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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

América (4 page)

BOOK: América
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–Soporta usted mis elogios con considerable elegancia, señor Boyd. La mayoría de mis interlocutores se arruga al oírme. Usted, en cambio, trasmite su inimitable desenvoltura personal y, a la vez, un respeto hacia mí que resultan sumamente atractivos. ¿Sabe qué significa eso?

–No, señor. Lo ignoro.

–Significa que me cae bien y que estoy dispuesto a perdonarle ciertas indiscreciones por las que crucificaría a otros agentes. Es usted un hombre peligroso y cruel, pero posee cierto encanto seductor. Este balance de atributos pesa más que sus tendencias licenciosas y me permite verlo con buenos ojos.

No le preguntes «¿qué indiscreciones?», porque te lo dirá y te dejará hecho polvo.

–Señor, aprecio muchísimo su respeto y le correspondo plenamente.

–No ha dicho que yo le caigo bien, pero no voy a insistir en eso. Ahora, vamos al grano. Tengo una oportunidad para hacerle ganar dos sueldos a la vez, lo cual debería alegrarle muchísimo.

Hoover se retrepó en el asiento con un ademán que decía, «halágame para que continúe».

–¿Señor?-se limitó a decir Kemper.

La limusina aceleró. Hoover flexionó las manos y se enderezó el nudo de la corbata.

–Las actuaciones recientes de los hermanos Kennedy me tienen inquieto. Parece que Bobby utiliza el mandato del comité McClellan sobre la infiltración de la delincuencia organizada en los sindicatos como medio de arrinconar al FBI y de promover las aspiraciones presidenciales de su hermano. Esto me desagrada mucho. He dirigido el FBI desde antes de que Bobby naciera. Jack Kennedy es un marchito
playboy
liberal con las convicciones morales de un sabueso olfateador de entrepiernas. Actúa como un luchador contra la delincuencia en el comité McClellan, y la propia existencia de ese comité es una bofetada implícita en pleno rostro del FBI. El viejo Joe Kennedy está decidido a comprarle la Casa Blanca a su hijo y, por si lo consigue, quiero poseer informaciones que contribuyan a mitigar las líneas políticas más degeneradamente igualitarias del muchacho.

–¿Señor?-Kemper captó su intención.

–Quiero que se infiltre en la organización de Kennedy. El mandato del comité McClellan sobre el fraude en los sindicatos termina la próxima primavera, pero Bobby Kennedy sigue contratando abogados investigadores. A partir de ahora, usted ya está retirado del FBI, aunque continuará recibiendo la paga completa hasta julio de 1961, fecha en que cumplirá los veinte años de servicio en el FBI. Tiene que preparar una historia convincente sobre su retiro del FBI y conseguir un empleo de abogado en el comité McClellan. Sé que usted y Jack Kennedy han intimado con una ayudante del Senado llamada Sally Lefferts. La señorita Lefferts es una mujer parlanchina, y estoy seguro de que el joven Jack ha oído hablar de usted. El joven Jack está en el comité y le encantan los chismorreos subidos de tono y las amistades peligrosas. Estoy seguro de que encajará bien con los Kennedy, señor Boyd. Estoy seguro de que ésta va a ser una saludable oportunidad para que ponga en práctica sus habilidades de disimulo y duplicidad y, al propio tiempo, una ocasión propicia para que ejercite sus gustos más promiscuos.

Kemper se sintió ingrávido. La limusina circulaba como si flotase en el aire.

–Me encanta su reacción -dijo Hoover-. Ahora, descanse. Llegaremos a Washington en una hora y le dejaré en su apartamento.

Hoover le suministró unas notas de estudio actualizadas en una cartera de cuero con un sello de «CONFIDENCIAL». Kemper preparó una coctelera de martinis extra secos y se acomodó en su asiento favorito a leer los papeles.

Las notas se reducían a una sola cosa: Bobby Kennedy contra Jimmy Hoffa.

El senador John McClellan presidía el comité electo del Senado Federal sobre Actividades Ilegales en el Ámbito Laboral y Directivo, creado en enero de 1957. Restantes miembros del comité: los senadores Ives, Kennedy, McNamara, McCarthy, Ervin, Mundt y Goldwater. Principal consejero y jefe de investigaciones: Robert F. Kennedy.

Personal actual: treinta y cinco investigadores, cuarenta y cinco contables, veinticinco secretarias y escribientes. Sede actual: edificio de Oficinas del Senado, despacho 101.

Objetivos declarados del comité: desenmascarar las prácticas laborales corruptas; denunciar a los sindicatos vinculados al crimen organizado.

Métodos del comité: citaciones de testigos, reclamaciones de presentación de documentos y localización de los fondos sindicales desviados y empleados en actividades delictivas organizadas.

Objetivo
de facto
del comité: la Hermandad Internacional de Camioneros, el sindicato del transporte más poderoso del mundo y, probablemente, el sindicato más poderoso y corrupto de la historia.

Su presidente: James Riddle Hoffa, 45 años.

