—No —contestó mirándole a través del espejo de cuerpo entero en el que acababa de acicalarse.
Ding Dong
.
—¿Cleo? —Era la voz de su madre.
¡Su madre! ¡Y ella estaba con Lion! Los dos con el pelo mojado de la ducha que cada uno se acababa de dar por su cuenta, a matizar.
—¿Es mamá? —preguntó risueño y feliz por ver a Darcy—. ¡Voy a abrirle!
—¿Pero tú estás loco? —Cleo no podía creer lo que estaba oyendo.
Lion se colocó detrás del espejo de cuerpo entero y disfrutó de su mirada estupefacta.
—Relájate. Todo saldrá bien.
—¿Qué? —gritó en voz baja—. No abras, Lion. No.
—Quita, camaleón. —Se apartó de ella haciéndola rabiar y escapó de sus garras, bajando las escaleras y gritando—. ¡Voy!
Cleo miró su reflejo en el espejo. Acababa de tener unas bolas chinas en su interior; Lion le había tocado el ano y estaba en su casa instruyéndola para ser su sumisa. Y tenía una bala en el recto.
¡Por supuesto que no estaba preparada para encontrarse con su madre!
—¡Charles! —Oyó que decía un sorprendentemente feliz Lion.
¡Y su padre! ¡La madre que lo parió! ¿Pero cómo iba a mirarlos a la cara? Ella era el ojito derecho de su padre. Por Dios, si supiera lo que Lion acababa de hacerle lo mandaría a la cámara de gas inmediatamente.
—¡Cleo, cariño! ¡Baja, son tus padres!
Ella abrió la boca y arrugó el ceño.
—¡Qué hijo de perra! —susurró enfadada por la actitud del sádico controlador. Se había vuelto loco.
—¡Sorpresa! —decía otra pareja más.
¿Pero quiénes eran? Oh, no. No, no, no...
—¡Hombre! ¡Jajajajajaja! ¡Y los míos! —exclamó eufórico, alzando la voz para que ella lo oyera, aunque en su tono se adivinaba ahora un deje histérico.
Le temblaron las piernas y tuvo que coger aire para calmarse. Además, estaba el tema de Leslie. Sus padres no sabían nada de nada.
Se peinó el pelo con los dedos y cuidó que su expresión no reflejara ninguna de las emociones recién vividas en el jardín. Tenía los ojos verdes vidriosos y cristalinos, y las mejillas, sonrosadas.
Madre mía, qué desastre. Se sentía como cuando perdió la virginidad y sabía, sin lugar a dudas, que sus padres se darían cuenta de lo que acababa de hacerle Brad Reyfuss solo mirándola a los ojos.
Y, para colmo, los padres de Lion Romano también se darían cuenta de ello.
Cuando bajó las escaleras, todas las emociones vividas esos días se reflejaron en su cara. Vamos, estaba tan claro como el agua. Pero la imagen de los cuatro con Lion la dejó momentáneamente sin palabras. Parecía que volviera a tener ocho años.
Los padres de ambos siempre se habían llevado muy bien. Eran parecidos a su modo; con la diferencia de que los Romano eran multimillonarios, y los Connelly, de clase media alta.
Anna y Michael eran morenos, altos y esbeltos. Elegantes y muy clásicos, de estilo europeo.
Sus padres, en cambio, eran encantadoramente sureños. Eran altos igual, pero sus pieles eran más claras, con tendencia a enrojecerse por el sol. Su madre tenía el pelo rojo como ella, y su padre, negro como el de Leslie. Y ambos tenían los ojos claros. Herencia irlandesa, sí señor.
No obstante, unos y otros se preocupaban de Nueva Orleans a su manera. Su familia, por ejemplo, se ocupaba de la seguridad. Su padre Charles era reconocido como un héroe en todo el estado de Louisiana por las vidas que ayudó a salvar durante el Katrina. A veces, todavía seguían emitiendo las imágenes de Charles colgado de un helicóptero boca abajo, ayudando a recuperar cuerpos flotantes en los ríos, todavía con vida. Cleo se acordaba de eso y una oleada de orgullo le barría de pies a cabeza.
