Amos y Mazmorras I (31 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—¿Por qué me llamas camaleón, señor?
—Tus vestiditos... —coló el índice por su tirante blanco—, a veces niña, a veces mujer fatal... Tu pelo, tus ojos... Tu... Tú. —Se encogió de hombros, adorándola con la mirada.
—¿Y-yo? —Cleo estaba lo suficientemente borracha como para dejar que en esa noche pasara lo que tuviese que pasar; pero no tan ebria como para no ser consciente de lo que estaba haciendo. Sabía muy bien lo que estaba sucediendo cuando le cogió el dobladillo de la camiseta negra—. Suba los brazos, señor. —Pasó la prenda por las abdominales hasta sacársela por la cabeza.
Agradecido por no tener que dar muchas explicaciones sobre lo que quería hacerle, cedió a su orden. Lion no se atrevía a moverse. Tenía una postura agresiva hacia ella: el cuello inclinado sutilmente hacia adelante, como si se la fuera a comer en cualquier momento; los brazos abiertos a cada lado de las caderas...
Un guerrero que quería reclamar su recompensa.
—Tus pecas... —murmuró él alzando una mano y pasándole el índice por el puente de la nariz—. Tu boca...
Cleo la abrió cuando el dedo jugó con su labio superior. Ambos se miraron durante largos segundos, como si llegaran a un acuerdo tácito y, entonces, Lion introdujo su dedo en el interior de la cavidad bucal. Ella lo lamió y lo succionó.
—Oh, joder... —El agente se desabrochó el pantalón con la mano libre, mientras sacaba y metía el dedo en la apetitosa boca del hada—. No pares. Haces que quiera correrme rápido. No... No eres buena para mí.
—Ni tú para mí. —Lo tomó de la muñeca y mordió su dedo con fuerza.
Los pantalones de Lion se deslizaron por sus anchos y duros muslos hasta quedar en los tobillos como un amasijo de tela azul.
—¿Me estás mordiendo, nena?
Ella asintió alegre con el dedo entre sus dientes.
Lion pateó sus pantalones y retiró el dedo de su boca, decidido a sustituirlo por la suya.
Se quedó en unos maravillosos y blancos calzoncillos Hugo Boss.
A trompicones, mientras se besaban y se mordían los labios, tropezaron y cayeron sobre la cama.
—Me moría por besarte, Cleo...—murmuró sobre sus labios. No vocalizaba muy bien, pero se le entendía todo o, al menos, él creía que así era—. No... No pienso en otra cosa desde que te veo por la mañana. Es una... gran mierda.
—¿En serio? ¿Por qué es una mierda? A mí me gusta que pienses así... Yo también quiero besarte.
Él se quedó muy quieto ante esa confesión y le retiró el adorable pelo de los ojos.
—¿Desde cuándo, Cleo?
—Bufff. —Su cara estaba perdida entre los recuerdos y los efectos del Hurricane—. No sé... —El alcohol hacía que uno perdiera la vergüenza—. No me acuerdo, señor. Hace mucho tiempo... Luego me caíste muy mal y ya no quería darte besos. Pero después, siempre que te veía... Me apetecía darte uno. Soy patética, ¿verdad?
Lion parpadeó una vez; se echó a reír, y ella también, y ni siquiera sabían de qué se reían.
—Sí. —Le inmovilizó la cabeza con las manos.
—¿Soy patética? —preguntó horrorizada.
Lion se encogió de hombros.
—Y yo. Me apetece besarte, Cleo... Mira... —Rectificó el ángulo del cuello y le introdujo la lengua—. Sabes a Hurricane... —Succionó su lengua y jugó con ella.
—Y tú... —musitó Cleo, rodeándole la cintura con las piernas. «Oh, Dios... me voy a acostar con Lion de verdad. Nada de juguetitos ni cuerdas. Lo voy a tener a él entre mis piernas».
—Cleo... —ronroneó, hundiendo la nariz en su cuello, y lamiéndola en todos los puntos sensibles desde la barbilla a la clavícula—. Te voy a llenar de marcas.
—Sí... —sonrió ella con su desenfocada vista en el techo, abrazándolo por la cabeza. Movió las caderas hacia adelante y hacia atrás mientras la succionaba y le hacía chupetones por todos lados.
—No te frotes. No se te ocurra. —Se sentó encima de su vientre y la señaló con el dedo. Y al mismo tiempo que lo hacía empezó a reírse—. Mira qué carita... No... No puedo así...
Cleo soltó una carcajada y se tapó el rostro con las manos.
—Estamos borrachos.
—Sí. —Lion le subió el vestido blanco hasta arremangarlo sobre su cintura y su vientre plano. Le abrió las piernas con las manos y acarició a su camaleón tatuado—. Tú eres un camaleón, Cleo.
—¿Yo?
—Sí. Tienes la capacidad de adaptarte a cualquier situación, incluso a las más espinosas... Como yo. Te adaptas a mí como nadie.
—¿Eres espinoso?
—Sí.
—¿Como un cactus?
—Sí.
—A los camaleones les gustan los cactus.
Lion pegó su frente a la de ella y, apoyándose en un brazo, bajó las braguitas de Cleo hasta dejarla desnuda.
—A mi cactus le gustas tú. Mira qué suave eres... —murmuró maravillado. Estaba suave y húmeda por la bala que tenía depositada en el ano.
—Quítame antes el arma nuclear que tengo atrás.
Lion negó con la cabeza y se estiró sobre ella. Le dio un beso tan profundo que Cleo se quedó sin respiración; y mientras lo hacía, se dejó caer a un lado con uno de sus poderosos y morenos muslos sobre su cadera.
—Vamos a acabar de gastar las pilas —le aseguró, acariciándola entre las piernas. Disfrutando de su calor.
—¿Qué? ¿Entonces no se han acabado?
—No, brujita. Yo he decidido parar, eso es todo.
—¿Me vas a hacer el amor con eso ahí metido? No voy a poder...
Los ojos azules oscuros brillaron lujuriosos.
—¿Sabes? La mayoría de los terapeutas afirman que hay dos fantasías recurrentes en las mujeres. Una es la de ser forzadas a albergar un hombre en su interior: la fantasía de la violación; como es solo una fantasía, se permiten tenerla; y la otra es la de ser penetrada a la vez por dos hombres. —Le dio al control del anillo—. ¿Tú tienes alguna de ellas, Cleo?
