Amor y anarquía (26 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

BOOK: Amor y anarquía
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—Sí, sí, porque al McDonald's podés entrar también sin comprar nada, estás ahí, te sentás un minuto. Sólo que entonces es una cosa... violenta...

—No es violento eso.

—¿No es violencia? Pero...

—No es violencia.

—Pero...

—Es pintura nomás... Puede hacer daño, sabés, porque... qué historia sacarse toda esa pintura.

—Sí, si le cae a la gente, si le cae en los ojos a los chicos... hay que ver...

—Me fijo bien un horario en que no haya chicos. En un horario en que vayan todos estos conchetos de mierda.

—A la noche antes de que cierren, hay que ver a qué hora cierran y hacerlo a esa hora... hay que fijarse a qué hora cierran...

—¿Cómo estás?

—Bien. ¿Y vos?

—Agarrada.

—¿Agarrada?

—Agarrada.

—Agarra...

Se reía. Soledad se reía:

—A vos, amor, a vos.

—Madonna... Noche y día, siempre juntos, eh...

—¡Qué lindo!

—¿Estás contenta?

—Si estoy bien sí, cuando venís a romper las bolas, bue, me quedaría sola, pero... estoy tan contenta, contentísima, sí.

—¡Pero no es mi culpa, me cago en Dios!

—Ni tuya ni mía. Lo que digo es que yo no sé nada, estuve hasta las dos y media... la una y media sentada sin saber qué carajo van a decidir... ¿Entonces qué hago? Si yo no sé un carajo.

—Yo tampoco sé nada, Sole, yo sé lo mismo que vos, me cago en Dios. Disculpame... tardan dos meses para hacer una cosa... y después sí, no, sí, voy al Asilo, no voy al Asilo. Otra gente llamó, dice que no viene. Yo...

Estaban, dicen los espías, en el Polo de él, yirando como tantas veces. Era el viernes 21 de febrero de 1998, las dos de la mañana, consta en actas; Edoardo y Soledad llevaban la bomba de pintura que habían inventado y estaban buscando la manera de probarla, pero venían de mal humor: parece que tenían otro plan y se habían pasado horas esperando a unos compañeros que nunca terminaron de llegar.

—...lo que yo quería decirte es que no sé qué estaba haciendo, esperando, a ver qué deciden ustedes. Yo estoy en el medio, es cierto, no tengo una mierda que ver... No hago más nada, y vos hacés tus cosas tranquilo, carajo.

Se quejó Soledad.

—No, no es eso.

La atajo Edoardo, o lo intentó. La discusión siguió hasta que él le propuso que eligieran un blanco para su bomba de colores:

—¿Adónde?

—Al centro. ¿Te tengo que decir el lugar preciso?

—No.

—No sé, en el centro, no sabía ni yo, en algún lugar municipal, yo qué carajo sé. A probar y poner esta cosa para ver cómo sale. Ahora la probamos nosotros en algún lugar que nos parece y al carajo.

—¿Qué lugar?

—Donde nos parezca. Si vemos un lugar que nos parece la ponemos y vemos cómo funciona. Esta vuelta es sólo para ver si funciona, después entonces se la puede usar para otras historias.

Suponen los espías que el coche siguió andando; ellos, mientras tanto, escuchaban. Y dicen que escucharon que Edoardo insistía:

—Estoy buscando un lugar para ponerla. Demos una vuelta. Capaz que en la esquina, así, así podemos verla. La ponemos en la esquina y vemos cómo carajo sale.

—¿Qué es eso de ahí? Esas oficinas...

—Es el Palacio de Justicia nuevo, es un edificio donde quieren poner todos los tribunales desparramados por Turín.

—Ah..

—Me cago en Dios... Poné el freno de mano.

—¿Qué?

—Poné el freno de mano. ¿No tenemos ni siquiera un encendedor?

—No, me lo... Sí, lo tengo yo.

