La verdad es que no. Eh… ¿Hay posibilidades de aumentar mi límite?

La cajera arqueó una ceja.

—Puedo conseguirle una cita con el director. ¿Tiene alguna dirección a la que podamos enviarle cartas muy caras exigiéndole dinero?

Les di la dirección de mamá y concerté una cita para ver al director. Caminamos dejando atrás la estatua de Brunel y la librería Booktastic, que seguía abierta a pesar de varias liquidaciones por cierre… una de las cuales había presenciado con la señorita Havisham.

La señorita Havisham. Cómo había echado de menos su guía aquellos primeros meses al mando de Jurisficción. Con ella quizás hubiese podido evitar todo aquel estúpido episodio del calcetín en
Días de Lake Wobegon.

—Vale, me rindo —dijo Hamlet de pronto—. ¿Cómo acaba todo?

—¿Cómo acaba qué?

Abrió los brazos.

—Todo esto. Tú, tu esposo, la señorita Hamilton, el dodo pequeño, lo de la Superhoop y la gran compañía… ¿cómo se llama?

—¿Goliath?

—Eso. ¿Cómo acaba todo?

—No tengo ni la más remota idea. Aquí fuera nuestras vidas son básicamente inciertas.

Hamlet pareció conmocionado por la idea.

—¿Cómo vivís sin saber lo que os depara el futuro?

—Eso forma parte de la diversión. El placer de la expectativa.

—No saber no tiene nada de placentero —dijo Hamlet con melancolía—. Excepto quizás en lo que se refiere a matar al viejo tonto de Polonio —añadió.

—A eso me refiero precisamente —respondí—. En el lugar de donde tú vienes los acontecimientos están decididos de antemano y todo sucede porque tiene importancia para el desarrollo del argumento.

—Está claro que hace tiempo que no lees
Hamlet
porque… ¡Cuidado!

Hamlet me empujó para apartarme cuando una pequeña apisonadora —de las que tienen el tamaño adecuado para trabajar en aceras y caminos— se nos acercó rápidamente y se estrelló contra el escaparate que habíamos estado mirando. La máquina se detuvo entre una enorme selección de aparatos eléctricos, con las ruedas traseras todavía girando.

—¿Estás bien? —preguntó Hamlet, ayudándome a ponerme en pie.

—Estoy bien… gracias.

—¡Cielos! —exclamó un obrero corriendo hacia nosotros y dándole a una válvula para desactivar la apisonadora—. ¿Están bien?

—Completamente ilesos. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé —respondió el obrero rascándose la cabeza—. ¿Están seguros de estar bien?

—De veras, estamos bien.

Nos alejamos mientras se iba congregando una multitud. El propietario de la tienda no parecía demasiado contrariado; sin duda estaba pensando en lo que podría sacarle al seguro.

—¿Ves? —le dije a Hamlet mientras nos alejábamos.

—¿El qué?

—A eso precisamente me refiero. En el mundo real pasan muchas cosas sin razón. Si esto fuese ficción, ese pequeño incidente tendría su importancia dentro de treinta capítulos o así; pero no significa nada… después de todo, no todo acontecimiento vital tiene sentido.

—Díselo a los académicos que me estudian —bufó Hamlet desdeñoso, para luego meditar un momento antes de añadir—: Si el mundo real fuese un libro, jamás encontraría editor. Es demasiado largo, detallado en exceso, se va por las ramas a la primera oportunidad… y al final no se llega a ninguna conclusión importante.

—Quizá —dije pensativa— sea eso lo que nos gusta de él.

Llegamos hasta el edificio de OpEspec. Era de diseño germánico racional, construido durante la ocupación, y allí era donde yo —con Bowden Cable y Victor Analogy— me había enfrentado al plan de Acheron Hades para secuestrar a Jane Eyre extrayéndola de
Jane Eyre.
Hades había fracasado y había muerto en el intento. Me pregunté cuántos de la vieja pandilla seguirían por allí. Me asaltaron las dudas y decidí pensármelo un momento antes de entrar. Quizá fuese mejor meditar un plan en lugar de lanzarse a la carga como Zhark.