«Yo tengo la fantasía de hacer el amor contigo. Solo contigo», dijo su subconsciente. Pero, si tenía que ser sincera, lo de que dos hombres se lo hicieran a la vez... No estaba nada mal. Aunque ella no necesitaba dos hombres. Podían ser Lion y un juguetito de los que tenía.
—Me gustaría que me llenaras por los dos lados, señor. Solo tú y nadie más.
—Bien, porque no me gusta compartir —gruñó deslizando dos gruesos dedos en su interior. Los movió de tal modo que podía sentir la bala al otro lado de la pared interna—. Pero eres muy estrecha y hay que prepararte bien antes. Cleo, por Dios...
La besó, a la vez que movía los dedos y la bala vibraba por el otro lado.
—No aguantaré mucho, señor...—bromeó ella recibiendo gustosa cada uno de los besos.
—No, ahora llámame Lion. —Y volvió a comérsela entera. Retiró los dedos y se untó el miembro con ellos—. Voy a hacértelo, Cleo —se asombró al decirlo en voz alta—. No... No me lo puedo creer. Me... Me prometí que no lo haría.
—¿Qué te prometiste?
—Que no perdería el control.
—Pues diría que estás fallando de pleno. —Cleo adelantó las caderas y se frotó contra la cabeza de su pene.
—No... Tú no lo entiendes, Cleo...
—No hay nada que entender, Lion.—Le rodeó con los brazos y lo besó, quitándole hierro al asunto. Estaban borrachos y necesitaban acostarse juntos. No era precisamente un secreto el hecho de que se gustaran. Él lo notaba y ella también, ¿no? Si estaba equivocada, entonces, su sentido arácnido de la atracción estaba atrofiado.
—No tengo condón.
—No importa, me estoy tomando la píldora desde los veinte...
—Sabes que estoy sano. Los análisis del torneo...
—No me hables ahora de eso y házmelo. Basta de torneos. Solos tú y yo, y lo que queremos hacer, ¿sí?
La orden puso en guardia a Lion y pulsó alguna tecla de piloto automático desaforado. El agente le tomó las manos y se las colocó por encima de la cabeza, sosteniéndolas con una de las suyas. Colocándose entre sus piernas, se ubicó en su entrada y se puso en posición. La penetró poco a poco, disfrutando de cada gemido y quejido de Cleo.
—Lion...
—Cleo...
Ambos se miraron a los ojos y entonces, ¡zas! Él se zambulló hasta el fondo, provocando que abriera los ojos asustada y notara la presión en su parte trasera, donde la bala no dejaba de hacer de las suyas.
—¡Lion!... Poco a poco. —Lion era muy grande. Demasiado. Debería estar un poco más preparada para él...
—Oh, sí. —Lion oscilaba hacia adelante y hacia atrás, con energía—. La vibración me masajea... —gimió muerto de gusto.
Cleo cerró los ojos, y después de la impresión, empezó a disfrutar de la posesión. Lion la estaba poseyendo. Y lo hacía hasta la empuñadura, por completo, con tantas ganas que ella misma se excitó todavía más.
Cleo rodeó de nuevo la cintura con sus piernas.
Él rugió y ronroneó.
—Eso es... Acéptame, Cleo. No me sueltes...
Ella negó con la cabeza. ¿Soltarlo? ¿Cómo? Lion la inmovilizaba por las manos y estaba tan metido en su interior que juraría que había alcanzado el útero.
—¿Te gusta?
—Sí... —asintió ella, disfrutando de cada embestida.
—¿Mucho?
—Sí...
—Estás cerca. —Entonces la tocó con el pulgar en aquel punto de placer que tenía la propiedad de lanzarla a un universo paralelo—. Vamos...
—Oh... Sí, no pares. ¡No pares!
Lion también estaba a punto; y cuando empezó a notar que su útero palpitaba, él se dejó ir.
Se corrieron a la vez. Sudorosos, gritando y besándose como locos poseídos por el alcohol y la lujuria.
Cleo hubiera deseado mirarle a los ojos mientras lo hacían. Todavía no había visto su expresión de éxtasis, pero Lion se ocupó de no mostrársela.
—Cleo... Cleo... —repetía él con la cara hundida en su hombro, estremeciéndose por los coletazos del orgasmo. Paró el motor del anillo y, ni corto ni perezoso, tiró de la goma y le extrajo la bala vibradora.
Cleo se quejó cuando, por fin, el alien salió de su cuerpo.
—Me vuelves loco, bruja —musitó acariciándole los pechos por encima del vestido, que no le había quitado—. Me dejas sin fuerzas para luchar contra mí mismo...
—Dios, Lion... —Estaba sorprendida por lo abierto y extrovertido que él se mostraba con ella—. Me encanta que hables así y que te abras a mí...
—¿Te has corrido a gusto?
—Sí.
—¿Qué se dice? —Le frotó los pezones por encima del vestido.
Ella sonrió secretamente.
—Gracias, Señor —se lo decía al dios. Y le daba las gracias por haber vivido aquel orgasmo con Lion.
Una sesión de sexo tierna, loca y divertida con su amo. Sincera. Una sesión que para ella había significado mucho más. Por eso su corazón abría las alas y volaba por su pecho de lado a lado, feliz como una perdiz.
Y, por todo lo que decía Lion, para él también debía haber sido especial.
—Siempre fuiste tú, Lion —susurró besándole en la sien, dándole consuelo.
Siempre fue él quien poblaba su mente cuando estaba con los demás. Lo intentó, pero siempre acudían a ella el descaro y el mal humor de Lion; o sus ojos azules rasgados, que cuando sonreían se cerraban tanto que parecía chino.
—Ya no habrá nadie más. —Él cerró los ojos poco a poco.
—Ahora ya no... No me hará falta pensar en ti —murmuró sobre su cabeza—. Te tengo, Lion.
—Me tienes. No me sueltes —pidió él rendido.
—No te soltaré.
Se quedaron dormidos, con las puertas del balcón abiertas; sin saber que, tras ellas, alguien les estaba observando.

