Ya empezaba a notarlo en su interior, en su estómago. Las ganas de jugar, las ganas de traspasar todas las líneas y protocolos.
Quería besarla y hacerle el amor. Necesitaban acostarse y ver cómo funcionaban como pareja; pero no sabía si era o no era correcto porque él se estaba beneficiando de algo que había deseado toda su vida...
Tenía a Cleo. ¿Qué más podía pedir?
Cuando acabara la misión, tenía que sacar los cojones de algún sitio para plantarse delante de ella y decirle lo que nunca le había dicho a ninguna mujer: «que la quería desde siempre y la reclamaba para toda la vida».
Su pecho, cubierto todavía por el biquini negro, subía y bajaba al ritmo de su suave respiración. Su rostro era el de un ángel provocativo y también travieso.
Sonrió y se frotó la cara con las manos, sacudiendo la cabeza.
—Estás perdiendo el control, tío...—Se recriminó a sí mismo.
En vez de reclamarla, lo que tenía que hacer era seguir con su vida, joder. Se estaba volviendo un tonto romanticón. No necesitaba responsabilidades ni tampoco dolores de cabeza.
Cleo era Cleo. No iba a aceptar lo que él podía ofrecerle. Era un amo, lo quisiera o no. Tenía su propio mundo de claros y oscuros y su propia personalidad.
Su mundo era más bien recto y frío; y el de esa chica hermosa estaba lleno de color. Siempre lo había sabido, siempre pensó que eran muy diferentes.
Pero, entonces, ¿por qué le resultaba tan difícil pensar en dejarla marchar?
—Basta —gruñó cansado y decidido a redirigir sus pensamientos en la misión. Fue por partes y lo escribió en su libreta de evaluación de sumisas. Cleo no sabía que la tenía; él no se la había enseñado, pero como amo, le gustaba tenerlo todo bien esquematizado mediante informes:
Repasar los roles de los Amos del Calabozo, los Amos Unis y las Criaturas.
Repasar nombres; (algunos ya los tenemos fichados mediante las fotografías de reconocimiento facial).
Asegurarme de que a Cleo le queda claro quién es quién en el rol.
Hacer una prueba pública con Cleo para ver hasta qué punto puede mantener el control sobre sí misma.
¡¡¡Doma anal!!!.
Después de escribir los puntos que quedaban de disciplina, decidió que esa misma tarde irían a House of Lounge. Recogerían el atrezo que había encargado para ella y acabarían de ultimar los flecos de su instrucción.
Estaban dando los últimos pasos en su disciplina y, hasta el momento, Cleo no le había decepcionado en ninguna: le había sorprendido en todas.
Cleo no podía saltarse su entrenamiento. Necesitaba mantenerse en forma.
Fue el primer pensamiento que le vino después del pequeño sueño matutino que se había dado.
Buscó a Lion con los ojos. Y lo encontró en el jardín, ajustando las tuercas de su saco de pie Lonsdale.
Lo espió. Adoraba el modo en que se tensaban los músculos de los brazos cuando rotaba el destornillador; le fascinaba la forma de sus hombros y de su pectoral. Sudaba; el sol de Nueva Orleans no perdonaba, y su tez se tornaba más morena por la exposición.
Ella sabía que había un par de tuercas que fijaban el saco a la base y que debían reajustarse, pero todavía no lo había hecho.
Tener a Lion en su casa la reconfortaba. Estaba hecho un manitas y había arreglado todos los «pendientes».
Y era un hombre. Ella nunca había vivido más de un fin de semana con uno. Con Lion llevaba ya cuatro días. Intensos. Frenéticos. Y muy, muy ardientes.
Él levantó la cabeza y el sol se reflejó en sus ojos azules, aclarándolos y dotándolos de vida.
Cleo quedó cautivada por él. De pie, al lado del saco negro, moreno, con su cabeza al uno y la ceja partida... Con esa posición y actitud de «no se me escapa ni un detalle»... Dios, quería hacerle una foto e imprimirla en tamaño póster.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó alzando la voz.
Cleo apartó la toalla y se incorporó.
Estaba deliciosamente cansada, esa era la verdad. Y, al mismo tiempo, creía que podía con todo.
—Bien.
—Te estoy fijando el saco. Así podrás golpear mejor —hizo un movimiento de boxeo y sonrió; pero sus ojos ardían de pasión. Todavía lo hacían.
Cleo inclinó la cabeza hacia un lado y la sonrisa que él le dedicó acabó con casi todas sus defensas.
—Gracias, Lion.
«No... —se lamentó interiormente—, me voy a enamorar de él, ¿verdad?». No. Eso era lo peor que podía hacer. Lo peor. Primero, porque la relación profesional lo marcaba todo; segundo, porque era sexo sin amor... Al menos, por parte de él, y de ella también al principio... Pero, poco a poco, Lion y su extraña y tierna protección hacia ella creaban grietas en sus muros. Y su corazón estaba indefenso.
