—Dímelo y me iré; y te dejaré aquí con tu bichejo verde que juega a ser mimo.
—Está bien. —Le miró de frente y, sin decirlo en serio, pero agradecida por el trato cariñoso y preocupado de Magnus, le dijo—. Gracias por ser mi caballero de brillante armadura.
—¡Bueno! ¡Vamos avanzando, teniente Connelly!
—No se haga ilusiones, señor.
—¿Molesto?
Lion no estaba para eso. No en aquel momento.
Cleo había desobedecido una orden directa, no solo de su superior, sino de su amo barra tutor. Y acababa de llamar señor a ese tío...
¿Pero no le había dicho que no debía tener distracciones y, mucho menos, que su rollo la visitara y se viera con ella?
Sentía tanta rabia en su interior que no sabía como dosificarla.
La joven se giró, sorprendida por la intrusión, como si la hubieran pillado con las manos en la masa.
Magnus y él se midieron con la mirada. Verdes contra azules.
Ambos igual de altos y anchos. Bueno, Magnus era un poco más bestia de cuerpo, pero Lion tenía menos grasa y estaba mucho más definido.
—Magnus, ¿me equivoco? —preguntó Lion educadamente, ofreciéndole la mano.
Magnus la aceptó a desgana, desviando la vista hacia Cleo, que parecía avergonzada, o intimidada. Se mordía el labio inferior.
—Yo mismo.
—Buenos días, Cleo —Lion perdió el interés por él y fijó su atención en la joven.
—Buenos días, Lion.
Lion chasqueó con la lengua y negó con un gesto casi despectivo.
Cleo procedió rápidamente a explicarle qué hacía su capitán ahí.
—Magnus ha venido a explicarme cómo fue la redada del caso que te comenté... Hacía días que no nos veíamos y...
—Ajá. ¿Y fue bien la redada? —le preguntó a Magnus. Se cruzó de brazos, sonriendo y fingiendo que se sentía cómodo con aquella situación—. ¿Cogisteis a los malos?
—Pues no a todos. Hay muchos malos sueltos todavía. —El capitán achicó los ojos y miró de soslayo a Cleo—. ¿Sabes, nena? Me voy a ir...
Lion arqueó su ceja partida negra. «No la llames nena, cretino», gruñó su bestia celosa interior.
—Sí. Te acompaño —Cleo se apresuró a caminar con él hasta la puerta de su casa.
—¿Ese es tu amigo de la infancia?—susurró Magnus antes de que ella cerrara la puerta—. Oye, llámame si tienes problemas, ¿vale? Recuerda: nueve, uno, uno. Estaré cerca.
Cleo puso los ojos en blanco y lo despidió con la mano.
No estaba nada cómoda con la situación y sentía que había fallado a Lion; sobre todo, teniendo en cuenta lo que él creía que Magnus y ella eran. En menudo lío se había metido.
—Hola —le saludó dulcemente, esperando acercarse y abrazarlo.
Lion estaba reclinado en la parte trasera del sofá del salón, con el rostro oscuro y sombrío. Cleo se imaginaba que tenía al demonio sobre su hombro, cuchicheándole mentiras al oído. «Han hecho esto, han hecho lo otro...».
Cuando él no le contestó, exhaló nerviosa. Eso no podía estropear lo que había pasado durante la noche. Ni hablar.
—Antes de que me ladres, —se puso valientemente ante él—, quiero que sepas que se ha presentado por sorpresa. Yo no le he invitado.
—¿Eres insaciable, Cleo? —preguntó maliciosamente—. ¿No tienes suficiente con lo que te doy que tienes que frotarte con el primero que viene a llamar a tu puerta?
Cleo se quedó sin palabras ante ese ácido ataque.
—No he hecho nada —contestó seria.
—Te dije que en lo que duraran la instrucción y la misión no podías verte con Magnus. ¿Y qué me encuentro cuando me voy de tu casa? Que Magnus está contigo en el porche, relajado, y haciéndote reír.
—Alto ahí. Te estás precipitando. No puedes creer que después de lo de anoche yo esté dispuesta a...
—¿Qué pasó anoche?
Cleo sonrió, intentando relajarlo, pensando que él bromeaba.
—Venga ya...
—Te he preguntado que qué pasó.
—Lion...
—¡Cleo! —gritó—. ¡Que me digas qué sucedió!
—¿Cómo? —se llevó la mano al pecho.
—¿Pasó algo que debiera recordar?
Ella tragó saliva y se enfureció. ¡Lo estaba haciendo a propósito! Era imposible que no se acordara de todo lo que le dijo.
—Sabes que sí.
—¿Sí? ¿Qué sé?
—Lion... —susurró triste—. No hablas en serio.
—No, no. —Se levantó—. Recuérdamelo, ¿qué pasó, ne-na?—pronunció el mote con inquina, del mismo modo en que Magnus la había llamado, pero sin ser nada cariñoso.
