—¿Nombre?
—María Soledad Rosas.
—¿Nacionalidad?
—Argentina.
—¿Edad?
–23 años.
—¿Estado civil?
—Solt..., digo: casada.
El interrogatorio fue formal: en realidad, la jueza no quería preguntarles nada y se limitó a "establecer sus identidades". Pero después de las preguntas a cada uno debía comunicar oficialmente los cargos a los tres acusados. Para eso los convocó a su sala.
—¡Entran los detenidos!
Cuando vio a Edoardo, Soledad tuvo que reprimir un sobresalto: su primera reacción había sido correr hacia él, abrazarlo, besarlo, pero los guardias lo impedían. Se miraron y le impresionó la cara de su hombre: lo veía abatido, oscuro, desesperanzado.
—Sole, ¿cómo estás?
Le preguntó Silvano.
—Bien, estos mierdas no me van a asustar.
"Ella estaba dura, combativa", dirá Silvano. "En cambio, Edoardo no decía nada. Soledad iba muy mal vestida pero alegre, entera, y Edoardo estaba muy deprimido, casi al borde del llanto".
Soledad contuvo un gesto y la jueza empezó a leerles la acusación. Eran los mismos cargos que ya les habían adelantado, salvo el de banda armada: como no habían encontrado ningún arma de fuego, los fiscales no tuvieron cómo sustentarlo y la jueza no lo admitió.
"La Pironti, con esa cara de mosquita muerta, nos hablaba como si fuéramos unos incapaces, como si ella fuera un ejemplo de persona y nosotros unos pobrecitos", escribiría Soledad más tarde. "Siempre con esa sonrisa falsa, detrás de la cual se esconde la masacre". Ese día Soledad conoció también al abogado de los squatters turineses, Claudio Novaro: "Cuando hablaba con la jueza se reía y tenía la espalda curvada, parecía un nene chiquito delante de un monstruo, de un gigante".
El abogado Novaro estaba preocupado por los cargos, aunque rechazaba la asociación subversiva: "Incluso una asociación que, hipotéticamente, se propusiera hacer atentados contra el tren de alta velocidad no podía ser acusada de intentar la 'subversión del orden democrático', porque no pretendía de ninguna manera acabar con el Estado para construir otra forma de Estado, no quería subvertir o cambiar el orden democrático". Dos años antes Novaro había defendido a Silvano y Edoardo en un juicio por la rotura de unas vidrieras y consiguió la absolución: los policías denunciantes dijeron en su parte que los habían detenido in fraganti a las doce y media de la noche y después, ya en el tribunal, declararon que todo había sucedido a las cuatro de la mañana. Entonces el juez les preguntó si estaban seguros que era a las cuatro y el policía contestó que sí; pero usted escribió que era a las doce y media. Y bueno, me habré equivocado. El fiscal tuvo que retirar la acusación. Pero este asunto era muy otra cosa:
—Creo que la fiscalía está agigantando una cuestión que presenta, como máximo, hechos individuales. Además, Pelissero sabía que lo tenían bajo vigilancia y no parecía preocuparse. Es un signo de que no tenía nada que esconder.
Dijo aquel día el abogado Novaro, que siempre pensó que la detención y acusación de Soledad tenía una razón casi banal: la ley italiana, cuando define asociación subversiva, establece que se necesitan por lo menos tres integrantes para constituirla; con Edoardo y Silvano no alcanzaba. Y, aunque ella ni siquiera estaba en Italia cuando se produjo la mayoría de los atentados, tuvieron que incluirla.
A Soledad, por el momento, le importaba más ganar unos minutos para estar con Edoardo. Pero su encuentro fue muy breve: estaban rodeados de demasiada gente y no pudieron decirse casi nada. Cuando los policías los volvieron a esposar para devolverlos a la cárcel les permitieron despedirse con un beso veloz.
"Edo, ¿cómo estás, cariño?", empezaba Soledad su carta del sábado 14, con sus corazoncitos dibujados.
"Casi empiezo a escribir en argentino, disculpame, sucede que me mandaron carta de la Argentina, de mi mamá, y del Asilo me la mandaron acá. En casa por suerte no saben nada, esperemos, a menos que escriban algo en los diarios de allí. Por suerte hoy me han dicho que puedo llamarlos. Novaro parece que se mueve. Toda nuestra esperanza está en sus manos.
"Yo hago mucha fuerza, mucha visualización. Nos visualizo a nosotros tres libres paseando por algún lado, y a nosotros dos nos veo juntos en aquella playa, desnudos, tan juntos. Logro sentir el perfume del mar, el sonido de las olas que golpean en las piedras, el viento suave ligero, el sol caliente en nuestra cara. Yo agarro tu cara con mis manos y después las paso por tu espalda. Vos me agarrás fuerte, me apretás, nos besamos, reímos, somos felices. Yo tengo mucha fe en las visualizaciones, creo que funciona, seguro que sí, esto sucederá, antes o después sucederá, el mar nos espera y nosotros debemos tener mucha fuerza, paciencia, paz y todo lo demás, pero también memoria. Esto no lo olvidaré nunca más ni quiero olvidarlo y después te explicaré por qué. Me vienen a la cabeza tantos recuerdos bellos pero cuando llegan prefiero dejarlos dormir porque si no, lloro. Sólo quiero pensar en el futuro. Espero que este presente pase rápido, muy rápido, pero hay muchos recuerdos bellos, mi amor.
