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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Amor y anarquía (35 page)

BOOK: Amor y anarquía
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—¿Y no necesitaban saber qué pasó en realidad?

—¿Cómo podríamos saber cuál es la realidad? Porque incluso si hubiéramos sabido algo nos habríamos metido en un camino todavía peor, saber lo que realmente sucedió, ¿y después qué? Ir a pedir justicia a estos jueces, a los mismos jueces que decidieron que ellos eran culpables sólo porque lo dijo un policía... Parece mentira. Estas cosas pueden pasar en Argentina o en Chile, no en Italia.

Esa noche yo no les contesté, porque era su huésped, que lo que pasa en Argentina o Chile es que los padres de los muertos sí pelean por ellos. Algunas veces.

Otros también dudaron. Soledad, antes que nadie, que terminó convenciéndose de que Edoardo había tomado la decisión de matarse. Luca Bruno, ocupante del Asilo, que ahora también cree que se mató: supone que a la policía o la justicia italianas no les convenía matarlo, porque con su muerte perdieron parte de su caso y se les complicó mucho la instancia judicial. Aunque no termine de saber por qué fue: "No sé por qué se mató. Sé que recién había salido de una larga persecución: dos años de cárcel por aquellos cuarenta gramos de pólvora negra. Una cantidad ridícula: aun si hubiera querido hacer una bomba, con eso no podía hacerle mal a nadie. Y se había dado cuenta de que esta acusación era grave. Si por cuarenta gramos de pólvora se había pasado dos años en cana, por asociación subversiva y banda armada le podía caer una docena... El juez acababa de decidir que tenían que esperar el juicio en prisión, aunque no tenía ninguna prueba para sustentar las acusaciones principales, y sólo le quedaba el robo e incendio en la Municipalidad de Caprie. Pero se hizo evidente que iban a hacer todo lo posible para dejarlo adentro —aunque no tuvieran demasiadas bases. Y que con eso ganaban el tiempo suficiente para seguir armando la acusación por todo el resto. Y además porque Baleno estaba en el principio de una historia de amor muy intensa, una historia que tenía apenas dos meses, estaba en el momento de mayor intensidad... y estar separado y pensar que no iba a volver a ver a su mujer por quién sabe cuánto tiempo. En medio de un amor feroz, esa ausencia puede hacerse insoportable".

Mientras tanto, aquel día, en la cárcel de Cuneo, Silvano Pelissero estaba escribiendo una carta a sus compañeros de una casa ocupada de Turín, el Prinz Eugen, donde les recomendaba tener los ojos muy abiertos: "Inviertan plata en instrumentos para descubrir micrófonos escondidos en las casas. Entre ustedes seguramente circulan espías o colaboradores. Tienen las casas llenas de micrófonos. Seguramente la Alcova, el Barocchio, La Cascina y el portón del Asilo están bajo control de cámaras de video. Luces apagadas. Ruido. Radio a todo volumen. En los autos los micrófonos están en los espejos retrovisores internos. Los receptores satelitales —que teníamos yo y Edo— son cajas colocadas entre el techo y el aislante. Los cables llegan desde la luz interna. A menudo las cámaras de video están en los faros o los espejos externos de coches estacionados. Autos accidentados y abandonados. Difundan estas informaciones con precaución, es mejor no crear paranoias y fobias".

Aquella mañana Silvano firmó la carta, la metió en el sobre y vio llegar a uno de sus compañeros con un gesto agitado:

—Escuchá, hubo una tragedia, lo acaban de decir en la radio.

"Yo no supe qué pensar sobre la muerte de Edoardo", dirá Silvano ahora. "Me pregunté si lo habían matado, no sabía. En la cárcel yo hablaba con otros detenidos y me decían que en la sección 41 bis mataban prisioneros, lo sofocaban con un almohadón y después lo colgaban y el médico lo declaraba suicidado. Pero no sé qué pasó ahí. No hay elementos para decir que se suicidó ni para decir que lo mataron. No dejó una carta, perdoname Soledad, perdónenme compañeros, nada. Pero tampoco hay ninguna prueba que diga que lo mataron".

Pocos días después de su muerte, sin embargo, Silvano asumía en sus cartas que su amigo se había suicidado: "El poder constituido siempre aconseja a los perdedores que olviden el pasado. Baleno no olvidó y ganó la pelea. Le escupió en la cara al mundo de los resignados al suplicio cotidiano de la muerte lenta", escribió y, una semana después: "Admiro a Edo. Tuvo un valor que yo no tengo. Mi huelga de hambre es un suicidio lento. Espero tener más fuerza alguna vez...".

El movimiento en general terminaría por aceptar la tesis del suicidio. Pero la explicaría por la violación del encierro y la desesperación que eso supone. Como en el comunicado de la Federación Anarquista Italiana: "Edoardo era víctima de una de las peores prepotencias: fue privado de la libertad, y prefirió la muerte". O el diputado verde Paolo Cento, que habló de un "homicidio de Estado consumado en un clima inaceptable de represión contra los centros sociales de Turín".