—Tú y yo... Nos acostamos. Eso pasó —explicó con voz temblorosa—. Yo pensé que...
—¿Nos acostamos? ¿En serio? Lo único que recuerdo es que me quedé dormido, borracho, en la cama.
Ella no sabía cómo reaccionar a lo que él le decía. ¿No se acordaría de verdad? Ella lo recordaba todo: cada palabra, cada detalle, cada sonrisa y cada gemido. Todo. Lo tenía grabado en su cabeza... En su corazón. ¿Cómo podía decirle eso?
—Te quedaste dormido después de hacerme el amor —le escupió valientemente, abrazándose a sí misma. Le empezaba a doler el estómago.
Lion dejó de apoyarse en el sofá y se cernió sobre ella. Con las manos a la espalda, se inclinó sobre su oído y le aseguró:
—Pues si te follé, Cleo, fíjate cómo me satisfaciste que ni siquiera lo recuerdo.
Ella recibió las palabras como un puñetazo, o como una jarra de agua fría. Metáforas y símiles al margen, la dejó hecha polvo. Hizo un ruidito con la garganta, como un gemido roto y ahogado, pero no le pudo contestar. Tenía una bola en el cuello que le impedía pronunciar una sola palabra; y el aire ardiente y pesado se había quedado atorado en sus pulmones.
—Puede que seas suficiente vainilla para tu... caballero de brillante armadura. No para mí. —Pasó de largo, decidido a subir las escaleras y darse una maldita ducha que lo enfriara del soberano mosqueo que acarreaba. Tenía que alejarse o la destruiría; y aunque deseaba hacerle daño, tampoco quería escarmentarla demasiado. Pero Cleo no le dejó.
«Qué hijo de la gran puta», pensó ella, relamiéndose los labios, luchando por no echarse a llorar.
—Pues prefiero a un vainilla que nunca me ofenda como tú estas haciendo —se detuvo para tomar aire, todavía de espaldas a él, con la mirada verde clavada en el jardín—, a un amo cruel que hiere verbalmente a su pareja y lo hace conscientemente.
—Ya, Cleo —se giró en el tercer escalón—, pero es que tú y yo no somos pareja. Si lo fueras, no me hubieras desobedecido. Si fueras mi pareja, y de verdad te hubiera hecho el amor como dices, deberías haber mantenido mi interés y no aburrirme hasta el punto de dejarme dormido. —Él sacudió la cabeza y se obligó a permanecer impertérrito mientras observaba cómo ella se afligía por cada crueldad que escupía—. Me dan igual tus preferencias. ¿Amo o vainilla? Me la trae floja. Lo que tiene que quedarte claro es que eres mi compañera de trabajo. Estamos representando un papel. Te toco y te complazco porque soy un amo, es parte de tu disciplina; pero ambos somos agentes infiltrados. No lo olvides. Solo eso.
—Entonces —alterada se dio la vuelta, con los ojos llorosos y pálida por el golpe emocional recibido—, si solo eres eso, no deberías ofenderte por ver a Magnus aquí.
—Me jode porque te has saltado las normas de tu superior a la torera, agente Connelly. Por eso. Te tenía por una mujer más profesional y disciplinada. Por mí puedes tirarte a quien te dé la gana, pero cuando estés fuera de servicio. No ahora.
Lion desapareció por las escaleras, dejándola sola y desolada.
Cleo temblaba; y para colmo había sido tan ridícula de dejarle la maldita foto de cuando eran pequeños en el espejo del baño.
No encontró otra manera de huir de ahí y desahogarse, muerta de la vergüenza por lo que él le había dicho y herida como mujer, que cogiendo las llaves de su coche para salir de la olla a presión más fría de Nueva Orleans: su casa.
Capítulo 15
Un amo enamorado desnuda su alma más, incluso, que su sumisa.
Lion escuchó la puerta cerrarse. No iría tras ella. No lo haría. Tenía que mantenerse fuerte en su decisión. Cleo le había desobedecido: había traído a Magnus a su casa. Y estaban en el porche en el que habían cenado la noche anterior con sus padres.
¡¿La habría tocado? ¿Le había hecho algo?
Pensar en eso, sabiendo que Cleo solo había recibido sus atenciones durante los últimos días, lo enervó. Le ponía enfermo, joder.
Él había traspasado la línea esa noche. Pero si querían seguir trabajando juntos sin que todo el tema emocional les salpicara, debían cortarlo de inmediato. Él fingiría que no se acordaba de lo sucedido; y la traición al traer a su rollo a su casa cuando la estaba disciplinando le facilitaba mantener su nueva actitud.
Pero esa no la fingía. Se sentía traicionado por ella de verdad, y le dolía su oscuro corazón. Sino, ¿para qué Cleo iba a traer a Magnus a su casa si no era para estar con él?
No sabían que iba a llegar antes, y por eso les había pillado. Era cierto que no se estaban besando ni se estaban desnudos, pero su actitud, llena de complicidad y coqueteo como buenos preliminares, ya le decía demasiado. Y no necesitaba saber más.
