Amos y Mazmorras I (22 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—Sí. Debes.
Cleo levantó la copa de agua y brindó por él: por su vanidad y su falta de escrúpulos. La de ambos.
—Lo daré... —Arqueó una ceja roja y sonrió como una seductora. Ella sabría actuar mejor que nadie. Acabaría sorprendiéndole, porque era demasiado competitiva—. Te voy a impresionar... señor.
—No tengo la menor duda —aseguró sonriendo más relajado.
—No queremos que tu reputación cuando todo esto se resuelva se vaya al traste, ¿no? Daré lo mejor de mí. Y también lo peor —le guiñó un ojo—. Las dejas a todas llorando cuando te vas... Solo espero no tener que pelearme con ninguna para limpiar tu nombre.
—También lo espero yo —sonrió sin ganas.
—No te preocupes. Tu lista de sumisas cuando todo esto acabe será igual de grande que la que tienes ahora.

Touché
. Pero hay algo que no has entendido: yo no tengo sumisas, Cleo —aclaró levantándose de la mesa y ofreciéndole la mano con la palma levantada hacia arriba—. Nunca he poseído a nadie. ¿Postre? Compré pastel de pacanas.
Cleo tenía el estómago cerrado. La tensión entre ellos se palpaba notablemente; y todavía no sabía diferenciar si era porque todavía estaba enfadado, porque lo estaba ella o porque se trataba de simple e innegable tensión sexual.
—No quiero postre. Gracias.
—Bien. Yo tampoco. Ven conmigo.
Cleo aceptó la mano que le ofrecía y lo acompañó mientras la guiaba al interior de la habitación. La amplia cama de colcha púrpura y cojines blancos y dorados les esperaba, sonriendo de lado, esperando la acción que amortiguara el precio pagado por ella. La luz de los focos de la terraza alumbraba el interior de la alcoba, con tonos claros de luna.
—¿Nunca has poseído a una sumisa? No entiendo. Un amo no existe sin una sumisa —razonó Cleo, encorvando un poco la espalda para que los pezones dejaran de fustigarse con el sostén. ¿A qué se refería con lo de que nunca había poseído a nadie?
—He estado con mujeres que han necesitado que alguien las guíe y saciara el hambre que tenían de sumisión. Las he instruido y les he enseñado el camino a seguir; sobre todo, que supieran diferenciar entre amo equilibrado y amo con psicopatías, entre amo dominante y amo sádico. Al fin y al cabo, el BDSM debe de ser un juego y un modo de vivir la sexualidad de cada uno. No una cárcel ni una moda. El BDSM es para siempre. Mi principal preocupación es que, buscando que las dominen, tengan la malísima suerte de encontrar a alguien que de verdad les pueda hacer daño, como por ejemplo les sucedió a las víctimas que han dado lugar al caso
Amos y mazmorras
. Hay falsos amos sueltos, y tienen que saber detectarlos. Todos, mujeres y hombres, deben saber vislumbrar las diferencias.
—¿Por eso eres amo? ¿Para iluminarlas? —sonrió incrédula—. Ya verás como al final eres bueno y todo.
—No. No es por eso. Pero cuando están conmigo, deben diferenciar lo que es sano, sencillo y consensuado de lo que no lo es. Siempre hay diferencias y a mí me gusta marcarlas.
—Pues para mí la diferencia está en que un amo debe respetar tu persona siempre, sobre todo cuando no hay contrato ni relación emocional que les una. Que entienda que hay líneas que no se deben cruzar.
Lion la miró de reojo. No podía ser más directa.
Ella tenía razón. No estaba bien hurgar en la vida privada o sentimental de Cleo. Fuera lo que fuese lo que tenía con Magnus era algo que solo le concernía a ella.
El problema era que él empezaba a desear estar en la vida de aquella bruja de pelo rojo y ojos verdes de manera consensuada y continuada.