—De nada. Enséñame cómo castigas al saco, Cleo —la animó moviendo la mano hacia sí.
¿Le había leído la mente? Claro, ese era otro de sus superpoderes.
—De acuerdo. —Se levantó resuelta, intentando no escuchar lo que le decía su corazoncito. Se plantó ante él, peinándose el pelo con las manos.
—¿Prefieres que te haga de
sparring
?
—No —contestó ella—. Al saco no le haré daño —contestó fingiendo que entre ellos no había nada. «Es que no hay nada, Cleo». Nada—. A ti, puede que sí. —Le miró de reojo y sonrió.
—Uy, qué agresiva... Estás en muy buena forma, agente Connelly. —Le entregó los guantes Adidas negros y rosas, y sonrió.
—¿Qué? ¿No te gustan mis guantes?—recriminó ella mientras se recogía el pelo en un moño alto.
—Son muy Cleo.
—Los tuyos serían todos negros y sosos, seguro —se puso el velcro alrededor de las muñecas—. Y con pinchos de plata. ¿Me equivoco?
Lion negó y chasqueó con la lengua.
—Me conoce tan bien, agente —parpadeó con inocencia.
—Seguro que sí... —Chocó los guantes entre sí.
—Haz combinaciones. Dos arriba, dos abajo y patada.
A Cleo le pareció bien; y con agilidad y destreza empezó a golpear el saco. No era nada tosca. Tenía un cuerpo de líneas elegantes y femeninas, pero era dura en sus golpes. La patada la alzaba hasta la cara con un movimiento perfecto.
—Dime, ¿has tenido que pelearte con alguien cuerpo a cuerpo? —preguntó Lion, cruzado de brazos, observando su postura y su técnica.
—
Sip
—dos golpes arriba.
—¿Les diste una buena lección?
—Lo hice. —Le guiñó un ojo, y un mechón de pelo rojo lo cubrió. Resoplando y maniobrando con el guante, logró colocárselo detrás de la oreja.
—¿Te han... Te han herido alguna vez?
¿Había preocupación en su voz? Qué mono...
—Bueno —puñetazo abajo, a las costillas—. Una vez un tipo me cortó con una botella de cristal. Tengo la cicatriz por aquí. —Se detuvo y le enseñó la fina línea un poco más clara que su piel que bordeaba el hueso del sacro. Pero apenas se veía.
Lion apretó los dientes y asintió con profesionalidad.
—Y otro me dio un puñetazo en el ojo y me salió un hematoma horrible.
—Eso lo sé. Tu hermana Leslie me enseñó la foto que le enviaste por mensaje.
Cleo se rio. Recordó enviarle la autofoto con cara de circunstancia y añadirle un mensaje de texto que ponía: «¿Me ves? Pues imagínate como he dejado al otro».
—Fue espantoso. —Dio un salto y pateó el saco en la parte superior.
—¿Detenciones?
—Muchas en French Quarter. Algunos casos de malos tratos —comentó por encima—; a esos sí que me gustó freírles con mi Taser. —Sus ojos verdes disfrutaron de los recuerdos.
—No te has aburrido..., ¿Te lo pasas bien?
—Hasta que llegaste, estaba controlando un caso de tráfico de drogas entre institutos. Magnus y yo teníamos la redada preparada para el martes.
—Magnus, ¿eh? —pateó una piedra en el suelo, y con el pie desnudo jugó con una brizna imaginaria.
—Sip. Pero cómo no permites que me ponga en contacto con él, no sé cómo ha ido la acción policial. No sé nada de la comisaría.
—Él tampoco se ha puesto en contacto contigo.
—Magnus es mi superior, es el capitán de la Policía. Seguro que nuestro jefe, sabiendo lo próximos que somos —no lo dijo con ninguna intención, sino porque era la verdad: Magnus era un buen amigo, pero nada más—, ya le habrá informado sobre mí y mi nueva relación secreta con el FBI. Magnus, simplemente, no querrá molestar. Es muy considerado.
«¿No querrá molestar?». Si tenían un rollo lo mínimo era que él se interesara por ella, ¿no? Cleo se merecía mucho más que un eunuco como ese. Joder, si ella fuera de él, a su modo, la molestaría todos los días. ¿Qué mierda le pasaba a los hombres?
—Ayer viste a Tim. Pudiste haberle preguntado.
—Tim es un oficial de policía y patrulla las calles del Barrio Francés. Nunca se involucró en la investigación de la red de tráfico de los institutos de la periferia. No valía la pena preguntarle.—Se encogió de hombros y golpeó el saco con los labios fruncidos.
Obligándose a domar sus insurgentes celos, Lion se concentró en agarrar el saco que se bamboleaba de un lado al otro.
—¿Cada cuánto boxeas?
—Corro y golpeo el saco cada día. Pero en el saco estoy poco tiempo. Lo suficiente para tonificar y mantener.
—Por eso tienes las piernas tan duras y firmes. Por correr.
—¿Me estás adulando, agente Romano?