El moreno la habría llevado a la cama tarde o temprano. Y Cleo no se habría resistido, porque Magnus ya estaba en su vida antes de que él irrumpiera en su mundo. Y seguro que lo echaría de menos.
Echaría de menos el sexo convencional y que alguien como Magnus la complaciera sin tener que llevarla al límite de su resistencia.
Se estiró en la cama y cubrió sus ojos con su musculoso antebrazo.
Pateó el colchón con el talón y se reprendió por haber sido tan duro con ella.
Esperaría a que llegara y hablarían.
Pero esperó varias horas, pasó la hora de comer y Cleo no llegó.
Llamó a su iPhone y escuchó cómo el teléfono sonaba en la cocina, señal de que se lo había dejado ahí.
¿Dónde habría ido? ¿Habría comido? ¿Correría mucho con el coche?
Se había ido llorando, eso seguro. Él había escuchado los sollozos mientras la joven se alejaba y se metía en su
Mini
.
Él tampoco comió, tenía el estómago cerrado.
¿Se habría ido con su amigo el policía? ¿Le estaría llorando a él, hablándole de lo malvado que era su amo?
Regresó varias horas después, casi al atardecer.
No había dejado de conducir en ningún momento. Su coche era su lugar de meditación; y, mientras las ruedas corrieran, ella podría centrarse en la carretera y no en todo lo que había escupido Lion con su cruel lengua.
Le había dado una lección: una lección para no construir castillos en el aire, para no ilusionarse con un hombre que conocía desde pequeña y que la pasada noche le había hecho sentir como una mujer querida y adorada.
Había sido todo mentira; y saberlo resultó muy amargo y duro.
Pero lo que no era mentira eran la dominación y la sumisión, su disciplina, su doma, su hermana en apuros, y el caso que tenía entre manos.
Había sido tan tonta... Tanto. Una noche divertida en familia, Lion distendido y gracioso, ambos en la cama acariciándose, riéndose y tocándose sin cuerdas, ni
floggers
ni órdenes... Quiso creer que había algo más en su docilidad y en su amabilidad. Pero no lo hubo.
¿Él se durmió de verdad, por aburrimiento? ¿Perdió el interés? Lion no podía disfrutar si no tenía a una mujer capaz de soportar sus castigos, que lo estimulara del modo en que él exigía en su dominación. Y a ella, cuando la llevó a su habitación, lo único que le pasaba por la cabeza era pensar en hacer el amor y no en tener sexo ni castigo. Solo eso.
Creyó que sería suficiente; pero Lion lo había menospreciado todo. La había menospreciado a ella.
Habían estado deliciosamente ebrios los dos... Él se lanzó a hablar de cosas que ella creyó importantes, confesiones de amantes.
Y, al final, esas palabras solo fueron un medio para que se la tirara; y, después de eso, a dormir.
Prefería al amo. Prefería al amo mil veces antes que a ese Lion mentiroso. Porque, al menos, al dominante lo veía venir y sabía cómo jugar con él. Con el risitas, cariñoso y dulce de la noche anterior, no. De hecho, la había destrozado.
A las nueve tenían una fiesta, ¿verdad? Ya eran las siete de la tarde y ella debía acicalarse.
Lion había fingido todo este tiempo. Ni siquiera la tenía en alta estima por ser una amiga de la infancia, ni siquiera eso; sino, no habría cruzado la línea tanto en su ataque. Y lo había hecho.
Bueno, lo que tenía claro era que ambos debían trabajar juntos. Y ya se había lamido las heridas demasiado.
Abrió la puerta de su casa.
Llevaba horas llorando. Nunca había llorado tanto como en ese momento. Se sentía mal, poco valorada, poco querida... Pero también tenía pundonor. Y puede que Lion no la deseara como mujer, pero lo que no le iba a permitir era que pusiera en duda su profesionalidad.
Esta vez se metería en su papel de verdad. No iba a quedar nada de la Cleo amiga ni de la tonta soñadora que se creía que estaba enamorada de él.
Puede que lo estuviera, y por eso todo le dolía tanto.
Pero enamorarse del hombre equivocado era un error que muchas mujeres cometían.
Todo pasaría. Pasaría, porque el tiempo curaba las heridas.
Y, mientras cicatrizaran, sería una sumisa que Lion no iba a olvidar nunca. Ni él ni los organizadores del Rol. Esos días se había documentado muchísimo sobre la personalidad y la actitud de una sumisa perfecta; y actuar así sería un modo de alejarse de su dolor y de centrarse en algo en concreto.
—Cleo.
La voz de Lion la detuvo y le puso tensa.
Lo veía de refilón, sentado en su butaca favorita.
—¿Dónde has estado? —preguntó serio, aunque con su voz grave y afectada.
Bueno. Se había acabado el tiempo de parecer una pardilla. Ahora era su momento: «
And the Oscar goes to
... Cleo Connelly por su excelente papel en
Amos y Mazmorras
».