"Una cosa buena: hoy me trajeron una sartén y la pasta integral. Pienso comer ensalada de zanahorias y pasta con aceitunas cortadas chiquititas y un poco de aceite. Acá no podemos hacer más que charlar y fumar algún cigarrillo, yo ahora fumo dos o tres por día. Fumaría más pero no quiero arruinarme. Ayer hice una hora y media de yoga, hoy también lo haré y así todos los días, incluso respiración. Trato de hacerlo a las dos o tres de la mañana, cuando nadie me rompe las pelotas. Sería genial a las seis de la mañana pero a esa hora hace mucho frío. Normalmente me despierto a esa hora, por el frío, pero me quedo en la cama hasta las ocho, ocho y media. Estoy escuchando la radio, la manifestación, dicen que hay 700 personas, ¡cuántos! Se ve que la gente está muy hinchada las pelotas. Se dice incluso que el intendente quiere pedir firmas de la gente para vaciar todas las casas ocupadas.
"Y decime, ¿tu mamá fue a verte? Espero que sí. Yo tengo mucha nostalgia de mi mamá, ahora que estoy acá adentro. Ojalá mañana pueda hablar con ella, sólo que se necesita un traductor, imaginate. Pienso decirle que estaré en la montaña por algún tiempo y que por eso no podré llamarla mucho en el futuro.
"Tanto amor tira abajo todas las paredes. Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga", terminaba diciendo, en castellano, y unas palabras sueltas: "Fuerza, lucha, moral alta, dignidad, meditación". Y los dibujos de un solcito con un arcoiris —en italiano arcoiris se dice arcobaleno—, y un pronóstico final: "Y un día brillaremos mucho más".
Aquel sábado Soledad escuchaba en Radio Black Out el relato de la manifestación que pedía su libertad, junto con la de Edoardo y Silvano. Estaba aprendiendo un papel nuevo, tan inesperado: el de Enemigo Público Número 1.
Para muchos era la encarnación del mal: una extranjera, una sudaca, que se había implicado con esos terroristas. Un "Comité anti-squatter" —Comitato Spontaneo dei Cittadini per Torino Citta Sicura — recientemente formado con apoyo de los partidos de derecha explicaba sus razones. Lo comandaba el hijo del dueño de una gran tienda de electrodomésticos con muchas sucursales:
—El hallazgo reciente de mecanismos explosivos ha confirmado la imposibilidad material de controlar esas estructuras ilegales. Es peligroso seguir tolerando su existencia.
En la ciudad los honestos comerciantes no paraban de quejarse de los squatters:
—Tenemos miedo. Ese adoquín que rompió la vidriera podía haber matado a alguno. ¿A quién tenemos que pedirle que nos cuide? Los políticos y las fuerzas del orden se tiran el asunto como una papa caliente.
Y los medios seguían el linchamiento: "Confirmado el arresto de tres ecoterroristas", informó
La Repubblica
; "Los tres estaban listos para nuevos atentados", tituló
La Stampa
; "En los centros sociales están las pruebas de los atentados", reveló
Il Giornale
. Y el jueves 13, cuando aparecieron en Bussoleno unas pintadas pidiendo la libertad de los presos,
La Stampa
lo explicó: "Los Lobos Grises reaparecen en el Valle de Susa".
Los okupas intentaron un contraataque. El sábado 14 se juntaron en el Balon y salieron en manifestación por la ciudad: eran unos mil y, a su paso, los comerciantes cerraban ostensiblemente sus cortinas metálicas. Pero no hubo ningún incidente. Mientras marchaban repartían un volante: "Somos santos, pero no queremos mártires". El volante decía que la Municipalidad, propietaria de las casas ocupadas, había intentado "aprovechar las turbias operaciones policiales de estos días para cerrar tres de ellas. No lo logró, pero la vanguardia de la gente de pro sigue proponiendo una operación de limpieza ante la llegada de peregrinos, santopapa y sudario. O incluso del próximo circo. La magistratura vende buzones, la prensa — servicial y servil— los hace creíbles: corta y confecciona sobre los squatters un estereotipo idiota. ¡No crean en los medios! Toda nuestra solidaridad a Silvano, Edoardo y Soledad. Libres enseguida. Todos libres". La firmaban el Asilo, el Barocchio, la Alcova y otros lugares ocupados.
Soledad había seguido la manifestación por la radio. Encerrada en su celda, sin la menor idea de qué sería de ella, también aprendía otro papel aún más inesperado: el de heroína.