—¿Lo tenés?

—Sí.

—Dámelo.

Aquí la grabación pasa al silencio. El tiempo de pensar lo descuidado de todo esto, caserito, una auténtica chapuza: pasaban por ahí, decidieron tirar la molotov de pintura en esa esquina. Después se oía una explosión y de nuevo sus voces; él primero:

—¡Me cago en Dios! ¡Qué fuerte! ¡Qué quilombo que hace!

—...acá en la zona se van a asustar todos.

—Y tiene su efecto.

—Fue muy rápido.

—Treinta segundos. Sí, sí, mirá cómo ensucia todo el suelo...

—El coche, el coche también.

—Mirá el suelo. Madonna...

—Mirá el coche.

Soledad y Edoardo se reían. Debían estar mirando el resultado, su obra.

—¡Qué quilombo que hace, genial! Pegó la pintura contra la pared... el petardo la tiró contra la pared. Eran tres en uno, tres petardos en uno... Buenísimo. Hay que probar con colores mejores en los lugares más estratégicos de Turín.

—Sí, ese color era un poco blando, no se veía tanto.

Dijo Soledad, y así termina la transcripción que presentó la acusación en el juicio. Pero en la transcripción completa se verá que la conversación seguía —y que no es inocente que el fiscal no haya incluido la continuación. No es difícil hacer que las palabras de otros digan lo que uno quiere que digan, o que callen lo que uno prefiere que callen. Como ciertos gestos de cuidado, de atención a los demás:

—¿Sabés dónde habría que ponerla? Hay que ponerla más abajo, no en el aire, en el suelo, así la explosión... al máximo le da a la gente en las piernas, no en la cara.

Dijo Edoardo.

—¿Cómo, cómo?

—Ponerla baja, en el suelo, al lado... Abajo, sabés.

—Para que no le haga mal a nadie.

Seguía la grabación. Después Soledad insistía con su tema recurrente: que por qué no la ponían en una peletería, que así podían arruinarles unas cuantas pieles a esos turros. Y ahí sí se terminaba la intromisión de los espías. Que de inmediato se presentaron en el lugar, aquella noche, y constataron "que sobre la esquina del edficio sito en via Cavallí esquina via Casalis era presente una vasta mácula de sustancia líquida de color rojo cuyas gotas y salpicaduras habían alcanzado tanto la pared como la superficie callejera adyacente como un móvil que se encontraba estacionado en las adyacencias inmediatas", o sea: una mancha de pintura. El coche se alejaba y las actas policiales hablaron de un "mecanismo explosivo" y de una "acción importante": no debían ser muy exigentes. Después las actas policiales dijeron que los agresores, controlados por el GPS, se fueron a la Casa de Collegno; en las actas consta que la autoridad no fue a buscarlos porque "en ese momento no estaba disponible un contingente de personal adecuado" —¿o porque estaban esperando descubrirlos en algo que realmente valiera la pena? La excusa de la falta de personal es debilucha: ¿de verdad las fuerzas de la ley se engañaban entre ellas o solamente simulaban engañarse?

—Qué bien hablás el inglés, Sole, como el italiano, qué bien.

—Sí, eso lo podemos usar para hacer algo... Yo me puedo hacer pasar por... cualquier cosa, puedo entrar en cualquier ambiente. ¿No te digo que me mandaron a una escuela privada, sólo de mujeres, religiosa...?

—Para aprender inglés.

—Sí, mi padre me decía "pero yo vendo todo para que vos vayas a esta escuela". Yo le lloraba, decía "pero papá, no me mandes a esta escuela"...

Cuatro noches después Edoardo, Soledad y Silvano seguían discutiendo sobre su bomba de colores. Aquella vez hablaban de pedir sangre de vaca en una carnicería para conseguir un efecto más realista en un McDonald's:

—Hay un McDonald's acá cerca, a tres minutos de acá.

Dijo Edoardo.