Cleo había sido la única mujer que él había deseado de verdad. Y la única que nunca tuvo. Y saber que había otro tío por ahí rondándola, le frustraba y lo punzaba por primera vez con la sensación de los celos. La mentira no la soportaba, pero eran los celos los que lo carcomían: saber que Cleo había estado con otro en el jacuzzi, o que había probado a otro de otras muchas maneras... Joder, no lo llevaba nada bien. Cuando decidió ser él quien la instruyera, no había pensado en lo arduo que iba a ser aceptar que la pequeña Cleo también había tenido relaciones. Por eso seguía enfadado; pero más con él que con ella misma.
Y como él no era dueño de su pasado, no podía cambiar esos hechos. No obstante, la tenía ahí. Disfrutaba de Cleo ahora, en el presente, aunque fuese a esos niveles sexuales y, posiblemente, estaría en su futuro durante, al menos, diez días más.
Los aprovecharía del modo que mejor sabía.
—Tienes razón —reconoció él.
Ella cerró la boca, enmudecida, y luego la volvió a abrir.
—Perdona, ¿qué has dicho? —acercó su oído a sus labios—. Me ha parecido oír una disculpa...
Lion sonrió fríamente.
—No volveré a sacar ese tema tuyo y de tu amante. ¿Satisfecha? Lo único que nos debe importar es conseguir prepararte para llegar a tiempo al torneo.
Cleo entrecerró los ojos y aceptó esa concesión como una disculpa.
Lion la deseaba: se notaba en su forma de mirarla y de concentrarse en ella. Sí, definitivamente, mucho mejor centrarse en eso. Pero antes debía aclarar algo:
—¿Sigues enfadado? Te prometo que no te he mentido.
Él apretó los dientes. «No importa. Magnus ahora no importa... Solo ella».
Solo Cleo y su formación.
—Tú sabrás por qué mientes. La personalidad de la sumisa se debe respetar, nunca modelar. Hay que cuidarla y ayudarla a que se encuentre a sí misma, a que se sienta cómoda consigo misma.—Inspiró profundamente y la acercó a su cuerpo. Levantó una mano, acariciándole la mejilla a modo de disculpa. ¿Qué tenía? ¿Qué era lo que hacía que no pudiese dejar de tocarla?
—¿Te lo estás recordando a ti mismo? Ya te he dicho que no soy una mentirosa. No importa lo que pienses.
—Chist —Por supuesto que importaba.
—Lion... Pero es que... —«Magnus y yo no tenemos nada. Me lo inventé». No tenía por qué darle ese tipo de explicaciones. Pero la cara de Lion cuando escuchó lo que dijo Tim fue todo un poema. Y se sentía mal por él, porque creyese que le había traicionado. ¿Y por qué se sentía así? Ni idea. ¡Ellos no eran nada! ¿No?
Él cerró sus labios con su pulgar y los acarició.
—Juguemos, Cleo. Dejemos ese tema atrás. Ahora quiero ocuparme de ti.
—¿Ahora? ¿Ahora quieres ocuparte de mí? ¿Ahora que el señor ha cenado?—replicó frustrada por la irritante sensación en sus pechos.
Lion arqueó una ceja y sonrió malignamente:
—Pareces frustrada...
—¿Tú crees?
—Sí.
El modo en que la miraba, con esos ojos patentados tipo rayos X, característicos de un hombre que tomaba lo que quería, le dio a entender que no estaba para más cháchara. La estaba amenazando con su presencia y su pose.
—¿Vas a... castigarme?
—Sí.
Genial, la iba a zurrar por algo que en realidad no había hecho. Una sensación de anticipación recorrió sus pezones, nalgas y entrepierna.
—¿Por qué?
—Si tengo que explicártelo otra vez es que no has entendido nada.
—Pensé que el numerito en el pub y el no quitarme los aros ya había sido suficiente castigo. —Recriminó sin modales algunos, llamando la atención de la moral de amo de Lion.
—No, nena. —Dios. Cleo era demasiado susceptible—. Tenía una necesidad. Una necesidad de ti. —Tomó un mechón de su pelo y lo olió—. Solo quería que me prestaras atención. Un poquito de ti para mí. Después de todos los orgasmos que ya te había dado esta mañana...
—¿Cómo? —Ah, ya. El territorio alfa de Lion.
—Y estaba ofendido.
—Muy mal, señor amo. No deberías actuar estando enfadado. ¿No es una de vuestras normas?
—Cleo... —Un brillo de enfado muy caliente atravesó sus ojos—. Cierra esa boquita que tienes...
—Ciérramela tú si...
—A la cama.
Perdió la paciencia. La tomó de la cintura por sorpresa y la tiró, literalmente, sobre el colchón, haciendo que rebotara y desparramando su melena por todos lados.