Su madre hacía las mejores horchatas y granizados de toda Louisiana; y era la dueña de una cadena que ya contaba con tres establecimientos, todos muy concurridos.
Sí, pensó satisfecha. No eran multimillonarios, pero eran únicos. Los mejores para ella.
Los padres de Lion, Anna y Michael, tenían un porte un tanto más distinguido; pero habían aprendido a crecer con la tierra, y su riqueza la habían conseguido a base de mucho trabajo. Lo mejor de ellos era lo sencillos y auténticos que eran. Lo mucho que querían a sus dos hijos, Shane y Lion. Y lo bien que aceptaban y adoraban a los amigos que habían hecho de verdad. A ella la querían como una hija más.
Lion tenía los brazos echados por encima de su padre, Charles y del suyo propio, Michael. Cuando la miró, hizo un guiño de circunstancia; y Cleo pensó que ya nada podía salir peor, así que se abocó al desastre.
A lo grande.
Si la cagaban, que fuera apoteósico.
Su madre, Darcy, miró su pelo húmedo, y después desvió la mirada al de Lion.
«No mamá, no venimos de la playa».
Como no sabía qué decir, sonrió abiertamente y su madre abrió los brazos, esperando que su hijita querida se sumergiera entre ellos.
Y Cleo se sorprendió haciéndolo, obligándose a sonreír y fingir que todo iba bien, porque necesitaba ese calor materno. Necesitaba hablar con ella y explicarle lo que sucedía; pero no podía. Para una madre, saber que una de sus hijas estaba desaparecida y secuestrada no era fácil de digerir.
—Mamá... —murmuró.
—¡Cariño! Esto no os lo vamos a perdonar.
—Y tanto que no. —Anna le dirigió una mirada de complicidad y abrió los brazos, también para saludarla al modo criollo; es decir, con un achuchón de esos que te dejan sin respiración—. ¡Niña!
—Por supuesto que no —gruñó el padre de Cleo mirando de reojo a Lion con cara de pocos amigos.
—¿Qué es lo que no nos vais a perdonar? —preguntó Cleo con cautela, todavía en brazos de la madre de Lion.
—Nos hemos tenido que enterar, por boca de la madre de Tim Buron, que Lion y tú andabais juntos por French Quarter —contestó Darcy ofendida—. Y que te has tomado unas vacaciones para hacer reformas en el jardín... —Caminó por el salón en dirección el jardín, pero Cleo la tomó del brazo.
—¿Sabes qué mamá? En realidad Lion me está ayudando a arreglar unas pocas vigas, y el muro de madera... No es mucho.
—¿Andáis juntos Lion y tú? —preguntó Anna, asombrada por lo distendido que estaba su hijo entre aquellos dos hombres.
—¿Juntos? —repitió Cleo. Se echó a reír nerviosa—. ¿Cómo juntos? Qué calor hace, ¿verdad? ¿Queréis tomar un poco de té helado?
—¿Lo has hecho tú, cielo? —preguntó Darcy divagando.
—Pues a mí me encantaría —dijo Michael, continuando la pregunta de su mujer Anna—. Tú y Leslie sois de la familia, aunque pensé que Lion acabaría con tu hermana. Pero no ha sido así. —Su padre tomó del cuello a Lion y le hizo una carantoña—. Tipo listo. Te van las pelirrojas.
«¿Hola? —pensó Cleo—. Estoy delante».
—No... —gruñó Charles un poco incómodo—. No ha sido así...
—No digas tonterías, Mike. Se veía a leguas que Lion estaba por Cleo —repuso Anna.
—¿Eh? —Cleo apenas parpadeaba. Un momento. ¿Estaba en un capítulo de
Fringe
? ¿Una realidad alternativa o algo parecido?
