Amos y Mazmorras I (30 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—¿Seguro? Puede que estés un poco estresada. ¿Te vas de viaje ahora, verdad?
—¿Cómo... pero quién te lo ha dicho?
Darcy puso los ojos en blanco.
—La madre de Tim. Ya sabes que habla por los codos y es como Radio Patio. Todo el Barrio Francés ya habla sobre vosotros, y cuchichea que estuviste en una preciosa casa de lencería y corsés. No sabes lo mal que me sentí cuando fui la última en enterarme de esto, Cleo.
Y ella se sintió mal por no hablar con sus padres sobre lo que le estaba sucediendo ni sobre lo que pasaba con Leslie. Pero no podía.
—Tenía pensado ir a verte con Lion y darte una sorpresa.
El rostro de su madre se relajó y recuperó la calma.
—¿Seguro?
—Sí, mamá. Te quiero mucho y no puedo mantener secretos contigo.
—Yo también te quiero a ti, nena. A una madre no se le pueden ocultar estas cosas, cariño.
—No, mamá.
—¿Sabes algo de tu hermana? ¿Sabe lo vuestro? Yo siempre creí que a Leslie le gustaba Lion... ¿Le habrá parecido bien? ¿Y por qué no me llama?
—¿Te contesto en orden? Hablé con ella ayer —mintió. Sus ojos se enrojecieron. Ojalá no lo hubiese hecho—. Está bien, pero está muy liada. Tiene pensado venir a veros pronto, cuando tenga unos días de permiso... —Mentir una vez abría la puerta para añadir más mentiras al saco—. Y... A Leslie no le gustaba Lion. Solo eran amigos.
—¡Bueno, qué más da! —exclamó Darcy limpiándose las manos en la servilleta—. A ver: mírame. —La tomó del rostro y le preguntó solemnemente—: ¿Tú eres feliz, hija?
—¿Feliz a nivel existencial o...?
—Con Lion, Cleo. No te disperses.
—Ehhh... —La bala empezó a temblar con más fuerza y Cleo apretó los labios.
—No seas vergonzosa y habla con tu madre sobre esto.
—Bueeeenooooo... —dijo luchando para no bizquear.
—¿Bueno qué?
—Lo que Cleo quiere decir es que no tiene palabras para describir lo que le hago sentir. —Lion entró recolocándose el anillo, con una sonrisa de oreja a oreja, blanca, recta y reluciente—. ¿Verdad, Cleo?
—Mmmm... Ajáaaa —gimió sin atreverse a mirarlo.
—Oh, mira —Darcy se puso las manos en las mejillas y sonrió—; ¡le da vergüenza! ¡No sabía que era tan tímida!
—Tienes una hija adorablemente vergonzosa. Se sonroja por nada —Lion la tomó de la barbilla y la miró a los ojos—. ¿Verdad, cariño?
—Uy, si os vais a besar delante de mí, yo ya me voy...
Cleo forzó una sonrisa de disculpa a Darcy, y esta desapareció alegremente de la cocina y les dejó solos.
—¿Nos vamos a besar? —Lion rozó su nariz con la de ella—. ¿Quieres que te bese delante de tus padres, Cleo?
—¡Lo que quiero es que pongas la maldita mano encima de la encimera y me dejes amputarte el dedo con el cuchillo de la carne! —gruñó por lo bajini—. ¿Eres consciente de que estás jugando con el corazón de nuestras madres? ¿Eres consciente de que...?
Lion la hizo callar con un beso.
Un beso duro, destinado a dejarla sin palabras, a absorber su voz y marcar terreno. Diferente al del Smithsonian.
Su beso sabía a
Hurricane
.
Un beso huracanado; como Lion pasaba por su vida, como un maldito huracán.
Él se apartó y le besó la nariz con dulzura.
—¿Qué... Qué haces, Lion? ¿Qué has hecho?
—Besarte, cariño.
Cleo abrió los ojos, frunció el ceño y se dio cuenta de que sus padres estaban sonrientes, alzando las copas y brindando por ellos.
—¿Lo has hecho a propósito? ¿Lo has hecho porque nos estaban vigilando?—preguntó horrorizada. ¡Qué cabrón! Era un calculador.
Lion le guiño un ojo vidrioso y la tomó de la mano para llevarla al jardín.
—A cenar.

 

 

 