O algo así. Lo cierto era que todos esos anarcos y okupas gritaban por ella: ella —con sus dos compañeros— era la razón de que todos ellos estuvieran esa tarde en las calles de Turín, y era una situación que jamás se habría imaginado. En algún sentido, pensó, la cárcel era una especie de medalla: al tenerme acá adentro me están diciendo que los molesto, que no pueden dejarme en libertad. El Estado italiano la había convertido en uno de sus enemigos más temibles; sus compañeros, en un estandarte. Aunque tampoco se engañaba: sabía que había algo más, que su amenaza no era tanta. Y, al mismo tiempo, ese nuevo papel la cargaba de responsabilidades: tendría que estar a la altura, aprovechar las miradas que se centraban en ella para hacer y decir cosas que favorecieran al movimiento; no podía desaprovechar su oportunidad, debía estar a la altura de los temores enemigos. No sería fácil, pero lo intentaría.
"Queridos amigos: muchas gracias por todo el amor que me dan. No tengo palabras para expresar todo lo que siento acá adentro, bronca, mucha bronca", empezaba la segunda carta de Soledad a sus compañeros del Asilo, la que escribió aquel sábado. "Bronca, pero también mucho mucho amor por todo lo que están haciendo por nosotros. En este lugar de mierda la policía te hace sentir chiquita, casi inexistente. Pero uno es tan grande como el enemigo que elige para combatir. Por eso todos nosotros somos grandísimos, somos gigantes. Y yo acá adentro me hago cada día más grande, más dura y, lo digo con todas las letras, cada día me hago más rebelde.
"Esta es la razón de mi vida.
"¿Y ustedes? ¿Cómo están? Sean fuertes, muy fuertes, porque la represión crece cada día, pero nosotros también crecemos, vamos siempre más adelante que ellos. Nosotros somos gente libre y estamos tanto más adelante porque somos capaces de vivir sin leyes, nadie debe decirnos qué debemos hacer, nosotros sabemos perfectamente qué cosas debemos hacer y qué cosas no. Pero ellos hacen las cárceles porque temen que su imperio se venga abajo, entonces te encierran por la fuerza y gracias a todos sus cómplices. Bastardos.
"Amigos, ahora querría decir cosas que nunca les dije, ustedes son la primera razón por la cual decidí quedarme acá en Italia. Me dieron tanto, quizás ustedes no lo saben, pero para mí son todos muy especiales. Yo nunca había estado tanto tiempo lejos de Buenos Aires, de mis amigos, de mi familia. Pero acá encontré otras cosas más fuertes, y la voluntad de crecer, de conocer.
"Yo sé que a veces ustedes me veían y no sabían qué decirme, yo tampoco, pero las palabras no siempre son necesarias. La gente se siente en la piel. Al menos yo lo siento así. No por casualidad el primer día que llegué al Asilo la puerta estaba abierta, no tuve necesidad de tocar el timbre. Es de locos, todo un océano de distancia y yo llegué al lugar indicado. Pensar que el mundo es tan grande, pero hay un lugar para cada uno, y yo pienso que encontré el mío. Por eso tengo que salir de acá, esto no es para mí ni para nadie. Acá quieren torturarte, física y psicológicamente, pero no lo conseguirán, no nos vencerán. ¡A la mierda todos estos mierdas!".
El día anterior Soledad había tenido audiencia con su abogado, Claudio Novaro. Mientras salía vio, a lo lejos, a Edoardo: lo estaban llevando a alguna parte y gritó su nombre a voz en cuello. Edoardo no llegó a oírla. Y los guardías que la llevaban la metieron en una celda de castigo varias horas.
—Así aprendés que acá las reglas las ponemos nosotros, Rosas.
Soledad estaba preocupada por su familia: suponía que no sabían nada sobre su arresto y esperaba que mantuvieran su ignorancia. Pidió permiso para llamar a su casa: quería decirles que se iba unos días a la montaña, que estaba bien, que los volvería a llamar en cuanto pudiera. Pero no se lo daban y pidió, en su carta al Asilo, que no dijeran nada: "Si ellos llaman desde la Argentina, por favor díganles que yo quise llamar antes de irme a la montaña pero no era posible comunicarse porque había problemas con Telecom para las llamadas internacionales. Por favor, no les digan nada más".
En Buenos Aires, los padres de Soledad empezaban a preocuparse: solían hablar con ella una vez por semana, pero ahora hacía más de dos que no tenían noticias. Así que llamaron al Asilo:
"Llamamos varias veces. Llamábamos y no nos decían nada, nunca encontrábamos a nadie", dirá Marta Rosas, su madre. "Nos decían ahora no está, esperá que te comunico, busco, hola, chau, cualquier huevada y te pasabas quince minutos esperando hablar con alguien que te dijera dónde estaba Sole. Pero no había caso".
La primera noticia de su detención llegó por la puerta de atrás: la dueña de la posada de Alpe Devero llamó a su hermana en Pilar para contarle que la policía había pasado por su casa preguntando por su antigua empleada, y que había leído en los diarios que estaba detenida. Y la hermana llamó a su amiga Silvia Gramático para contárselo. En los diarios argentinos, por supuesto, no había aparecido la menor mención del caso.
"Cuando yo me enteré de que cayó presa no sabía cómo decírselo a los padres", dirá Silvia Gramático. "Así que primero hablé con Gabriela a ver qué podíamos hacer, sin pensar que la cuestión era tan grave".