Amor y anarquía (30 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

BOOK: Amor y anarquía
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"No sé si esta carta llegará, o cuándo. Mientras tanto estoy completamente aislada. Pero los telegramas llegan. Querría tanto saber algo de Baleno, no sé si podré escribirle, si pueden diganle que estoy bien y que lo quiero mucho, pero mucho. ¿El Druida? A él también lo recuerdo mucho, tengo lindos recuerdos de él. No se preocupen por mí, todavía tengo un poco de plata, pero pienso que Baleno no tiene mucha. El problema es que nosotros dos tenemos que comprar casi toda la comida, acá todo tiene carne y atún, y las cosas personales tipo compresas, sobres, estampillas, todo es caro, la puta madre.

"Amigos, hagan cosas lindas y pasenla bien, no se preocupen ni se peleen por estupideces, desde acá adentro les puedo decir qué linda es la vida y cuánto más linda la libertad. ¡Si tienen eso, tienen todo!", escribía Soledad y, después de los besos y saludos, pedía a sus compañeros un favor: "Nunca me gustó pedir nada, pero esta vez no me queda otra. Querría sólo dos cosas. La primera un libro de yoga, ahora nuestro profesor no está más por un tiempo. Y el yoga me hacía mucho bien. Y la otra cosa es un poco ridícula pero muy significativa para mí. Yo planté cuatro árboles en la Casa y parece que no va a llover por unos días. Dos árboles estaban a la izquierda de la casa, otro enfrente detrás de los pinos y otro en la esquina del fondo a la derecha. También había rosas y otras flores. Si es mucho trabajo no lo hagan, pero si pueden denles un poco de agua. Pienso que sin agua sufren mucho".

2. LOS MISTERIOS DEL VALLE

El Valle de Susa es un pasaje casi idílico que empieza unos kilómetros al norte de Turín, ancho, plano, y se va encerrando y escarpando hasta que llega a la frontera con Francia y las alturas de los Alpes. En su inicio, cerca de la ciudad, están las fábricas; en el final, cerca de las cumbres, una de las mayores estaciónes de esquí de Europa: entre ambos, unos 85.000 habitantes que se reparten en un corredor de prados, bosques, nieves por donde pasaron, de Aníbal en más, todas las invasiones: Alarico, Carlomagno, Barbarroja, Napoleón y siguen firmas.

El valle tiene, en el final del recorrido, menos de dos kilómetros de ancho. Visto desde el tren, Susa es un valle rebosante de muchas casas, cables de alta tensión, una autopista y un par de carreteras menores; visto desde la autopista, un valle saturado de un par de carreteras, muchas casas, cables de alta tensión y una línea de tren; visto desde una casa cualquiera, un valle atiborrado de cables de alta tensión, una autopista, muchas casas, una línea de tren y un par de carreteras subalternas. También hay, por supuesto, galpones, talleres, alguna fábrica pequeña. Dicen que solía ser un espacio campesino y salvaje: ahora hay que esforzarse para imaginarlo. Esto es Italia y no hay, creo, en el mundo, ningún país donde la naturaleza esté tan llena de civilización como en Italia.

El valle de Susa siempre fue un lugar de paso, y los lugares de paso son confusos. Después de los grandes conquistadores llegaron los pequeños ventajeros: los pasos del Valle sirven ahora para los contrabandos más variados —desde drogas y armas y dinero sucio en tiempos de paz hasta partisanos y fugitivos en tiempos de guerra. El valle es un venturoso colador y, no sólo por eso, en Italia se lo ha llamado Valle de los Misterios.

En los últimos treinta años esos misterios fueron muy variados. A fines de los sesentas el Valle fue escondite más o menos público de varios campos de entrenamiento de los neofascistas de Orden Nuevo; a mediados de los setentas uno de sus pueblos, Bussoleno, produjo el grueso de Primera Línea, un grupo de la izquierda armada. Y todo el tiempo los servicios, los traficantes, los corruptos. Una de las comunas de la región, Bardonecchia, es la única del norte de Italia que fue intervenida por sus conexiones con la mafia: en este caso, los calabreses de la 'ndrangheta.

A principios de los ochentas, una compañía privada con participación estatal empezó la construcción de la bruta autopista que uniría Turín con Lyon a través del valle y el paso alpino del Fréjus. La Società Italiana Trafori e Autostra de Fréjus —SITAF— es un negocio opulento con cuentas poco claras. Las obras costaron unos mil millones de dólares —con gran parte de aportes estatales— y su administración ya causó quince investigaciones por corrupción, construcciones abusivas y espionaje.

La SITAF tiene una influencia comprensible sobre todo lo que pasa en el Valle: algunos dicen que los medios para mantenerla no siempre son los más legales. Entre ellos un ex policía antiterrrorista y consejero provincial neofascista, Germano Tessari, que la denunció en 1992 para aceptar, en 1995, el puesto de jefe de seguridad de la compañía —tras el hallazgo, en un túnel de la autopista, de cien kilos de explosivos.