—¿Te apetece un café, Hamlet?

—Por favor.

Entramos en el Café Goliath de la acera de enfrente. Era el mismo al que había visto acercarse a Landen una hora antes de que lo erradicaran.

—¡Eh! —dijo el de la barra, que me resultaba familiar—. ¡Aquí no servimos a ésos!

—¿A qué ésos?

—A los daneses.

Estaba claro que la Goliath estaba compinchada con Kaine en esa tontería.

—No es danés. Es mi primo Eddie de Wolverhampton.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué va vestido como Hamlet?

Pensé a toda prisa.

—Porque… está loco. ¿No es así, primo Eddie?

—Sí —dijo Hamlet, a quien, la verdad, no le resultaba difícil fingir locura—. Cuando el viento sopla del sur no distingo un huevo de una castaña.

—¿Ve?

—Bien, entonces no hay problema.

Me sobresalté al comprender por qué me resultaba familiar. Era el señor Cheese, uno de los matones corporativos de la Goliath que habían estado a las órdenes de Brik Schitt-Hawse. Él y su socio, el señor Chalk, me habían puesto las cosas difíciles antes de mi partida. Ya no llevaba perilla pero estaba claro que era él. ¿Trabajando de incógnito? Lo dudaba… En la chapa de identificación se leía su nombre junto a dos estrellas doradas: una por fregar y la otra por la espuma de
latte.
Pero no parecía reconocerme.

—¿Qué vas a tomar, Ham… digo, primo Eddie?

—¿Qué hay?

—Expreso, café solo, cortado, con leche, chocolate caliente, descafé, recafé, nocafé, algodecafé, extracafé, Goliachino™… ¿Qué pasa?

Hamlet se había puesto a temblar con cara de dolor y desesperación mientras contemplaba con los ojos abiertos como platos la tremenda cantidad de posibilidades que se abrían ante él.

—Un expreso o uno con leche, ésa es la cuestión —musitó mientras su libre albedrío se evaporaba rápidamente. Le había pedido a Hamlet algo a lo que no podía llegar con facilidad: a una decisión—. Si resulta más sabroso al paladar el café solo que el cortado —añadió atropelladamente con la voz distorsionada—. O pedir uno para llevar o uno bien grande para tomar aquí, o extra de crema, o no tomar nada, y oponiéndose así a la interminable elección de dar final al dolor de nuestro corazón…

—¡Primo Eddie! —dije con dureza—. ¡Déjalo!

—Espumear, espolvorear, quizá beber, y así…

—Tomará un café con extra de crema, por favor.

En cuanto dejó de sufrir el peso de la decisión, Hamlet se detuvo abruptamente.

—Lo siento —dijo frotándose las sienes—. No sé qué me ha pasado. De pronto he sentido el deseo incontenible de hablar un buen rato sin hacer nada. ¿Es normal?

—No en mi caso. Yo tomaré un café con leche, señor Cheese —dije, observando con atención su reacción.

Aparentemente seguía sin reconocerme. Tecleó el pedido y se puso a preparar los cafés.

—¿Me recuerda?

Entrecerró los párpados y me miró con atención un momento.

—No.

—¿Thursday Next?

De pronto, con una sonrisa de oreja a oreja, me tendió una mano enorme, recibiéndome como a una antigua compañera de trabajo en lugar de cómo a una enemiga del pasado. Vacilé y luego le estreché la mano vacilante.

—¡Señorita Next! ¿Dónde ha estado? ¿En prisión?

—Lejos.

—¡Ah! Pero ¿está bien?

—Estoy bien —dije con suspicacia, recuperando la mano—. ¿Cómo está usted?

—¡No ando mal! —Rio, mirando un momento a los lados y entornando los ojos—. Ha cambiado. ¿Qué es?

