Total, aquí no había nada importante..., sólo su hijo, horriblemente herido.
Nikanj la penetró en el cuerpo con cada tentáculo corporal y craneal que podía alcanzarla y, por una vez, lo sintió del modo que siempre había creído que lo sentiría: ¡le hizo daño! Era como ser usada, sin previo aviso, como alfiletero. Se quedó sin aliento, pero consiguió no apartarse. El dolor era soportable, probablemente nada en comparación con el que Nikanj debía de estar sufriendo..., fuera cual fuese la forma en que ellos experimentaban el dolor. Tendió dos veces la mano hacia el casi segado brazo sensorial, antes de poder obligarse a sí misma a tocarlo. Estaba cubierto por pegajosos fluidos corporales y unos tejidos blanco, gris azulado y gris rojizo colgaban de él.
Lo agarró lo mejor que pudo y lo apretó contra el muñón del que casi había sido cortado.
Pero, seguramente, se necesitaría algo más que esto. Seguro que un órgano tan pesado, complejo y muscular no se podía volver a unir con la sola ayuda de la presión de una mano humana.
—Inspira profundamente —le dijo, ronco, Nikanj—. Sigue respirando profundamente.
Usa las dos manos para sostener mi brazo.
—Estás conectado a mi brazo izquierdo —jadeó ella.
Nikanj produjo un seco y desagradable sonido.
—No tengo control. Tendré que soltarte completamente, luego empezar de nuevo. Si puedo.
Varios segundos después, decenas de decenas de «agujas» fueron retiradas del cuerpo de Lilith. Ella volvió a colocar a Nikanj lo mejor que pudo, de modo que la cabeza de él estuviese sobre el hombro de ella, y ella pudiera llegar al miembro casi segado con las dos manos. Ahora podía sostenerlo y mantenerlo apretado contra el lugar que le correspondía. Podía descansar uno de sus brazos contra el suelo y el otro a través del cuerpo de Nikanj. Era una posición que podía mantener durante un tiempo, siempre que nadie la molestase.
—Así está bien —dijo, preparándose de nuevo para el efecto alfiletero.
Nikanj no hizo nada.
—¡Nikanj! —siseó ella, asustada.
Él se agitó, y luego penetró sus carnes tan bruscamente, en tantos lugares..., y tan dolorosamente, que ella lanzó un gemido. Pero consiguió no moverse más allá de una sacudida refleja inicial.
—Inspira profundamente —dijo él—. Yo..., trataré de no hacerte más daño.
—No es para tanto. Lo que no veo es cómo te puede ayudar esto.
—Tu cuerpo puede ayudarme. Sigue respirando profundamente.
No dijo nada más, no hizo ningún sonido que indicase su propio dolor. Ella yació junto a él, con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, y dejó que éste pasase; se permitió perder la noción del mismo. De vez en cuando la tocaban manos. La primera vez que sucedió esto, miró para ver lo que estaba pasando, y se dio cuenta de que eran manos oankali, apartando insectos de su cuerpo.
Mucho más tarde, cuando ya había perdido totalmente la noción del tiempo, se sintió sorprendida al abrir los ojos a la oscuridad; notó como alguien le levantaba la cabeza y le deslizaba algo debajo.
Alguien había cubierto su cuerpo con ropa. ¿La ropa extra que ella llevaba? Y alguien había colocado más ropa bajo las partes de su cuerpo que parecían necesitar un soporte.
Oyó hablar, trató de oír voces humanas, y no pudo distinguir ninguna. Partes de su cuerpo se le durmieron, luego sufrieron su propio doloroso despertar, sin ningún esfuerzo por su parte. Sus brazos le dolían, luego se calmaron, a pesar de que no cambió de posición. Alguien le puso agua en los labios, y bebió entre jadeos.
Podía escuchar su propio respirar. Nadie tenía que recordarle que respirase profundamente: su cuerpo se lo pedía. Había empezado a hacerlo por la boca.
Quienquiera que estuviese cuidando de ella se fijó en esto, y le dio agua más a menudo.
Pequeñas cantidades para humedecerle la garganta. El agua le hizo preguntarse qué sucedería si tenía que ir al lavabo, pero el problema no se produjo.
Trocitos de comida le eran puestos en la boca. No sabía lo que era, no podía saborearla, pero parecía darle fuerzas.
En cierto momento reconoció a Ahajas, la compañera femenina de Nikanj, como la propietaria de las manos que le daban el agua y la comida. Al principio se sintió confundida, y se preguntó si la habrían sacado de la selva y llevado a la vivienda familiar.
Pero, cuando hubo luz, pudo volver a ver la cúpula vegetal..., verdaderos árboles cargados de epífitas y lianas. Un nido de termitas, redondeado y del tamaño de un balón, colgaba de una rama, justo encima de ella. Nada como esto existía en las ordenadas y tan cuidadas zonas de vivienda oankali.
De nuevo se perdió. Luego se dio cuenta de que no siempre había estado consciente.