Uno de los amigos y colaboradores de Tessari se llamaba Gianfranco Fuschi. La primera vez que habló con la dueña de una armería del Valle, Luisa Duodero, le dijo que trabajaba en los servicios secretos civiles —Sisde— y que necesitaba comprarle centenares de armas "que, por supuesto, no quedarían registradas en ninguna parte". Le explicó —contó después la armera— que las necesitaba para darles a los carabineros algunas pistolas sin registro y, sobre todo, para tener armas que pudieran ser "encontradas" en ciertos procedimientos policiales. En el Valle de Susa siempre hubo mucha policía porque era una frontera muy permeable –"estratégica", según el gobierno italiano. Pero esa policía tenía que justificar su existencia con ciertos logros: hacer detenciones falsas que le permitieran no hacer las verdaderas.

La armera contó, en su juicio, que fue a consultar a Tex Tessari —todavía oficial de carabineros— y que el hombre le dijo que estaba todo bien. Y que después consultó a su cura confesor, el párroco de Susa, que le dijo lo mismo. Así que le entregó 397 pistolas truchas a Fuschi. Que, unos años más tarde, sería denunciado por su ex jefe y amigo Tex por una serie de homicidios: se habían peleado por un par de traiciones, nada grave. Fuschi, desolado, se disparó una bala de 38 en el baño de un tribunal de Turín, pero sobrevivió y empezó a hablar hasta por los codos: se hizo cargo de once muertes "ordenadas por los servicios" y, por si no le creían, contó una: cómo había matado —para practicar— a un campesino con un tiro de un calibre 22 tan sutil que la muerte se había archivado como infarto. La exhumación probó que decía la verdad. Después el ex servicio se adjudicó un par de atentados "ecoterroristas" contra las líneas de alta tensión que traían desde Francia la electricidad producida por la central nuclear Superphenix: dijo que se los había encargado su jefe operativo. Las declaraciones de Fuschi terminaron de confirmar la rara maraña de servicios, mafia y ultraderecha que actuaba en el Valle. Todo esto para decir que el Valle de Susa no necesitaba un Tren de Alta Velocidad para llenarse de misterios. Pero la abuela tuvo cría.

El proyecto del Tren de Alta Velocidad —TAV— que ligaría Lyon y Turín a través del paso de Fréjus fue lanzado a fines de los ochentas en el marco de los proyectos de la Comunidad Económica Europea para llenar el continente de trenes velocísimos. En 1991 se constituyó la TAV, una sociedad con 40 por ciento de capitales estatales y 60 por ciento de privados: la Fiat, el IRI —Istituto per la Ricostruzione Industriale— y el ENI —Ente Nazionale Idrocarburi—. Unos años después, el Estado se haría cargo de todas las inversiones y dejaría a sus socios la administración de los trabajos y las ganancias correspondientes. La línea, de unos 250 kilómetros, debería costar alrededor de 7.000 millones de dólares.

Los argumentos oficiales eran tremendistas: "Es una obra vital para el desarrollo de Turín y el Piamonte", dijo el intendente turinés, Valentino Castellani; "sin ella quedaríamos fuera de Europa y el Valle de Susa sería cancelado". Sin el TAV, decían, se perderían cientos de miles de empleos. Su viabilidad y su necesidad económica se discutieron y se discuten mucho. Críticos independientes dicen que el negocio sería inviable si no fuera porque las empresas participantes consiguieron que el Estado les garantizara con sus propios fondos unas ganancias imposibles. Y que el proyecto es de una oscuridad utilísima para repartir prebendas y donaciones a amigos y aliados. Pero, además, la mayoría de los valsusinos rechazó desde el principio esta nueva irrupción en su territorio.

Tenían, por variadas razones, mucho miedo. Los trabajos durarían más de una década, obligarían a demoler unas dos mil casas y perturbarían su vida durante todo ese tiempo: para terminar en una situación todavía peor, imaginaban. Parte del trayecto iría por la superficie: agregaría un tajo más al espacio repleto del Valle, lo cortaría en dos, lo poluiría y, sobre todo, lo llenaría de un ruido que los expertos consideran intolerable: unos 200 decíbeles, un batifondo semejante al de un avión aterrizando. "Es un ruido neurotizante", dijo el profesor Chiocchia, especialista del Politécnico de Turín; "si se cría a un chico cerca de una línea de alta velocidad seguramente será retardado".

El resto pasaría por un tremendo túnel bajo el monte Moncenisio: el más largo del mundo, 52 kilómetros, 3.000 millones de dólares. El túnel tendría menos influencia en el medio ambiente, pero su construcción —suponían los críticos— desviaría todos los cursos de agua subterráneos que alimentan el Valle y produciría sequías e inundaciones incontrolables. Además, esas profundidades montañosas son ricas en uranio radioactivo y los escombros extraídos contaminarían bosques y prados. Los lugareños también se quejaban de que no obtendrían ningún beneficio de ese "progreso" que acabaría con su hábitat: si terminaban por construirlo, el supertren no haría más que pasar por ahí.

Por eso los municipios, asociaciones de vecinos, ciudadanos se opusieron al proyecto casi desde el principio. Los ecologistas, por supuesto, estaban a la cabeza, y algunos de ellos tenían críticas más ideológicas: decían, sobre todo, que era una nueva "falsa necesidad" creada en nombre del progreso y destinada a mantener en marcha la máquina capitalista.