La cena fue extrañamente divertida y relajada, como si aquello fuera lo adecuado. El
Hurricane
corría como el fuego, quemando gargantas y desinhibiendo el humor de todos.
Lion repitió quiche y
jambalaya
tres veces. Cleo se asombraba de lo mucho que podía llegar a comer, aunque su atorado cerebro decidió que comía tanto porque, con lo alto que era, el alimento tardaba en llegar a su estómago, y se saciaba más tarde que los demás.
Hablaron de muchas cosas: del negocio del algodón, del secreto de las horchatas y los granizados, de los estatutos de la ley, de lo mal que estaba el mundo, de tangas, de los uniformes de las policías, de si eran «las» o «los» policías... Pero el
Hurricane
empezó a hacer estragos de verdad y la conversación degeneró a que los ovnis existían y a que Anna había visto una vez un extraterrestre en el jardín; a lo que Michael contestó que era el vecino cabezón, desnudo y borracho, no un extraterrestre. Darcy explicó lo que sucedió una vez cuando, sin querer, por supuesto, se le cayó una bellota de chocolate en un pastel que había preparado para una comida familiar. Cleo le preguntó a su madre que qué hacía ella con una bellota. Darcy se hizo la loca.
El padre de Lion explicó cómo conoció a Anna y por qué su suegro lo metió en la cárcel. Y Charles... Fuera lo que fuese lo que dijo, Cleo solo repetía: «¡No quiero oírlo, papá! ¡No quiero oírlo!».
A todo esto, Lion la había dejado tranquila con la bala. Pero Cleo notó, durante toda la velada, su mirada azul y peligrosa sobre ella. Sentados uno al lado del otro como estaban, no era difícil. ¿Qué le pasaba?
Ella lo miró a su vez y se dio cuenta de lo que le sucedía: tenía el puente de la nariz rojo y los ojos cristalinos y brillantes. Diagnóstico: estaba borracho.
Por eso Cleo pensó que cuando todos se fueran, ella tendría que aguantarlo. No estaba para aguantar borrachos, así que decidió beber al ritmo de los demás y emborracharse ella también.
—Tú
nuinca llevais
anillos, hijo mío —señaló Michael—. ¿Qué
hacesss
con uno? ¿Es un anillo de
compropiso
...?
—Sí, papá. Compro piso aquí y en Oklahoma —bromeó él—. Esto que veis aquí... —ignoró el rodillazo que le dio Cleo por debajo de la mesa—, es un anillo que controla la frecuencia cardíaca —empezó a rotar el anillo hacia todos lados.
«¿Frecuencia cardíaca?», se preguntó Cleo clavándole las uñas en el muslo y bajando la cabeza para aguantar el sofocón. ¡Menuda trola! Era increíble la sensación de tener algo ahí metido, moviéndose y estimulándola de ese modo... Se empezó a mover en el sillón, sobre los cojines.
—¿No oís un runrún? —preguntó Charles—. ¿Hay algo encendido? ¿La lavadora tal vez?
«No, querido Charles», pensó Lion temblando de la risa. «Es el vibrador que tiene su hija en el culito».
—Déjame ver. —Pidió Anna alargando la mano para quitarle «el medidor de frecuencia cardíaca»—. ¿Sabes que tu
paidre
es
hiperteinso
? Esto podría irle muy bien... ¿verdad? —apuntó, dándole vueltas al anillo.
—¡No! —Cleo estaba a punto de echarse a llorar—. ¡No, no es buena idea para...! ¡Oh! ¡Oh, Dios...! —pateó el suelo.
—No te pongas bizca, Cleo —la reprendió su madre—, ¡ya sabes que no me gusta que hagas eso! Es una manía que tiene desde niña, ¿sabes? —le contó a Anna a modo de confidencia.
—Oyeeeee —dijo Anna sonriente, con los ojos achispados, olvidándose por completo del medidor—. Mi vecina tiene una cosa de
eisas
—señaló algo en el jardín.
—¿El qué, Anna? —preguntó Darcy bebiendo como una tabernera.
—Sí... Una de esas cosas tipo Feng Shiiiiu...
Cleo y Lion se miraron el uno al otro con una complicidad absoluta... Cleo con cara de asesina y Lion... Parecía pasárselo muy bien.
Cleo sonrió tan falsamente como sabía y le dijo entre dientes:

Voy a mterte el nillo por l scrotoooo
...
—¿Qué ha dicho? —preguntó Michael estupefacto.
—Que el nido del pajarillo se ha roto. —Señaló uno de los árboles del jardín, más exactamente, a un nido imaginario sobre el platanero.
Lo que hacía el alcohol...
—Que sí, ¿no lo veis? Una de esas cosas... —seguía Anna.
Ambos fruncieron el ceño de nuevo sin comprender a qué se refería Anna.
—Sí, mujer. Lo de los coneiiiijos.
—¿El qué de los conejos? —preguntó Michael achicando los ojos—. ¿Tienes conejos en el jardín, Cleo?
—Yo hoy he visto uno. —Lion la miró regocijándose, sabiendo que solo ellos comprenderían la broma.
—Esta es una misión de reconocimiento para el Agente Charles. —Michael miró a Charles—. Por favor, vaya usted a comprobar de qué hablan las señoras...
Charles se levantó igual de borracho que el resto y caminó divertido hacia el objeto en cuestión.
Cleo puso los ojos en blanco y exclamó inclinando la cabeza hacia atrás:
—Papá, no tengo nada para los conejos...
—Yo
síiiip
—Lion se echó a reír y bebió más absenta.
—Tú a callar —le riñó Cleo.
Lion arqueó las cejas y le dio al mando.
Cleo articuló una exclamación ahogada y dio un bote en el asiento.
—Sigo sin saber a lo que te
refiereis, consueigra
—Darcy se relamió los labios e intentó fijar los ojos en Anna.
—Sí, consuegra... —Anna se quedó callada e hipó, como si algo le hubiera hecho muchísima gracia—. ¡Consuegraaaaaa!
Las dos mujeres se agarraron los estómagos y empezaron a reírse a carcajadas.
—Es una de esas cosas... Que son como unas bolas plateadas... ¡Jajajajaja! Que cuando el conejo o la rrrrrrata ve su reflejo... ¡jajajajaja! ¡Se asustan y echan a correr! ¡Jajajajajaja!
—¿Unas bolas plateadas? —Cleo frunció el ceño—. Yo no tengo...
—¡¿Es esto?! —Charles sostenía un objeto en la mano.
Lion se dio la vuelta con el vaso en los labios y, cuando vio lo que era, escupió todo el
Hurricane
por la boca, atragantándose y levantándose a trompicones para quitárselo al padre de Cleo.
Cleo abrió los ojos de par en par.
¡Las jodidas bolas chinas!
—¡Papá, no toques! ¡Suelta eso!
 
