—Estuvo en casa la noche anterior. Cuando nos emborrachamos... Dijo que nos vio dormir —explicó avergonzada.
Lion soltó diez mil maldiciones y se puso hecho una furia. Pero Cleo observó asombrada que, por muy pequeña que fuera la ducha y muy cabreado y furioso que estuviera, con todo lo grande y fuerte que era, no sentía ningún miedo de él.
Jamás de Lion.
—Estaban mis padres y tus padres, Cleo... ¿Sabes lo que podría haber pasado? ¿Sabes... ¿Te imaginas...? ¡Y tú y yo durmiendo! ¡Y si ese tío hubiese sacado un cuchillo o algo y...!
—Lo sé, Lion —replicó arrepentida, cerrando los ojos—. No necesito que me riñas ahora, por favor, Lion. —Apoyó la cabeza en su hombro.
—No, claro que no —Lion la rodeó con los brazos y apoyó su barbilla sobre su húmeda cabeza—. Cleo... ¿Qué voy a hacer contigo?
Al salir de la ducha, Cleo se tumbó en la cama y dejó que Lion le pusiera los ungüentos en la piel lastimada.
A veces se quejaba, pero era una mujer fuerte. Y Lion actuaba suavemente y con mucha atención.
Podría cerrar los ojos y pensar que la estaba tocando porque la amaba. Pero no pensaría más así. Ya sabía lo que había entre ellos; y si se comportaba profesionalmente y dejaba de entrar en terrenos emocionales y pantanosos ambos podrían llevarse bien.
Lion era buena persona. Tenía que dejar de provocarlo y, simplemente, colaborar con él. Olvidarse de que era un hombre que salía en el sesenta por ciento de sus fotos de infancia y preadolescencia y centrarse en que era el agente al cargo de una misión de tráfico de blancas.
Eso era lo que debía haber pensado desde el principio, y ahora actuaría en consecuencia.
Después de que él le pusiera las cremas, se vistió. Se colocó unos pantalones de chándal holgados y una camiseta de deporte ancha. Debía ocultar las marcas para verse cara a cara con Magnus.
—¿Estás preparada para tu papel? —preguntó Lion solícito, sin querer presionarla.
—Sí.
Cleo marcó el teléfono de Magnus.
—¿Magnus? Sí... Sí, todo bien... Oye, Billy Bob ha venido a mi casa y ha intentado matarme... Sí, no tranquilo. Magnus, por favor... Estoy bien, sí. Lion lo ha interceptado. Hemos llamado ya a la ambulancia, Billy Bob no está muy bien... Por favor, nada de sirenas. Ok. Te esperamos...
Magnus observaba el cuerpo de Billy Bob en la camilla de la ambulancia. Estaba en coma y se lo llevaban a urgencias. Probablemente tendría varias lesiones de por vida.
—Vuélvemelo a explicar, Cleo —pidió Magnus, preocupado por ella.
—Yo estaba en el jardín, sentada en mi mecedora —explicó con calma—. Oí un ruido cerca de la caseta y fui a ver qué era. De repente, uno de los paneles se abrió, y apareció Billy Bob vestido de esta guisa, con antifaz y todo... Llevaba como una vara elástica en la mano, como una fusta. Empezó a azotarme y yo intenté defenderme; pero justo cuando ya estaba a punto de reducirme, Lion salió al porche, le placó y pelearon. Lion lo golpeó un par de veces...
—¿Un par de veces? Cleo —resopló incrédulo—. Ese tipo probablemente no podrá volver a hablar ni a sumar dos más dos en toda su vida. Y necesitará una reconstrucción facial...
—Te cuento cómo fue —aseguró ella, parpadeando serena—. Se golpearon el uno al otro.
—Lion no tiene ni un rasguño en la cara —observó Magnus.
—Tiene el hueso y la carne muy dura. Has visto que está como un toro.
—Billy Bob no era precisamente un enclenque.
—Le lanzó contra la caseta y Billy Bob aterrizó con la cabeza... Se quedó inconsciente y así ha sido.
Magnus estudió a uno y a otro.
Lion y Cleo eran la viva imagen de la inocencia. Uno al lado del otro como excelentes cómplices y compañeros.
Pero no iba a sospechar nada más; porque la buena noticia era que Billy Bob no volvería a tocar los cojones nunca más.
—¿No vas a tomarnos más declaraciones? —preguntó Cleo esperanzada.
—No. Aunque, aquí, entre nosotros... —Magnus se acercó a ellos en
petit comité
—. No me creo que solo fueran un par de golpes. ¿Fueron más?
—No —contestó Cleo.
—Sí, fueron muchos más —aseguró Lion mirando fijamente a Magnus. No tenía nada que ocultar, y Magnus debería de estar feliz de que él protegiera a su chica, ¿no?—. Uno detrás de otro.
Magnus no supo cómo reaccionar, hasta que una sonrisa se dibujó en su rostro moreno.
—Bien hecho —adujo.
Lion parpadeó y lo miró extrañado.