Stefano, ex ocupante del Asilo, fue más preciso en sus hipótesis: "Edo podía ser original, genialoide, taciturno, lo que quieras, pero estúpido no. Yo creo que él nunca se habría colgado por un momento de depresión. Yo estoy casi seguro, aunque nadie me lo pueda confirmar, que le dijeron 'o nos das nombres, apellidos y direcciones de toda la gente de esta banda armada o te quedás en la cárcel para siempre'. La institución del arrepentido es un invento italiano. Pero no sólo esta banda armada no existía; además, Edoardo no tenía la menor intención de hablar con la policía ni de fútbol: nunca lo había hecho y no estaba dispuesto a empezar a esa altura. Y entonces le deben haber dicho 'ok, si ése es el juego, lo vas a jugar todo lo que quieras porque te vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel'. Lo acorralaron: le hicieron entender que si no hablaba lo dejaban en la cárcel para siempre —y Edoardo tenía buenas razones para creerles. Lo dejaron sin salida: o la traición o el encierro. Y la única salida que encontró fue un último pito catalán: el que decide mi vida sigo siendo yo".

Fue un día de decisiones. Aquel 28 de marzo, en la cárcel de Saluzzo, cerca de Turín, Luca Caire, 23 años —robos de autos, venta de marihuana— decidió suicidarse. Y no muy lejos, en Trani, una mujer, Teresa Massari —venta de drogas, la libertad en julio— también lo decidió. Sus historias no aparecieron en los diarios.

"Carniceros bastardos, ustedes son los responsables de la muerte de Baleno como de todas las que suceden en la prisión todos los días. ¡Asesinos! Los terroristas criminales son ustedes: periodistas canas criminales y especuladores del TAV. Nunca habríamos querido escribir este comunicado. Desde ahora la vida en esta ciudad de muertos nunca será igual, y la culpa es toda de ustedes", decía un volante que firmaron, esa misma tarde, "Todos los lugares ocupados y las individualidades rebeldes".

Aquel día, en cuanto salió de la cárcel de Le Valette, Luca Bruno corrió al primer teléfono para llamar a sus compañeros del Asilo y darles la noticia. El Asilo está a menos de un kilómetro del mercado de pulgas del Balon, el lugar de cita, todos los sábados, del otro Turín: árabes, anarcos, vendedores de ocasión, ladroncitos, marginales variados. Antes del mediodía todo el Balon estaba al tanto y organizaba su respuesta. Mientras tanto, Radio Black Out convocaba a los más lejanos:

—Hay que manifestar, compañeros, hay que salir a la calle, hay que dar una primera respuesta. La muerte de nuestro compañero Edoardo Massari es una más en una larga serie de homicidios carcelarios. Pero no es una más, porque ninguna muerte es una más...

"Baleno murió pero estuvo vivo. Los poderosos de esta ciudad nunca lo estuvieron", decía una de las primeras pintadas en las paredes del Balon: la firmaban los Ocupantes del Asilo. A eso de las tres de la tarde ya eran un par de cientos. Pintaron una tela con una sola palabra, que resumía sus emociones, y salieron en manifestación hacia el centro de la ciudad. El cartel decía Asesinos y sus gritos también.

—Y esta es la última carta que recibimos de Edoardo. Nos decía que "verlos frente al Tribunal de la Libertad me dio fuerzas. Estoy contra el esquema de esta sociedad: trabajá, consumí, morite. La cárcel es una tortura..."

Decía Radio Black Out y la manifestación avanzaba por el centro de Turín entre compradores de sábado a la tarde. De cerca la seguían varios coches y camionetas de los carabineros y la policía antidisturbios en uniforme de combate: un rato antes, el ministro del Interior, Giorgio Napolitano, había hablado con el prefecto de la ciudad para poner a su disposición todas las fuerzas necesarias para "prevenir incidentes". Frente al municipio la marcha se encontró con un concierto de rock. Un muchacho se subió al escenario y pidió permiso a los Max Oil de Pinerolo para leer su comunicado. Los rockeros le dieron el micrófono; su voz retumbaba con el poder de dos mil watts:

—¡Asesinos! Los terroristas criminales son ustedes: periodistas canas criminales y especuladores del TAV.

El tránsito se enredaba. Los comerciantes bajaban las cortinas de sus negocios; un oficial de policía instruía a sus hombres a los gritos:

—Si atacan, dos patadas en la cabeza y al carajo.

No atacaron. Un poco más allá, en la esquina de XX Settembre y via Garibaldi, una chica se subió al techo de un ómnibus para leer el comunicado:

—Nunca habríamos querido escribir este comunicado. Desde ahora la vida en esta ciudad de muertos nunca será igual, y la culpa es toda de ustedes.

Terminó la chica y sus compañeros la vivaron. Un cameraman de la RAI intentaba filmarlos: la chica desde el ómnibus le gritó que dejara de filmar. El tipo siguió; varios manifestantes lo atacaron y le rompieron la cámara. Tenían las caras enmascaradas con pañuelos y palos en las manos.

—Ustedes, periodistas, también son responsables de esta muerte.