—Sí, lo vi, pero también podemos buscar uno que está cerca de la Universidad.

Dijo Soledad.

—Vamos a verlo, pero vamos de noche.

—¿Por qué?

—Cuando está cerrado.

—Yo quiero cuando... cuando hay gente adentro. Cuando están todos esos conchetos de mierda, hacerles una buena... Hasta pensé lo que podemos escribir.

Dijo Soledad, pero Silvano no estaba de acuerdo:

—Eso no es nada. Mi idea es que hay que... que la única forma de combatirlos es meterles terror, con bombas verdaderas.

—¿Pero sabés el terror que les da cuando están todos bañados de sangre?

—Todos bañados de sangre y dicen "carajo, acá estalló de verdad algo". Escuchan una explosión fuerte...

Dijo Edoardo y Soledad se entusiasmó:

—Hace bum, una bomba, una explosión, después se ven todos bañados de sangre...

Y Silvano ahora sí estaba de acuerdo:

—Dicen carajo, éstos sí que...

—...pueden hacer algo más y no lo hacen.

Completó Edoardo.

Otras veces el micrófono escondido en el coche se pone más grosero todavía, más obsceno: se dedica a registrar conversaciones tan íntimas, a demostrar que los problemas íntimos no suelen ser sofisticados, que por algo son íntimos: contarlos es, cada vez me parece más claro, guarangada. La noche del 25 de febrero, ya casi madrugada, la discusión empezó porque Soledad se sentía mal; Edoardo insistía en que había comido algo que no debía en el momento equivocado. Parecía banal, pero fue derivando:

—Pero hasta vos sabés que enseguida después de hacer yoga no tenés que comer, me cago en Dios, te lo tengo que decir yo...Pero bueno, hacé lo que carajo quieras, a mí qué me calienta...

—Mirá, mirá, dejame que yo haga lo que tengo que hacer... si te rompí las pelotas andá a cagar. ¿Por qué te rompí las pelotas?

—Me rompe las pelotas cómo ustedes se portan conmigo...

—¿Pero cómo? ¿Yo qué te hago?

—Me están gastando.

—¿Yo te gasto...?

—Váyanse todos a cagar.

—¿Pero yo te gasto?

—Todos juntos tratan de gastarme. Váyanse a cagar, yo trato de hacer cosas para ustedes...

—Pero mirá, sos un boludo.

—Con todo lo que tengo que hacer, me cago en Dios, perder el tiempo con esta gente...

—Yo hice yoga, vine a hacer yoga con vos, así que... callate conmigo, no me digas... si yo te rompí las pelotas andá a cagar. Pensá antes de hablar. Carajo, no puedo ir tan rápido como vos, a los pedos no puedo, yo, eh.

—A los pedos quiere decir comer enseguida después de hacer yoga, eso es ir rápido. Ir a los pedos no es lo que hago yo, es lo que hacen ustedes, me cago en Dios.

—Yo respeto...

—Eso es ir a los pedos.

—Yo respeto tus tiempos, vos respetá los míos, también. Yo te...

—Todo el tiemp o vamos vamos vamos vamos, ya está, basta.

—Escuchame un poco. Yo te respeto a vos. ¿Vos por qué no me respetás a mí?

—Yo no hablo más, carajo, y hago todo lo que quiero, y si los demás me siguen bien, si no voy solo. Eso, solo.

—Carajo, yo a vos te sigo, voy con vos, no detrás, voy junto con vos, y vos me tratás mal a mí. ¿Por qué me tratás mal?

—¿Yo te traté mal? Me estoy hinchando las pelotas ahora por ciertas cosas, bueno. Vos sabés por qué.

—Carajo, por qué...

—Me rompen las pelotas todos ustedes, y me quieren gastar, dejenme tranquilo.

—¿Pero en serio creés que te queremos gastar? ¿Yo te gasto, a vos?

—No sé.