—Nena.
Oh, oh. Cleo se envaró y miró al amo.
—Es hora de que les digamos la verdad. —Lion caminó hacia ella y se colocó tras su espalda. La rodeó por la cintura con ambos brazos y miró a sus padres directamente a los ojos—. Cleo y yo estamos saliendo juntos.
Los cuatro se miraron los unos a los otros y recibieron la noticia con alegría. Bueno, Charles no mucho.
—Cuando vino a Washington a ver a Leslie —explicó Lion mintiendo como un bellaco—, le robé un beso. Y desde entonces no dejé de pensar en ella; hasta que en mis vacaciones decidí venir a Nueva Orleans para poner las cartas sobre la mesa.
Cleo entrecerró los ojos mirándole por encima del hombro. ¿Lo de las cartas iba con segundas? Encima ni siquiera podía acusarle de mentiroso porque era todo verdad; excepto la verdadera razón por la que había venido a poner «las cartas sobre la mesa».
—Oh, qué bonito... —Darcy estaba tan emocionada que no cabía en sí.
Los hombres se miraron entre ellos, asintiendo de acuerdo a su actitud con el conocido código XY, como diciendo: «¡Así se hace, chaval!».
—Lion... ¿Estás madurando?—preguntó su madre sonriendo con cariño.
—Que lo diga Cleo —repuso Lion apoyando su barbilla sobre su hombro—. ¿Soy más maduro ahora, nena? —colocó su mano en su hombro para que fuera consciente de que tenía el anillo vibrador en el dedo—. ¿Cleo?
Cleo tenía ganas de arrancarle los pelos de la cabeza. ¿Cómo se atrevía a ponerla en aquella situación? No solo eso. ¿Cómo se atrevía a darles esperanzas a sus padres de ese modo tan calculador?
«Sí, claro que ha madurado. Tanto que lleva un maldito anillo de poder en el dedo, conectado directamente a mi culo».
—Sí —contestó mientras le pisaba disimuladamente y trituraba sus dedos—. Resulta que soy irresistible para él. —Lanzó una carcajada al viento—. ¿Quién lo iba a decir, eh?
Lion y ella se miraron el uno al otro, metidos de lleno en su papel.
—¡Sí! ¿Quién lo iba a decir, eh?—repitió Lion sobreactuando, partiéndose de la risa y creando un marco de pareja feliz ante sus progenitores.
—¡Pues esto hay que celebrarlo!—exclamó Darcy—. ¡He traído quiches y granizados!
—Oh, mamá dos... —murmuró Lion, mirándola con adoración—. Me vas a hacer llorar. Me vuelven loco tus granizados.
—Como ha sido una visita sorpresa —dijo Anna disculpándose educadamente—, no queríamos que te pusieras a preparar nada, Cleo querida; así que hemos traído la cena. —Alzó dos bandejas de cristal cubiertas con papel de plata.
—Ay, mami... —dijo Lion—. ¿No me digas que eso es
jambalaya
?
La
jambalaya
era un plato típico de Nueva Orleans, parecida a la paella española, aunque se preparaba con el pollo como base, mariscos y chorizos y mucha pimienta.
—¿Y qué habéis traído vosotros? —les preguntó a los hombres del grupo.
—¿Nosotros? —Ambos se miraron y sonrieron—. ¡
Hurricane
! —Alzaron las botellas de alcohol.
El Huracán era una bebida típica de Nueva Orleans, además de absenta, que constaba de una mezcla de rones y jugos de todo tipo. Era dulce y embriagador.
Cleo arqueó las cejas rojas y frunció los labios con una semisonrisa.
Ella y el alcohol no se llevaban muy bien. Y sabía, por experiencia propia, que sus padres tampoco.
