Jingqiu no sabía cuándo volvería a verlo —no habían podido fijar una fecha—, aunque sí estaba segura de que en cuanto tuviera oportunidad vendría a verla. Antes temía que solo jugara con ella y no volviera, pero ya no.
A la mañana siguiente se dirigió a la fábrica de cartón, y, como siempre, fue al despacho de Wan Chengsheng para ver qué trabajo le asignaba. Como la puerta seguía cerrada se sentó en el suelo y esperó. Pronto llegaron otros trabajadores y también se sentaron a esperar.
—El jefe se habrá quedado trabajando hasta tarde y ahora no puede levantarse —bromeó uno—. Siempre y cuando no nos descuente ningún día de trabajo, me da igual cuándo salga. Cuanto más tarde, mejor.
Esperaron hasta las ocho y media, pero Wan seguía sin llegar y todo el mundo estaba preocupado, pues si se demoraba mucho más aquel día ya no trabajarían. Algunos comentaron la posibilidad de ir a buscar a alguien de la fábrica para ver si sabía qué le había ocurrido.
Al cabo de un rato mandaron a un jefe de sección, que les dijo:
—Ayer por la noche le dieron una paliza al señor Wan, así que hoy no puede venir. No sé qué trabajo había pensado asignaros a cada uno, así que no puedo organizar nada. ¿Por qué no os vais a casa y volvéis mañana?
Los trabajadores temporales salieron de la fábrica maldiciendo y farfullando: si no íbamos a trabajar hoy, nos lo podría haber dicho antes. Ya ha pasado medio día, y hemos perdido el tiempo.
Jingqiu comenzó a temer que hubiera sido Mayor Tercero. Pero, razonó, después de acompañarme hasta el recinto de la escuela se quedó allí mucho rato, y el ferry ya había cerrado. Y no creo que cruzara nadando para darle una paliza a Wan. Aunque, de haber querido cruzar, no habría tenido ningún problema. ¿Me estaba diciendo adiós cuando abrió tanto los brazos y se quedó allí un buen rato? A lo mejor sabía que iría a la cárcel por lo que estaba a punto de hacer y, como no soportaba verme marchar, permaneció en la orilla mirándome por última vez.
Tenía que averiguar qué había pasado exactamente, lo graves que eran las heridas de Wan y si habían atrapado a la persona que lo había atacado. ¿Sabía la policía quién era? Ignoraba a quién preguntar, pero en su desesperación lo intentó con todo el mundo. Incluso fue corriendo a la oficina del señor Liu para preguntarle si sabía lo que ocurría.
—Lo único que he averiguado es que le han dado una paliza —contestó el señor Liu. Al ver que Jingqiu estaba tan alterada, le entró la curiosidad y preguntó—: Wan generalmente despierta sentimientos negativos en la gente, jamás se me ocurrió que te preocuparías tanto por él.
Jingqiu no tenía intención de explicarle nada, y farfulló unas pocas palabras antes de ir a buscar a Zhang Yi, que todavía dormía, por lo que tuvieron que despertarlo sus compañeros de habitación. Salió al pasillo frotándose los ojos.
—¿Te has enterado? Esta noche le han dado una paliza a Wan. No ha podido venir a trabajar.
—¿De verdad? —contestó Zhang Yi entusiasmado—. Lo tiene bien merecido. ¿Quién se la ha dado? Sea quien sea, es más despiadado que yo.
—Pensaba que habías sido tú —replicó Jingqiu.
—¿Y por qué pensabas que había sido yo? Yo estaba trabajando en el turno de noche.
—Creía que a lo mejor querías darle una lección de verdad —contestó, ahora totalmente decepcionada—. Creía que a lo mejor te habías metido en un lío.
—No te preocupes por mí —replicó Zhang Yi, visiblemente conmovido—. No he sido yo, de verdad. Desde que vine a trabajar aquí no me he metido en ninguna pelea. Lo de ayer fue una excepción, y porque se aprovechó de ti. Siempre fuiste buena conmigo y me ayudaste, desde la primaria.