 

 

 

La luz del sol le daba de lleno en la cara.
Se despertó abrazada a la almohada, con una migraña que amenazaba con reventarle la cabeza.
Confusa, y todavía un tanto mareada, se incorporó sobre un codo, luchando por abrir los ojos; pero cada intento era un latigazo a sus córneas.
Al final, logró medio levantarse y se quedó sentada en la cama, mirando a su alrededor.
Se sentía dolorida ahí abajo. No le extrañaba nada. Lion fue muy impetuoso; y considerando las dimensiones de su
Mini
Yo... Tenía la sensación de que había estallado un géiser entre sus piernas.
Sonrió y recordó lo que había pasado durante la noche.
Ella y Lion habían hecho el amor.
Habían hecho el amor de verdad, sin juego de dominación ni sumisión de por medio; y había sido muy tierno y divertido.
—¿Lion? —lo llamó esperando contestación. Como no oyó respuesta, miró al terrario en el que se encontraba Ringo y le preguntó a su sorda mascota—: ¿Dónde ha ido?
El camaleón miró arriba y abajo descoordinadamente, con su visión de casi trescientos sesenta grados e, inmóvil como casi siempre se quedaba, alargó la lengua para comer uno de los artrópodos que tenía en su bandeja de la comida.
Lion se la habría puesto esa mañana, ya que la noche anterior estaba vacía. Qué atento era ese hombre... Parecía que vivieran juntos desde casi siempre. Arreglaba los desperfectos de su casa, solucionaba los problemas de su lavadora, reconstruía el jardín y, encima, era un amante espectacular.
Se estiró poco a poco y se levantó de la cama, con una sonrisa satisfecha en los labios. Abrió uno de los cajones de su cómoda y sacó el álbum de fotos. En las primeras páginas, que describían su infancia, tenía muchísimas fotos de Leslie, él y ella juntos. Había una muy divertida en la que Leslie sonreía como una princesita, Lion estaba levantando los brazos haciéndose el cachas, y ella, con nueve años, le estaba tirando de una oreja, por lo que Lion se inclinaba hacia un lado, con cara de dolor.
Cleo se echó a reír cuando la vio. La sacó del álbum y canturreando, la pegó en el espejo del baño, esperando que Lion la viera y riera como ella.
Después de la ducha, se vistió con unos shorts tejanos desgastados y una camiseta ancha Pepe Jeans azul oscura que caía despreocupadamente por uno de sus hombros. Se puso sus playeras y bajó a la cocina.
—¿Lion? —Se asomó al jardín y tampoco estaba. Lion había recogido la mesa del exterior y estaba todo limpio y ordenado—. Increíble... Me vas a robar el corazón, señor. —Murmuró divertida.

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