—¿No me vas a contestar?
—En realidad, yo no hablo con nadie de mi relación con King.
—¿Hay una relación sentimental de por medio?
—No creo que eso deba importarte.
Prince se giró hacia ella sonriendo asombrado.
—Eres una sumisa muy maleducada.
—No soy una esclava. Yo solo respondo a King. No me apetece probar nada más.
Los ojos azabaches de Prince brillaron con animadversión hacia algún recuerdo no muy pasado, y también con anhelo por esperar oír de otra boca esas mismas palabras hacia sí mismo.
—Eso es algo que a King nunca le importó respecto a otras mujeres. No le importó que ya estuvieran vinculadas a otro amo; no le importó que no se debieran tocar. No le importó nada...
Cleo dejó de beber su ponche, que, por cierto, estaba delicioso. Tuvo ganas de quitarse el antifaz y coger a Prince de la pajarita para sacudirle y que le explicara todo. ¿Estaba hablando de Lion y su relación con otras mujeres? ¿Con alguna que había importado más de la cuenta a Prince? ¿De qué hablaba?
—¿Quieres hablar sobre mi amo?—preguntó recordando que debía comportarse como una sumisa ejemplar.
—Solo te advierto. Me caes bien; y si no tienes sentimientos por él, siempre podrías probar conmigo más adelante. Soy un amo muy cariñoso.
—¿Crees que King no lo es?—«Lo era hasta que decidió volverme loca, emborracharme, llevarme a la cama y decir muchísimas tonterías románticas para, al día siguiente, romperme el corazón sin titubear».
—King no respeta a nada ni a nadie.
«No me digas».
—No tiene sentimientos —continuó Prince.
«¿En serio?, no me había dado cuenta».
—Así que no esperes que se enamore de ti y te prometa fidelidad, porque no sabe lo que es eso —espetó con acidez—. Puede que un día vea a la mujer de otro hombre, una mujer enamorada, y decida marcarse el reto de llevársela a la cama. Y King es muy persuasivo: consigue todo lo que se propone, por muy imposible que sea.
Cleo miró hacia otro lado, a un grupo de chicos que vitoreaban y silbaban a un grupo de chicas. Así que Prince había tenido a una mujer a la que había amado mucho y King se la había levantado... ¿A eso se refería?
—En todo caso, Prince, King puede hacer eso porque es un hombre libre, amoral, pero libre —recalcó asqueada—. No obstante, si hay alguien a quien se deba culpar en ese caso que me estás exponiendo es a la mujer, la única que tenía un compromiso real con otra persona.
—Supongo que tienes razón, pero quería advertirte sobre el peligro de salir con el rey de la selva: al final, todos los animales se doblegan ante su ley.
Prince apretó el vaso del ponche y, controlando el temblor de su mano, lo dejó en una mesita de la terraza. Observó a Cleo y ella lo miró a su vez por encima del hombro.
—Gracias por tu... advertencia —agradeció Cleo. Pensaba que la conversación se iba a quedar ahí, pero no fue así.
—Señorita —Prince se inclinó como un príncipe de verdad—, ¿me permite este baile?
Cleo frunció el ceño. Ese hombre no desistía. Y bien mirado, ¿por qué no? Lion estaba bailando con Spiderwoman en algún rincón de aquella sala. La había dejado sola; y aunque pretendía hacerse la fuerte, se sentía ultrajada.
Bailar podía. Bailar le apetecía.
Claro que sí. Bailaría con Prince; y al demonio con las consecuencias.
—Con mucho gusto, Prince —hizo una reverencia femenina.
Prince sonrió, rodeado de oscuridad, como el príncipe de las tinieblas que luchaba por alcanzar un poco de esa luz que acabaría con su tormento.
Cleo tomó su mano y Prince la atrajo a su cuerpo.
«América engendra a unos hombres enormes y grandes», pensó mientras echaba el cuello hacia atrás para mirarle a los ojos.
Él la rodeó por la cintura con un brazo mientras le tomaba la mano con la otra.
Se movieron al ritmo de
Crush
, de David Archuletta.
No era exactamente una balada; pero eso a la gente del salón le daba igual. Era una excusa perfecta para rozarse y buscar consuelo los unos en brazos de los otros. Para rozarse, acariciarse y seguir jugando.
A veces se escuchaba el sonido de una fusta o de un látigo al hacer contacto con el cuerpo de algún asistente, a lo que le seguían gemidos y risas.
Cleo permanecía embrujada por la variedad de sonidos que se daban lugar allí. Todos excitantes.
—
Do you ever think when you´re all alone
—canturreó Prince al oído de Cleo con voz preciosa y melódica—...
All that we can be, where this thing can go? Am I crazy or falling in love? Is it really just another crush
?
Cuando Cleo escuchó su voz, se lo imaginó cantando desnudo en el balcón de su castillo, con sus murciélagos volando a su alrededor y los lobos blancos a sus pies, encantando a la luna con su belleza y su increíble voz... Y supo, sin miedo a equivocarse, que Prince tenía el corazón roto. Como lo tenía ella.