Mientras disponían la
jambalaya
y la quiche para servirla en la mesa de mimbre preparada por los hombres en el jardín, Cleo organizaba los platos en la cocina junto con su madre y Anna, su momentánea suegra.
—Consuegra —le decía Darcy a Anna y se sonreían felices, como si aquello fuera de verdad—, pásame una de tus bandejas.
—Toma, consuegra —contestaba la madre de Lion—. ¿Sabes? Me hace muy feliz que estés con Lion, Cleo. Él necesita mano dura; y tú, siendo agente de la ley, seguro que lo pondrás rápido en vereda.
«¿Mano dura? Anna, tu hijo me ha puesto el trasero al rojo vivo varias veces ya», pensó malignamente mientras repartía la quiche en los platos. Pero al final dijo:
—No lo dudes, Anna —contestó obediente, aunque sin estar convencida.
Los padres de Lion no sabían que su hijo era agente doble del FBI. Lion no quería preocuparles y nunca les dijo la verdad de lo que hacía en Washington. Así que se inventó el negocio de
software
y
hardware
como tapadera. Y, ni mucho menos, sabían que era un practicante de BDSM. Pero eso no era nada, porque para todo el mundo Leslie tenía un negocio de repostería y seguía los pasos de su madre, Darcy. Aunque, a diferencia de Anna y Michael, Darcy y Charles sí sabían que Leslie era agente del FBI. Y no solo lo sabían de Leslie, también sabían que lo era Lion.
—¿Te puedes creer que, con lo guapo que es, nunca ha traído una chica a casa? —le dijo Anna a Darcy.
Cleo frunció el ceño. Así que Lion no había traído a nadie... ¿Nunca? Lo buscó a través de la cristalera, y lo encontró hablando con los dos hombres, con sus copas de Hurricane en sus manos, charlando de lo que fuera de lo que charlasen... Él captó su mirada y se giró. Le sonrió guiñándole un ojo y alzó la copa de la mano en la que tenía el anillo.
Ella tragó saliva y negó con la cabeza.
«Ni se te ocurra, Satanás», deletreó con los labios.
Él se encogió de hombros, todo travieso y juguetón, y le dio una pequeña vuelta al aro del anillo.
La bala empezó a hacer de las suyas, y Cleo cerró las piernas.
Darcy puso cara de no entender cómo un pedazo de ejemplar como Lion no había tenido novia y añadió:
—Pues yo pensaba que mi hija y Magnum al final se juntarían.
—Ah, qué atractivo es ese Magnum —comentó Anna—. ¿Verdad? Mulato y con ojos verdes...
Cleo no intentó corregirla sobre que el nombre de Magnus no era Magnum. Cuando se les quedaba algo en la cabeza, se le quedaba para siempre. Además, estaba herida; le habían dado un «balazo» y no había modo de intervenir en la conversación.
—Pero, ya ves —prosiguió Darcy—, íbamos muy desencaminadas. Cleo, esto de no explicarme nada me ha dolido mucho —la reprendió.
Ella se sostuvo sobre la encimera, humedeciéndose los labios.
«Mantén el control».
—Ha sido todo muy repentino, mamá. Apareció el lunes en mi casa y me dio la orden de ser su pareja. —Bueno, al menos no era una mentira—. Y claro —explicó ella teatrera—, me dijo que si le decía que no, me iba a poner el cuuuuuulo como un semáforo en rojo, ¿te lo puedes creer? Así que... ¡tuve que aceptar! —chilló más de la cuenta—. ¿Me comprendéis, no?
Las dos mujeres se miraron la una a la otra y empezaron a reírse a carcajadas.
—Ay, Cleo, qué cosas dices... —Anna se secó las lágrimas de la risa y salió, con los platos que habían preparado al jardín.
Mientras Anna aprovechaba para hablar con el clan XY, Darcy se acercó a su hija, con el rostro preocupado, y le preguntó:
—¿Qué pasa, cielo? Te veo nerviosa...
—Estoy bien, mamá.