Jingqiu se acordó de todas las veces que había deseado que cayera enfermo y se sintió avergonzada.
—¿Qué quieres decir con eso de que te ayudé? ¿Acaso el maestro no me decía siempre que lo hiciera?
—¿Nunca te fijaste en que solo te escuchaba a ti? Por eso el maestro te pedía que me cuidaras.
Jingqiu no sabía si reír o llorar, y se acordó de que, por mucho que intentara frenar a Zhang, nunca lo conseguía, y ahora él le decía que solo la escuchaba a ella.
—Si no trabajas —dijo Zhang Yi—, podríamos ir al cine.
—Acabas de salir del turno de noche —dijo enseguida Jingqiu—. Vete a dormir, o no tendrás energía para trabajar esta noche.
—Pues volveré a la cama. Ves, todavía hago caso de todo lo que me dices.
Regresó a su dormitorio y Jingqiu se fue a casa.
Pero al llegar estaba tan nerviosa como antes, y no podía apartar de sus ojos la imagen de Mayor Tercero con las manos atadas y escoltado por la policía. ¿Cómo puede ser tan impulsivo? ¿Vale la pena desperdiciar tu vida por ese jorobado? ¿Crees que con eso te desquitas? Pero luego se culpó a sí misma. Para empezar, ¿por qué se lo había contado? Si no hubiera dicho nada, Mayor Tercero no se habría enterado. Si lo cogían, sería culpa suya.
Se le ocurrió correr hasta la comisaría y confesar que había sido ella, que le había dado una paliza porque se había aprovechado de ella, y no había tenido otra alternativa. Pero no la creerían y, de todos modos, Wan sabría sin duda si quien le había golpeado era un hombre o una mujer.
Entonces se acordó de lo que había dicho Mayor Tercero: «No será la última vez». Entonces se lo había buscado. A lo mejor había cruzado el río a nado para darle una lección a Wan, para impedir que hubiera una próxima vez.
Después de pensar todo aquello era imposible que se quedara en casa, así que corrió de vuelta a la fábrica para ver si había noticias. Cada vez eran más los que se habían enterado de lo ocurrido. Al parecer Wan despertaba auténticos sentimientos de odio entre la gente. Ni una sola persona, al enterarse de la paliza, mostró la menor simpatía por él y, aunque tampoco expresaron felicidad ante su desgracia, la comentaron con entusiasmo.
—Debe de haber sido alguien que lo odia —fue una de las opiniones—. He oído que eligieron un lugar estratégico y le dieron varias patadas en el estómago y entre las piernas. Es horrible, las pelotas se le habrán quedado hechas papilla. Ya no creo que pueda tener hijos.
Al oír esas palabras, Jingqiu supo que al menos Wan no había muerto. La situación todavía podía resolverse, Mayor Tercero no sería condenado a la pena capital. Pero también se dijo que, si Wan no había muerto, eso significaba que podría describir a la persona que le había golpeado, cosa que era aún peor. Pero Mayor Tercero era muy inteligente y probablemente no había permitido que Wan le viera la cara.
Al día siguiente fue temprano a la fábrica y se sentó delante de la oficina de Wan sin saber exactamente qué estaba esperando. Ahora resultaba irrelevante que le dieran trabajo o no: lo más importante era averiguar si había alguna novedad. ¿Habían capturado a Mayor Tercero? Al cabo de un rato los demás trabajadores temporales fueron llegando uno a uno. El tema favorito de conversación era, naturalmente, el incidente con Wan.
Ojitos Brillantes siempre había sido un sujeto bien informado, y aquel día no era una excepción.
—Todo ocurrió delante de la puerta de la casa de Wan. —Hablaba con autoridad—. Acababa de regresar de dar un paseo nocturno para refrescarse cuando el autor de los hechos salió de la oscuridad con una bolsa o algo parecido cubriéndole la cabeza, y entonces le dio de puñetazos y patadas. Parece ser que el atacante no dijo ni una palabra, así que debe de haber sido alguien a quien Wan conocía bien, pues de lo contrario no se habría tapado la cara y no habría procurado que Wan no oyera su voz.