Hoffa: matón a sueldo. Organizador de extorsiones, sobornos en masa, palizas, atentados con bombas, tratos secretos con la dirección y uso fraudulento de los fondos del sindicato.

Posesiones sospechosas de Hoffa, en violación de catorce estatutos antitrust: empresas de transporte por carretera, negocios de venta de coches usados, un canódromo, una cadena de alquiler de coches, una empresa de taxis en Miami con personal de refugiados cubanos conocidos por sus extensos historiales delictivos.

Amigos íntimos de Hoffa: Sam Giancana, jefe de la mafia de Chicago; Santo Trafficante Jr., jefe de la mafia de Tampa, Florida; Carlos Marcello, jefe de la mafia de Nueva Orleans.

Jimmy Hoffa: presta a sus «amigos» millones de dólares, invertidos de forma ilegal; cobra un porcentaje en los casinos de La Habana, dirigidos por los gángsters; provee ilegalmente de fondos al hombre fuerte cubano, Fulgencio Batista… y también al líder rebelde, Fidel Castro; mete mano al fondo de pensiones del sindicato de camioneros de los estados del Medio Oeste, una fuente de abundante dinero que, según los rumores, administra la gente de Sam Giancana en Chicago; un negocio de préstamos abusivos en el que gángsters y empresarios deshonestos prestan grandes cantidades con intereses usureros, cuyas cláusulas de penalización por falta de pago incluyen la tortura y la muerte.

Kemper comprendió el meollo del asunto: Hoover estaba celoso; siempre había dicho que la trama negra no existía… porque sabía que no conseguiría una sentencia condenatoria. Ahora, Bobby Kennedy empezaba a disentir…

En las notas, seguía una cronología.

Principios del 57: el comité se concentra en el presidente de los transportistas, Dave Beck. Éste declara en cinco ocasiones y el implacable acoso de Bobby Kennedy quiebra su resistencia. Un gran jurado de Seattle lo procesa por apropiación indebida y evasión de impuestos.

Primavera del 57: Jimmy Hoffa asume el control absoluto del sindicato.

Agosto del 57: Hoffa promete limpiar su organización de la influencia de los gángsters. Una mentira como una catedral.

Septiembre del 57: Hoffa es juzgado en Detroit. Acusación: escuchas ilegales de los teléfonos de subordinados del sindicato. El jurado no se pone de acuerdo y Hoffa se libra de la condena.

Octubre del 57: Hoffa es elegido presidente de la Unión Internacional de Camioneros. Corre el insistente rumor de que el setenta por ciento de los delegados fue designado de forma ilegal.

Julio del 58: el comité empieza a investigar los vínculos directos entre el sindicato y el crimen organizado. Se estudia con especial interés el cónclave de noviembre del 57 en Apalachin.

Cincuenta y nueve gángsters de alto rango se reúnen en la casa de un amigo «civil» en el norte del estado de Nueva York. Un patrullero de la policía estatal, llamado
Edgar
Croswell, anota las matrículas. Se produce una intervención policial… y la posición defendida durante tanto tiempo por el señor Hoover, «no existe ninguna mafia», se hace insostenible.

Julio del 58: Bobby Kennedy demuestra que Hoffa resuelve las huelgas mediante sobornos de la dirección. Esta práctica se remonta al año 49.

Agosto del 58: Hoffa comparece ante el comité. Bobby Kennedy se lanza a por él… y lo atrapa en numerosas falsedades.

Hasta allí las notas.

En aquellos momentos, el comité estaba investigando la urbanización de Hoffa en Sun Valley, junto al lago Weir, Florida. Bobby Kennedy había reclamado los libros de cuentas del fondo de pensiones de los estados del Medio Oeste y había observado que se invirtieron en el proyecto tres millones de dólares, cifra muy por encima del coste razonable de la edificación. Kennedy tenía una teoría: que Hoffa había desviado un millón, por lo menos, y les estaba vendiendo a sus compañeros de sindicato materiales prefabricados defectuosos y un cenagal infestado de caimanes.

Ergo: delito mayor de fraude inmobiliario.

Un añadido final: «Hoffa tiene un testaferro en Sun Valley: Anton William Gretzler, de 46 años, residente en Florida, con tres condenas previas por estafa. Con fecha 29/10/58, se libró una citación de comparecencia contra Gretzler, pero al parecer se encuentra en paradero desconocido.»

Kemper estudió la lista de «socios conocidos» de Hoffa. Un nombre llamó su atención: Pete Bondurant, varón, blanco, 1,90 metros, 103 kilos, nacido el 16/7/20 en Montreal, Canadá.

Sin condenas criminales. Detective privado con licencia. Ex ayudante del comisario del condado de Los Ángeles.

El gran Pete: matón y guardaespaldas preferido de Howard Hughes. Kemper y Ward Littell lo habían detenido en una ocasión por matar a golpes a un interno en los calabozos de la comisaría. Littell había comentado de él: «Es, quizás, el policía corrupto más temible y competente de nuestro tiempo.»

Kemper se sirvió otra copa y dejó vagar su imaginación. No tardó mucho en asumir otra personalidad: los aristócratas heroicos tienen un vínculo común.