"La desertificación del campo, el amucharse en las periferias sin nombre y en ciudades invivibles, la vida totalmente dominada por los imperativos económicos, el tiempo libre y la diversión transformadas en mercadería, el creciente sentimiento de la absurdidad de una vida semejante y la continua fuga hacia adelante para tratar de olvidarlo, son la suerte común de nuestra época. El transporte rápido de las mercaderías y los hombres era una exigencia esencialmente económica y se volvió un fin en sí: las exigencias funcionales de la vida estereotipada de los dirigentes, mediadores y cortesanos de esta movilidad mercantil se impusieron al conjunto de la población como necesidades dominantes. El único interés general que merece ser discutido en este fin de siglo es la tentativa de poner fin al saqueo de la vida, y no la de ganar unos minutos. Y el único crecimiento que vale la pena afirmar es el de la existencia humana, el único que permitirá salir de esta oscura prehistoria económica. Nadie se escapa del desastre. Aunque no todos vivamos junto al recorrido del TAV. Todos vivimos a lo largo del trayecto de la economía", decía un folleto que circulaba en los ambientes anarquistas italianos a mediados de los noventas.

Y otro suponía que "el placer de viajar percibido como un descubrimiento es una cosa, la obligación de desplazarse lo más rápido posible es otra. Los TAV no son más que la respuesta a esta falsa necesidad de recorrer el mayor espacio posible en el tiempo más breve. ¿Pero de qué espacio y tiempo están hablando? ¿De un ir y venir masturbatorio de Turín a París y de París a Milán, cada uno agarrado a su agenda, seguro de encontrar la misma comida trucha, la misma bebida insípida, el mismo aburrimiento que habría podido encontrar en la estación de partida? Con el TAV se podrá alcanzar, tras fastidioso viaje, la misma coca y la misma hamburguesa en cinco horas y no en diez (...).

"Los que lamentan que el TAV destripe las montañas, devaste los prados, seque los geranios en las ventanas y las tierras a su paso, tienen razón, pero hay mucho más. No se trata sólo de un ataque contra la vida de algunos sujetos, sino contra el sentido mismo de la vida. Progreso, economía y producción, 'optimizar' los recursos humanos, son versos que se mantienen para hacer funcionar el sistema, para una masa crédula, miedosa, que no se atreve a liberarse. Como el capitalismo nos lleva al precipicio, hay que hacerlo descarrilar".

No eran éstos, en general, los argumentos de los valsusinos que protestaban de tanto en tanto contra los avances —no muy efectivos— del Alta Velocidad: la cosa, por el momento, seguía en estudios y proyectos y los campesinos del valle se quejaban de la amenaza contra su hábitat y sus costumbres ancestrales y, de vez en cuando, organizaban una pequeña marcha o un petitorio muy civilizado que nunca pasaba a mayores.

Los diarios y noticieros solían dar, en cambio, bastante espacio a los trece atentados que tuvieron lugar en el Valle entre agosto de 1996 y noviembre de 1997. Reducir la oposición al TAV a la colocación de algunas bombas era la mejor forma de criminalizar a cualquier opositor. Y, para eso, nada mejor que "descubrir a una peligrosa organización terrorista" y cargarla con el peso de esa oposición.

Es curioso: en las copiosas grabaciones policiales —en casi mil páginas de intensísimo espionaje — Soledad, Edoardo y Silvano no hablan casi nunca del tema del TAV y el Valle de Susa. Es más: ya vimos que en uno de esos diálogos Soledad Rosas no recordaba siquiera cuál era el valle de donde venía Silvano Pelissero, el valle cuya preservación pedía, a golpe de explosiones, su supuesto grupo terrorista.

3. LA PRISIONERA

El martes 10 de marzo a las siete de la mañana, tras cuatro días de detención, una guardiacárcel despertó a Soledad de un grito destemplado:

—¡Rosas, arriba! Vamos, rápido. Vestite bien, que te llevan al tribunal.

—¿Bien qué quiere decir? ¿Como ustedes?

A esa misma hora, en la sección masculina de la misma cárcel, Edoardo se despertó con gritos parecidos. A esa misma hora, en la cárcel de Cuneo, Silvano era embarcado en un furgón policial que lo llevaría hasta el Palacio de Justicia de Turín. "Yo había estado incomunicado, no tenía ninguna información sobre lo que estaba pasando, no me dejaban escuchar la radio, ver la televisión, leer diarios, nada", dirá Silvano. "Nadie me decía nada. Lo único que supe fue que un guardia me dijo que en la radio estaban hablando de nosotros, pero yo no les preguntaba nada, porque sé que sólo te contestan mentiras, es mejor no preguntar, hacerse el indiferente, hacer un poco de gimnasia". Esa mañana
La Repubblica
informaba con su aplomo habitual: "Siguen en la cárcel los tres 'lobos grises'". Esa mañana Fabrizia Pironti, la jueza de instrucción, les tomaría la primera declaración:

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