Una mujer de mediana edad conocida como la Loca Qin dijo:
—Debe de haber sido un miembro del ejército que no conoce su propia fuerza. —La Loca Qin sentía un afecto especial por los miembros del ejército, pues en una ocasión había arrastrado al jefe de un departamento de propaganda del ejército «a la perdición», y el resultado había sido un hijo ilegítimo.
—Ha sido tu amigo del departamento de propaganda, ¿no? —dijo alguien para chincharla—. El jefe debe de estar chiflado por ti, pues tu soldadito ha vuelto para vengarse.
La Loca Qin no intentó defenderse, sino que ahogó una carcajada, como si temiera que los demás pudieran sospechar de su amigo del ejército.
—Los hombres siempre se están peleando por alguna mujer. Al jefe deben de haberle arreado por culpa de alguna de nosotras —dijo, mirando de soslayo a todas las demás mujeres. Era un poco bizca, por lo que, si la persona a la que quería mirar estaba justo delante de ella, tenía que girar todo el cuerpo a un lado.
Aquella conversación asustó todavía más a Jingqiu, pues temía que la abuela Cobre pudiera contar a todo el mundo lo que había ocurrido entre ella y el jorobado. Si los demás averiguaban que Wan se había aprovechado de ella, sospecharían de su novio o de su hermano mayor. Jingqiu había creído firmemente que la gente que quebrantaba la ley siempre acababa en manos de la policía.
Aquel día ya eran casi las nueve cuando la fábrica mandó a alguien a decirles que durante los próximos días, hasta la recuperación de Wan, el maestro Qu les asignaría las tareas. El maestro Qu repartió los trabajos, y le pidió a Jingqiu que le ayudara a ordenar un taller en desuso y medio en ruinas. Mientras trabajaban, Jingqiu le preguntó a Qu cuándo creía que el jefe volvería a trabajar.
—Lo sé tanto como tú —contestó—, pero en la fábrica me han pedido que le sustituya al menos una semana.
—Hoy has ido a casa del señor Wan. ¿Sus heridas son muy graves?
—No volverá a trabajar al menos en diez días, y quién sabe si dentro de un par de semanas.
—¿Sabes quién lo hizo? ¿Por qué le pegaron al señor Wan?
—Por el momento todo son rumores. Hay quien dice que se quedó con parte del salario de alguien, y otros afirman que se metió con el pariente de otro. ¿Quién sabe? A lo mejor el que le pegó se equivocó de persona.
—¿Todavía no han cogido al autor?
—Me parece que no, pero no te preocupes, sin duda lo cogerán. Solo es cuestión de tiempo.
Jingqiu se quedó estupefacta. El hecho de que el maestro Qu estuviera tan seguro de que la policía cogería al autor significaba que tenían pistas y que Mayor Tercero no lo tendría fácil para escapar. Estaba destrozada. No se atrevía a llorar ni a seguir preguntando. «Si atrapan a Mayor Tercero y lo condenan lo esperaré para siempre y lo iré a visitar todos los días. Lo único que pido es que no lo condenen a muerte. Pero si va a la cárcel lo esperaré aunque sea toda la vida, hasta que lo liberen».
Jingqiu reunió valor para preguntarle al maestro Qu:
—¿La policía tiene alguna pista? ¿Cómo sabes que lo cogerán tarde o temprano?
—Yo no soy policía, ¿cómo voy a saber si lo cogerán o no? Solo lo he dicho para tranquilizarte, pues pareces muy preocupada por el jefe. Que los delincuentes se escapen es el pan nuestro de cada día. Alguien me lastimó gravemente el pie, y sé quién fue y se lo conté a la policía. ¿Crees que lo cogieron? No. Si eres una persona corriente, ¿quién va a gastar energía para atrapar al que te ha perjudicado?