Y, sin embargo, jamás le pareció haber dormido. Y nunca soltó a Nikanj. No podía dejarlo: él le había congelado las manos, los músculos, en posición, para formar una especie de entablillado vivo que lo sujetase mientras se curaba.
En ciertas ocasiones su corazón latía deprisa, atronando en sus oídos como si hubiera estado corriendo a tumba abierta.
Dichaan se hizo cargo de la tarea de darle agua y comida y protegerla de los insectos.
Los tentáculos de la cabeza y el cuerpo no dejaban de aplanársele cuando miraba a la herida de Nikanj. Lilith logró mirar para ver qué era lo que le complacía tanto.
En principio no parecía haber nada de lo que estar complacido: la herida supuraba fluidos que se tornaban negros y hedían. Lilith tenía miedo de que hubiera cogido algún tipo de infección, pero no podía hacer nada al respecto. Al menos ninguno de los insectos locales parecía atraído por ella. Y probablemente tampoco lo estarían los microorganismos. Lo más posible era que Nikanj hubiera traído con él al terreno de entrenamiento lo que fuese que le estuviera provocando esa infección.
Al cabo, la infección pareció irse curando, aunque continuaba fluyendo de la herida un líquido claro. Y Nikanj no la soltó hasta que dejó de fluir por completo.
Lilith comenzó a desperezarse lentamente, y a darse cuenta de que durante un largo tiempo no había estado del todo consciente. Era como si de nuevo se estuviera Despertando, tras la animación suspendida; sólo que esta vez sin dolor. Los músculos que deberían de haber aullado al moverlos tras estar quieta durante tanto tiempo no protestaban en lo más mínimo.
Se movió lentamente, estirando los brazos, las piernas, arqueando la espalda contra el suelo. Pero le faltaba algo.
Miró en derredor, súbitamente alarmada, y se encontró con Nikanj sentado a su lado, enfocado en ella.
—Estás bien —le dijo, con su normal voz átona—. Al principio te encontrarás un poco mareada, pero estás bien.
Ella miró al brazo sensorial izquierdo del ooloi. La curación aún no era completa, aún se veía lo que parecía una mala herida..., como si alguien le hubiera dado un navajazo al brazo y sólo le hubiese hecho una herida superficial.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Él movió el brazo de un modo casual, normal, y lo usó para acariciarle la cara en un reflejo humano adquirido.
Ella sonrió, se sentó, se agarró un momento para que se le pasase el ligero mareo y luego se puso en pie y miró a su alrededor. No había humanos a la vista, ni oankali a excepción de Nikanj, Ahajas y Dichaan. Éste le entregó una chaqueta y unos pantalones, limpios. Más limpios de lo que ella estaba. Tomó la ropa y se la puso de mala gana. No estaba tan sucia como ella se habría imaginado estar, pero, aun así, deseaba lavarse.
—¿Dónde están los otros? —preguntó—. ¿Están todos bien?
—Los humanos están de vuelta en el campamento —dijo Dichaan—. Pronto serán enviados a la Tierra. Les han sido mostradas las paredes de aquí, así que saben que aún siguen a bordo de una nave.
—Tendríais que haberles mostrado las paredes en su primer día aquí.
—Eso haremos la próxima vez. Ésta era una de las cosas que teníamos que aprender de este grupo.
—Mejor aún, demostradles que están en una nave en el mismo momento en que se Despierten —añadió ella—. La ilusión no los conforta durante mucho tiempo, sólo los confunde, les ayuda a cometer errores peligrosos. Yo misma había empezado a preguntarme dónde estaríamos realmente.
Silencio. Un terco silencio.
Miró al brazo sensor de Nikanj, que aún estaba curándose.
—Escúchame —le dijo—. Déjame que os ayude a aprender acerca de nosotros, o habrá más heridas, más muerte.
—¿Quieres caminar por la selva o vamos por el camino más corto, por debajo de la sala de entrenamiento?
Suspiró: ella era Casandra, advirtiendo y prediciendo para una gente que se tornaba sorda en cuanto empezaba a advertirles, a predecirles.
—Vayamos por la selva —contestó.
Nikanj permanecía inmóvil, muy enfocado en ella.
—¿Qué pasa? —preguntó Lilith.
Él rodeó su cuello con su brazo sensorial herido.
—Nadie había hecho nunca lo que nosotros hemos hecho aquí. Nadie había curado una herida tan grave como la mía, tan rápida y completamente.
—No había razón para que murieses o quedases lisiado —contestó ella—. No pude ayudar a Joseph, pero me alegra haberte podido ayudar a ti..., pese a que no tengo ni la menor idea de cómo lo he hecho.
Nikanj enfocó en Ahajas y Dichaan.
—¿El cuerpo de Joseph? —preguntó con voz suave.
—Congelado —le contestó Dichaan—. Esperando ser enviado a la Tierra.
Nikanj frotó la nuca de ella con el frío y duro extremo de su brazo sensorial.
—Pensé que lo había protegido lo bastante —dijo—. Debería haber sido suficiente.
—¿Está Curt con los otros?
—Está dormido.
—¿En animación suspendida?
—Sí.
—¿Y se quedará aquí? ¿No irá nunca a la Tierra?