—Lo siento, Prince —le dijo Cleo, descubriendo un poco de sí misma ante la sinceridad reflejada en la mirada atormentada de Prince—. Siento que te hicieran daño —«Y que fuera King quien te lo provocara».
Él se tensó y hundió los dedos en la cintura de Cleo para transmitirle fuerzas, o quizá para recibirlas de ella.
—Yo también lo siento por ti. —Reconoció inclinándose sobre su oído, dando vueltas con ella sobre su mismo eje, bailando como si fueran una pareja que se hiciera confidencias.
—Y yo también lo siento por ella —dijo la voz cortante de Sharon a sus espaldas.
Cleo se dio la vuelta, sobresaltada por la interrupción y la frialdad de sus palabras. Lion estaba detrás de Sharon, mirándola con reprobación.
Cleo no soltó a Prince y él no la soltó a ella: como si se hubieran puesto de acuerdo en desafiar a aquella otra pareja poderosa.
La Reina de las Arañas y el rey de la selva.
Increíble pareja la que hacían ambos y, aun así, les separaba un mundo, pensó Cleo.
Sharon se apoyó en la puerta del balcón fingiendo diversión ante lo que veía. Aunque sus ojos marrones claros, que analizaban a Prince, descubrían un despecho intrínseco.
Lion no se divertía. En absoluto. Sus ojos índigos destilaban rabia y decepción por todos lados.
Prince miraba de reojo a Sharon y mantenía la mano de Cleo enlazada con la suya.
—Pensé que King te había dicho que nadie podía tocarte, Nala. —Sharon alzó el índice y lo movió de un lado al otro, haciendo una negación y riéndose de la situación—. No, no, no... Chica mala. No puedes desobedecer a tu amo en público, ¿acaso King no te lo ha enseñado?
—Sharon. —Lion la calló con solo pronunciar su nombre, sin apartar su atención de Cleo—. Cl...
Lady
Nala, ven aquí ahora mismo.
Un escalofrío recorría la columna vertebral de Cleo.
—¿He hecho algo mal, señor?—preguntó Cleo candorosamente, soltando la mano de Prince.
—Si me lo estás preguntando —Lion habló entre dientes y dio tres pasos hasta coger a Cleo del antebrazo y apartarla de la cercanía de Prince de un tirón—, es que tenemos un problema.
—No sea muy duro conmigo, señor. Puede que no me hayas explicado bien las cosas, aunque seguro que no lo he entendido bien porque tú eres perfecto... Amo. —Cleo hizo un mohín, riéndose de él ante Sharon y Prince.
La Reina de las Arañas abrió la boca sorprendida, estupefacta ante la osadía de aquella chica.
—Dios mío... O estás loca o te encanta que te zurren —susurró Sharon pasmada.
Prince escondió una carcajada y eso provocó que Sharon frunciera el ceño y se concentrara en él, como si nunca lo hubiese visto reír.
A Lion le palpitaba un músculo en la barbilla; o varios.
A Cleo ya le daba igual. Adoraba volverle loco y hacerlo rabiar. ¿Quién se había creído que era? Lion, King, como se llamase... No era el hombre que ella creía. Si podía meterse en la cama de otras parejas y destruirlas; si podía follar sin sentimientos; si no le importaba hacerle daño como había hecho aquella tarde... Y le daba igual ponerse a bailar con la Reina de las Arañas, dejándola sola en un salón atestado de amos deseosos de hincarle el diente; entonces, desaprobarlo, enfurecerlo, desafiarlo o no... Ya no le importaba. Porque ella no le importaba a él.
Estaba cansada. Y lo único que quería era meterse ya en el torneo, llevarse a Leslie y acabar con esa locura. Y no volver a ver nunca jamás a ese hombre vestido de negro con el antifaz blanco.
No lo vería más si quería seguir cuerda. Lo aguantaría esos días y después punto y final.
Prince se echó a reír y se apartó de la terraza, rozando el brazo de Sharon. Esta lo retiró de golpe, como si el contacto le hubiera quemado.
Prince la miró de soslayo, de arriba abajo, y ella, inverosímilmente, miró al frente, ignorándole mientras se frotaba la zona en la que se habían rozado.
—No seas demasiado duro con ella, King. Esta sí que vale la pena —murmuró Prince.
Sharon se tensó ante aquellas palabras e inclinó el rostro a un lado, esperando que el príncipe desapareciera.
—Vete a la mierda, Prince —gruñó Lion con voz ronca, sin dejar de mirar a Cleo—. Elige.
—¿Que elija qué, señor? —replicó Cleo acercándose a Lion y tocándole la pajarita. Era genial actuar así. Nada era verdad; podía ser tan dañina como quisiera.
—¿Dónde quieres que te castigue? ¿Aquí, delante de todos, o en otro sitio?