—No adulo. Señalo lo evidente.
—
Humph
. —Se detuvo y lo miró por encima de los guantes—. Cuidado no se vaya a enamorar de mí. Sería poco profesional.
—Tranquila, estás a salvo de alguien como yo.
Cleo sonrió, aunque el gesto no llegó a sus ojos.
Lion no demostró si aquella advertencia sobre enamorarse o no de ella le molestó y continuó observándola mientras se ejercitaba.
—Después de ti, me ejercitaré yo. Nos ducharemos y nos iremos a comer por ahí, ¿de acuerdo?
—Sí —contestó más animada.
—Después pasaremos por la oficina de Correos a recoger un paquete. Y continuaremos con la disciplina.
—¡Sí, señor!
—Ya estamos en la recta final, Cleo.
Cleo saltó, se dio la vuelta y pateó el saco en el aire.
—Lo sé.
Aparcaron el Jeep frente a una boutique corsetería del Distrito del Jardín. Una preciosa
boutique
de alto nivel. Ella llevaba un vestido negro y corto de tirantes, de punto, y unos zapatos altos de Guess. Se recolocó sus gafas a modo de diadema, y echó un vistazo a la boutique.
—House of Lounge —repitió en voz alta, leyendo el letrero de presentación. Estaba tan acalorada... Y la culpa la tenía el sádico que iba a su lado.
Cuando Cleo y Lion entraron al local, una mujer de pelo rojo y flequillo a lo cabaré, les recibió con una auténtica sonrisa de bienvenida.
—Lioneeeel —exclamó a mujer añadiendo una tilde en la e—.
Mon amour
...
Cleo no pudo hacer otra cosa que sonreír. No había nada lascivo en sus palabras, ni tampoco en su pose. Le recibió con cariño y le dio un beso en la mejilla. Cleo nunca había estado ahí. La
boutique
tenía las paredes negras y naranjas, de estilo
Art Nouveau
. Había una lámpara de araña que colgaba entre varios ojos de buey. A Cleo le llamó la atención el sillón de leopardo ubicado al lado de una mesita de cristal, llena de revistas de diseño y en la que reposaba una botella de licor antiguo.
—Hola, Sophie —la saludó Lion.
—¿Qué me
tgraes
aquí?
Quelle belle fille
! —exclamó admirando a Cleo—.
Egues
como una gatita,
pgeciosa
! —la tomó del rostro y revisó sus facciones—. Y miga qué cologrrr en las mejillas...
—Sí, gracias. —Sonrió un poco incómoda por la situación, por no poder decirle: «señora, tengo la cara como un tomate porque resulta que llevo una braguitas vibradoras que su adorado Lioneeeel me ha obligado a usar. ¿Ve que tiene un anillo en su dedo corazón, de goma dura con un rotor? Pues es un mando. Y el muy cretino está jugando con él constantemente; y mis bragas no dejan de hacerme cosquillas y temblar».
—Y tiene uñas. Una gata con uñas —añadió Lion.
«Con las que pienso vaciarte los ojos», pensó con regocijo interno.
—Oh,
hombges
... ¿
vegdad
? —Sophie la tomó del brazo y la dirigió a su mostrador—. ¿Tu pelo es de este
colog, vraiment
?
—
Oui, madame
—contestó Cleo en su perfecto francés. Hablaba cuatro idiomas; inglés, francés, italiano y ruso. Pero en Nueva Orleans, debido a la cantidad de criollos franceses que había, el francés era como una segunda lengua.
—Pues es
pgecioso
—dijo la pizpireta mujer. Se inclinó sobre Cleo y le susurró a modo de confidencia—. Yo me lo pongo
rouge
porque empiezan a
saligme
canas.
—Sophie, ¿me enseñas el pedido?—pidió Lion educadamente.
—Oh,
oui oui
. No os mováis. —Entró a su almacén.
Cleo se apoyó en el mostrador y tomó aire profundamente.
Lion se colocó tras ella y la arrinconó entre sus brazos.
—¿Cómo estás?
—Lion, deja de mover el puto anillo. —Clavó las uñas en la madera del mostrador.
—¿Esto? —con la otra mano dio una vuelta al rotor de su anillo y Cleo cerró las piernas. Las braguitas estimulaban su clítoris y su vagina a la vez; era como tener una boca ahí constantemente.
—¡Lion! —gruñó entre dientes.
—Ni. Se. Te. Ocurra. Correrte —remarcó dándole un beso en el lateral del cuello—. Adoro ver cómo luchas contra tu cuerpo, Cleo... Me pone como una maldita moto. —Su voz sonaba demasiado ronca mientras se frotaba suavemente contra sus nalgas. Se apartó de ella disimuladamente en cuanto Sophie salió con la bolsa en la mano.
—Son un
pag
de
cogsés
y faldas de diseño y es de una
diseñadoga eugopea
. Tienes buen gusto,
cherie
—miró a Lion orgullosa.
—
Merci beaucoup, madame
.