Eso sí que eran buenas noticias. Pero en los días siguientes no dejó de preocuparse. Posteriormente, se enteró de que el jorobado no había denunciado el incidente, quizá porque había cometido algún acto reprensible y temía que la policía se lo sonsacara durante el interrogatorio. Sería mejor no contárselo a nadie. Jingqiu se relajó al enterarse, aunque seguía preocupándole que Wan estuviera creando una cortina de humo, así que permaneció alerta. Mayor Tercero solo estaría a salvo cuando el jorobado muriera.
Bajo la tutela del maestro Qu las cosas eran más fáciles, pues no asignaba los trabajos como había hecho Wan, con el fin de obtener halagos y sugiriendo que quería que se le recompensara. Qu no se dejaba llevar por lo personal, y distribuía con justicia los trabajos más pesados y más ligeros. A Jingqiu no le importaba acabar agotada.
Pero ese hermoso ideal comunista no duró mucho, pues Wan no tardó en regresar al trabajo. No tenía ninguna cicatriz en la cara, pero, si lo mirabas de cerca, te dabas cuenta de que la paliza había sido grave. La espalda se le encorvaba aún más que antes, y tenía aspecto de estar a punto de morir de un momento a otro. Alguien que no le conociera habría dicho que tenía al menos cincuenta años.
Pero su mordaz lengua de antes parecía haber quedado neutralizada: ya no sermoneaba severamente a los demás por cualquier cosa, y simplemente decía:
—Hoy todo el mundo transportará material para arreglar la pista de baloncesto, y luego cambiaremos el pavimento.
Todos los trabajadores temporales comenzaban a quejarse, pues ese era el trabajo más duro:
—¿Por quién nos tomas? ¿Por esclavos?
—¿De qué os quejáis? —gritaba el jorobado, irascible—. Los que no quieran hacer el trabajo pueden irse ahora mismo.
Eso les hacía callar. Todo el mundo se iba a la pista de baloncesto en silencio y se ponía a trabajar. Cuando Jingqiu se disponía a guardar las herramientas, la abuela Cobre le dijo:
—Niña, ¿nadie te ha dicho que deberías llevar botas de goma?
Jingqiu miró a su alrededor y se dio cuenta de que casi todo el mundo calzaba botas de goma, y los pocos que no las llevaban se envolvían los pies con trapos atados. Jingqiu nunca había cambiado el pavimento de una pista de baloncesto, así que no sabía que tenía que llevar botas de goma —tampoco las tenía— y no pudo encontrar ningún trapo con el que envolverse los pies, de manera que tuvo que ir descalza.
Todo el mundo medía las proporciones correctas de cemento, cal y un tipo de ceniza. Una vez todo esto estaba mezclado con agua, había que extenderlo sobre la pista, y cuando esa capa se había secado había que extender una capa de cemento. Y con eso conseguías una pista de baloncesto sencilla. Como al parecer era una técnica para ahorrar dinero, la fábrica utilizaba a sus trabajadores temporales.
Todo el mundo se negaba a trabajar con la abuela Cobre porque esta no se esforzaba mucho, así que se la endosaron a Jingqiu. A esta le preocupaba que Wan le hiciera repetir el trabajo, pero con la abuela Cobre no había nada que hacer. ¿Cómo iba a esforzarse tanto como los demás? Y, sin embargo, las circunstancias la obligaban a trabajar como una esclava, a dedicar lo que le quedaba de vida a ese condenado trabajo. Era mejor que Jingqiu hiciera un esfuerzo suplementario.
El jorobado los dividió en dos grupos que se turnaban para trabajar, cambiando solo cuando Wan gritaba «cambio», momento en el cual uno de los dos grupos descansaba un rato. Jingqiu tenía la impresión de que el jorobado la castigaba obligando a su grupo a trabajar más que al otro. La Loca Qin, sin embargo, creía lo contrario.