—¿Pero me vas a castigar, señor? ¿Por bailar una sola vez con Prince? —deslizó el índice por el cuello abotonado de su camisa.
—No tienes ni idea, querida —susurró Lion como un animal herido—. ¡Ni idea!
Esas palabras hicieron tambalear un poco su atrevimiento, pero ya iba lanzada de cabeza. Esa era Cleo fingiendo ser sumisa y disciplente. Si la quería así esos días, así la tendría.
—Entonces, señor, si es tu deseo castigarme, hazlo aquí: delante de todos. —Le retó, manteniendo el tipo—. No hay nada que esconder, ¿verdad?
Lion se retiró como si le hubiera dado una bofetada.
Ella entrecerró los ojos.
Él detuvo la mano que hurgaba en el botón del cuello de su camisa.
—¿Ese es tu deseo, Nala?
«¿Nala? ¡¿Nala?! ¡¿Quién coño era Nala?! ¡Soy Cleo!», quiso gritar Cleo. Nadie sabía quién era. Ella no era ella. No era Cleo Connelly, porque Cleo no era ese tipo de mujer. Y, definitivamente, Lion no era el niño a quien ella tiraba de las orejas de pequeño. Este hombre, peligroso y nocivo para su salud emocional, era un desconocido, un amo y soberano, pero solo de él mismo; de ella no lo iba a ser jamás.
—Sí, señor. Ese es mi deseo. Hazlo aquí. Súbeme la falda y azótame. Vamos, lo estoy deseando.
Lion sonrió cínicamente y la desdeñó.
—Qué pena que no me importe lo que desees ahora. Y menos, cuando me has desilusionado de este modo. Tendrás tu castigo. —Tiró de ella y la alejó de la terraza, alejándose de la Reina—. Pero no aquí.
Esta sonrió gélidamente y la despidió con la mano.
Capítulo 16
En el BDSM hay amos buenos y amos malos. Igual que en la vida hay personas vainilla buenas y personas vainilla malas. Una mujer debería saber identificar inmediatamente quién es un amo real y honesto y quién no por el modo en que la acaricia con la fusta. Si golpea y hiere repetidas veces y hace que te sientas inseguro/ra, aléjate.
El
Jeep corría y derrapaba por la carretera. Cleo miraba al frente. No temía la velocidad, nunca le había dado miedo correr. Pero correría con Lion esa noche y asumiría los riesgos de provocar al animal más salvaje de todos.
Lion apretaba tanto la mandíbula que se la iba a partir.
Llegaron a su casa en veinte minutos; y nada más aparcar, él le abrió la puerta como un caballero, pero la sacó del coche como un pirata.
—Al jardín, Cleo. —Ordenó tirando de ella y llevándola casi a trompicones.
—Claro, señor —canturreó motivada por la excitación, la rabia y la adrenalina.
Lion no podía creérselo. Cleo había bailado con Prince, mientras este le sobaba la oreja. Prince y él no se llevaban nada bien por algo que había sucedido en el pasado. Y ahora el amo quería devolvérsela jugando con su Cleo.
Ni hablar. No le iba a dejar.
Y Cleo... Cleo estaba jugando con fuego. ¿Qué pensaba que estaba insinuando cuando había dicho ante todos que ella era de él y que nadie la podía tocar? Pensaba que lo había comprendido. Pero al encontrársela en brazos de Prince, se dio cuenta de que Cleo solo comprendía lo que le convenía.
No sabía jugar con él.
No sabía obedecerle.
No quería hacerle feliz.
No entendía que él no quería hacerle daño jamás y que los castigos que a él le gustaban eran los que implicaban juegos sexuales, no lecciones de comportamiento.
Pero ella lo estaba pidiendo a gritos. Pedía a gritos un cuerpo a cuerpo.
La dejó bajo el platanero del jardín.
—¿Quieres que juguemos duro, Cleo? —preguntó atormentado y asustado por sus emociones.
—Quiero complacerte, señor —musitó dulcemente, llevando su interpretación hasta sus últimas consecuencias.
—¡¿De verdad?! —le gritó a la cara.
Cleo se retiró levemente; lo suficiente como para recomponerse y parpadear por la impresión.
—¿Cómo puedes jugar conmigo así cuando teníamos a la Reina de las Arañas con nosotros? ¿Te das cuenta de que no le puedes dar ningún tipo de poder? ¿Por qué crees que la Reina va a estos sitios? ¡Porque quiere conocer a las parejas, averiguar los puntos débiles de los demás y luego desafiarlos y jugar con ellos! ¡Le gusta llevarlos al límite! Ella es... Ella se da cuenta de todo, es muy inteligente... ¡A Sharon no le puedes dar cancha, Cleo! ¿En qué mierda estabas pensando?
Cleo tuvo la decencia de sonrojarse y callar. No había pensado en ello. Cuando vio a Sharon, lo único que le vino a la mente fue una tela de araña y Leslie apresada en sus redes. Y después, la vio como una mantis, cuando sacó a bailar a Lion.