Capítulo 14

 

 

 

No hay nada que nos de más miedo, que quedarnos indefensos por voluntad propia ante alguien. Tampoco hay nada más liberador.

 


Si
hablas con tu hermana Leslie dile que haga el favor de llamarme; que no hay derecho a que me trate así —lloriqueó Darcy en la puerta, en el cénit de su cogorza, mientras se despedía de ellos.
—Sí, mamá. Se lo diré —aseguró Cleo mareada.
Charles se echó a reír y la abrazó como un oso.
—Sabes que te quiero, ¿verdad? —Su madre era un terremoto, pero su padre era la calma; y cuando la abrazaba así, casi todos los problemas se esfumaban.
—Sí, papá.
—Sabes que ella te quiere, ¿verdad?
—Y yo a ella. Y a ti. Os quiero mucho a los dos. —Lo abrazó con más fuerza e inhaló el olor característico de su padre a jabón de Marsella.
—¿Y sabes que me puedes contar lo que sea?
Cleo cerró los ojos y se estremeció. Su padre sabía que algo no iba bien, no era tan confiado ni crédulo como su madre.
«¿Cómo te lo digo, papá?».
Desde luego, ese no era el momento, porque tenía grandes dosis de alcohol en la sangre.
—Sí, lo sé.
—Perfecto —canturreó, dándole palmaditas cariñosas en la espalda. Charles se quedó con la vista clara fija en Lion—. Chaval.
—Padre —lo despidió Lion alegremente.
—No se te ocurra pasarte un pelo con mi hija, o te aseguro que al día siguiente tienes a todos los oficiales de policía de Louisiana pisándote los talones. ¿Entendido?
Lion asintió severamente.
—Nunca se me ocurriría hacerle daño a propósito, señor.
—¡Consuegrooooo! ¡Vamos, la noche es joven! —le llamó Michael.

Arrevoire, ma filles
.

Arrevoire
, papá —Cleo cerró la puerta emocionada y a la vez con ganas de partirse de la risa. Se arremolinaban muchas emociones en ella. La principal: debía cortarle la garganta a Lion. Se dio la vuelta y encaró a su compañero en la misión—. ¿Cómo se te ocurre no recoger las bolas...?
—Chist.
Lion el borracho pasó a ser de golpe y porrazo, Lion el serio y seductor. Cubrió sus labios con los dedos y le dijo:
—Sube arriba conmigo, Cleo.
Sí. Estaba borracho. Y sí, deseaba a Cleo.
La quería en ese momento. Con el alcohol liberando todas sus restricciones y sus «no debería». Seguían en misión y se había prometido no tocarla de modo emocional ni íntimo mientras estuvieran involucrados en el trato de blancas y en el rescate de Leslie.
Pero se encontró con que la chica era un imán; y él deseaba acoplarse a su polo. Y con el cuerpo como una destilería, todos sus noes desaparecieron.
Además, era adecuado. Perfecto. La noche joven y estrellada se convertiría en testigo de su liberación... Los grillos cantaban en el jardín y ella estaba tan bonita con ese vestido y olía tan bien que se estaba colocando.
Cleo parpadeó ebria y sonrió inclinando la cabeza a un lado.
—¿Que suba contigo arriba? ¿Por qué? —preguntó divertida—. ¿Quiere azotarme el señor?
—Puede que sí... —Dio vueltas al anillo con los dedos y entrecerró los ojos.
—Menos mal que se han acabado las pilas del anillo de Saurum...
—No se han acabado.
Lion tiró de ella y la guió por las escaleras.
Cleo se tropezó y Lion se mondó de la risa.
—Ten cuidado, patita. Despertarás a tu lagartija bizca.
—Ringo es un camaleón —protestó ofendida.
—Tú sí que eres un camaleón. —La metió en la habitación y cerró la puerta tras ella, aplastándola con su propio cuerpo.
La música que todavía sonaba en el jardín se les subió a ambos a la cabeza.
Don’t let me stop you
de Kelly Clarkson.
Cleo se sentía tan bien y tan relajada... Observó a Lion y después la puerta tras ella, fría al tacto.

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