—Pensá bien antes de hablar, porque me estás ofendiendo vos a mí, ahora, eh. Porque yo a vos no te gasto, te tomo muy en serio, me parece que demasiado en serio, yendo detrás tuyo muy en serio, y en cambio vos pensás que te estoy gastando, pero vos no ves un carajo. Yo escucho todo lo que decís, te respeto, te sigo, te tomo como ejemplo, y venís a decirme que yo te gasto. Pero...

La discusión siguió y siguió. Si hasta dan ganas de solidarizarse con esos pobres policías que se dedican a escuchar tanta banalidad: no hay quien les pague el tedio de esas horas. Si hasta dan ganas de no reconocer que la vida es a menudo así, tontita, tan menor, aunque la literatura necesite presentarla de otro modo.

—Lo que te digo es que yo no tengo problema en adaptarme a vos, lo hago porque lo quiero hacer, pero por qué vos no podés adaptarte...

—A mí no me parece bien que te adaptes, no tenés que...

—Sí, está bien adaptarse, porque estamos juntos, por eso, eso quiere decir adaptarse.

Decía Soledad, conciliadora, pero esa noche Edoardo no quería conciliar nada:

—No, yo no quiero que nadie se adapte a nadie. No quiero que vos te adaptes a mí. Si hacemos cosas juntos es porque nos viene bien hacerlas juntos y no porque nos adaptemos, ¿eh?

—Sí, uno se adapta, uno se adapta.

—Vos te adaptás, yo no. Te estás equivocando.

—Está bien, está bien, no me adapto más.

—Te estás equivocando.

—No me adapto más a nada, sí, me debo estar equivocando.

—Si te adaptás te estás equivocando.

—Sí, me estoy equivocando, tenés razón.

—Porque mirá, te adaptás y después te sentís mal...

—Tenés mucha razón.

—Te sentís realmente mal.

—No, no entendiste. Porque si yo veo que vos hacés cosas mejor que yo, ciertas cosas, yo quiero... eso quiere decir adaptarse, dejar las malas costumbres que uno tenía antes de hacer las cosas mejor, eso quiere decir adaptarse. ¿Eso es equivocarse? No sé, eh. Pero cuando hablo yo, te lo juro, vos ni me escuchás cuando te hablo...

La pelea fue amarga y Soledad quedó tocada. Esa misma noche, en Collegno, se escribió una carta a sí misma en su cuaderno. Allí decidió que ella era la culpable:

"Por qué tengo que aceptar su manera de jugar, no tengo ningún motivo para hacerlo, tengo que meterme en la cabeza que mi palabra vale tanto como la suya. Ojalá cada día tenga más carácter para hacer valer mi palabra, si no la hago valer ante él menos valdrá ante esta sociedad cruel que quisiera tanto destruir. No es culpa suya de que no me escuche cuando hablo. Lo que sucede es que mi voz no es lo suficientemente fuerte para que la escuche un sordo.

"¿Acaso tengo miedo de que si no hago como él dice, no me quiera? Yo valgo y si él no sabe mirarlo pues que se ponga anteojos. Al final yo puedo ser beneficiada porque tengo la capacidad de escuchar y ver todo, y poder elegir lo que más me gusta.

"No quiero elegir el camino de la soledad, quiero hacer todo lo que tengo en mente y esto incluye sentarme en una mesa con amigos a comer y compartir una conversación; tener tiempo para mí, tener tiempo de leer un artículo, de escribir tres renglones sin que la persona que elegí como compañero me vigile. De qué libertad hablo si no soy capaz de hacer respetar mi propia libertad.

"Lo quiero mucho, pero más me tengo que querer a mí misma".

Terminó proponiéndose, y al final aclaró: "Miércoles 25 de febrero, ésta es la conclusión después de que tuve una discusión con él, ésta es mi sensación, mi sabor amargo".

Era una noche extraña: al día siguiente le tocaba ir de boda.

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