A él le gustaban las mujeres y había engañado a su esposa durante todo su matrimonio. También a Jack Kennedy le gustaban las mujeres y mantenía sus votos matrimoniales de forma tan ventajosa como caprichosa. A Bobby le gustaba su mujer y la tenía embarazada constantemente; los informadores de su círculo íntimo lo consideraban un marido fiel.

Yale para él; Harvard para los Kennedy. Unos, católicos irlandeses asquerosamente ricos; los otros, anglicanos de Tennessee también asquerosamente ricos, sólo que habían quedado arruinados. La familia de Jack y Bobby, numerosa y fotogénica; la suya, rota y muerta. Algún día les contaría a Jack y a Bobby cómo su padre se había pegado un tiro y había tardado un mes en morir.

Sudistas e irlandeses de Boston: unos y otros marcados por acentos incongruentes. Kemper había resucitado el habla arrastrada que tanto le había costado perder.

Rebuscó en su guardarropa. Los detalles precisos para asumir esa personalidad fueron encajando. El traje negro para la entrevista. Una 38 con funda para impresionar a Bobby, el duro. Nada de gemelos de Yale: Bobby quizá tenía una vena proletaria.

El guardarropa medía cuatro metros de largo. La plancha de madera del fondo estaba repleta de fotografías enmarcadas.

Su ex esposa, Katherine. La mujer más guapa que había pisado jamás la Tierra. Se habían presentado en sociedad en el cotillón de Nashville y un cronista los había denominado «la elegancia sureña personificada». Él se casó por concupiscencia y por el dinero del padre de ella. Katherine se divorció de él cuando la fortuna de los Boyd se evaporó y Hoover dio una charla en su clase de la facultad de Derecho e invitó
personalmente
a Kemper a ingresar en el FBI.

Katherine, en noviembre de 1940:

–Ándate con cuidado con ese tipo remilgado y quisquilloso, ¿me escuchas, Kemper? Me parece que tiene ganas de llevarte a la cama…

Ella no sabía que el señor Hoover sólo follaba con el poder.

En sendas fotos con marcos a juego estaban su hija, Claire, así como Susan Littell y Helen Agee: tres hijas del FBI decididas a cursar sendas carreras de Derecho.

Las chicas eran grandes amigas, aunque separadas por sus estudios en Tulane y Notre Dame. Helena estaba desfigurada; Kemper había colgado esas fotos en el guardarropa para evitar comentarios conmiserativos.

Sucedió así: Tom Agee estaba sentado en su coche, ante un burdel, haciendo una ronda de vigilancia rutinaria sobre una banda de asaltantes de banco. Su mujer acababa de abandonarlo y Tom no había podido encontrar niñera para Helen, que tenía entonces nueve años. La pequeña dormía en el asiento de atrás cuando los atracadores salieron pegando tiros.

Tom resultó muerto. Helen recibió un disparo a quemarropa y también fue dejada por muerta. Cuando llegó la asistencia médica habían pasado seis horas. El fogonazo había quemado las mejillas de Helen y la había marcado de por vida.

Kemper descolgó la ropa para la entrevista. Rectificó ciertas mentiras y llamó a Sally Lefferts. El teléfono sonó dos veces y respondió el chico de Sally:

–Esto…, ¿diga?

–Hijo, dile a tu madre que se ponga. Dile que es un amigo de la oficina.

–Esto… Sí, señor.

Sally se puso al aparato.

–¿Quién es el burócrata del Senado que molesta a esta pobre auxiliar agobiada de trabajo?

–Soy yo. Kemper.

–¡Kemper! ¿Cómo se te ocurre llamarme en estos momentos, con mi marido en casa?

–¡Chist! Te llamo por un asunto federal.

–¿Qué? No me digas que el señor Hoover se ha enterado de tus malos modos con las mujeres y te ha dado puerta…

–Me he jubilado, Sally. He utilizado una cláusula de exención por trabajos peligrosos y me he jubilado con tres años de adelanto.

–¡Vaya, vaya! ¡Dios mío, Kemper Cathcart Boyd!

–¿Todavía te ves con Jack Kennedy, Sally?

–De vez en cuando, cariño. Como tú sí que me diste puerta… ¿De qué se trata, Kemper?¿De intercambiar listas de chicas fáciles y chismes inconvenientes de la escuela, o…?

–Tengo intención de solicitar un empleo en el comité McClellan. Sally soltó una exclamación.

–Sí, creo que deberías hacerlo. ¡Creo que debería dejar una nota en la mesa de Robert Kennedy recomendándote y que deberías enviarme una docena de rosas Belleza Sureña de tallo largo por el esfuerzo!

–La belleza sureña eres tú, Sally.

–Una cosa es segura: que era demasiado mujer para De Ridder, Luisiana. ¡Va en serio!

Kemper colgó con unos besos. Sally haría correr la voz: ex ladrón de coches por cuenta del FBI buscaba empleo.

Kemper le contaría a Bobby cómo se había infiltrado en el círculo de ladrones de Corvettes, aunque no mencionase los coches de esa marca que había desmantelado para recuperar piezas.

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