 

 

 

Cleo disfrutaba con el
tête à tête
, y también había descubierto que le encantaba comprobar qué había de amo en Lion, y de Lion en el amo. Vislumbraba que era un todo, pero, para saberlo perfectamente tenía que empujarlo. «Provócate, tonto», pensó, siendo muy consciente de lo peligroso que era lograrlo.
Aun así, él mantuvo las riendas.
Observándola con avaricia, se desnudó por completo, deteniéndose tan moreno, alto y ancho como era, enfrente de ella. —¿Intentas provocarme, Cleo?
—¿Conseguiría algo con eso, señor?
Lion avanzó hacia ella como un felino. La desnudó, quitándole primero los zapatos, luego la falda y después la camiseta.
—Me encanta cómo te estiliza las piernas este calzado —aseguró, alzándole el tobillo desnudo y besándola sobre el arco del pie.
—Gracias —contestó asombrada porque él se diera cuenta de ese detalle.
Lion tiró de sus muñecas y la obligó a ponerse de rodillas sobre él, a horcajadas.
—Desnúdame —le ordenó.
—Sí.
Él hundió la mano bajo su melena y agarró parte de su pelo tirando de él dolorosamente.
—Cleo. Ya hemos pasado por esto. ¿Sí, qué?
—Sí, señor. —Los aguijonazos de placer del cuero cabelludo se dirigieron a sus pezones. Y no pudo evitar gemir.
—Estás sensible —aprobó, abriendo la boca sobre su garganta, y marcándola con la lengua y los labios. Succionó.
Ella cerró los ojos por el súbito placer. —¡Vas a dejarme marca! —protestó.
—Te marco a mi manera. —Se tumbó sobre ella, la movió hasta colocar su cabeza sobre la almohada, y a Cleo encarcelada entre sus antebrazos. Hundió los dedos en su pelo y gruñó, rozando su desnuda erección contra la cremallera que cubría su entrepierna.
Lion daba respeto. Era como un animal del sexo, pero no un bestia. Era salvaje y a la vez elegante. Fríamente apasionado.
Su contacto la quemaba como hielo y fuego.
Cleo iba a ofrecerle la boca porque las ganas de besarlo crecían a cada momento que pasaban juntos. Sin embargo, se lo pensó dos veces, porque no quería quedar en evidencia como había sucedido en el baño. Al final, logró mantener la cabeza pegada a la almohada, sin levantarla para ir en busca de su boca.
«Bien por mí. Soy una tía difícil».
—¿Ves las esposas que hay sobre tu cabeza?
¿Esposas? ¿Otra vez? Se visualizó ronroneando como una gatita. Levantó los ojos hacia arriba y observó las esposas plateadas, unidas por una larga y holgada cadena enrollada a una de las barras blancas del cabezal de la cama.
—Sí, señor.
Lion le desabrochó el sostén y se lo quitó, lanzándolo al suelo. Levantó una mano y cubrió un pecho.
—Levanta las manos por encima de la cabeza, Cleo.
Ella cerró los ojos y asintió, obedeciendo al instante.
Él sonrió triunfante y la sonrisa llegó a sus ojos porque Cleo asimilaba rápido su papel.
Lion cerró una esposa alrededor de su muñeca izquierda, y la otra alrededor de la derecha.
—Mueve los brazos. ¿Los mueves bien?
—Sí. —Entre una esposa y otra había bastante espacio. Sería consciente de que estaba esposada, pero no tenía sus movimientos demasiado limitados.
Con un gesto poderoso, así, de golpe, Lion le bajó la cremallera de la braguita de látex y, superficialmente, la acarició por dentro hasta empaparse con sus jugos.
—¿Qué te parece? —se dijo para sí mismo, frotando lo hinchado y húmedo que estaba el sexo de Cleo.
Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—Quítame los aros, Lion.
—Mal, Cleo. Tú no das órdenes.—Deslizó un dedo en su interior, de modo tan nimio que ella se quejó por dejarla tan vacía—... Prueba otra vez.
—Por favor... Por favor, señor. Tengo los pezones que creo que me van a estallar, y si me tocas ahí...
—¿Si te froto aquí —cogió el clítoris con el índice y el pulgar—, lo sientes en los pechos?
—Dios... Sí.
—¿Sí? Entonces, eres más sensible de lo que creía, nena. Y me pone tan duro saberlo...
—Mmm —gimió abriendo los ojos para ver la cara que él ponía cuando tocaba su suavidad. Pero Lion no miraba hacia abajo, la miraba a ella a los ojos, con una máscara de pasión descarnada y lujuria descontrolada.
—Vas a ver. —Con un movimiento sincronizado y desconocido para Cleo, él la tomó de la cintura e intercambió sus posiciones.
Cleo se quedó con las manos esposadas por encima del cuerpo de Lion y también de su cabeza. Sentada a horcajadas sobre su erección.
—Vamos a jugar un poco más duro —gruñó deslizándole las braguitas por las caderas—. Levanta la pierna. —Ella lo hizo y así pudo sacarle la braguita por el tobillo—. Oh, sí —Se acomodó sobre el colchón y estudió la visión de su hada de los bosques sobre él. Sus pezones seguían constreñidos e hinchados. Estaba desnuda y la obligó a sentarse sobre su erección, que señalaba su ombligo y reposaba muy erecta sobre su estómago—. Siente lo duro que estoy —la movió para que su clítoris y su humedad resbalaran y se rozaran sobre su pene suave y caliente.
Ella gimió y tiró de las cadenas. Deseaba moverse un poco hacia atrás y conseguir penetrarse; pero Lion no se lo permitía.
Él sonrió, con esa vanidad que le caracterizaba, y le dijo:
—¿Qué? ¿Quieres esto? —Levantó las caderas y se frotó con insistencia contra ella—. No creo que te hayas portado bien para tenerme.
Cleo se agarró a las cadenas, mordiéndose la lengua para no decirle: «Tenerte o no tenerte me trae sin cuidado, maldito bastardo. Lo que quiero es que algo me llene». Pero si lo hubiera dicho en voz alta, habría mentido de nuevo.
Claro que lo quería. Lo deseaba desde que le había visto en la puerta de su casa hacía ya tres noches. Y puede que mucho tiempo atrás también... Pero no pensaría en eso ahora.
—Los aros estimulan los pezones, y eso provoca que estés encendida.
—No estoy encendida, señor —rugió con los brazos por encima de la cabeza, a cinco palmos de la cama. Tiró de las esposas, y la sensación de estar inmovilizada la calentó, excitándola de nuevo como esa misma mañana en la camilla—. Estoy... —se calló y gimió ante el ataque a sus senos—. Con cuidado, señor...

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