—Nunca.
Ella asintió con la cabeza.
—No es bastante, pero es mejor que nada.
—Tiene un talento como el tuyo —le dijo Ahajas—. Los ooloi lo usarán para estudiar y explorar ese talento.
—¿Talento?
—Vosotros no podéis controlarlo —explicó Nikanj—, pero nosotros sí. Vuestros cuerpos saben cómo hacer que algunas de sus células reviertan a un estadio embriónico.
Pueden despertar genes que la mayoría de los humanos ya no usan tras el nacimiento.
Tenemos genes comparables que se tornan durmientes tras la metamorfosis. Tu cuerpo le enseñó al mío cómo despertarlos, cómo estimular el crecimiento de células que normalmente no se regenerarían. La lección fue compleja y dolorosa, pero valió mucho la pena aprenderla.
—Hablas... —su expresión era de duda— de mi problema familiar con el cáncer, ¿no?
—Ya no es un problema —le corrigió Nikanj, alisando sus tentáculos corporales—. ¡Es un regalo, que me ha devuelto la vida!
—¿Habrías muerto?
Silencio.
Tras un rato, Ahajas dijo:
—Nos hubiera abandonado. Se hubiera convertido en Toaht o Akjai, y dejado la Tierra.
—¿Por qué? —preguntó Lilith.
—Sin tu regalo, no hubiera podido recuperar el uso completo de su brazo sensorial. No hubiera podido concebir hijos. —Ahajas dudó—. Cuando nos enteramos de lo que había pasado, creímos haberlo perdido. ¡Había estado con nosotros tan poco tiempo!
Sentimos..., quizá sentimos lo que tú sentiste cuando murió tu compañero. Para nosotros no parecía haber nada que hacer en el futuro, hasta que Ooan Nikanj nos dijo que tú le estabas ayudando, y que se recuperaría totalmente.
—Kahguyaht actuó como si no estuviese ocurriendo nada inusual —comentó Lilith.
—Estaba aterrado por mí —le explicó Nikanj—. Sabe que no le caes bien. Pensó que cualquier instrucción que él te diera, fuera de lo esencial, te irritaría o te harían perder tiempo. Estaba muy, muy asustado.
Lilith rió amargamente.
—Es un buen actor.
Nikanj hizo sonar sus tentáculos. Apartó su brazo sensorial del cuello de ella y llevó al grupo hacia el poblado.
Lilith le siguió, automáticamente, mientras sus pensamientos saltaban de Nikanj a Curt y a Joseph. Curt, cuyo cuerpo sería utilizado para enseñarles a los ooloi más acerca del cáncer. No se atrevió a preguntar si estaría consciente y conocería lo que le hacían mientras se llevaban a cabo esos experimentos. Esperaba que así fuera.
Cuando llegaron al campamento casi era de noche. La gente estaba reunida alrededor de los fuegos, hablando, comiendo. Nikanj y sus compañeros fueron recibidos por los oankali en una especie de regocijado silencio..., una confusión de brazos y tentáculos sensoriales, un relatar de experiencias por estimulación neural directa. Podían pasarse los unos a los otros experiencias completas, y luego discutir la experiencia en una conversación no verbal. Tenían todo un lenguaje de imágenes sensoriales y señales aceptadas que sustituían a las palabras.
Lilith los contempló envidiosamente. No acostumbraban a mentirles a los humanos, porque su lenguaje sensorial les había dejado sin el hábito de mentir..., sólo sabían retener información, rehusar el contacto.
En cambio, los humanos mentían a menudo y con facilidad. No podían fiarse unos de otros. Y no podían fiarse de una de ellos que parecía demasiado próxima a los alienígenas, que se había desnudado y echado al suelo para ayudar a su carcelero.
Hubo un silencio en la fogata en la que Lilith eligió sentarse: Allison, Leah y Wray, Gabriel y Tate. Tate le dio un ñame tostado y, para su sorpresa, pescado cocido. Miró a Wray.
Wray se alzó de hombros.
—Lo atrapé con las manos. ¡Vaya locura! Era de la mitad de mi tamaño, pero nadó hasta mí, corno pidiéndome que lo pescase. Los oankali me dijeron que me podían haber cogido a mí algunas de las cosas que nadan por el río: anguilas eléctricas, pirañas, caimanes... Trajeron lo peorcito de la Tierra. Y, sin embargo, nada me molestó.
—Victor halló un par de tortugas —añadió Allison—. Nadie sabía cómo cocinarlas, así que cortaron la carne a tiras y la asaron.
—¿Qué tal estaba? —preguntó Lilith.
—Se la comieron. —Allison sonrió—. Y, mientras estaban cocinándola y comiéndosela, los oankali se mantuvieron alejados de ellos.
Wray sonrió de oreja a oreja.
—Tampoco se ve a ninguno de ellos alrededor de esta fogata, ¿no?
—No estoy seguro —intervino Gabriel.
Silencio.
Lilith suspiró.
—Bien, Gabe, ¿qué mosca te ha picado esta vez...? ¿Qué son: preguntas, acusaciones o condenas?