—¿Casi no tengo pelo?

—Eso es. La buscamos por todas partes. Se pasó casi dieciocho meses en la lista de los «diez más buscados de verdad» de la Goliath… aunque nunca llegó al primer puesto.

—Estoy destrozada.

—Nadie ha pasado nunca diez meses en la lista —añadió el señor Cheese con una mirada de nostalgia—, el siguiente que más duró aguantó tres semanas. ¡La buscamos por todas partes!

—Pero ¿se rindieron?

—Cielos, no —respondió Cheese—. La perseverancia es la característica predominante de la Goliath. Se siguió una política de reestructuración corporativa y nos reasignaron.

—Los despidieron.

—La Goliath nunca despide a nadie —dijo Cheese conmocionado—. De la cuna al ataúd. Ya conoce los anuncios.

—Entonces, ¿simplemente pasó de intimidar y aterrorizar a los cafés y los cortados?

—¿No lo sabe? —dijo Cheese, quitando un poco de espuma—. La Goliath ha cambiado su imagen corporativa de «matón irresistible» por la de «paz, amor y comprensión».

—Anoche oí algo de eso —respondí—, pero me perdonará si no me convence.

—El perdón es la característica más destacada de Goliath, señorita Next. La fe es un producto difícil de vender… y es por eso que resulta preciso reasignar a matones peligrosos e implacables como yo. Nuestra vidente corporativa, la hermana Bettina, previó la necesidad de que nos pasásemos a un sistema de gestión corporativa fundamentado en la fe, pero las reglas para las nuevas religiones son muy estrictas: tenemos que realizar cambios fundamentales y sinceros en la corporación. Es por eso que el antiguo Servicio Interno de Seguridad de la Goliath se llama ahora Goliath lo Siente Intensa y Sinceramente… Incluso hemos conservado las mismas iniciales para no tener que desviar dinero de alguna buena causa para comprar papel con otro membrete.

—O para no tener que volver a cambiarlo una vez que termine esta charada.

—¿Sabe? —Cheese me señaló con el dedo—. Siempre ha sido un poquitín cínica. Debería aprender a confiar más.

—A confiar. Vale. ¿Y cree que el público se creerá esta mierda sentimentaloide de buen-Dios-lo-sentimos-por-favor-perdónennos después de cuatro décadas de explotación descarada?

—¿Explotación descarada? —repitió Cheese consternado—. No me lo parece. Más bien lo que teníamos en mente era la «búsqueda proactiva del bien mayor»… y fueron cinco décadas, no cuatro. ¿Está segura de que su primo Eddie no es danés?

—Completamente segura.

Pensé en Brik Schitt-Hawse, el odioso agente de la Goliath que había ordenado la erradicación de mi esposo.

—¿Qué hay de Schitt-Hawse? ¿Dónde trabaja ahora?

—Creo que ocupa un puesto en Goliathpolis. La realidad es que ya no me muevo en esos círculos. ¡Deberíamos reunirnos todos y tomar unas copas! ¿Qué le parece?

—Me parece que preferiría recuperar a mi esposo —respondí de malas.

—¡Oh! —dijo Cheese, recordando de pronto qué mal concreto me habían causado él y la Goliath. Añadió lentamente—: ¡Debe odiarnos!

—Sólo mucho.

—No podemos consentirlo. El arrepentimiento es la característica distintiva de la Goliath. ¿Ha solicitado la Reversión de Tratamiento Injusto de la Goliath?

Le miré fijamente y alcé una ceja.

—Bien —dijo—, la Goliath ha estado permitiendo que los ciudadanos descontentos soliciten la reversión de cualquier medida injusta o innecesariamente cruel que se les haya podido aplicar… es más bien una especie de gran disculpa. Si la Goliath desea convertirse en el opio de las masas, primero debemos expiar nuestros pecados. Nos gusta corregir cualquier error y luego darnos un buen abrazo para dejar claro que va en serio.

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