Le gritaban. Otros pintaban "asesinos" en las paredes que encontraban a su paso. Aislados en la marcha, el consejero Pasquale Cavaliere y el concejal Marco Revelli, de Refundación Comunista, trataban de convencer a los anarquistas de empezar "un diálogo constructivo". Dos manifestantes le contestaron que ya era tarde para andar charlando:

—Estos hijos de puta nos matan de a poquito o como hoy, de golpe. Nunca hicieron nada por nosotros y ahora se sorprenden si salimos a la calle, si les rompemos unas vidrieras... ¡Manga de hipócritas!

La marcha terminó sin más incidentes. Esa noche unos quinientos volvieron a recorrer el centro para gritar su indignación; treinta o cuarenta se fueron hasta Collegno y reocuparon la Casa donde Edoardo había vivido. El intendente dijo que no pensaba mandar una orden de desalojo "por algunos días. Después de lo que pasó no querría recalentar los ánimo s". El fiscal Marcello Tatangelo no tuvo ese prurito: esa misma tarde declaró:

—Lo lamento mucho por ese muchacho. Pero los resultados de la investigación habían hecho inevitable la prisión preventiva.

Su compañero Maurizio Laudi pidió de inmediato una escolta policial. En los noticieros de la televisión nacional, la foto de Silvano Pelissero era exhibida como si fuera la de Edoardo Massari. Y la prensa hablaba de la "muerte de un Lobo Gris". El Estado y sus grupos de poder necesitan enemigos que justifiquen su existencia, su control; los okupas —y su supuesto brazo armado— eran ideales para constituirlo. El squatter "se declara en contra de todos los poderes, rompe las vidrieras del centro cuando la policía lo ataca, rechaza toda definición y todo vínculo con la política oficial; es tan enemigo que se arriesga al aislamiento", escribió en el diario de izquierda
Il Manifesto
Paolo Griseri.

—Lo más irritante es leer quiénes somos y qué hacemos según periodistas que no nos conocen para nada.

Decía, esa misma tarde, un locutor de Radio Black Out:

—Nos pintan como cabezas huecas, extraviados que no tienen nada que decir, que se divierten rompiendo las vidrieras del centro. '¿Qué leen?' se pregunta un periodista, alelado. Mire, leemos de todo. Tenemos muchas ideas y quizás por eso quieren taparnos la boca. Y por lo de las vidrieras rotas en el centro, ¿por qué no dicen que la policía cargó con violencia inaudita contra una manifestación de protesta? ¿Por qué no dicen que las vidrieras fueron rotas como reacción ante esas cargas? La única justicia es la justicia proletaria. Los tribunales y las cárceles volarán por los aires. Ay, Sole, disculpanos que nos olvidamos de hablaaaar despaciiiiito. Pero seguro que vos nos entendés igual.

El sábado a la noche le habían devuelto su radio y un par de frazadas, pero seguía bajo vigilancia permanente.

El domingo 29 Soledad y Silvano empezaron sus huelgas de hambre. Cada uno por separado dijeron que la emprendían para homenajear a su compañero, contra el sistema carcelario y por su libertad; Soledad, además, le dijo a Pasquale Cavaliere —que volvió a visitarla— que quería que la autorizaran a ir al entierro de su hombre, el jueves 2 de abril, en el pueblito de sus padres. Soledad pesaba, en ese momento, 47 kilos.

—El sistema nos oprime, quiere mantenernos dentro de su maquinaria. Pero Edo decidió morir, eligió su libertad. Y también lo hizo para que no nos olvidaran en la cárcel.

Le dijo al consejero verde. El abogado Novaro, mientras tanto, le pedía al Tribunal el arresto domiciliario para Soledad:

—¿Cómo puede haber formado parte de una asociación subversiva si no hace ni un año que llegó a Italia y conoció a Massari en noviembre? Además, hay un marcado contraste entre los hechos específicos contenidos en la acusación —el hurto y el incendio en la Municipalidad de Caprie, la botella con pintura lanzada contra el Palacio de Justicia, un robo de nafta en una obra— y la acusación de que los tres formaban parte de una asociación para subvertir el orden del Estado. Sí, repito que había charlas, proyectos de atentados, pero es cierto que durante todo el tiempo en que fueron seguidos los vieron empeñarse sobre todo en hurtos en supermercados. En este sentido, los jueces han forzado los datos objetivos que aparecen en la investigación y los han encajado en el escenario más grande e inquietante de las actividades de los así llamados Lobos Grises.

"Ayer a la mañana vinieron a mi celda Pasquale Cavaliere con el director de la cárcel y otros funcionarios", escribió esa tarde Silvano Pelissero desde su prisión de Cuneo. "Me preguntaron si estaba bien. ¿Qué les podía contestar? ¿Está bien uno al que se le muere, colgado en su celda, un compañero y hermano? ¿Está bien uno que se prepara a vivir acá adentro, en la privación absoluta, por años? ¿Está bien un ser pensante que sabe que cuando saldrá en supuesta 'libertad' se encontrará en una sociedad más mierdosa que antes? Les contesté con insultos, agravando así mi situación".

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