—Cleo, ¿puedes dejarnos solos un momento? —pidió Magnus.
—Eh... —«Ay, Dios. No... Nada de conversaciones entre hombres».
—De hombre a hombre —añadió Magnus.
Mierda.
—Sí, Cleo. —Lion la invitó a irse—. Déjanos solos.
—Mmm... De acuerdo —Se metió dentro de la casa, mirándolos insegura.
Los dos se hallaban cara a cara, estudiándose y midiéndose como dos toros.
—¿Tú sabías lo de Billy Bob? —le preguntó Lion de frente.
—Lo sabíamos todos en la comisaría. Pero ya sabes cómo es Cleo... No le dio importancia a su salida bajo fianza.
Sí. Sabía que era una inconsciente que no veía el peligro.
—Lo que me extraña es que no te dijera nada a ti —confesó Magnus—. Eres su pareja, ¿no? ¿Por qué no te ha dicho nada a ti?
Lion se quedó de piedra y lo miró de hito en hito.
—No soy su pareja... No oficialmente —su lengua iba sola y no pasaba por filtros mentales. ¿Cómo?
—Entonces, ¿estáis juntos?
Joder, ¿de qué le sonaba esa conversación? Ah, sí. Era la misma que había mantenido con Cleo sobre su supuesta relación con Magnus.
—Depende... No me gusta meterme donde no me llaman. —Lion tenía un extraño nudo en el estómago—. ¿Tú y ella tenéis algo?
Magnus abrió los ojos verdes y le miró como si estuviera loco.
—¡Ojalá! Pero no —confesó el policía—, ni una vez. Y no será porque yo no lo he intentado... Cleo es muy complicada —añadió con el orgullo herido.
Cleo no era complicada, pensó Lion.
En realidad era una arpía mentirosa y manipuladora que quería volverle loco.
—No voy a interrogarte sobre la naturaleza de vuestra relación —aseguró Magnus, recolocándose su pantalón y mirando hacia la casa—, pero Cleo me importa. No es una chica cualquiera, ¿de acuerdo?
—Lo sé.
—Y si le haces daño o se lo haces pasar mal... —El cuerpo grande y moreno del capitán de policía se cernió sobre el igualmente grande y alto de Lion— removeré cielo y tierra para encontrarte y vaciarte los huevos. ¿Entendido?
—¿Te gusto, capitán Magnus? —preguntó socarrón.
—¿De qué hablas?
—A mí no me provoques —lo amenazó Lion—. Y preocúpate de tus asuntos. Cleo es mi asunto, ¿comprendido?
Ambos hombres se desafiaron hasta que el sentido común de Lion, que no quería más enfrentamientos, decidió dar un paso atrás en su nombre.
—Gracias por sus servicios, capitán Magnus. Ya se puede retirar.
El hombre arqueó una ceja negra y preguntó:
—¿En qué dices que trabajas?
—Tengo un negocio de
hardware
y
software
en Washington...
Magnus sonrió sin ganas.
—Ya, seguro...
—Capitán. —Le despidió Lion dándose media vuelta.
—Señor.
Lion dio un respingo pero lo disimuló muy bien.
Magnus era un buen tipo, más espabilado y despierto de lo que él había creído. Si no tuvieran ambos tanta testosterona, seguro que podrían ser amigos.
Las ambulancias y la policía abandonaron la calle Tchoupitoulas.
Cleo esperó, sentada sobre la cama, a que llegara Lion y le dijera de qué habían hablado Magnus y él.
—Tu novio es un tipo simpático, —Lion entró en la habitación y se apoyó en el marco de la puerta, con un pie cruzado delante del otro y las manos en los bolsillos de su pantalón tejano.
—Eh... —Cleo se miró las manos—. Sí, es buen hombre.
Lion ocultó una sonrisa, pero en su interior no tenía ganas de reír.
Como amo, había cometido un error imperdonable. Por su culpa, había estado indefensa ante un hijo de puta sádico. Si no hubiese llegado a tiempo no quería ni imaginarse lo que podría haber sucedido...
Como compañero, le había ocultado datos como los de la fiesta.
Como amigo, había sido un puto desastre.
No merecía la luz de Cleo. No era merecedor de su compañía. La había puesto en peligro y ni siquiera podía prometer que no volvería a hacerlo.
Con ella en el torneo tendrían muchos desafíos directos; y estaría dispuesto a llegar a las cartas de duelos de caballeros con cada uno de ellos.
No podría trabajar a gusto. No podía llevarla.
Además, esa chica era un polvorín. Tenía un carácter explosivo...
Como amo y sumisa podían dar el pego; pero Lion tenía sentimientos por ella que estaban naciendo y arraigándose en su interior; y así no podría trabajar. Necesitaba mantener la cabeza fría; y Cleo lo mantenía caliente y en erupción.
No podría protegerla.
Cleo le había mentido respecto a su relación con Magnus. Y, además, no le había dicho nada sobre Billy Bob.
¿Acaso no le había preguntado sobre ello? ¿Sobre sus casos? Sí, lo había hecho; y sin embargo, Cleo se limitó a nombrar temas superficiales... No le explicó que ese Billy Bob hacía cinco días que había salido de la cárcel.
Se sintió como una mierda por ser el último mono.
A esos flecos, se añadió el hecho de que se habían acostado; y él, para evitar vinculaciones emocionales durante la misión, la había apartado de su lado de un modo horrible y atroz.
Cleo no lo olvidaría; ni él tampoco.
Y después estaba el shock que había sufrido. En cuanto Cleo viera que él tomaba una fusta, un látigo, un flogger, unas cuerdas, unas esposas..., lo que fuera, entraría en pánico. El miedo seguiría ahí; y dudaba de que Cleo fuera tan fuerte como para relegarlo y negarlo. Y así no podrían trabajar juntos.
Tenían un problema. Un enorme problema.
—Necesito descansar, Cleo —confesó Lion caminando hacia la cama—. ¿Me dejas dormir contigo?
Cleo levantó la cabeza. No comprendía aquella pregunta.
—Pensaba que ya estábamos durmiendo juntos.
—Sí, pero... Solo quiero dormir.
Lion se tumbó en la cama, a su lado izquierdo.
Observó su espalda elegante, aquel pelo espectacular y rojo y el rostro de hada, que lo miraba por encima del hombro.
—¿Te has tomado algo para dormir? —le preguntó abriendo los brazos, esperando a que ella se sumergiera entre ellos.
—Sí, —Cleo se estiró a su lado, juntando las manos debajo de su mejilla y ovillándose con las rodillas casi tocándole el pecho.
—No, nena. Esto noche necesito dormir contigo así. —La tomó de la cintura, pegándose tanto a su cuerpo que no sabía dónde empezaba uno y acababa otro—. Quítate los pantalones o te morirás de calor —le sugirió amablemente.
Cleo se los quitó.
—Y la camiseta —le pidió con mirada ardiente—. Los verdugones se rozarán con la tela y te molestarán.
Ella asintió; se la quitó por la cabeza y se quedó desnuda, solo con unas braguitas blancas normales y corrientes de algodón.
—Espera. —Lion se sentó en la cama, e hizo lo propio. Fuera camiseta y pantalón; se quedó en calzoncillos—. Ven aquí.
Ayudó a Cleo a tumbarse a su lado y la rodeó con los brazos, apoyando la barbilla sobre su cabeza. Los torsos desnudos y las extremidades entraron en contacto total.
—Cleo...
Ella cerró los ojos y sepultó su garganta en su cuello. Olía tan bien, tan a Lion. A lluvia, hierba, limpio...
—Me has salvado —comentó con voz dormida. La medicación hacía su efecto. —No. Te he puesto en peligro.
—No, Lion... Billy Bob era el verdadero peligro... Tú no. ¿Qué le has dicho a Magnus?
—Que es afortunado por tener a alguien como tú en su vida.
Cleo bostezó y cerró los ojos, medio dormida.
—¿Mmm?
Lion le acarició la espalda, con cuidado de no hacerle daño en las marcas, hasta que notó la respiración profunda y relajada de su compañera.
—Y también le he dicho que me perdone por querer a su falsa novia con todo mi corazón.
—¿Mm?
—Chist, duerme, mi niña...
Lion estaba conmovido por todo lo que Cleo provocaba en él. Quería tenerla así para siempre: que nadie la hiriera, que no cometiera más errores y que confiaran el uno en el otro.
Si la llevaba con él, Cleo podría cansarse de todo aquello y entrar en pánico en algún momento. Al final le odiaría.
Si no la llevaba y la dejaba en su casa, ella le odiaría igual pero podría olvidarse poco a poco de lo experimentado esos días, rodeada de sus amigos y su familia. Podría cicatrizar sus heridas... Él no volvería a molestarla, suficiente daño le había hecho ya.
Y con el tiempo, se olvidarían de todo.
Bueno, al menos ella podría hacerlo.
Lion no la podría olvidar jamás porque amaba a Cleo desde que ella tenía cuatro años y él ocho.
Como los lobos que se ligan a su pareja durante toda la eternidad. Así estaba él con Cleo. Esa era la única verdad.
Mañana debería preparar las maletas, los pasaportes y todas sus provisiones para acudir al torneo. El avión salía el domingo de madrugada...
¿Qué debía hacer? No quería hacerle más daño.
¿Llevaba a Cleo a
Dragones y Mazmorras DS
o no la llevaba?
¿Dejaba que continuara en la misión
Amos y mazmorras
o la retiraba por baja psicofísica?
Hiciera lo que hiciese, ella acabaría odiándole.
Así que, mejor que le odiase estando ella a salvo, que no estando en peligro.
Capítulo 17
En ocasiones, las mazmorras de dominación se convierten en una parte de ti: una de autoconocimiento y otra de transmutación. Entras como una larva, y sales como una mariposa.